Martí y
la alteridad. Del diálogo a la unión del alma americana que garantiza el
equilibrio del mundo.
(Por
Patricia Pérez Pérez, en el blog de Iroel Sanchez “La Pupila Insomne”)
Toda la obra y la acción martianas emanan de una constante preocupación y
sacrificio por los seres humanos, por todo aquel que siendo similar o diferente
de su propio Yo, en ningún modo “le es ajeno”1. Ese “humanismo del otro” (Levinas)2, valor social supremo e incluyente
de cuanto aqueja y lastima el alma y el cuerpo del hombre, misterio de la
creación que en él fue “pasión devoradora” (Vitier & Marruz: 115)3, va madurando desde su infancia y
adolescencia cubanas y se enriquece posteriormente desde experiencias y
espacios vitales, culturales y sociales diversos, hasta encumbrarse, en tanto
construcción poética y paradigma ético y político de la fraternidad entre los
hombres – que nos abraza cual padre a sus hijos – en lazo universal que perdura
más allá de su muerte.
La multiplicidad de esos otros que como ríos atraviesan su
pensamiento humanista, siempre “presidido por el ideal del equilibrio” (Vitier
& Marruz: 134) le incumbe desde el primero al último: el otro
cubano, latinoamericano, negro, blanco o mestizo, hombre, mujer o
niño del universo que para Martí fue patria. Para ellos, más que
para sí mismo, escribió, padeció, conoció la soledad de la prisión y del
exilio, rindió culto a su igualdad, dignidad y libertad plenas y
consagró su vida a amarlos al precio de la suya. Por todo lo anterior se
le considera hoy como la figura que mejor integra la poesía y el humanismo en
América, y el más universal de los pensadores de nuestro continente.
Mas ese amor profundo por la alteridad no fue sin condiciones. Si bien significaba el reconocimiento de ese otro-humano, de ese
“alguien separado pero estructurado físicamente en formas que compartimos”
(Butler: 190)4, con similitud de necesidades y vicisitudes, el humanismo martiano no
acepta la idea de subyugación a una alteridad alienante, aquella que afianza su
razón de ser en el sojuzgamiento y la cosificación de sus semejantes. Ante esa relación no simétrica con
el otro-alienante, que a escala personal y nacional
representaba el poder español, toma pronto «consciencia de su diferencia» sobre la cual se desarrollaron su pensamiento y su
praxis, siempre en continuo diálogo con la otredad, esa suerte de región que
hay que alcanzar y conocer del lado opuesto del límite impuesto (social,
económico, cultural y geográfico) para salvar la propia, al precio de una
transgresión. Y es precisamente en ese espacio intermediario del debate
entre identidad y alteridad (o entre mismidad
y otredad), el de la Libertad, que se construye su ideario, se definen su acción y
su compromiso ético, en una búsqueda permanente del equilibrio entre las
partes, entre todos los hombres de Cuba, de América o del resto de las naciones
del mundo.
I- DEL DIALOGO INTERCULTURAL
Nacido en Cuba de padre valenciano y madre canaria pobres (a diferencia
de otros Padres de la independencia de Cuba), José Martí fue un criollo cuya
infancia y adolescencia evolucionaron en un espacio histórico-social complejo,
con tendencias políticas divergentes que convivían en el seno de una sociedad
caracterizada por la multiplicidad de orígenes culturales, en el contexto
esclavista de mediados del XIX. Fue el heredero pródigo de maestros y
fundadores de un alma, una ética y pensamiento ya propios (José Antonio Saco,
José de la Luz y Caballero, Félix Varela, José María Heredia…), nacidos del
dédalo significativo de una historia común a Europa y América, en un país con
rasgos peculiares, resultado del persistente y vertical sistema de poder
colonial que se prolongó en Cuba hasta 1898.
Desde su temprana edad Martí adquirió conocimientos que le dieron esa
visión de águila que planea sobre la otredad y se nutre de su cultura para
apreciar mejor lo que le es propio. Durante sus primeros estudios adquirió buen
dominio del latín y se inició en la lengua griega, además de aprender lenguas
modernas como el francés y el inglés, la historia y geografía del mundo y
cubana en particular, bebiendo en las fuentes históricas y literarias de la
Antigüedad, y en las de Francia y de Estados Unidos, saberes a los cuales se
suman su contacto con la música clásica europea, en un medio escolar donde
además debutó en las armas de la oratoria y la poesía5. De la mano de profesores que fueron grandes pedagogos, literatos,
liberales y humanistas cubanos como Rafael María de Mendive, José Martí no solo
entró en contacto con las ideas independentistas que abrazara su maestro, sino
que logró trascender las fronteras de lo nacional con sus lecturas de los
clásicos españoles o de otros países y sus tempranas traducciones de Shakespeare
o de Lord Byron. El cubano ensanchó su paleta cultural libando en el vasto
conocimiento del mundo europeo o norteamericano que poseía su mentor,
enseñanzas que luego alimentó en sus múltiples desplazamientos de exiliado por
Europa, América o los Estados Unidos, sobrepasando así la envergadura de estos
países hasta alcanzar una
dimensión cada vez más universal, por la agudeza de su sentido de justicia, su
cabal comprensión del género humano y su discernimiento en materia de economía
y de relaciones políticas entre las naciones.
