(Por C. J. Polychroniou / Truthout)
Mientras la guerra continúa en Ucrania, la diplomacia sigue manteniéndose en un segundo plano a pesar de la dolorosa devastación que ha provocado la invasión rusa. La estructura global posterior a la Segunda Guerra Mundial sencillamente es incapaz de regular las cuestiones relativas a la guerra y la paz, y Occidente sigue rechazando las argumentaciones de Rusia en materia de seguridad. Además, en algunos círculos se pide que se declare una zona de exclusión aérea sobre Ucrania, a pesar de que la aplicación efectiva de dicha política supondría una rápida escalada de la violencia con posibles consecuencias inefables por espantosas. La idea de una zona de exclusión aérea es tremendamente peligrosa, advierte Noam Chomsky en esta entrevista exclusiva concedida a Truthout.
Casi dos semanas después de la invasión rusa
de Ucrania, las fuerzas rusas siguen atacando ciudades y pueblos, mientras que
más de 140 países han votado a favor de una resolución no vinculante de la ONU
que condena la invasión y pide la retirada de las tropas rusas. En vista del
incumplimiento de las normas del derecho internacional por parte de Rusia, ¿no
hay algo que decir sobre las instituciones y normas del orden internacional de
posguerra en la coyuntura actual? Es bastante obvio que el orden mundial
westfaliano centrado en el Estado no puede regular el comportamiento
geopolítico de los agentes estatales respecto a cuestiones de guerra/paz e
incluso de sostenibilidad. ¿No es, por tanto, una cuestión de supervivencia que
desarrollemos una nueva estructura normativa global?
Si realmente es una cuestión de
supervivencia, entonces estamos perdidos, porque no puede lograrse en un plazo
de tiempo válido. Lo máximo que podemos esperar de momento es consolidar lo que
hay, que es muy débil. Y eso ya será bastante difícil.
Las grandes potencias violan constantemente
el derecho internacional, al igual que las más pequeñas cuando pueden salirse
con la suya, habitualmente bajo el paraguas de una gran potencia protectora,
como cuando Israel se anexiona ilegalmente los Altos del Golán sirios y la Gran
Jerusalén –consentido por Washington, autorizado por Donald Trump, que también
autorizó la anexión ilegal del Sahara Occidental por parte de Marruecos–.
Según el derecho internacional, es
responsabilidad del Consejo de Seguridad de la ONU mantener la paz y, si se
considera necesario, autorizar el uso de la fuerza. Las agresiones de las
superpotencias no llegan al Consejo de Seguridad: las guerras de Estados Unidos
en Indochina, la invasión de Irak por parte de Estados Unidos y Reino Unido o
la invasión de Ucrania por parte de Putin, por poner tres ejemplos de manual de
“crimen internacional supremo” por el que los nazis fueron colgados en
Nuremberg. Más exactamente, Estados Unidos es intocable. Los crímenes rusos al
menos reciben cierta atención.
El Consejo de Seguridad puede tener en cuenta
otras atrocidades, como la invasión franco-británica-israelí de Egipto y la
invasión rusa de Hungría en 1956. Pero el veto bloquea medidas adicionales. La
primera fue revocada por órdenes de una superpotencia (Estados Unidos), que se
opuso al momento y la forma de la agresión. El segundo crimen, llevado a cabo
por una superpotencia, solo dio lugar a protestas.
El desprecio de las superpotencias hacia el
marco jurídico internacional es tan común que pasa casi desapercibido. En 1986,
la Corte Internacional de Justicia condenó a Washington por su guerra
terrorista (en la jerga legalista, “uso ilegal de la fuerza”) contra Nicaragua,
y le ordenó que desistiera y pagara importantes indemnizaciones. Estados Unidos
desestimó la sentencia con desprecio (con el apoyo de la prensa liberal) e
intensificó el ataque. El Consejo de Seguridad de la ONU intentó reaccionar con
una resolución en la que se pedía a todas las naciones que respetaran el
derecho internacional sin mencionar a nadie, pero todo el mundo comprendió la
intencionalidad. Estados Unidos la vetó, proclamando alto y claro que es inmune
al derecho internacional. Ha desaparecido de la historia.
Rara vez se reconoce que despreciar el
derecho internacional implica también despreciar la Constitución de Estados
Unidos, a la que se supone que debemos tratar con la reverencia que se concede
a la Biblia. El artículo VI de la Constitución establece que la Carta de la ONU
es “la ley suprema del país”, vinculante para los cargos electos, lo cual
incluye, por ejemplo, a todo presidente que recurra a la amenaza de la fuerza
(“todas las opciones están abiertas”), prohibida por la Carta. Hay artículos
académicos en la literatura jurídica que argumentan que las palabras no
significan lo que dicen. Y sí lo hacen.
