Esos curiosos momentos en los que un Presidente empieza a sentir que es Gardel
(Por Ernesto Tenembaum)
Hace apenas un año, asumió como Presidente un hombre que, como medida central de su gobierno, proponía un ajuste pero no un ajuste habitual. “Esta vez va a ser distinto. Porque el ajuste no lo va a pagar la gente. Lo va a pagar la casta”, repetía, una y otra vez.
La primera parte de su promesa se llevó a cabo: el ajuste, efectivamente, se realizó. La segunda, no: el ajuste lo pagó la sociedad. De hecho, una de las últimas medidas tomadas por ese mismo hombre consistió en recortar el subsidio a medicamentos para jubilados con un ingreso tan pequeño como $390 mil.
Ese contraste entre una de las promesas más habituales de la campaña y los hechos atravesó todo el año de gobierno, que se inició con una devaluación récord y, al mismo tiempo, la liberación de precios de medicamentos, prepagas, alimentos y combustibles, mientras que no se tocaban los salarios. El efecto de esas medidas fue muy contundente. El consumo aún está 20 por ciento abajo que el año anterior, la pobreza ha subido más de diez puntos, hay un millón de niños indigentes más -que no alcanzan a comer lo necesario- comparado con el momento de la asunción del nuevo Presidente.
A lo largo del año hubo medidas que atacaron a docentes, a niños que eran atendidos en comedores sociales, a jubilados de todo nivel –especialmente a ellos-, a obreros de la construcción por el parate absoluto de la obra pública, a jóvenes que recibían preservativos como una medida de prevención, a discapacitados, a médicos que trabajan en hospitales de la Nación, a habitantes de villas miserias donde se realizaban pequeñas obras que fueron abandonadas y la lista podría seguir interminablemente.
El principal ajuste, de todos modos, se aplicó sobre la masa de jubilados. El jueves pasado, el ministro de Economía Luis Caputo, ante una pregunta de Luis Novaresio, explicó que no se puede hacer responsable de los jubilados que ganan la mínima porque en un noventa por ciento no hicieron la totalidad de los aportes, como si eso hubiera dependido de su voluntad. Pero además sostuvo que los ingresos son un veinte por ciento más altos que el día de su asunción y que solo hay un once por ciento de jubilados pobres. Absurdo. Según el Indec, la cantidad de mayores de 65 que vive bajo la línea de pobreza asciende al 30 por ciento, y no al 11. Tampoco es cierto que los jubilados ganen un 20 por ciento más que en diciembre del 2023. Si se computan haberes más el bono, que fue congelado, los haberes jubilatorios han caído un 13 por ciento y no aumentado un 20.
O sea que, de nuevo, la promesa de campaña se cumplió por mitades. Hubo un ajuste. Según el Presidente se trató del ajuste más importante de la historia humana. Y tal vez lo sea. Pero ese ajuste no recayó sobre la casta: golpeó fuertemente sobre la población, y se ensañó con los sectores más frágiles, los niños y los ancianos pobres.
En pocas horas se cumplirá el primer año de gobierno de Javier Milei, ese Presidente. Fue un año vertiginoso, tenso, donde se produjo una transformación radical de la sociedad argentina. Pero luego de esos doce meses, según todas las encuestas, Milei aparece como el líder indiscutible de la Argentina y se proyecta como un referente político internacional.
Sus números de popularidad son los mejores en el primer año de mandato de cualquier presidente desde 2001. La dimensión real de su triunfo es enorme: ha hecho todo lo que los libretos tradicionales recomendaban para generar rechazo. Sin embargo, mantiene el respaldo popular que lo llevó al poder, o gran parte de ese respaldo. Evidentemente, algo muy profundo ha ocurrido en la sociedad argentina para que eso esté ocurriendo.