La decadente monarquía española, ese otro a la vez constitutivo
y alienante, interactuó durante siglos desde posiciones de opresión y
avasallamiento sistemático de las libertades en Cuba, utilizando sus sólidas
estrategias de dominación. Su marca fue siempre el desdeño, la imposición de
sus voluntades al otro, el irrespeto por la vida humana y su falta de diálogo
en igualdad de condiciones, incuestionables garantes del mantenimiento de la
paz y de la democracia. La ruptura con la alteridad y la preeminencia de la
fuerza como única razón de estado, avalada por una retórica pseudocientífica y
de autodesignación en tanto referente universal, llevaron muy pronto al joven
Martí a la defensa férrea del otro alienado, cuyos derechos
reivindicó desde muy joven con el fuete de sus palabras o con su acción
radical. Su verbo devino peligrosa arma desestabilizadora de las estructuras
del poder colonial español, como más tarde lo fuera y lo es aun hoy contra el
poder hegemónico de los Estados Unidos. Esa otredad humillante fue detonadora
de una toma de conciencia y marcó el inicio de una rebeldía que lo condujeron
poco a poco a la expresión de su antiesclavismo, al desenmascaramiento de las
falacias de quienes sostenían tesis ignobles para justificar el racismo6 y a un americanismo y antimperialismo que no culminarán sino con
su muerte en suelo cubano en 1895.
Por la patria y contra la esclavitud. La defensa del otro.
El conocer de cerca los horrores de la esclavitud más larga del continente,
consecuencia directa del poder colonial en Cuba, convirtió a Martí en el
principal defensor de la causa de la libertad de los negros. En 1862,
horrorizado ante el cadáver de un esclavo ahorcado, juró “lavar con su vida el
crimen”7, y, hasta su muerte, combatió el
criminal sistema y las injusticias de las cuales eran víctimas estas
poblaciones de origen africano, tanto en Cuba como más tarde en los Estados
Unidos. De ahí que la libertad de esos hombres, por la cual se
alzaron los cubanos venerables de la Revolución de 1868, se vincule
estrechamente con la de la patria que Martí añoraba ver emancipada del poder
español desde su primer texto público : el soneto « ¡10 de
octubre! » 8. Con ese poema, que sale a la luz
en el periódico manuscrito El Siboney, se inicia un ciclo que no se sellará hasta su muerte, y si juzgamos por su validez,
que se mantiene después de ella por la perdurabilidad del ideal de
independencia de la nación cubana y por su intransigencia frente a todo tipo de
injerencia extranjera en la defensa de sus inalienables derechos. En ese primer alegato poético y político martiano de la patria, por la
cual contienden en los campos cubanos negros, mulatos y blancos, criollos ricos
y pobres, la independencia aparece como una fuerza mítica que se desplaza por
el espacio nacional, creciendo entre llano y sierra y de Oriente a centro,
hasta alzarse como hermosa figura femenina (« rompe Cuba el dogal que la
oprimía/ y altiva y libre yergue su cabeza »), referente que reaparecerá
años después en su defensa del continente americano frente al caudillismo o
ante la política cada vez más agresiva del gobierno estadounidense.
Si su vocación literaria y política luego bifurcan sin nunca separarse
del todo, su soneto « ¡10 de octubre ! », escrito con apenas
dieciséis años, nos anuncia ya tres ejes esenciales (temporal, espacial y
estético) y en constante línea ascedente en la escritura ética del joven que
sufre por Cuba desde « su primera palabra » y luego por América y la
humanidad hasta las últimas (cf. Carta inconclusa a Manuel Mercado),
siendo ambas el zócalo de una fraternidad fundadora y de un paradigma de
emancipación que, si bien son herederos directos de otros grandes hombres del
continente, se fue amoldando de forma gradual en la fragua de sus viajes, en
sus múltiples estancias en el seno de otras sociedades humanas y en el
entendimiento visionario del pensamiento filosófico, político y económico de su
época.
“Yo vengo de todas partes”. El otro en la afirmación de
nuestra identidad.
A pesar de haber criticado en algunos patricios su profunda «hésitation»
entre «Yara o Madrid »9, y de haber sufrido el « dolor infinito », desgarrador que
nos dibuja en los lienzos goyescos de El presidio político en Cuba (Madrid,
1871), la lucha por la patria que propugnaba Martí estuvo siempre despojada de
rencores u odio al español (« Ni os odiaré, ni os maldeciré »10). Su postura más bien nació de un sentimiento de comprensión y hasta de
piedad por el opresor, en medio de una constante e inevitable unidad y lucha de
contrarios que Martí sobrepasó, afirmando un amor a la patria nacido de por sí,
y no como un afecto que se afirmó en la lucha contra la cultura del otro.
Pelear contra la metrópoli absolutista no significaba una guerra contra la
colectividad española11, de la cual sus padres también eran parte, ni contra su legado
cultural. Su lucha fue siempre en oposición al mal dominio, contra la
colonialidad ejercida sobre el pensamiento y el cuerpo de los cubanos, nunca
contra los hombres.
Desde muy joven Martí se propuso sostener el diálogo entre culturas no
estudiando a los pueblos “por la cáscara” ni como simple admirador de “sus
actos deslumbrantes ni estruendosos” (Vitier & Marruz: 255), sino yendo al
corazón de ellos. Quien años más tarde expresara “Para conocer a un pueblo se
le ha de estudiar en todos sus aspectos y expresiones: ¡en sus elementos, en
sus tendencias, en sus apóstoles, en sus poetas y en sus bandidos”!12, al llegar a España en su primer
viaje en condición de proscrito, la observa y analiza como pensador, más que
como joven fascinado ante los refinamientos de la metrópoli. Si sus
aprendizajes en el contexto de la patria ya habían participado en su comprensión
del universo cultural europeo, como ventana salvadora en el ambiente cerrado y
angustioso de la colonia, los tres años que duró la experiencia española,
aunque difíciles, fueron decisivos para la evolución del juicio y la lucidez
del joven cubano.