Resulta demasiado fácil continuar. Una de las
consecuencias, que ya hemos discutido, es que en el discurso de Estados Unidos,
incluido el académico, ahora es de rigor rechazar el orden internacional que se
basa en la ONU en favor de un “orden internacional basado en reglas”, con el
entendimiento tácito de que Estados Unidos establece efectivamente las reglas.
Incluso si el derecho internacional (y la
Constitución de Estados Unidos) se cumpliera, su alcance sería limitado. No
llegaría tan lejos como las horrendas guerras de Rusia en Chechenia, cuando
arrasaron la capital, Grozny, lo que quizás sea un pronóstico atroz para Kiev a
menos que se llegue a un acuerdo de paz; o en esos mismos años, la guerra de
Turquía contra los kurdos, cuando mataron a decenas de miles, destruyendo miles
de pueblos y aldeas, empujando a cientos de miles a miserables tugurios en
Estambul, todo ello con el firme respaldo de la Administración Clinton, que
intensificó su inmensa circulación de armas a medida que aumentaban los
crímenes. El derecho internacional no prohíbe la especialidad de Estados Unidos
de imponer sanciones asesinas para castigar el “desafío efectivo” o robar los fondos
de los afganos mientras estos se enfrentan a la inanición generalizada. Tampoco
prohíbe torturar a un millón de niños en Gaza o enviar a un millón de uigures a
“campos de reeducación”. Y hay muchísimo más.
¿Cómo se puede cambiar esto? No es probable que
se consiga mucho estableciendo una nueva “barrera de pergamino”, tomando
prestada la frase de James Madison, referida a meras palabras sobre el papel.
Un marco de orden internacional más adecuado puede ser útil para fines
educativos y organizativos, como lo es el derecho internacional. Pero no basta
con proteger a las víctimas. Eso sólo puede lograrse obligando a los poderosos
a poner fin a sus crímenes –o, a largo plazo, socavando su poder por completo–.
Eso es lo que muchos miles de valientes rusos están haciendo ahora mismo en sus
notables esfuerzos por impedir la maquinaria de guerra de Putin. Es lo que han
hecho los estadounidenses al protestar contra los numerosos crímenes de su
Estado, enfrentándose a una represión mucho menos grave, con buenos resultados
aunque insuficientes.
Se pueden tomar medidas para construir un
orden mundial menos peligroso y más humano. Con todos sus defectos, la Unión
Europea es un paso adelante respecto a lo que existía antes. Lo mismo ocurre
con la Unión Africana, por muy limitada que siga siendo. Y en el hemisferio
occidental, lo mismo ocurre con iniciativas como UNASUR [la Unión de Naciones
Sudamericanas] y CELAC [la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños],
esta última busca una integración latinoamericana-caribeña separada de la
Organización de Estados Americanos dominada por Estados Unidos.
De una forma u otra las preguntas surgen
constantemente. Hasta prácticamente el día de la invasión rusa de Ucrania, muy
posiblemente, el crimen podría haberse evitado si se hubieran estudiado las
opciones que estaban claras: neutralidad al estilo austriaco para Ucrania, una
versión del federalismo de Minsk II que reflejara los compromisos reales de los
ucranianos sobre el terreno. Hubo poca presión para inducir a que Washington
promoviera la paz. Los estadounidenses tampoco se unieron al ridículo mundial
de las odas a la soberanía por parte de la superpotencia que es una clase en sí
misma en su brutal desprecio por la noción.
Las opciones siguen existiendo, aunque
reducidas tras la criminal invasión.
Putin hizo gala del mismo deseo de recurrir a
la violencia aunque hubiera opciones pacíficas disponibles. Es cierto que
Estados Unidos continuó desestimando lo que incluso altos funcionarios
estadounidenses y diplomáticos de alto rango han entendido desde hace tiempo
como legítimas preocupaciones rusas en materia de seguridad, pero había otras
opciones aparte de la violencia criminal. Los observadores de la Organización
para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) habían informado de un
fuerte aumento de la violencia en la región del Donbás, que muchos –no sólo
Rusia– acusan de ser, en gran medida, una iniciativa ucraniana. Putin podría
haber tratado de demostrar esa acusación, si es que es correcta, y de llamar la
atención de la comunidad internacional. Eso habría reforzado su posición.
Y lo que es más importante, Putin podría
haber aprovechado las oportunidades, que eran reales, de apelar a Alemania y
Francia para llevar adelante la proyección de un “hogar común europeo”, en la
línea propuesta por De Gaulle y Gorbachov, un sistema europeo sin alianzas
militares desde el Atlántico hasta los Urales, incluso más allá, que sustituya
al sistema atlantista basado en la OTAN de subordinación a Washington. Ese ha
sido el tema central de fondo durante mucho tiempo, agudizado durante la crisis
actual. Un “hogar común europeo” ofrece muchas ventajas a Europa. Una
diplomacia inteligente podría haber hecho avanzar dicha proyección.
