LA REVOLUCIÓN COMO ENTELEQUIA
(Por: Mario Valdés Navia, publicado en "LA JOVEN CUBA")
El griego Aristóteles creó el concepto de
entelequia para designar aquellas entidades que tienen un fin en sí mismas. En
la actualidad se usa para hablar de cosas irreales, vagas, que no se pueden
entender cabalmente, y menos concretar. El concepto me viene a la cabeza cuando
oigo decir, a raíz del próximo congreso obrero, que los trabajadores deben “acompañar a
la Revolución”. Siempre creí que son sus protagonistas, no sus
acompañantes.
Cuando triunfaron las revoluciones rusa y
china se empezó a hablar de los compañeros de viaje que
podrían tener los obreros y campesinos en la construcción socialista. Se hacía
referencia a los miembros de la burguesía y capas medias que existirían y
laborarían en el socialismo hasta que, gradualmente, se extinguieran como
clases en el tránsito futuro al comunismo. Tanto el Lenin de la NEP como el Mao
del Camino de Yenán compartieron este criterio.
El establecimiento de la hegemonía
burocrática en los estados de vocación socialista incluye siempre la recreación
de símbolos ya establecidos. En Cuba no hay ninguno de mayor significación
histórica que el de la revolución. Los mártires anteriores al 68,
los mambises, laborantes y víctimas de las guerras de independencia, todos son
hijos de ella y sacrificaron sus vidas para hacerla realidad.
Durante el período republicano los políticos
no cesaron de clamar por sus méritos revolucionarios en la lucha por la
independencia y luego contra el tirano Machado. Desde la derecha hasta la
izquierda, todos veneraban la revolución a su manera. Batista y los presidentes
auténticos se consideraban a sí mismos héroes y continuadores de la Revolución
del 30.
Esta elevada representación social se
multiplicó con el triunfo de la Revolución
En el 59 se unieron, como nunca antes, los
componentes nacional-liberador y de justicia social. Con el tiempo, la
revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes comenzó
a ser secuestrada por una burocracia cada vez más empoderada, que se apropió
del término Revolución como hiciera Stalin con el de marxismo-leninismo.
De esa forma, el monopolio del poder por los
burócratas se identifica demagógicamente con los objetivos históricos del
pueblo, la nación y hasta de la revolución mundial. A partir de entonces, en
boca de la burocracia, la revolución sería un fetiche que se trocaría en su
contrario mediante el concepto de Revolución en el Poder.
En consecuencia, la revolución no vendría
desde abajo sino “desde arriba”, y las masas no la protagonizarían, sino que
“se sumarían a ella”, “se incorporarían”, “participarían”, “serían convocadas”,
o, como se dice ahora, la “acompañarían”.
Este nuevo modelo de revolución burocrática
exige a los trabajadores ser “fieles”, “leales” y “estar dispuestos a
cualquier sacrificio”.
La cuestión es: ¿a quién deben ser fieles y
“acompañar” los trabajadores sin chistar?, ¿a la revolución popular liberadora,
o al status quo establecido por los burócratas a su imagen y
conveniencia?
Las revoluciones son siempre obra de las
grandes masas. Es redundante decir que los trabajadores deben acompañar su
propia obra.
Por lo que vale la pena luchar es por abrir
cauces a su participación plena y libre y su posibilidad real de control social
sobre el poder. Que los obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales, TCP y
todos los sectores humildes se sientan participantes activos de la revolución;
no observadores de un espectáculo donde miran, aplauden y retornan a sus casas
a comentar con la familia sus criterios, anhelos y preocupaciones tras la
puesta en escena.
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