Allí se familiariza con los clásicos españoles como Quevedo, Cervantes y
Calderón, con pintores como Goya o Velázquez. Estudia la carrera de
Licenciatura en Derecho Civil y Canónico en la Facultad de Derecho de la
Universidad Central de Madrid, venciendo asignaturas que serán determinantes
para el futuro desarrollo de su concepto del equilibrio en las relaciones
internacionales. Polemiza en los diarios sobre la cuestión cubana y en 1873
publica La República española ante la Revolución cubana, donde hace
un llamado a la naciente y pronto fallida república española (11/02/1873) a ser
consecuente con los principios libertarios que enarbola y a aplicarlos en el
caso de Cuba, pero ante la negativa no duda el cubano en señalar y repudiar sus
contradicciones:
“La libertad no puede ser fecunda para los pueblos que tienen la frente
manchada de sangre […]”13
“¿cómo os atrevéis a tachar de injusticia que nosotros pretendamos recoger
el fruto de vuestros pecados coloniales […]”14.
Para Martí, pecado capital era el de no dar al otro lo que ansiamos para
nosotros mismos. Muy pronto entendió entonces que para liberar a su patria nada
podía esperarse de la metrópoli española. Sin embargo, para quien los pueblos
no se unían “sino con lazos de fraternidad y amor”15, y que como uno de sus personajes
de Amistad Funesta (Grösserman), escrita por estos
años, no creía “en más felicidad que este íntimo regocijo que produce ver
felices a los otros”16, la huella amorosa e indeleble de
España y sus comuneros de Castilla y Aragón quedó poéticamente signada años más
tarde en su Poema VII de los Versos Sencillos:
“Para Aragón, en España
Tengo yo en mi corazón
Un lugar todo Aragón,
Franco, fiero, fiel, sin saña”17
La preeminencia del amor martiano, de raíz bíblica y humanista, no
significaba servilismo adulador ni pasividad ante lo observado. Sin adulterar
su castellano ni arrastrar luego las erres, se apropió de todo cuanto pudiera
serle útil para hacer más profunda su expresión futura y para lograr la meta
que había hecho de él un exiliado: la libertad de su patria. Ensanchando sus
puntos de vista y sus perspectivas, su comprensión del mundo se enriquecerá
luego con el conocimiento de la capital francesa, con la lectura de fuentes
europeas y sus estancias en de la América continental y en Estados Unidos.
En la trascendencia martiana de los límites de lo nacional, en la cual la
vida deviene extraordinario producto artístico y el conocimiento de la otredad,
un espacio donde debe hallarse la armonía del universo, creemos necesario
resaltar las breves pero valiosas experiencias parisinas, ciudad que pudo
visitar en dos ocasiones (1874 y 1879), luego de sus dos destierros a España.
En ella conoció a Augusto Vacquerie y a Víctor Hugo, se empapó de la vida artística
de la ciudad, recorrió sus teatros, sus cafés y museos, transitó con agudeza
por sus calles. De esa experiencia nacerá luego una de sus primeras
colaboraciones para la Revista Universal, cuando aun era un recién
llegado a México: su crónica “Variedades de París” 18. En un continente en que Francia
aparecía como modelo por su pasado revolucionario, por su desarrollo cultural
admirable y cuya veneración desembocaba infelizmente en voluntad de imitación,
Martí nos entrega una nota discordante, una “crónica rara”, retrato descarnado
de la decadencia moral de la capital francesa, de los ornamentos inútiles del
edificio de la Ópera, dando cuenta a sus lectores de “los servilismos de la
forma, que indican empequeñecimientos del espíritu” de ciertos artistas
opacados por la figura venerable de Víctor Hugo, ese “Sublime anciano” o
“montaña coronada de nieves”, quien un año antes y desde su exilio en Guernesey
no dudó en apoyar la libertad de Cuba.
De él traducirá Martí su obra Mes fils, brindándonos en su
introducción un agudo análisis semántico de su manera de “impensar y
transpensar”19 desde una cultura y una
realidad distintas para traducir la otredad de la lengua de
partida. De Hugo absorberá su relación con la patria, su amor por la familia
que se proyecta luego en el Ismaelillo, lo maravilloso cotidiano de
su escritura, su visión de poeta rebelde, su idealismo social que como a él lo
llevó al destierro, embebiéndose en el verbo visionario del francés más
universal, que fue el poeta europeo más citado a lo largo de toda la obra del
cubano20. Pero se debe recalcar que más allá
de esa relación entre ambos poetas, la experiencia parisina aporta un dato cuya
importancia se revelará más tarde y con más ímpetu en su exilio estadounidense:
la importancia de la traducción, de pensar desde el otro, indispensable para
conocer cómo nos ve la alteridad, cómo construye sus representaciones y nos
piensa o ataca desde ellas, barrera ésta que Martí pudo superar (traduciendo
del francés, del inglés o del portugués) para alertarnos a tiempo de cuanto
podría ocurrir en América, según lo que se estaba fraguando desde los apetitos
insaciables del gigante del norte.
Martí publicará años más tarde La Edad de Oro, contribuyendo
a la literatura propia que necesitábamos en el continente para emanciparnos
espiritualmente, en cuyo tercer número (sept. 1889) relata a los niños, para
quien mucho trabajó, el hecho de gran relevancia que fue la Exposición
Universal de París (de la cual no fue testigo); les habla de su atrevida Torre
de Eiffel o de las manifestaciones artísticas de otros pueblos presentes en la
exposición. También traduce para ellos el Meñique de Edouard
de Laboulaye.
