EL
CAPITAL EN SU LABERINTO
(Por: Ariel
Terrero, en CUBADEBATE)
Todo era previsible con la Covid-19. Ocurrió
como en cualquiera de las grandes pestes que asolaron a la humanidad, muchas de
oriente a occidente también. Entre tantas cosas –cuarentenas, muertes,
consternación-, hasta la incertidumbre era predecible, por más que parezca un
contrasentido. Es difícil saber hacia dónde vamos. La crisis de sistemas
sanitarios alimenta dudas sobre la hora final y el alcance real de la pandemia.
Los estragos en la economía, evidentes pero con curso indeterminado, agravan la
ansiedad.
El destino de cada
nación está sujeto como nunca al rumbo sanitario y económico global. Y las
previsiones de la economía mundial inquietan tanto como la caldera social de
calles y aeropuertos vacíos, millones de desempleados y el apiñamiento
humano ante tiendas, hospitales y cementerios.
Los gobiernos de no pocos países intentan
reiniciar actividades económicas sin haber acorralado aún a este coronavirus.
En gesto de desesperación, le han dado un giro a las políticas de confinamiento
social. Se debaten entre pérdidas de vidas y pérdidas económicas. Y corren el
riesgo de precipitarse en ambos sentidos. Un repunte de la epidemia sería
costoso en términos financieros también.
Nada nuevo. El azote económico es una carta
habitual de las plagas. El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé en
2020 contracciones récords del PIB en las economías líderes: zona euro
(-7,5 por ciento), Estados Unidos (-5,9 por ciento) y Japón (-5,2 por ciento).
Cinco de las principales economías europeas (Alemania, Reino Unido, Francia,
Italia y España) caerían entre un 6 y un 9 por ciento. El PIB de China apenas
crecería un 1,2 por ciento. Con tal lastre, la economía global perdería un 3
por ciento.
Otros expertos pronostican desplomes mayores
por la contracción simultánea de producción y consumo, de oferta y demanda. El
economista Paul Krugman calcula que en EEUU “el PIB puede llegar a
caer, aunque de forma temporal, entre un 20 y un 30 por ciento”. Este estudioso
de recesiones de la historia, Premio Nobel de Economía, cavila que
“posiblemente esta crisis será entre tres y cinco veces peor que la crisis
financiera de 2008” . La mayoría de los expertos equipara la actual contracción
con la Gran Depresión de los años 30.
Y eran previsibles las respuestas. Las
grandes economías capitalistas volvieron a una fórmula aplicada en EEUU y la
zona euro durante la crisis que comenzó en 2008: imprimir billetes sin
miramientos. Ante las primeras señales de recesión con signos de Covid-19, los
bancos centrales de las principales economías abrieron las compuertas de
dólares, euros, yenes y libras esterlinas.
Mediante las llamadas inyecciones masivas de
liquidez, la Reserva Federal planea agregar 2,3 billones de dólares a la
economía estadounidense. El Banco Central Europeo (BCE), tradicionalmente mucho
más cauteloso, no demoró esta vez para aprobar la inyección de 1,1 billones de
euros. Esos montos equivalen a alrededor del 10 por ciento del PIB de EEUU y de
la eurozona, respectivamente.
De manera casi simultánea, las autoridades monetarias de otros países, incluidas las economías con divisas de referencia -Reino Unido, Canadá, Japón y Suiza-, aplicaron una pauta similar.
De manera casi simultánea, las autoridades monetarias de otros países, incluidas las economías con divisas de referencia -Reino Unido, Canadá, Japón y Suiza-, aplicaron una pauta similar.
Los bancos centrales no encuentran otra
salida ante la contracción generalizada de ventas e ingresos, la ruptura de
cadenas globales de valor y la paralización casi total de grandes empresas,
como las aerolíneas. Se persignan por el peligro inflacionario latente en el
aumento desproporcionado de la masa monetaria, pero confían porque después del
2008 la inflación nunca estalló, ni siquiera amenazó a pesar de que la
Reserva Federal inyectó 3,8 billones de dólares entre ese año y 2014
mediante la denominada “flexibilización cuantitativa”. En la rancia Europa los
indicadores de inflación se mantuvieron más bien deprimidos a pesar de aplicar
igual recurso monetario. Es previsible que en esta oportunidad se arriesguen a
inyectar montos de dinero mayores en sus economías.
Con esa droga monetaria, los impresores de
dinero prometen socorrer a empresas, gobiernos y consumidores. Pero si la
partitura es la misma que interpretaron después de 2008, los verdaderos
beneficiados serán los grandes bancos y empresas que integran el gran capital,
mientras el resto de la sociedad permanece narcotizado.