En lugar de buscar opciones diplomáticas,
Putin echó mano del revólver, un acto reflejo demasiado común del poder. El
resultado es devastador para Ucrania, y probablemente lo peor esté por llegar.
El resultado es también un regalo muy bien recibido en Washington, ya que Putin
ha logrado que el sistema atlantista se imponga de forma aún más sólida que
antes. El regalo es tan bien recibido que algunos analistas serios y bien
informados han especulado que era el objetivo de Washington todo el tiempo.
Deberíamos reflexionar mucho sobre estas
cuestiones. Un ejercicio útil es comparar lo poco que se emplea el diálogo y lo
mucho que se recurre a la guerra, tomando prestada la retórica de
Churchill.
Quizá los pacificadores sean realmente los
benditos. Si así fuera, el Señor no tendría que hacer horas extras.
Hablando de la necesidad de una nueva
estructura global y de una práctica diplomática que se adapte a la dinámica
global actual, Putin repitió, en una reciente conversación telefónica que
mantuvo con el presidente francés, Emmanuel Macron, la lista de agravios de Rusia
contra Occidente e insinuó una salida a la crisis. Sin embargo, de nuevo, hubo
un rechazo a las demandas de Putin y, aún más inexplicable, la completa
aniquilación de ese rayo de luz ofrecido por Putin. ¿Desea comentar este
asunto?
Lamentablemente no es inexplicable. Por el
contrario, es totalmente normal y predecible.
Enterrado en el informe de prensa de la
conversación entre Putin y Macron, con el rutinario titular incendiario sobre
los objetivos de Putin, había un breve informe de lo que realmente dijo Putin:
“En su propia lectura de la llamada, el Kremlin dijo que el Sr. Putin había
dicho a su homólogo francés que su principal objetivo era ‘la desmilitarización
y el estatus neutral de Ucrania’. Esos objetivos, dijo el Kremlin, ‘se lograrán
pase lo que pase’”.
En un mundo racional, este comentario sería
titular y los comentaristas estarían pidiendo a Washington que aprovechara lo
que puede ser una oportunidad para poner fin a la invasión antes de que se
produzca una gran catástrofe que devastará a Ucrania y que puede incluso llevar
a una guerra terminal si no se le ofrece a Putin una vía de escape al desastre
que ha creado. En lugar de ello, estamos escuchando los habituales
pronunciamientos de “guerra-guerra”, prácticamente en todos los ámbitos, empezando
por el conocido analista de política exterior Thomas Friedman. Hoy el tipo duro
del New York Times amenaza: “Vladimir, aún no has visto ni la
mitad”.
El ensayo de Friedman es una celebración de
la “cancelación de la Madre Rusia”. Puede ser útil compararlo con su reacción
ante atrocidades comparables o peores de las que comparte la responsabilidad.
No es el único.
Así son las cosas en una cultura intelectual
muy libre pero profundamente conformista.
Una respuesta racional a la reiteración de
Putin de su “objetivo principal” sería aceptarlo y ofrecer lo que desde hace
tiempo se entiende como el marco básico para una resolución pacífica: repetir
“neutralidad al estilo austriaco para Ucrania, alguna versión del federalismo
de Minsk II que refleje los compromisos reales de los ucranianos sobre el
terreno”. La racionalidad también implicaría hacer esto sin las patéticas
posturas sobre los derechos soberanos por los que sentimos un desprecio
absoluto –y que no se infringen más de lo que se infringe la soberanía de
México por el hecho de que no pueda unirse a una alianza militar con base en
China y acoger maniobras militares conjuntas México-China y armas ofensivas
chinas dirigidas a Estados Unidos–.
Todo esto es factible, pero presupone algo
muy lejano, un mundo racional, y además, un mundo en el que Washington no se
regodee en el maravilloso regalo que le acaba de hacer Putin: una Europa
totalmente subordinada, sin tonterías sobre escapar del control del Amo.
El mensaje para nosotros es el mismo de
siempre, y como siempre, simple y obvio. Debemos hacer todos los esfuerzos
posibles para crear un mundo sostenible.
El presidente ucraniano Volodímir Zelenski
condenó la decisión de la OTAN de no cerrar el cielo de Ucrania. Una reacción
comprensible dada la catástrofe causada a su país por las fuerzas armadas
rusas, pero ¿no sería la declaración de una zona de exclusión aérea un paso más
hacia la Tercera Guerra Mundial?
