Éxodo de investigadores por la parálisis casi total
del sistema científico
(Por Nora Bär en EL DESTAPE)
Se cancelaron los
contratos con todas las grandes editoriales del mundo. Se suspendieron casi la totalidad de las actividades
vinculadas con el programa Raíces, establecido como política de Estado
por la Ley N° 26.421. Se
desfinanciaron prácticamente todos los programas de colaboración internacional y
multilaterales de cooperación científico-tecnológica. Se eliminaron de hecho
los sistemas nacionales de grandes equipamientos científicos. La Agencia
Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la
Innovación (ANPCyT) sigue incumpliendo
con los contratos vinculados con los proyectos PICT, no realizó nuevas
convocatorias, y no financió las ya evaluadas y aprobadas. Hay parálisis
del Consejo Interinstitucional de Ciencia y Tecnología (CICYT) creado por la
Ley N° 25.467. Se interrumpieron los programas Construir Ciencia y Equipar
Ciencia. Es imposible gestionar los certificados
ROECyT (que permiten la exención de gravámenes impositivos para la
importación de bienes y aceleran los trámites aduaneros).
Tal es el diagnostico sucinto que dio a conocer el Consejo
Interuniversitario Nacional, creado en 1985 y que reúne a los rectores de
universidades públicas sin distinción partidaria o ideológica, sobre la
gravísima crisis que enfrentan esas casas de estudio y, por consiguiente, el
sistema de ciencia y tecnología en su totalidad, ya que allí
se origina el 70% de la producción científica local.
Uno de los síntomas
que más claramente delata el impacto de estas decisiones es la pérdida de
empleos en el Sistema Nacional de Ciencia,
Tecnología e Innovación, que de acuerdo con un estudio del grupo Economía,
Política y Ciencia (EPC), del Centro Iberoamericano de Investigación en
Ciencia, Tecnología e Innovación (Ciicti), perdió más de 4148 empleos desde
el inicio de la gestión de Javier Milei. “Tan solo en los últimos tres meses,
se perdieron 531 puestos. Se trata de un hecho de enorme gravedad si se tiene
en cuenta el nivel de profesionalización y especialización del sector”,
advierte el informe. Otros organismos calculan una cifra incluso mayor.
Pérdida de empleos en el sistema científico
De acuerdo con este
análisis, entre los distintos organismos científicos, se destaca la fuerte caída registrada en
el Conicet, que ya perdió 1.513 puestos de trabajo. Le siguen en orden
descendente el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) con 734
pérdidas y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) con 436.
Se deben a despidos de personal administrativo, jubilaciones que dejan lugares
vacantes y no son reemplazados, y a un éxodo de científicos que ya está dejando
de ser anecdótico. Es una sangría que no cesa y representa una enorme amenaza
para la supervivencia de la ciencia local.
Por otro lado,
además de la incertidumbre y la falta de fondos, el deterioro salarial empuja
al poliempleo y a buscar alternativas fuera del país.
Leonardo Amarilla es investigador asistente del Conicet y profesor
adjunto en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Trabaja conservación de la
biodiversidad en relación con el agro. Este
licenciado en genética y doctor en Biología, soltero y sin hijos, se vio
obligado a pensar en alternativas para sostenerse precisamente por la pérdida
de poder adquisitivo. “Tengo una dedicación exclusiva en la UNC
y la diferencia que recibo del Conicet es de apenas 200.000 pesos. Literal. Soy
solo, pero tengo responsabilidades. Mis padres fueron muy,
muy humildes y hoy están jubilados con la mínima gracias a la moratoria. Nosotros,
con mis hermanos, somos la primera generación de universitarios. En el grupo
familiar el deterioro fue tremendo. Tenemos que ayudarlos entre todos para que
la familia sobreviva. Eso me lleva a tener que optar por el pluriempleo. Pero
por ser mis tareas de dedicación exclusiva, tengo muchas incompatibilidades.
Por eso, hago Uber”.