Neoliberales en confinamiento temporal
La mayoría de los gobiernos han adoptado
planes para socorrer a empresas, autoridades territoriales, hospitales,
desempleados y familias. Unos les llaman eufemísticamente programas de estímulo
económico, pero en casi todos los casos se trata de planes de emergencia o
sobrevivencia. El límite de los montos depende del nivel de endeudamiento que
tenían cuando el Sars-Cov-2 entró en escena, pero las economías dominantes en
la red financiera global no conocen de frenos.
En EEUU este programa fiscal llegó a
casi 3 billones de dólares en abril, cuatro veces el paquete aprobado tras la
recesión de 2008. Los gobiernos europeos también han movilizado volúmenes
inéditos de dinero en planes de emergencia. Pero los expertos prevén que la
crisis económica y sanitaria se tragaría el socorro fiscal en pocos meses. El
protagonismo mayor quedará entonces para los bancos centrales y sus políticas
monetarias ultraexpansivas, como después de 2008. O para programas de gasto
fiscal más agresivos, acorde con el manual que popularizó John M. Keynes en la
Gran Depresión de los años 30.
Después de ser desplazados por la tendencia
neoliberal durante casi medio siglo, los economistas de la escuela keynesiana
han encontrado una oportunidad de oro con la crisis de la Covid-19 .
Krugman, uno de los más conocidos, aboga incluso por duplicar el monto previsto
en el programa de emergencia fiscal de EEUU frente a la pandemia. Piden
compensar la caída del gasto privado con un aumento del gasto gubernamental, dirigido
a inversiones en infraestructura, proyectos de investigación y desarrollo (I+D)
y programas de asistencia social. Es el recurso para levantar economía y empleo
en medio de la crisis.
Krugman admite, sin embargo, que se
convertiría en una “gran bomba de tiempo fiscal”, al gravitar sobre una
economía con alto endeudamiento y un peligroso déficit presupuestario ya. La
deuda pública de EEUU trepó a poco más del 100 por ciento del PIB en 2019 y
puede llegar al 131 por ciento este año, según el FMI.
A pesar de que esta fórmula traslada las
amenazas para el futuro, los economistas de casi todas las escuelas postulan la
intervención protagónica del Estado ante la actual crisis. El francés
Pierre-Olivier Gourinchas habla de medidas o “candados de seguridad”
disponibles por los gobiernos para aplanar la curva de la pandemia primero,
limitar los daños económicos y levantar luego la economía de manera gradual.
Este estudioso delinea una inteligente relación entre solución de la pandemia y
recuperación económica, en que el apuntalamiento del sistema de salud, la
protección de los desempleados y el sostén de la actividad crediticia serían
prioridades para el fisco.
El británico Michael Roberts acepta esa idea,
aunque advierte que fuera de las economías del G-7 quedan pocas posibilidades
de maniobra a países con elevado endeudamiento y alto déficit fiscal. Como buen
marxista, Roberts tuerce el timón más a fondo que los keynesianos: “Esta
depresión solo puede revertirse con medidas similares a las de la guerra,
a saber, la inversión masiva del gobierno, la propiedad pública de los sectores
estratégicos y la dirección estatal de los sectores productivos de la
economía”.
Hasta los neoliberales aprueban esta vez la
intervención de los gobiernos para apagar un incendio sanitario, económico y
social ante el cual el mercado se mostró incompetente.
¿Una derrota del pensamiento neoliberal?
Sería ingenuo creerlo. Si hablamos en términos militares, se trata apenas de un
repliegue táctico, similar al adoptado en 2008. Aquella vez, ante la
incapacidad del mercado para enfrentar los riesgos que amenazaban con congelar
a la economía mundial, el recurso fue “obligar a los Estados a
asumirlos”, razonó el filósofo John Gray.
Asustados por la quiebra de uno de los
bancos aparentemente imbatibles de la época, el Lehman Brothers, las economías
neoliberales tocaron a la puerta de los estados, y postularon las peligrosas
inyecciones de liquidez con el fin explícito de salvar de la ruina a otros
bancos y empresas de gran porte.
El beneficio mayor de los billones de dólares
y euros que la Reserva Federal y el BCE inyectaron a partir del 2008 quedó en
las cajas fuertes de Goldman Sachs, Bank of America, Citigroup y otros grandes
bancos y empresas financieras. A las inversiones productivas, a la economía
real, llegó muy poco. Tras provocar la crisis financiera con el festín de las
hipotecas subprime o hipotecas basura, el gran capital global tomó los
préstamos casi regalados de los bancos centrales para limpiar sus balances
contables y hacer nuevos negocios, pero sin salir de su paraíso bursátil.