En sus ensayos y crónicas norteamericanas admiró igualmente la obra
pictórica de los pintores impresionistas franceses, el arte de Gustave Moreau o
Eugène Delacroix; se asombró con el “fuego shakespereano” de Héctor Berlioz,
alabó la escritura de un Flaubert, la enciclopédica pluma de Rabelais, la letra
de mármol de Corneille, el genio teatral de Sarah Bernardt o la libertad hecha
estatua desde el estilo pompier de Bartholdy. Asimismo,
recomendó la lectura del historiador Michelet o se entusiasmó con el verbo
humanista y el amor sin fronteras ni naciones de Ernesto Renán. El cubano, que
hasta donde sabemos hubo de escribir solo un poema en francés (“Je veux vous
dire”)21, fue el poeta “vidente” que sin
haberlo conocido describió Arthur Rimbaud, para quien siempre “Je est
un autre”, y el poeta un “ladrón de fuego” que como Martí está
“encargado de la humanidad” y eternamente va en busca de ese “tiempo de un
lenguaje universal que vendrá”, a enriquecer la “lengua del alma para el alma”22.
De otras naciones europeas fuertes como Alemania, poseía Martí un hondo
conocimiento de su filosofía, de su música o su literatura. Su anchura cultural
se aprecia en su admiración por filósofos clásicos como Fichte y su «yo
humano », por Hegel o Kant, por el pensamiento de Krause y por el
positivismo de Lassa Oppenheim. De este último aprecia su manera de considerar
el equilibrio entre las potencias mundiales como condición esencial para la
existencia del derecho internacional, lo cual marcó su futura manera de
percibir las relaciones políticas entre América y el mundo. Ese apego a lo más
cimero de la tierra alemana se nota incluso en el influjo de Heine que se
respira en el aliento estrófico de los Versos sencillos, o en
su valoración de Schiller o de Goethe. Pero siempre sin perder la esencia
cubana, sin cambiar el molde aunque acepte sus influencias, como lo sugiere uno
de sus poemas: « Lo que al labio saco/Lo saco del pecho/Si sale en alemán,
es que alemanes / El amor y el dolor se están volviendo ». Y unos versos
después leemos: «No curo que imagine un alma fatua /que en ajeno taller
formo mi estatua»23. Su labor de facilitador del encuentro entre países y culturas de
diferentes niveles de desarrollo, que debían acercarse y conocerse, no
significaba la asimilación ni la subordinación a otra nación por egregia que
fuese, sino el intercambio entre ambas partes, sobre la base del respeto mutuo
y del equilibrio.
Aquel cantor que sabía de «Egipto y Nigricia» y para quien «el universo
habla[ba] mejor que el hombre» (Dos patrias)24, prefería sin embargo «el aire fresco del monte» (Versos Sencillos)
y desde su primer contacto con la naturaleza americana su obra y acción
políticas fueron inseparables del destino del continente que – excluyendo de él
la porción anglosajona– Martí llamó nuestra América.
II- NUESTRA AMERICA: UN CONCEPTO SALVADOR DE PUEBLOS.
El contacto de Martí con América y sus experiencias en México, Guatemala
y Venezuela desembocaron en formulaciones que «desde adentro» buscaron cambiar
en el otro la visión sobre nosotros mismos. Domar el espíritu
desde la revelación telúrica y escribir un canto propio de los hombres y los
mitos americanos, mostrando a América sus posibilidades verdaderas, tal fue la
tarea a la que plenamente se consagró Martí.
Su intuición americana ya había comenzado en México, donde pudo observar la
situación de exclusión de los indios y obreros mexicanos, donde había aplaudido
las reformas liberales como solución primera a los problemas políticos y
empezado a desarrollar su pensamiento económico, señalando las vías que
consideraba en ese entonces como necesarias para el progreso de México. Ya por
esas fechas alertaba del peligro creciente del imperio del norte, expresando
con justeza la oposición entre las dos partes del continente, claramente
diferenciadas para él desde estos inicios (“Por el Norte un vecino avieso se cuaja”;
1875)25.
Después de la revelación de América en territorio mexicano, la visión de un
continente joven, que surge como una fuerza nueva, volcánica, se prolonga y
acentúa en Guatemala. Allí comprendió Martí las dificultades que afrontaban las
antiguas colonias de España a la hora de asumir un poder democrático y conoció
de cerca los excesos del caudillismo y la situación de extrema pobreza de los
indios, sin los cuales se hacía imposible la marcha del continente hacia el
futuro. A poco de su llegada a la patria guatemalteca reiteró su
renuncia del referente primigenio de la cultura colonizadora española, como se
aprecia en sus cartas a Manuel Mercado, en su ensayo Guatemala,
en Los Códigos Nuevos y en su «drama indio» Patria y
Libertad. Estos escritos muestran la progresiva toma de conciencia de la
idea de nuestra América, su constante preocupación por el hombre autóctono, que
se consolidará con su presencia en la Venezuela del dictador Guzmán Blanco en
1881 y con su posterior experiencia estadounidense, de 1881 a 1995.
Para quien patria era “comunidad de intereses, unidad de tradiciones,
unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas” (La
República española ante la Revolución cubana) 26, la unión americana anhelada por
Simón Bolívar (cf. Carta de Jamaica, 1815 y otros escritos), –
cuya herencia fundadora Martí reconoce y supera en sus limitaciones – se
presenta ya en el breve lapso de su estancia guatemalteca (de marzo de 1877
hasta agosto de 1878) como la clave para cristalizar la identidad continental y
completar su gesta independentista en una América que adquiere una doble carga
histórica y poética (“nuestra América fabulosa”, “mi gran madre América”, “gran
madre”)27, volviendo a la potente figura
femenina que antes utilizara en Cuba (“¡10 de octubre!”). Sin embargo, esta
unidad añorada no se fundamenta sólo en razones geográficas, sino también
histórico-sociales y en las múltiples raíces culturales y lingüísticas del
pasado precolombino que Martí asume y defiende plenamente en su antagonismo
tradicional y exclusivo ante España como metrópoli (Patria y Libertad) o
ante Europa como modelo. La dialéctica mismidad-otredad inherente
a toda organización humana, se transforma así en afirmación de una identidad
propia en su llamado a las repúblicas de América a conocerse y a unirse, (“Nuestra
América”) para integrar el concierto de las naciones del mundo y actuar
de conjunto y en igualdad de condiciones.
