DEUDA
ASFIXIANTE
(Por Magdalena Rua, en el https://www.elcohetealaluna.com/)
Otto Dix, grabados de la Primera Guerra Mundial
La problemática actual del endeudamiento no
puede analizarse acabadamente sin considerar los factores estructurales y las
características propias del último ciclo de toma de deuda llevado a cabo por
Cambiemos. Hace falta resaltar que el proceso de endeudamiento de los últimos
cuatro años se efectuó bajo las peores condiciones posibles. El cuantioso
volumen de la deuda pública, en un breve lapso, la denominación en moneda
extranjera de su mayor parte y los enormes vencimientos que deben afrontarse en
el corto plazo, son elementos clave que conforman el actual escenario de
insostenibilidad.
Peor aún, a dicho accionar irresponsable se
sumó el destino completamente improductivo de los fondos, que fueron dirigidos
fundamentalmente a sostener la fuga de capitales y no a infraestructura o
desarrollo. En este punto también le cabe responsabilidad al Fondo Monetario
Internacional, ya que hubo un claro incumplimiento del Convenio Constitutivo de
este organismo, que dispone la imposibilidad de utilizar los fondos prestados
para financiar la salida periódica de divisas: “Ningún país miembro podrá
utilizar los recursos generales del Fondo para hacer frente a una salida
considerable o continua de capital”. En este caso, los desembolsos del préstamo
(44.500 millones de dólares) fueron utilizados para financiar la fuga de
divisas de residentes y el desarme de carteras de no residentes (que entre
julio de 2018 —después del primer desembolso del FMI— y noviembre de 2019
sumaron en conjunto 55.200 millones de dólares), lo cual era previsible en un
contexto que ya se había tornado crítico, con escasez de divisas y crisis
cambiaria.
Según los datos de la Secretaría de Finanzas,
la deuda pública de la Administración Central pasó de representar el 52,6% del
PIB en 2015 al 91,6% del PIB en el tercer trimestre de 2019, lo que indica un
crecimiento del 74%. La deuda pública en moneda extranjera pasó de representar
el 36,4% del PIB en 2015 al 73,6% del PIB en septiembre de 2019, lo que
equivale a un crecimiento del 102%. Al tercer trimestre de 2019, la deuda
pública en moneda extranjera representaba el 80,3% sobre el total de la deuda
pública nacional.
En este contexto, el endeudamiento fue una de
las variables centrales que sostuvo el modelo de valorización financiera puesto
en marcha desde diciembre de 2015. Cumplió dos claros objetivos en favor del
proyecto político de Cambiemos y de los intereses de los grupos económicos
locales y del capital financiero internacional. Por un lado, disponer de la
moneda extranjera necesaria para sostener la indiscriminada fuga de capitales
que hacía posible el circuito de acumulación financiera de corto plazo, la
llamada “bicicleta financiera” facilitada por las altas tasas de interés y el
libre cambio. Por otro, asfixiar al Estado argentino para condicionar el margen
de maniobra del futuro gobierno y restringir la capacidad de desplegar una
política económica que se diferencie de las recomendaciones del centro.
Durante los cuatro años de Cambiemos, el
fenomenal endeudamiento del sector público en moneda extranjera, de
aproximadamente 100.000 millones de dólares [1],se destinó a proveer la divisa necesaria
para financiar la fuga de capitales de residentes, los intereses de la deuda y
la remisión de utilidades y dividendos, entre otros rubros deficitarios del
Balance Cambiario. El déficit por la formación de activos externos de
residentes fue de 88.223 millones de dólares (la fuga de capitales, es decir,
estrictamente las salidas del circuito financiero formal fueron de 79.480
millones), los pagos de intereses de deuda resultaron en 40.711 millones de
dólares, y la remisión de utilidades y dividendos, de 7.415 millones de
dólares, desde diciembre de 2015 hasta diciembre de 2019, según los datos del
Balance Cambiario del BCRA.