Con una formación de
grado y posgrado que ya llega a los 20 años (tiene 41), y con la exigencia de
tener que afrontar evaluaciones constantes a lo largo de la carrera científica,
Amarilla sin embargo subraya que no considera que el trabajador científico o el
docente universitario deba gozar de más derechos que otro. “Para mí, lo grave acá es que
las personas tengamos que tener tres o cuatro laburos para comer y
satisfacer las necesidades básicas –destaca–. Como otros, tengo que
trabajar 14 horas, porque cumplo como debe ser mis ocho horas diarias en la
Universidad, con mis alumnos, que los amo, y con el Conicet, y a la salida
trato de hacer entre cinco y seis horas de Uber por día. La verdad es que no
doy más”.
Por eso, contra su
voluntad, aclara, el científico es uno de los que viene pensando en emigrar;
por lo menos, por un tiempo. De hecho, en estos momentos está tratando de
cerrar un convenio con colegas brasileños para hacer una estadía en el país
vecino. “Soy
de los que siempre quiso volver a dejar algo en mi país, que tanto me dio, pero
ahora ando medio arrepentido –confiesa, emocionado–. A cada uno nos
toca desde diferentes lugares. Algunos con hijos, ya no pueden pagar la
escuela; otros, como es mi caso, no alcanzan a pagar el alquiler. Pero lo más
grave es la pérdida de expectativas de futuro”.
Ayelen Branca, secretaria general de ATE Córdoba, es graduada en
Filosofía y terminó su tesis de doctorado en Estudios Sociales de América
Latina. Se presentó a un posdoc, sin muchas esperanzas,
porque ya se había adelantado que no iba a haber recursos para el área de
humanidades. “En la convocatoria de
Proyectos de Investigación Plurianuales (PIP), directamente no figuran.
Entonces, la esperanza de poder concretar un
futuro trabajo de investigación en la Argentina es bastante nula”,
cuenta.
Aunque trabaja
algunas horas como docente de nivel medio, y viendo que las condiciones de
trabajo son deplorables, la
única alternativa que encuentra viable en este momento es irse con una beca
posdoctoral al exterior.
“Tengo contactos porque durante
mi licenciatura y doctorado hice estancias en el exterior (principalmente en
México, Brasil y España) –explica–. Ya me presenté a varias”.
Si recibe una respuesta positiva, Ayelén recorrería el camino que ya
transitaron dos de sus tres hermanas, que viven en Australia, y que tal vez
tome la menor de la familia. “Me gustan las estancias en el exterior, me
encanta que la academia tenga una dimensión internacional, pero siempre mi
base fue Córdoba –comenta–. Pero dadas las condiciones... Por un lado los
ajustes que hay en cantidad de becas otorgadas, la falta de ingresos y los
sueldos… Por el mismo trabajo que haría acá, en
México ganaría cinco veces más. En las ciencias sociales lo único que
necesitamos es una computadora. Y ni siquiera eso tenemos en el instituto.
Es como imposible...”
En las Islas
Baleares ya es de noche cuando
Manuela Funes responde la comunicación desde Buenos Aires, una de las que ya se
fue. Nacida en Puerto Madryn y formada en la Universidad
Nacional de la Patagonia, de la misma ciudad, hizo
un doctorado en el Centro Nacional Patagónico (Cenpat) sobre impactos en el
ambiente de la pesquería trabajando en el Golfo San Jorge, donde se
pesca merluza y langostino para exportar. A continuación hizo un posdoctorado
en la Universidad Nacional de Mar del Plata, donde también dio clases.
“Para ingresar a la carrera del investigador
del Conicet, fui seleccionada con un proyecto sobre pesca artesanal del que
estoy enamorada –recuerda–. Me
notificaron alrededor del 23 de noviembre de 2023. Fue un viernes, pero ni
llegué a festejar porque el domingo ganó Milei. Presentamos
todos los papeles, tratando de llegar antes de que se fuera [la expresidenta
del Conicet] Ana Franchi, que renunció el 10 de diciembre, pero nunca se
efectivizó el ingreso”.