La recompra de acciones y el juego sucio de
los llamados derivados financieros se generalizó en las bolsas de valores
después de 2008, como un hueco negro que absorbía el dinero que imprimían los
bancos centrales. Las grandes empresas financieras y no financieras emiten
nuevas acciones para recomprarlas y elevar artificialmente su valor, fieles a
la sacrosanta lógica capitalista: ganar más, con el menor gasto posible, en el
menor tiempo posible. En mercados cada vez más desregulados por la pauta neoliberal,
la especulación financiera resulta más tentadora que las inversiones a mediano
y largo plazo en producciones o en el desarrollo de tecnologías.
Empresas
mundialmente conocidas por su liderazgo tecnológico amasan sus ganancias más
jugosas a cuenta de la llamada financiarización: recompra de acciones, de
títulos de deuda y derivados financieros. Alphabet (dueña de Google), Facebook,
Amazon, Hewlett Packard, IBM, Motorola, Xenox y Symantec (NortonLifeLock ahora)
invierten más en la especulación financiera que en el desarrollo tecnológico.
Microsoft se enganchó en 2019 con una recompra de acciones por valor de 40.000
millones de dólares. Entre dos tercios y tres cuartas partes de los activos de
Apple, Oracle y Ebay son créditos a otras empresas: piden préstamos a la gran
banca para ofrecer a su vez préstamos con tasas de interés más altas a otras
compañías de mayor riesgo. General Electric, General Motors, Ford y Pfizer
también se sumergen en laberintos financieros cada vez más retorcidos, para
mantener las ganancias que se les escapan en los mercados de la economía real.
“En el mundo imaginario del sistema
capitalista enseñado en los manuales de economía –concluía Eric Toussaint ante
tales evidencias-, las empresas emiten acciones en Bolsa para recaudar capital
a fin de invertirlo en la producción. En el mundo real, las empresas
capitalistas piden prestado capital en los mercados financieros o a los bancos
centrales para recomprar sus acciones en Bolsa a fin de aumentar la riqueza de
sus accionistas y dar la impresión de que la salud de la empresa es excelente”.
El analista Brian Reynolds estima que desde
2009 la recompra de acciones ha sido la "única fuente neta de dinero que
entra en el mercado de valores". Otro economista estadounidense, William
Lazonick, calcula que estas recompras equivalen al 52 por ciento de todas las
ganancias corporativas, con dividendos en acciones que representaron otros 3,3
billones de dólares en 2016 y 2017, monto muy cercano, por cierto, a los 3,8
billones que la Reserva Federal inyectó entre 2008 y 2014 en samaritano socorro
de Wall Street.
¿Renunciarán estas empresas a ese pastel
ahora? ¿Quién garantiza que no se repita la historia cuando se diluyan los
nubarrones de la Covid-19? ¿O se estará repitiendo ya, en plena tormenta,
mientras la población global delira tras una vacuna que ponga fin a la
catástrofe sanitaria?
Bomba de tiempo: la deuda global
El juego sórdido de las bolsas tiene el atractivo del bajo riesgo para los mayores especuladores. Cuando los enredos de un gran banco o empresa no financiera se van de rosca y llegan a un punto de quiebra y crisis como la de 2008, cuentan con la protección de un banco central dispuesto a inyectar, prestar, imprimir, inventar dinero, bajo el criterio de que la quiebra de un gigante pondría en riesgo al resto de la economía. “Too big to fail” (demasiado grande para dejarlo fracasar) es la filosofía pública de la Reserva Federal y del BCE.
La especulación, por tanto, no tiene frenos
ni miedos. Las respuestas de las autoridades monetarias tampoco. En forma de
títulos de deuda soberana y otros activos, los mayores bancos centrales del
mundo imprimen dinero con fervor que deja como niños de teta a los asaltantes
de la popular serie española Casa de Papel.
Entre 2008 y 2014, la Reserva Federal
triplicó la base monetaria en EEUU y llevó las tasas de interés casi a
cero. Pero el efecto sobre la economía real fue pobre. En la zona euro y en
EEUU, las políticas monetarias cayeron en esos años en un saco roto que Keynes
definió como trampa de liquidez en la década del 30: ni las inyecciones masivas
de dinero ni las tasas de interés reducidas a mínimos consiguieron reanimar la
actividad crediticia ni la economía empresarial. Los analistas más agudos
observan que el alza de las bolsas en esos años tuvo expresión mínima en la
industria y el comercio de EEUU y la eurozona. China también dio señales de
desaceleración.