Tales conclusiones alcanzarán un mayor grado de madurez en los Estados
Unidos (con discursos como “Madre América”, “Nuestra América” o “Mi raza”),
país cuyo conocimiento, como lo afirma Roberto Fernández Retamar, “iba a
revelársele a Martí imprescindible para comprender mejor nuestra propia
América”. (Fernández Retamar: 124)28
En Estados Unidos
En Estados Unidos vivió Martí desde sus 27 años y hasta casi el final de su
vida. Allí no solo vio de cerca el drama social de una sociedad híbrida,
compleja, nacida de la emigración, la cual tan nítidamente descubrimos en sus
crónicas y ensayos alimentados con las novedades de ese país, con noticias que
dan fe de sus avances industriales y científico-técnicos o sus cuestiones
sociales. Desde allí dio a conocer Hispanoamérica a sí misma, escribiendo o
pronunciando discursos constitutivos de su identidad mestiza, además de
organizar la guerra que creía necesaria para liberar a Cuba del poder español.
Martí nos acerca, con un estilo novedoso que hasta ahora sigue siendo único
en el periodismo latinoamericano, a las realidades, tanto individuales como
nacionales, que conoce en ese país durante aproximadamente quince años. Su
escritura, que como lo señaló Susana Rotker “se expande hacia otra orilla”29, de gran riqueza estilística y
multiplicidad temática, con detallismo pictórico y casi cinematográfico, nos
habla del arte en Nueva York, de las campañas presidenciales, de su admiración
por Emerson, Longfellow o Walt Whitman, nos describe los grandes motines de sus
obreros, la dramática situación de los indios, el sufragio femenino, el caso de
los 7 anarquistas de Chicago, el horror desatado por el terremoto de
Charleston, y exposiciones como la del pintor ruso Vereschagin o el estilo
novedoso de los impresionistas franceses. En todos los arquetipos sociales que
describe el cubano nos deja un retrato estetizado de una sociedad30 en pleno paso del capitalismo
al imperialismo, donde la ciudad moderna es “productora, protagonista y
receptora” de sucesos (Araya: 1785) en los que aflora flamante la barbarie que
crece proporcionalmente con el progreso. Nueva York nos es narrada desde la
visión del observador atento que escruta las pequeñeces de lo cotidiano, siempre
con la inquietud de abrazar la alteridad para salvarla, con una prosa
desbordante en la cual nos da su interpretación de los hechos, logrando con su
estilo extender las lindes de lo poético.
Desde Estados Unidos envía a los lectores latinoamericanos sus crónicas de
la vida de la sociedad estadounidense, que guardan en mayor o menor medida
relación con nuestra América o que pueden tener efecto sobre ella. En ese gran
corpus periodístico, sobresalen muchos escritos en favor de la nación mexicana
como la traducción del “Tratado comercial entre los Estados Unidos y
México”. Publicado en el primer número de La América, dicho
texto, además de revelarnos una vez más la importancia de entender el
pensamiento y la lengua del otro (anglófono) recalcó el
interés que debía prestársele a este tratado a escala continental:
“No ha habido en estos últimos años […] acontecimiento de
gravedad mayor para los pueblos de nuestra América Latina que el tratado
comercial que se proyecta entre los Estados Unidos y México. No concierne solo
a México […]. El tratado concierne a todos los pueblos de la América Latina que
comercian con los Estados Unidos. No es el tratado en sí lo que atrae a tal
grado la atención; es lo que viene tras él. Y no hablamos aquí de riesgos de
orden político […]. Hablamos de lo único que nos cumple, movidos como estamos
del deseo de ir poniendo en claro todo lo que a nuestros pueblos interese;
hablamos de riesgos económicos”31.
Martí puso en evidencia la desigualdad que el tratado, supuestamente
recíproco, llevaba implícita, con desventajas
mayores para México y con la quiebra previsible para el resto de los países, a
los que invitaba a reflexionar sobre sus posibles consecuencias. En los años siguientes
formuló soluciones (sobre todo entre 1886-1887) para afianzar la democracia en
el plano económico, político y social en las tierras de América; incitó a la multiplicación
de la pequeña propiedad agraria, a la investigación científico-técnica, al
desenclave de las regiones más alejadas u olvidadas, al desarrollo de las
industrias nacionales, e intentó contrarrestar el poder de los monopolios
(industriales y bancarios) proponiendo la nacionalización de los ferrocarriles
y otros medios de comunicación. Alabó, para nuestra América, sus avances y
potencialidades en materia científica32. Para él, un pueblo debía estar
abierto a los intercambios culturales y comerciales con todos; sin embargo,
abogó por una posición electiva en el sentido en que pensaba que un pueblo debe
abrirse al mundo entero, sin exclusividad, pero debe escoger, elegir lo que es
conveniente para él, en función de su historia y sus especificidades y sin
hipotecar su independencia33. En materia de comercio sostuvo
que un país no puede tener un solo socio, sino intercambios diversificados,
sobre la base de la reciprocidad y la igualdad, sin lo cual:
“Quien dice unión económica, dice unión política. El
pueblo que compra manda, el pueblo que vende sirve; hay que equilibrar el
comercio para asegurar la libertad; el pueblo que quiere morir, vende a un solo
pueblo, y el que quiere salvarse vende a más de uno”34.