Manuela integra el
grupo de 845 investigadores cuyo ingreso a la
carrera fue aceptado, pero que todavía no fueron incorporados. Y aunque
se considera una “afortunada” porque tenía una prórroga automática que entró en
vigencia el día que le notificaron el ingreso, se le hizo imposible seguir
esperando.
“Con mi marido, que también trabaja en la
universidad, no podíamos subsistir –se emociona–. Nuestro poder adquisitivo se
desplomó, como el de la mayoría de los argentinos. Vivíamos a 40 minutos, en las afueras de Mar del
Plata, y un día yendo al trabajo se nos rompió el auto y no nos alcanzaba para
arreglarlo. Ahí tuve un click emocional y empecé a buscar
opciones para no pasarla tan mal. Me presenté a una beca de posdoctorado “Marie
Curie”, armé un proyecto tratando de seguir conectada con lo que había
presentado para mi ingreso a la carrera, le adjudicaron excelente puntuación
(92%), pero no me la otorgaron. Seguí viendo si podíamos conseguir
financiamiento hasta que me ofrecieron una plaza donde estoy ahora, en el
Instituto Español de Oceanografía. Pedí
licencia de mi beca de posdoctorado y acepté un contrato por cinco años. Pero
lo que hablamos con mi director es que en un un principio estaría un año. Me
gustaría volver”.
Aunque su puesto es
más técnico, le pagan el doble de lo que recibiría en la Argentina. En estos
días se reunirá con su marido, geólogo, y su hijito de cuatro años. Mientras
tanto, sigue manteniendo proyectos en el país. “El lugar en el que trabajo es hermoso,
me recibieron super bien, pero se padece el desarraigo –lamenta–.
Quedan hermanos y padres en la Argentina… Esperemos que vengan a visitar y
poder volver”.
Otra científica
joven que también se fue es Camila
Neder, doctora en ciencias biológicas. En el Conicet trabajaba en el Instituto
de Diversidad y Ecología Animal, en el Grupo de Ecosistemas Marinos y Polares
(Ecomares), pero cuando a fines de 2023 empezó a conocer los
planes del actual gobierno (“Conicet, ¡afuera!”), tuvo que tomar la difícil
decisión de buscar otros horizontes. Hoy está haciendo un segundo posdoctorado
en Chile, en el Instituto de Biodiversidad, Ecosistemas Antárticos y
Subantárticos de la Universidad de Concepción. “Por suerte, siempre en la misma temática, que es la ecología antártica”,
comenta a través de una comunicación telefónica.
Camila hizo tanto su carrera como el doctorado en la Facultad de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), pudo capacitarse también en Alemania, y trabajar en colaboración con
colegas de España, Bélgica e Inglaterra.
“Me vine con una gran tristeza, pero pensando en un crecimiento profesional, siempre en contacto con la Argentina, generando puentes, porque soy bien argentina y deseo también el crecimiento de mi país. A fines de octubre de 2023, empecé incluso a tener problemas de salud, estaba estresada, nerviosa. Las situaciones en la universidad eran muy difíciles, sobre todo por esta frase del gobierno actual de ‘Conicet… afuera, educación… afuera', que nos hacía pensar que no hay futuro, que se venía el ‘sálvese quien pueda’. Eso fue lo más doloroso. Ya estaba en el primer año de posdoc y no quería dejar la ciencia, no quería ver mi carrera tronchada tan joven, entonces decidí buscar alternativas. Y entre las posibilidades surgió la de venir a este instituto. Podría haberme quedado un período más dentro de Conicet, pero ya se empezaba a ver que no había perspectivas de trabajo, incluso no se estaba recibiendo el dinero [que se adeudaba] de los proyectos financiados. Obviamente que es un poco desgarrador estar en un país que no es el propio. Mi deseo es contribuir de alguna manera, pero también es complicado con el contexto actual en el que no hay interés en financiar la ciencia, la educación y la tecnología”.