En los extremos, hay dos enfoques opuestos para explicar el extraño fenómeno que sacude a la Argentina, y por ende lo que sigue. El primero de ellos le concede al Presidente facultades sobrenaturales. Esa percepción se expresa en tantas frases celebratorias que el mismo Javier Milei y sus seguidores han repetido hasta el cansancio: “El mejor presidente de la historia”, “El Javo, crease o no, ya es un prócer”, “El Javo la domó”, y así. El momento más alucinante de esa seguidilla ocurrió cuando un fan tuiteó un dibujo en el cual varios hombres sostenían con esfuerzo un gigantesco miembro viril presidencial…¡y el propio Milei lo retuiteó!
Pero más allá de eso, hay una idea según la cual Milei está haciendo lo que nadie hizo: ajustar el Estado. Y que eso ha empezado a ordenar las cosas, para empezar la velocidad de crecimiento de los precios. Por eso, más allá del contraste entre las promesas de campaña y las medidas, un enorme sector de la sociedad le reconoce que ocurre aquello que él anunció que iba a ocurrir, que al ajuste le siguió una caída de la inflación. De allí debería derivarse un crecimiento sostenido de la economía. Eso no ocurrió, o no está ocurriendo en la velocidad que anticipó Milei. Ya en mayo anunciaba el célebre “pedo de buzo”. Y los últimos números de octubre y noviembre lo desmienten.
Pero hay un caminito anticipado por el Presidente -ajuste de gastos, caída de la inflación- que explica por qué un sector enorme de la sociedad tiende a creerle acerca de lo que sucederá en el futuro. Si tanto tiempo se habló de la brecha, y la brecha –por lo que sea- casi desapareció; si tanto tiempo se habló de la inflación, y la inflación disminuyó, si nos desvelaba el Riesgo País y el Riesgo País cayó en picada, es evidente que Milei tiene argumentos para pedir paciencia a una sociedad cuyo consumo cayó alrededor del 20 por ciento.
En el otro extremo están las dudas. Todas las dudas del mundo. El Gobierno y sus simpatizantes sostienen que el dólar cayó porque hubo ajuste fiscal, no hay más emisión, y por lo tanto no hay pesos que sobren para presionar sobre la demanda de divisas. Sin embargo, eso convive con otro fenómeno. El mismo Gobierno ofreció tasas desorbitantes –del 45 por ciento anual en dólares- para que los inversores vendieran dólares a cambio de comprar bonos del Estado que pagarían esa fortuna. Eso ocurrió. Y así el dólar se fue derrumbando. Se llama carry trade y siempre ha terminado mal.
Cuando el Gobierno, gracias al éxito del blanqueo, pudo demostrar que no entraría en cesación de pagos, se extendió la euforia. Pero esa euforia implica un aumento de la deuda en cerca de 100 mil millones de dólares. Además, el dólar barato empieza a generar efectos clásicos y rápidos sobre el deterioro de las cuentas externas, que se profundizarán a medida que avance el tiempo. Así, mientras unos se esperanzan con que acaba de arrancar un nuevo ciclo en la Argentina, los otros creen que se repetirá lo de tantas veces: se controla la inflación gracias al dólar barato, que se financia sostenidamente con deuda o con recursos escasos, y que va horadando la estructura productiva del país.
Al final del camino, para unos, está la prosperidad.
Javi la domó.
Para otros, hay un estallido, porque eso de gastar dólares que no hay para ganar elecciones se sabe cómo termina.
Esta película recién empieza y ninguna persona seria puede anticipar su resultado: generalmente, los análisis en este sentido reflejan el marco teórico, las simpatías políticas o las experiencias personales de quienes las expresan.
Pero, en todo esto, hay un elemento indiscutible. Javier Milei, en este año, ha logrado construir un liderazgo inesperado. Ese hombre raro, sin experiencia, cruel, aventurero, extremo, desplegó un plan muy duro, que contrastaba con una promesa central de su campaña. Doce meses después, ese plan pudo ser implementado y está sólido en su sillón.