Ante evidentes síntomas de agotamiento de la
economía –visibles antes de la pandemia-, la Reserva Federal tuvo que acudir a
fines del 2019 a otra inyección de liquidez, justo cuando se suponía que
debía maniobrar para retirar del mercado las anteriores. Ni los bancos
prestaban, ni las empresas invertían. Optaban por conservar el dinero líquido
en cuentas de ahorro o en negocios bursátiles sin impacto en la economía real.
Los bancos centrales de otros países acudieron a igual salvavidas monetario.
Las mayores economías no han logrado salir de
esa trampa de liquidez por más que inyectaban billones y más billones. El BCE
ha recortado actualmente las tasas de interés por debajo de cero, para
presionar a los bancos comerciales a que no escondan en sus cuentas o negocios
los recursos financieros que reciben.
Pero con la severa contracción global de
oferta y demanda que generó la Covid-19 es poco probable que las empresas se
arriesguen en inversiones en la economía real. El sentimiento empresarial
dominante en una coyuntura de crisis alienta a reducir gastos, suspender
inversiones, reducir créditos. Los billones de dólares y euros que se están
sumando a una circulación monetaria que ya estaba desbordada en 2019 corren el
riesgo de permanecer en un limbo bancario, si no se los traga la especulación
bursátil de nuevo y en particular la recompra de acciones, como advertía en
abril una investigación publicada por el Wall Street Journal.
La economía se contrae en el mundo, el dinero
se desborda sin límites y la deuda global crece a escalas incontroladas.
El Instituto de Finanzas Internacionales
(IIF, por sus siglas en inglés) alertó en un reciente informe que la deuda
global había escalado en 2019 hasta 255 billones de dólares, equivalente
al 322 por ciento del PIB del planeta, o sea, más de tres veces la dimensión de
la economía mundial. Y teme que ascienda a 342 por ciento en 2020 en un
contexto de recesión en que la mayoría de las economías no encuentran otra
alternativa que no implique mayor endeudamiento. En abril, la emisión de deuda
trepó a 2,1 billones de dólares, frente a una media mensual de 700.000 millones
entre 2017 y 2019, según el IIF.
Para mayor conflicto, las tasas de interés
ancladas en cero en las mayores economías favorecen que las grandes empresas
financieras y no financieras se refugien en el negocio de vender y revender
deuda.
Toussaint, opuesto a echar las culpas de la
actual crisis económica a la pandemia, advirtió el año pasado sobre el
peligro de estallido de la burbuja especulativa que se ha formado en el
mercado de valores por las políticas de los bancos centrales. “La deuda pública
contraída para rescatar a los bancos es claramente ilegítima”, concluyó.
El bombillo rojo lo perciben no solo los
analistas de izquierda. El Banco de Pagos Internacional (BPI), con sede en
Basilea, Suiza, advirtió a mediados de 2019 el peligro de una nueva crisis
financiera , esta vez a cuenta de la abultada deuda corporativa. Esta suerte
de comisario de los bancos centrales del mundo alertó por el sobrecalentamiento
visible en el mercado de préstamos “apalancados”, como le llaman a los
préstamos a empresas endeudadas en exceso. Sectores económicos completos, como
la industria del petróleo y el gas y el comercio minorista en EEUU, están
totalmente amarrados a este respirador artificial, estimado en 3,5 billones de
dólares.
La filosofía capitalista dominante ya
resolvió el problema: ha optado por dejar a las generaciones políticas del futuro
la solución del peligroso enredo financiero.
Si la historia se repite, la gran banca mundial y las mayores empresas volverán a hacer su agosto bursátil con el mar de dinero barato que les proporcionan los bancos centrales. Las bolsas resistirán como refugio perfecto, en momentos en que el colapso global de la producción y del comercio arrastra a las economías de menor porte –países y empresas que no saben contar todavía en escala de billones.
Si la historia se repite, la gran banca mundial y las mayores empresas volverán a hacer su agosto bursátil con el mar de dinero barato que les proporcionan los bancos centrales. Las bolsas resistirán como refugio perfecto, en momentos en que el colapso global de la producción y del comercio arrastra a las economías de menor porte –países y empresas que no saben contar todavía en escala de billones.
Con sibilina
habilidad para flotar y ganar siempre, el gran capital financiero quedó como
principal beneficiado en la crisis financiera que provocó en 2008. Y apunta a
serlo de nuevo, en este desastre de salud y de economía causado, más que por un
coronavirus, por la destrucción previa de sistemas sanitarios a cuenta de la
doctrina neoliberal que tiene al gran capital como defensor mayor. Todo es
previsible con la Covid-19.
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