Camila dejó aquí padres, tres hermanos y su pareja. En Chile, gana aproximadamente el doble
de lo que recibía del Conicet. “Si bien los costos acá también son altos, por lo menos hay mayor
tranquilidad –comenta–. En la Argentina no sabías si mañana te echaban, como a
muchos de los empleados administrativos a los que les renovaban el contrato
cada tres meses. Creo que lo que más me costó es tomar una decisión individual
y no poder acompañar a mi grupo. Y lamentablemente vislumbrar que se te puede
acabar el camino profesional a corta edad. Es como estar en el borde de un
abismo y con el viento en contra”.
Y concluye: “Estoy agradecida de la educación que tenemos
en la UNC, ¡es impresionante! Cada vez más lo corroboro por mis experiencias en
el exterior”.
Itatí Ibañez es licenciada en Biología Molecular y farmacéutica por la
Universidad Nacional de San Luis (UNSL), especialista en Química Ambiental y
doctora en Biología por la UBA, y Magister en Propiedad Intelectual (FLACSO). Como responsable del Laboratorio de Ingeniería de Anticuerpos del
Instituto de Química Física de Materiales, Medio Ambiente y Energía (Inquimae,
de doble dependencia, UBA/ Conicet), trabaja en el desarrollo de anticuerpos y
nanoanticuerpos para diversas aplicaciones en ciencia básica y aplicada. Junto
con su equipo, generó, por ejemplo un sistema de diagnóstico del virus de
Hepatitis E. Durante la pandemia obtuvieron nanoanticuerpos neutralizantes del
coronavirus y acaban de validar un sistema de diagnóstico para pacientes
infectados con el virus del dengue. Además, participa en proyectos para detección
de virus de papa y bacterias que afectan al cultivo de cítricos, que están
bastante avanzados, y colabora con investigadores de todo el país y de Brasil,
en proyectos relacionados con patógenos que afectan al arroz, abejas, ganado
bovino, equinos y varias enfermedades humanas como ataxias, histoplasmosis,
tuberculosis, enfermedades virales, toxinas, entre otros.
“A
mediados de 2023, cuando empecé a considerar la posibilidad de que el sistema
científico de la Argentina fuera desmantelado/bloqueado/paralizado, pensé
que era un buen momento para reorganizar un poco los objetivos a mediano plazo
y buscar hacer algo diferente fuera del país –cuenta–. Desde ese
momento no tomé más estudiantes para formación y me enfoqué en terminar, con el
dinero que quedaba, los proyectos propios o en colaboración. También di
prioridad a la organización de los proyectos de tesis de las estudiantes que
tengo a cargo para que puedan terminar sus doctorados a pesar de la
desfinanciación de los proyectos”.
Así fue como decidió volver a la ciudad de Gante en Bélgica, donde había
hecho un posdoctorado y ahora le ofrecieron trabajar en un proyecto muy
complejo, y que representa un gran desafío a nivel metodológico para el cual necesitan a una persona con experiencia en varias técnicas
moleculares.
“Me ilusiona la posibilidad de aprender y
participar en temas desafiantes, para poder poner en práctica todo mi
conocimiento y experiencia, algo que en la Argentina se desestima o desprecia
totalmente –subraya–. A esta altura de mi vida siento que me corresponde
empezar a devolver lo que he recibido, formado estudiantes, generando nuevas
ideas y soluciones a problemas, desarrollando nuevas metodologías. Me duele no poder devolver lo que recibí
a mi país, porque toda mi educación fue pública, pero tampoco me parece bien
quedarme frustrada y enojada, en un escritorio, recibiendo solo mi salario y
sin dinero para poder desarrollar ideas y proyectos, ni transferir el know-how a otras generaciones.
El hecho de que un gobierno o personas, que no tienen la suficiente visión de
futuro (para decirlo suave) para entender que la ciencia, la educación y la
cultura, son pilares fundamentales de la sociedad y que son las bases para su
desarrollo, no va a determinar que no pueda hacer algo con mi conocimiento. Por
eso busqué otras opciones”.