Es evidente que en esta etapa su labor de “observador vigilante de los
trascendentales y crecientes intereses de la América Latina en la América
Sajona”35 se ejerce plenamente,
interiorizando las situaciones más complejas de la política exterior de Estados
Unidos para luego alertar a las naciones al sur del río Bravo de las
intenciones de esa nación arrolladora. De ahí que en el periodo que va de 1886
a 1889 sus crónicas relativas a la política expansionista estadounidense sean
más numerosas (Araya: 1788)36.
Entre 1887 y 1888 se abre una etapa nueva en cuanto a la organización de la
emigración cubana en Estados Unidos, en vistas a una guerra próxima en Cuba que
logre poner fin al poder colonial. El 10 de octubre Martí pronuncia un
importante discurso en el Masonic Temple, donde entre otras
cuestiones, señala el peligro del militarismo para la guerra en Cuba. En 1888
publica y prologa la traducción de la novela Ramona, de la
escritora estadounidense Helen Hunt Jackson que aborda el tema de los
desplazamientos y la exterminación de los indios mexicanos causada por el
expansionismo de los Estados Unidos, nación a la que Cuba y nuestra América no
deben dejar de mirar con cuidado. Al año siguiente ve la luz la revista
infantil La Edad de Oro (sólo 4 números), y Martí defenderá
con ímpetu a su patria y a los cubanos en una carta donde responde con sobrados
argumentos a una campaña mediática difamatoria contra Cuba – iniciada días
antes en The Manufacturer de Filadelfia (“Do we want to
Cuba?”)37– de la cual se hizo eco el
periódico neoyorquino The Evening Post, respuesta martiana que
hoy conocemos como “Vindicación de Cuba”38. Aceptar la alteridad y abrazarla
nunca significó para Martí genuflexión ni admiración desmedida, al punto de
diluir en el otro su yo, ni rechazar los
cimientos sobre los cuales se construyó su identidad.
Contra el imperialismo estadounidense y los dictados de Blaine.
En 1889 tiene lugar la Primera Conferencia Internacional Americana
(Washington) 39, que duró seis meses, con la
participación de dieciocho gobiernos americanos durante la presidencia del
secretario de estado norteamericano James G. Blaine, principal instigador del
panamericanismo. Martí sigue de cerca los debates y envía comentarios de la
misma al periódico argentino La Nación; reconociendo el
peligro que se avecinaba para los países de América Latina, y, respondiendo a
la invitación de la Sociedad Literaria Hispanoamericana, procederá el cubano a
la lectura de su discurso “Madre América” ante los delegados de la Conferencia,
haciendo con ello un llamado a reconocer las potencialidades del continente
americano y a no renegar de él. Por otro lado, atrajo la atención del resto de
los gobiernos sobre las verdaderas intenciones de Blaine – quien deseaba una
unión monetaria – y explicó los peligros de su “política continental”40. Frente al unilateralismo estadounidense y sus claras pretensiones de
acaparar las materias primas de nuestra América, donde se venderían sus
producciones excedentes a mayor precio, el cubano ya no solo se empeñará en dar
a conocer los Estados Unidos a las naciones al sur del Río Bravo, sino que
constantemente alertará a sus pueblos, denunciando el curso cada vez más
imperialista de la política de su vecino del Norte.
En 1890 Martí, quien siempre pensaba en la libertad de su patria,
funda La Liga, sociedad de ayuda destinada a la protección y a la
educación de los trabajadores negros de Cuba y Puerto Rico exiliados en Estados
Unidos, y ese mismo año es nombrado Cónsul de Argentina y Paraguay. Gracias a
la madurez alcanzada por las experiencias vividas en las “entrañas del
monstruo”, Martí publica en enero de 1891 su cenital ensayo “Nuestra América”
en La Revista Ilustrada de Nueva York (1 de enero) y unos días
más tarde en El Partido Liberal de México (30 de enero),
expresando la urgencia de actuar para detener el avance evidente de los Estados
Unidos e insistiendo en la necesidad de la unión inaplazable de las repúblicas
nuestramericanas. Como delegado oficial de Uruguay, participó activamente en la
Conferencia Monetaria Internacional celebrada en Washington solo unos meses
después de la anterior (del 7 de enero al 8 de abril 1891). Redactó el informe
de la Comisión donde expresó los principios políticos que sustentaban la dependencia
monetaria que preveía Blaine, cuya consecuencia sería la sumisión política y
económica del resto de los países si aceptaban la “unión” propuesta por Estados
Unidos. Si Martí y nuestra América obtuvieron sus propósitos en ambas
Conferencias, esa victoria fue efímera, como se comprobó más tarde con la
creciente agresividad política de Estados Unidos en el continente y con los
posteriores acuerdos de Bretton Woods (1944), que lograron la imposición del
dólar estadounidense como moneda de referencia en el mercado mundial hasta hoy.
En junio de 1881 Martí publicará los Versos sencillos, obra que
forma parte del patrimonio literario oral y escrito cubano y latinoamericano
(Hernández M-D, 215)41, editado en vida del autor como
su Ismaelillo (1882). En ellos hallamos también el objetivismo
que antes que él reivindicara Rimbaud, el de una “poesía de lo cotidiano, del hecho desnudo, de la humilde vida
diaria” (Marruz)42, donde conviven la vocación del humanista y del poeta, quien
constantemente iba inyectando sentido ético y moral a través de lo literario.