Algunas de esas medidas generan mucha preocupación en gente que es, o fue, muy cercana a él. José Luis de Pablo viene advirtiendo hace varios meses sobre lo perjudicial que resultará abrir la economía con el dólar planchado y esta estructura de costos. Miguel Ángel Broda ha sido más contundente. “Hay que abrir la economía, no matar gente. Esto ya lo probamos con Martínez de Hoz”, dijo.
Milei no se detiene en esas minucias. Tiene un plan y no lo van a parar.
Todas estas peripecias, que en gran medida refieren a la marcha de la economía, han sido acompañadas durante este año por otro triunfo del Presidente. Milei ha desarrollado un lenguaje tremendamente agresivo contra todo tipo de disidentes: periodistas, economistas, artistas. Cuando era candidato, el actual Presidente dijo: “Yo no estoy de acuerdo con limitar los insultos. Eso es parte de la libertad de cada uno. Pero cuando se agrede desde el poder eso ya es fascismo o policía del pensamiento”. Sin embargo, eso es lo que hizo desde la Casa Rosada. No solo él: un aceitado aparato desplegado en las redes sociales ha reproducido insultos, fake news, amenazas personajes, extorsiones, escraches, carpetazos, contra personas que pensaban distinto del Gobierno. Ha habido actos liderados por el Presidente donde una turba gritaba “¡¡¡Hi-jos-de-puta!!!” al referirse a los periodistas y él alentaba el cantito.
El oficialismo ha reproducido además innumerables expresiones discriminatorias, por ejemplo, contra homosexuales. Agustín Laje el encargado del Presidente para liderar la batalla cultural ha dicho: “Hay un mito que dice que los homosexuales están felices con su condición. Es un mito. Hay muchos homosexuales que no quieren serlo, porque no se condice con su proyecto de vida. Muchos quisieran tener una familia biológica. Hay homosexuales que no están cómodos con el ambiente LGBT por promiscuos. Es un ambiente de mucha enfermedad. El 80 por ciento con VIH son homosexuales cuando solo el 4 por ciento de la población mundial es homosexual. Entonces, si yo tuviese un hijo homosexual, trataría de buscar ayuda en terapias que han tenido mucho éxito y lamentablemente, en otros casos no”.
Parece un montón. Sin embargo, pese a todo, la sociedad no le reprocha a Milei estas cosas: ni el recorte de los medicamentos a los jubilados ni los exabruptos de este tipo, ni las agresiones, ni el crecimiento de la indigencia infantil.
Milei es alguien que en tiempo record ha pasado de la nada al todo y nada parece frenarlo. Tiene demasiados motivos para sentirse una mezcla de Perón y Gardel.
Es una foto, claro.
Esto recién empieza.
Y tal vez sea útil recordar un viejo monólogo en el que Tato Bores contaba su diálogo con un ministro hace casi medio siglo:
“-Nosotros, Tato, le pasamos el rastrillo al país. Lo dejamos sin un mango. No queda un austral ni para remedios. No se emite. La gente no tiene guita para comprar dólares y el dólar baja.
-Déjeme ver si entendí bien. Ustedes con los impuestos, las tarifas, los tarifazos guadañan toda la mosca, la gente se queda sin guita, no compra dólares y el dólar baja…
-Aunque usted tiene cara de comentarista económico, se ve que va entendiendo…
-Pero ministro, escúcheme una cosa, la gente está más seca que galleta de campo. No solamente no puede comprar dólares sino que no puede comprar morfi, no puede comprar remedios, no puede comprar pilchas, ni peine ni peinetas. Nada no puede comprar…
-Son pequeños detalles, Tato. Pequeños detalles de la economía doméstica. A nosotros lo que nos importa es la macroeconomía. Creame que en poco tiempo le vamos a cambiar la cara al país…
-Pobre…¿lo van a desfigurar más todavía?
-No, Tato, no. Solo le pedimos un pequeño esfuerzo hoy para que mañana podamos tener la Argentina Potencia con la que soñaron nuestros mayores”.
Se ve que Tato, por entonces, no la veía.
Y tenía razón.
Pavada de advertencia.