Siempre que estuvo
fuera del país aprendiendo nuevas metodologías, uno de los objetivos de Itatí
era volver para implementar en el laboratorio esas técnicas de frontera, pero
esta vez reconoce que parte con otra idea: “El
instituto al que voy me ofreció un contrato de duración indeterminada y sólo
volvería si se dan las condiciones, no para frustrarme. El hecho de que
personas formadas se tengan que ir del país me hace pensar en los dilemas que
hay a veces con la venta al extranjero de granos o minerales. Se escucha con
frecuencia que al exportarlos se están enviando los nutrientes o recursos de la
tierra, que no se recuperan. Pero al menos a cambio se recibe un pago y el
dinero se puede invertir en otras cosas. Me
pregunto qué gana el país cuando se van los recursos humanos, sin pago alguno y
estás perdiendo importantes capacidades que podrían aportar de diversas maneras
a que el país avance. Pero claro, si considerás que la ciencia no sirve
para nada, te estás sacando de encima una mala inversión. El futuro dirá si
fueron buenas decisiones o no”.
También científico,
a fin de año el marido de Itatí podría emprender el mismo camino.
Alfredo Stolarz trabajó en el Comité Nacional de Ética en Ciencia y
Tecnología casi
desde su creación. El organismo se ocupaba del análisis de controversias
en el uso de tecnologías, de las prácticas de la investigación, análisis de
políticas públicas o pedidos de consejo respecto de la formulación de
políticas. Se incorporó en 2004 y se desempeñó primero como asistente y después
como coordinador durante 20 años en los que se sucedieron distintas
administraciones. "Fue un un proyecto que trascendía
lo meramente laboral", subraya.
Sin mediar
notificación alguna, y habiendo tenido poco antes una reunión con la
subsecretaria de Innovación, Ciencia y Tecnología, en la que había planteado
líneas de trabajo más allá de las que por iniciativa propia se propusiera el
comité, un día simplemente no pudo entrar porque
le cortaron el acceso. Eso fue todo. Los integrantes de la comisión (diez
investigadores que se desempeñaban ad honorem) pidieron reuniones con
esta autoridad, pero jamás les respondieron.
Después de ese
despido abrupto y sin motivo, renunció el resto de la comisión. "No solo no los recibieron, sino que no
respondieron las notas de pedido de reunión ni dieron acuse de recibo de las
renuncias –cuenta Stolarz–. El
destrato es lamentable no solo en lo personal. La Comisión fue pionera en el
mundo en un movimiento que crece por las potencialidades que tienen los avances
científicos y tecnológicos. No había muchos en 2001, cuando se creó.
Solo Noruega y un par de países europeos tenían organismos con las mismas
incumbencias”.
Carolina Mangoni es bióloga y trabajó en el ámbito académico-científico. Además de apostar a una carrera en investigación, siempre disfrutó y
ejerció la docencia en diferentes niveles. En 2020 terminó su posdoctorado y
quedó fuera del sistema, pero siguió presentándose a la carrera del
investigador. Su última presentación fue en 2021 y a fines de 2022 recibió la
noticia de que le habían otorgado el ingreso. En octubre de 2023 salió la
resolución de alta.
“Estaba viviendo en Buenos Aires y el lugar
de trabajo propuesto era Bariloche, lo que significó organizar una mudanza
junto con mi pareja –recuerda–. Tomé
posesión del cargo en febrero 2024. Pero el 29 de febrero me llegó una
notificación informándome que no podían incorporarme a la nómina de pagos por
falta de presupuesto. El mismo mensaje recibieron aquellos que
tomaron posesión los meses posteriores a diciembre 2023. Ese grupo incluía a
personas que residían fuera del país y habían vuelto a la Argentina con sus
familias, ¡y se encontraron sin trabajo ni respuesta más que ‘no hay
presupuesto’! Trabajamos mucho en difundir nuestra situación, además de
consultar cómo podíamos reclamar habíamos ganado. Finalmente -y por sorpresa-,
en diciembre de 2024 nos llegó un mensaje que decía que debíamos tomar posesión
dentro de las 48 horas, caso contrario perdíamos el cargo. Nos movilizamos para
que todos se enteraran. Una fracción del grupo siguió adelante con el proceso,
pero había varios que se encontraban en situaciones en las que les era
imposible hacerlo en tan poco tiempo”.