Luego de comprender que la guerra de Cuba era necesaria no sólo para el
destino de la isla sino para esa otra gran parte del continente que él mismo
nombró “nuestra América”, Martí obró por la independencia de su país (Bases y Estatutos
secretos del Partido Revolucionario Cubano, periódico Patria,
discursos en Tampa y Cayo Hueso…) con el objetivo de generar y concentrar
fuerzas en Estados Unidos y en el extranjero (Santo Domingo, Haití, Jamaica,
Costa Rica, Panamá). Así, apoyando a Cuba frente al colonialismo español,
detendríase con ello al imperialismo en el área (“peleamos en Cuba para
asegurar, con la nuestra, la independencia hispanoamericana”; Patria,
18 de junio de 1892), garantizándose de tal forma el equilibrio de las naciones
del mundo.
III- POR EL EQUILIBRIO DEL MUNDO.
Esta última sección pudiera llevar por epígrafe una imagen conocida de
Martí: la de la diosa Themis, que sostiene en su mano una balanza,
representando el equilibrio esencial para asegurar la justicia humana o entre
las naciones. Además de sus estudios universitarios,
que le proporcionaron sólidos conocimientos para la comprensión de las
relaciones entre los países, sus estudios de Filosofía y la influencia del
pensamiento de hombres insignes como el jurista holandés Huig de Groot, el
italiano César Cantú, el alemán Lassa Oppenheim o el venezolano Simón Bolívar,
lo llevaron a considerar esta noción de equilibrio (que no es más que el
sentido común que debe liderar el vínculo entre los hombres), el cual aplicaría luego para salvar a las Antillas y a nuestra América y desde ellas, el equilibrio
mundo. Tales fuentes y otras del pensamiento estratégico de la época (cf: artículos
de Ernesto Quesada en la Revista Nacional de B. Aires)
señalaron a Martí – quien preparaba una guerra contra España en un país pequeño
y exhausto – el camino para contrarrestar la envergadura del peligro que corría
nuestra América, e incluso Europa y otros continentes, ante la pujanza de la
nación estadounidense, si no se buscaban vías para hallar y mantener ese
equilibrio de fuerzas tan necesario.
En 1889, durante la primera Conferencia, Martí aborda por primera vez el
tema del desequilibrio del mundo y reconoce – tras lo que se perfila en la
esfera económica, comercial, política, marítima, militar y diplomática – lo que
no tardó en llamarse “imperialismo”, el cual no demoraría en acarrear graves
consecuencias para nuestra América y para la paz de las naciones del mundo.
“No son meramente dos islas floridas, de elementos aún disociados, lo que
vamos a sacar a luz […]. En el fiel de América están las Antillas [hispanas],
que […] serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la
independencia para la América española aún amenazada, y la del honor para la
gran república del Norte […]. Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son sólo
dos islas las que vamos a libertar.[…]. Un error en Cuba, es un error en
América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba, se
levanta para todos los tiempos”.43
En el Manifiesto de Montecristi, insistirá: « La guerra
de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo
de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance
humano, y servicio oportuno […] al equilibrio aún vacilante del mundo ».
Con igual fecha, el 25 de marzo de 1895, escribirá a su amigo dominicano
Federico Henríquez Carvajal en el documento que se conoce como su testamento
político: “Las Antillas libres salvarán el equilibrio de nuestra América, y el
honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán
el equilibrio del mundo”44. La noción de equilibrio, que se define “como una doctrina
de las relaciones internacionales en las que las tendencias agresivas de un
Estado poderoso podían ser equilibradas por una alianza de Estados más débiles
con un poder colectivo igual o mayor”45, fue una solución que vislumbró
Martí, gracias a conclusiones sacadas de anteriores situaciones políticas donde
la balanza hizo caer el peso de la opinión pública y de los intereses de otras
naciones sobre la manera de actuar de la nación estadounidense. Una de ellas
fue la que desatara el encarcelamiento del ciudadano y timador norteamericano
Augustus K. Cutting (el llamado caso Cutting en 1883), que estuvo a punto de
desencadenar una nueva guerra entre Estados Unidos y México, durante los
respectivos gobiernos de Grover Cleveland y Porfirio Díaz. La reacción de apoyo
hacia México por parte de Inglaterra46, Alemania y Francia ante tal
beligerancia, llevó a Martí a estudiar con sagacidad la importancia de tal
correlación de fuerzas, capaz de llevar a una nación fuerte a renunciar a la
decisión de atacar a un país débil si este último lograba crear alianzas con
otros países de peso mayor, favoreciendo la persuasión y el mantenimiento de la
paz.
Otro episodio de las reacciones interoceánicas que dio a Martí la idea de
actuar por la obtención de ese equilibrio fue el momento de la inauguración de
la Estatua de La Libertad en Nueva York. El cubano observó y dio luego cuenta
de la realidad política que se escondía detrás de aquel gesto (“[…] a pedir la
Alsacia para Francia ha venido esa virgen dolorosa, más que a alumbrar la
libertad del mundo”47). La de Francia no fue en nada una
postura movida por la amistad, ni fue grande el entusiasmo de los jefes
militares de la Guerra Franco-Alemana que asistieron a ella (Jaurès, Ney,
Deschamps, Caubert…), como tampoco el de Ferdinand de Lesseps, allí presente.
Fue más bien el interés de asegurarse del apoyo estadounidense en caso de
nuevos ataques militares del poderoso vecino alemán y enemigo común lo que les
condujo a ello. A cambio, Francia ofrecería ayuda al gobierno estadounidense en
Europa y el control futuro del Canal de Panamá. De esta situación concluyó
Martí dos cosas: una, la imposibilidad de contar con Francia para ayudar a
encontrar el equilibrio que necesitaba Cuba ante Estados Unidos. La otra, fue
la posibilidad entre dos naciones de hacer bloque para enfrentar a otra más
potente, cuyas graves consecuencias (dos guerras mundiales) en las décadas
siguientes y en suelo europeo, Martí no llegó a conocer.