Como usted dice, la petición de Zelenski es
comprensible. Responder a ella llevaría muy probablemente a la obliteración de
Ucrania y mucho más allá. El hecho de que incluso se discuta en Estados Unidos
es asombroso. La idea es una locura. Una zona de exclusión aérea significa que
las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos no sólo atacarían aviones rusos, sino que
también bombardearían instalaciones terrestres rusas que proporcionan apoyo
antiaéreo a las fuerzas rusas, con los consiguientes “daños colaterales”. ¿Es
tan difícil comprender las consecuencias?
Tal y como están las cosas, China puede ser
la única gran potencia con capacidad para detener la guerra en Ucrania. De
hecho, Washington parece estar deseando que los chinos se involucren, ya que Xi
Jinping podría ser el único líder que obligara a Putin a reconsiderar sus
acciones en Ucrania. ¿Ve usted a China desempeñando el papel de mediador de paz
entre Rusia y Ucrania, y quizás incluso apareciendo pronto como mediador de la
paz mundial?
China podría intentar asumir este papel, pero
no parece probable. Los analistas chinos pueden ver con la misma facilidad que
nosotros que siempre hubo una forma de evitar la catástrofe, según las líneas
que hemos discutido repetidamente en entrevistas anteriores y que reiteramos
brevemente aquí. También pueden ver que, aunque las opciones han disminuido,
todavía sería posible satisfacer el “objetivo principal” de Putin de un modo
beneficioso para todos, sin infringir ningún derecho básico. Y pueden ver que
el gobierno de EE. UU. no está interesado, ni tampoco los comentaristas. Puede
que vean pocos alicientes para lanzarse.
No está claro que ni siquiera quieran
hacerlo. Ya les va bien mantenerse al margen del conflicto. Siguen integrando a
gran parte del mundo en el sistema de inversión y desarrollo con base en China,
y es muy posible que Turquía –miembro de la OTAN– sea el siguiente país.
China también sabe que al hemisferio sur le
gusta poco “cancelar a la Madre Rusia”, prefiere mantener las relaciones. Es
posible que el Sur comparta el horror ante la crueldad de la invasión, pero sus
experiencias no son las de Europa y Estados Unidos. Al fin y al cabo, son los
objetivos tradicionales de la brutalidad europeo-estadounidense, al lado de los
cuales el sufrimiento de Ucrania apenas destaca. China comparte las
experiencias y los recuerdos desde su “siglo de humillación” y mucho más.
Mientras que Occidente puede optar por no
percatarse, China puede sin duda entenderlo. Supongo que mantendrán las
distancias y seguirán su camino actual.
Suponiendo que todas las iniciativas
diplomáticas fracasen, ¿está Rusia realmente en condiciones de ocupar un país
entero del tamaño de Ucrania? ¿No podría Ucrania convertirse en el Afganistán
de Putin? De hecho, en diciembre de 2021, el director del Centro de
Investigación Ucraniana de la Academia Rusa de Ciencias, Viktor Mironenko,
advirtió de que Ucrania podría convertirse en otro Afganistán. ¿Cuál es su
opinión al respecto? ¿No ha aprendido Putin ninguna lección de Afganistán?
Si Rusia ocupa Ucrania, su miserable
experiencia en Afganistán parecerá un picnic en el parque.
Debemos tener en cuenta que los casos son muy
diferentes. El registro documental revela que Rusia invadió Afganistán de muy
mala gana, varios meses después de que el presidente Carter autorizara a la CIA
a “proporcionar... apoyo a los insurgentes afganos” que se oponían a un
gobierno respaldado por Rusia con el fuerte apoyo, si no la iniciativa, del
consejero de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski, como declaró
posteriormente con orgullo. Nunca hubo ningún fundamento para hacer esas
furibundas declaraciones sobre los planes rusos para apoderarse de Oriente
Medio y más allá. De nuevo, la respuesta negativa, bastante aislada, de George
Kennan a estas afirmaciones fue astuta y acertada.
Estados Unidos prestó un sólido apoyo a los
muyahidines que se resistían a la invasión rusa, no para ayudar a liberar
Afganistán, sino para “matar a los soldados soviéticos”, como explicó el jefe
de la base de la CIA en Islamabad que dirigía la operación.
Para Rusia el coste fue terrible, aunque, por
supuesto, apenas una parte de lo que sufrió Afganistán, que continuó cuando los
fundamentalistas islámicos apoyados por Estados Unidos asolaron el país tras la
retirada de los rusos.
Uno duda incluso de imaginar lo que la
ocupación de Ucrania le supondría no solo a su pueblo, sino al mundo.
Se puede evitar. Esa es la clave.
No hay comentarios:
Publicar un comentario