Así fue como
Carolina inició sus tareas luego de estar casi cinco años fuera del sistema
(aunque siguió realizando colaboraciones y participando en publicaciones). “Me
encontré cansada, sin subsidio propio ni posibilidad de solicitarlo, en un
ambiente abatido y desmotivado –cuenta–. El grupo al que pertenecía había
perdido a quienes venían cursando sus doctorados, posdocs o cargos técnicos y
se había reducido significativamente. Aun así, seguían adelante
cubriendo estas ausencias, pero con un desgaste en aumento. Y un sueldo
estancado. Y una obra social suspendida por falta de pago. La vida
científico-académica siempre tuvo sus falencias, conocidas y aceptadas por
aquellos a los que nos gusta realizar ese trabajo. Yo seguí apostando a eso,
incluso luego de varios rechazos. Cuando finalmente estuve en la posición de
‘estabilidad’, me encontré en una situación precaria donde no iba a poder
ejercer mi cargo. ¿Cómo hacer
investigación sin subsidio, sin recursos humanos? Esta es la situación actual
de toda la comunidad científica, y tememos que va a seguir así durante varios
años”.
Mientras estuvo
fuera del sistema, se desarrolló en el área de análisis de datos y ofreciendo
servicios en el ámbito de la salud pública. “Encontré mucha gratificación en esto. Es un hermoso ambiente donde el
fruto de tu trabajo es valorado de manera expresa, y donde se practica el
trabajo en equipo y el refuerzo positivo”, dice.
Renunció el 1° de
mayo.
Algunos de los
numerosos investigadores e investigadoras con los que habló El Destape no quisieron dar su nombre
para no alterar a su familia ni perjudicar su posición actual. Es el caso
de Fernando (no es su nombre real), químico
que trabaja en almacenamiento de energías renovables (de calcio, potasio y otros materiales),
y en degradación de pesticidas principalmente en el agua, pero al que
cada vez se le está haciendo más difícil continuar con sus líneas de
investigación. “Considero que son
importantes para el país y para la gente, pero al no tener la posibilidad de
obtener subsidios ni tesistas [este año se presentaron un 30% menos que en años
anteriores], estoy viendo qué hacer y evaluando posibilidades”, cuenta.
Casado con una
científica que quedó en “el limbo” de los aceptados del llamado de 2022, pero
que no fueron incorporados, y padre de dos hijos de ocho y 11 años, se
encuentra con que sus ingresos están casi al límite de la línea de pobreza. “Confiábamos en que en algún momento la
situación se iba a revertir –afirma–. No
digo mejorar sustancialmente, pero sí que al menos podríamos trabajar, que es
lo que queremos hacer. Ella ya tuvo ofertas del exterior, pero por
ahora decidimos por lo menos quedarnos hasta fin de año. Si no se resuelve,
vamos a tener que tomar una decisión porque va a ser insostenible. Emigrar es
una posibilidad cierta. No lo hicimos hasta ahora por cuestiones más bien
familiares. Pero todo tiene un límite”.
No es que no conozcan lo que es vivir en el extranjero. Entre 2019 y 2020
toda la familia estuvo en Alemania. Fernando tenía
un contrato de trabajo por tres años, pero después del primero decidieron
volverse porque quería trabajar en su país. “Ahora –confiesa– me siento decepcionado. Cuando
era chico y hasta no hace tanto, de alguna manera sentía que la sociedad nos
protegía, que sentía que podíamos contribuir. Muchos de nosotros
renunciamos a sueldos muy superiores en el exterior y a una vida más
tranquila porque sentíamos que teníamos que volver a trabajar para nuestro
país, para nuestros vecinos. Pero ahora incluso somos foco de
ataques de un sector que decidió minimizar la importancia de las universidades,
del Conicet, de la investigación. Por este programa de gobierno, se han perdido
proyectos valiosísimos”.