Sin duda esto no sucede de manera aislada en
la Argentina. El proceso de financierización global ha profundizado la
condición de dependencia de las economías periféricas en el sistema económico
mundial. La nueva forma que adopta la dependencia externa en América Latina es
de carácter financiero. Como sabemos, para los países periféricos no es posible
endeudarse en los mercados internacionales en su propia moneda, por lo cual la
escasez de divisas resulta una problemática recurrente para sus economías. Por
ello, los superávits comerciales son considerados como una fuente genuina y
sustentable de financiamiento, mientras que el endeudamiento externo solo
prolonga artificialmente el período de crecimiento si no es utilizado para
financiar el proceso de desarrollo. Esto último fue lo que sucedió durante el
gobierno de Mauricio Macri, cuando los fondos se despilfarraron para financiar
la fuga de capitales, comprometiendo ingresos futuros a cambio de privilegios
para los sectores concentrados.
Si se observa la evolución del endeudamiento
externo de América Latina, se advierte que este fenómeno reproduce aún más las
relaciones de dependencia de la región. América Latina, según datos de la base
de datos de CEPAL[2], ha pasado de un stock de deuda externa
total de 220.000 millones de dólares en 1980 a alrededor de 2,07 billones de
dólares en 2018, lo que representa un verdadero obstáculo para el desarrollo de
estas economías. Si consideramos el producto bruto interno que genera la región
latinoamericana, el stock de la deuda externa total prácticamente se mantuvo en
los mismos niveles desde 1990 hasta la actualidad, representando 37,5 puntos
del PIB en 1990 y 37 puntos en 2018. Esto demuestra que América Latina no ha
podido reducir su nivel de endeudamiento externo en las últimas décadas, lo que
denota el rasgo estructural de este fenómeno.
La deuda externa condiciona la independencia
política y económica de estos países, además de obstaculizar el desarrollo de
sus economías. La restricción de la balanza de pagos se ve agudizada por los
problemas en el sector externo asociados a su dependencia financiera. El
sobreendeudamiento de sus economías presiona con importantes salidas de moneda
extranjera por pagos de intereses y de capital, sumado al déficit de divisas
que provoca la fuga de capitales de residentes.
En este escenario, la deuda externa y la fuga
de capitales presentan una relación estrecha. En la Argentina, ambas variables
manifiestan un vínculo simbiótico en el marco de regímenes de acumulación
basados en la valorización financiera, aunque no ocurre lo propio cuando la
economía pivotea en torno a la economía real como eje ordenador de los procesos
económicos. En el marco de la valorización financiera (sea del período
1976-2001 o del que puso en marcha el gobierno de Cambiemos), se ha recurrido
sucesivamente a instrumentos de deuda y a préstamos del exterior para financiar
la salida de divisas. En este sentido, se advierte una fuerte conexión y
retroalimentación entre ambas variables. La fuga de capitales impulsa al
endeudamiento, puesto que precisa de los recursos que la financien, a la vez
que el acceso al endeudamiento externo es posible en el marco de una política
de desregulación financiera y cambiaria que, al mismo tiempo, facilita la
posterior fuga de los recursos al exterior.
Desde 1970 es posible distinguir diferentes
ciclos de entradas de flujos financieros desde los países desarrollados hacia
los países de América Latina que proveyeron abundantes recursos durante su auge
pero que, al retirarse de sus economías, generaron graves crisis y onerosas
deudas.[3] En términos generales, desde 2007, a
partir de la política de expansión cuantitativa aplicada por los países
centrales, hubo un mayor ingreso de flujos financieros especulativos en América
Latina, lo cual tuvo su expresión en la Argentina a partir de la asunción del
gobierno de Cambiemos en diciembre de 2015, que propició el retorno del régimen
de valorización financiera.
Así, es posible advertir que los problemas
del sector externo están asociados a la vulnerabilidad de estos países frente a
los ciclos de abundancia y escasez de liquidez internacional, lo cual se
relaciona con el grado de apertura financiera y la capacidad de regulación de
los flujos de capitales. Las crisis de la deuda denotan los altos niveles de
dependencia financiera de los países periféricos. En este sentido, resulta
imprescindible avanzar en normativas nacionales que establezcan límites al
nivel de endeudamiento externo y en la creación de un marco regulatorio
internacional que apoye una gestión sostenible de la deuda de estos países, así
como esquemas de reestructuración como herramientas de prevención y solución de
las crisis.
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