Para la obtención futura del equilibrio en las Antillas hispánicas y
detener con la libertad de Cuba el avance de Estados Unidos en el Caribe y Latinoamérica,
Martí analizó igualmente la fuerte influencia que a escala intracontinental
ejercían sobre Brasil, cuya unión política y comercial, además de contribuir
activamente en la ruptura de las relaciones entre los países latinoamericanos,
excluía la alianza táctica entre Argentina e Inglaterra, países que ambos
buscaban neutralizar en el área, asegurando de tal modo el establecimiento
hegemónico de Estados Unidos en el continente.
José Martí saca una vez más partido del diálogo con otras culturas, estudiando
detenidamente la interacción entre los países de Europa, América y Estados
Unidos, y calculando las crecientes divergencias entre esta nación e
Inglaterra, Alemania (a la cual vaciaba de sus mejores talentos alentando la
emigración) y otras potencias de Europa y América Latina, como antes que él lo
hicieran pensadores antillanos como Hostos y Betances. Con tal análisis
estratégico, Martí esperaba hallar una forma de asegurar la independencia de
Cuba, evitando que cayera sobre su patria y América todo el peso de Estados
Unidos cuyas ansias de intervenirla, pretextando una guerra falsa contra
España, había comprendido ya Martí viviendo allí (“impedir a tiempo con la
independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y
caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”)48.
Ese anhelo optimista de Martí de lograr la independencia de Cuba y el
equilibrio del mudo con la liberación de las Antillas fue postergado después de
su muerte a causa del recrudecimiento de la política exterior del vecino del
Norte, que se caracterizó, entre otras formas, por su intervencionismo político
(caso de Cuba y Puerto Rico, en 1898; Enmienda Platt; firma de tratados de
arrendamiento de bases navales y carboneras; Operación Éxito en Guatemala,
1951; intervención en República Dominicana, 1961; en Panamá, 1989; la
implantación de bases militares…) y económico (control del Canal de Panamá,
intercambio desigual con los países del área, firmas de tratados de libre
comercio…), además de su apoyo a los regímenes dictatoriales de derecha, a los que
brindó ayuda militar y financiera para asentar su poder en la región. Y esta
política, como se comprueba en actualidad, no ha cambiado ni un ápice.
A modo de conclusión.
El “mejoramiento humano” fue el proyecto humanista al que dedicó Martí toda
su vida49. Para su patria americana como
para los hombres y mujeres del mundo, creó con su verbo cargado de imágenes,
una nueva ética que estableció una relación distinta entre el hombre y sus
propias realidades culturales y sociales. Gracias al conocimiento profundo de
otras sociedades, que le aportaron los medios necesarios para una mejor
comprensión del mundo, invirtió prejuicios, cuestionó representaciones y cambió
esquemas inveterados (Civilización vs Barbarie; la América de los americanos,
de J. Monroe) que históricamente habían servido para perpetuar el colonialismo
y neocolonialismo en América o en cualquier parte del orbe. Asimismo, abrió el
camino para la obtención, con la independencia de Cuba, de un equilibrio a
nivel mundial que aun está por conseguirse.
A pesar de la incertidumbre que el contexto latinoamericano sugiere hoy en
las relaciones entre norte y sur, dado que en algunas tierras como el Brasil de
Jair Bolsonaro o la Argentina de Mauricio Macri sigue “durmiendo el pulpo”
(“Nuestra América”) y reinando la razón del capital monopolista que
denunciara Martí, el pensamiento del apóstol cubano nos convida a ser sujetos
múltiples y activos en los cambios que aun están por producirse en nuestra
América, manteniendo el infinito compromiso con los desposeídos y buscando un
futuro alternativo al capitalismo, donde reine el sentido moral de la política
que deben emplear las naciones.
Estados Unidos y el cadáver insepulto50 que es la OEA respaldan hoy
abiertamente planes en contra de la soberanía de países como Cuba o Venezuela,
dividen a América Latina, buscan alianzas con países europeos que les dan
abiertamente su apoyo en los medios de difusión y en la ONU, cuestionando
principios como el respeto y el derecho a la libre determinación de nuestras
repúblicas. Ante ello, proyectos de envergadura continental como la creación de
UNASUR y la CELAC ilustran las potencialidades de nuestra América, la
influencia del pensamiento profético, poético y revolucionario de José Martí y
el empeño que debemos seguir poniendo en alcanzar un proyecto liberador a
escala mundial, donde los sacrificios de hombres y pueblos sirvan para salvar
el destino de la humanidad.
La necesidad de poner de relieve una vez más estas facetas del pensamiento
y acción redentora de José Martí, como la idea de “nuestra América” y del
“equilibrio del mundo”, nos lleva a escribir páginas seguramente ínfimas,
reductoras para contener la mirada mayúscula del amigo, del hijo, del padre y
del héroe, del sacrificio todo hecho carne para nuestra nación y América, en
íntimo y continuo diálogo con otras culturas del mundo, diálogo que hoy
entablamos con él y que no ha de reducir su acción a las buenas intenciones, a
riesgo de integrarnos ineluctablemente en el concierto absurdo de una Danza
Macabra que sentimos cada vez más próxima. Unir la palabra al hecho, sentarse a
la mesa de la fraternidad y redimir al otro, crear una alianza
mundial contra la hegemonía de Estados Unidos, salvar al Hombre de una política
destructora de sus derechos y de su medio natural cuya explotación controlada
es indispensable para su existencia: he ahí el problema y el programa que todos
debemos llevar adelante.
BIBLIOGRAFIA
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