Graciela (tampoco es
su verdadero nombre), trabaja actualmente en
oncología en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. Empezó un posdoctorado hace menos de un
año, pero está evaluando renunciar porque hace exactamente un año que el
estipendio de su beca está congelado, lo cobra en negro y sin aportes. “Con ese monto, me es difícil llegar a fin de
mes y además, debido a que en la ciencia experimental se trabaja mucho
(inclusive feriados y fines de semana muchas veces), no puedo conseguir un
trabajo adicional. Y como hay menos gente, cada vez más trabajo recae en
nosotros/as. No veo que haya un
futuro para una carrera en investigación en este país. Tengo posibilidades de
irme al extranjero o al mundo privado, y es lo que estoy por hacer”.
NOTA de mi PIE:
Se
está viviendo una catástrofe en la ciencia, no me cabe dudas que en un país
pobre como la Argentina (y rico a la vez), no está de más convocar a un análisis
sobre que investigar y que no, pero bajo este discurso, valido por otra parte,
se ha escondido el verdadero objetivo de este gobierno neoliberal de porquería,
y es que para ellos el estado no se tiene que ocupar de la ciencia y punto.
Los estados que se desarrollaron dedicaron
sumas importantes de su PBI al desarrollo de la ciencia y la tecnología. En los
años del 2003 al 2015, con sus errores también, el estado argentino dedico
dinero y esfuerzo en recuperar una ciencia que había sido destruida en los años
90.
El Programa Raíces, acrónimo de Red de
Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior, llamado también R@íces,
fue un plan del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva destinado
a establecer redes de conexión entre los científicos argentinos en el exterior
y la ciencia que se desarrolla en la Argentina y favorecer la repatriación de
científicos. Comenzó en 2003, durante la presidencia de Néstor Kirchner, como
un programa de la Secretaría de Ciencia y Tecnología. Fue institucionalizado en
2008 a través de la ley 26.421 durante la presidencia de Cristina Fernández de
Kirchner. Hasta julio de 2011 se consiguió la repatriación de 834 científicos y
el 7 de octubre de 2013 se presentó a la científica repatriada número 1000, logrando
revertir -en conjunto con otras medidas y programas- la tendencia histórica de
fuga de cerebros que existía en la Argentina.
Los resultados de la ciencia argentina están a
la vista, el país se encuentra entre los ochos del Mundo que desarrolla tecnología
nuclear propia, se han vendidos reactores de investigación de potencia cero,
prototipo de aceleradores para BNCT, tiene desarrollados y aplicados hace tiempo radiofármacos con instalaciones nucleares propias, Argentina está entre los ochos paises que
desarrolla satélites y lanzadores de los mismos, UniLiB es la primera Planta
Nacional de Desarrollo Tecnológico de Celdas y Baterías de Litio en la
Argentina y también la primera de su tipo a nivel regional. Fue creada por
Y-TEC, la empresa de tecnología de YPF y el CONICET, y la Universidad Nacional
de La Plata (UNLP), fueron
los científicos del CONICET quienes desarrollaron un potencial tratamiento para
el cáncer a partir de anticuerpos monoclonales. Se trata de un anticuerpo
monoclonal anti-MICA que puede ser utilizado como un potencial tratamiento para
el cáncer. Se
realizó la primera licencia de transferencia tecnológica en la región de un
anticuerpo monoclonal con una empresa multinacional.
Lo
anterior es solo un botón de muestra, me temo (para decirlo con la boca de
medio lado) que nuestro Presi, es bastante ignorante en las potencialidades que
tiene la Argentina con su ciencia, me remito a sus propias declaraciones y
acciones contra las Universidades y la Ciencia de este pais.