CUBA:
Los complejos debates de hoy vistos desde las ciencias naturales.
(Por
Agustín Lage)
La formación profesional de cada uno de
nosotros influye inevitablemente en la manera en que apreciamos la realidad y
definimos prioridades para la acción. Cuando hablamos quienes tenemos un
entrenamiento en alguno de los campos de las ciencias naturales, expresamos
casi siempre una visión reduccionista de la realidad.
Y es entendible que así sea.
Quien mejor capturó esta idea fue Albert Einstein, cuando dijo que: “El
gran propósito de toda la ciencia es cubrir el mayor número de hechos
empíricos por deducción lógica a partir del menor número de hipótesis y
axiomas”.
Ese es el enfoque reduccionista y significa
que estamos entrenados en buscar lo esencial, las causas raíces (que siempre
deben ser pocas), y evitar que los detalles o los fenómenos coyunturales nos
nublen la vista y nos dificulten mirar lo esencial, y trabajar sobre lo
esencial.
Aceptemos desde ya que este enfoque no
funciona bien para todos los campos de la actividad humana. Funciona excelentemente
para la física, la química, las ingenierías y la biología molecular. No
funciona en otros campos que requieren interpretar la realidad con visiones
integrales e intuitivas. No se nos ocurriría estudiar la poesía, la política,
la ética o la historia, buscando un pequeño grupo de hipótesis y axiomas que lo
expliquen casi todo.
El problema con la economía es que este campo
del conocimiento está a mitad de camino entre los extremos del reduccionismo
objetivo y la intuición educada.
Reconociendo esta limitación que dará pie a
que muchos compañeros rechacen, con sus razones comprensibles, las ideas que
vienen a continuación aduciendo “falta de integralidad”, puede todavía ser útil
exponer como se ven los problemas actuales de la economía cubana desde el enfoque
reduccionista de las ciencias naturales.
Decenas de problemas llenan en estos días
horas de debate: los abastecimientos, la inflación, los precios, la
convertibilidad de las monedas, la eficiencia de las empresas, la expansión del
sector no estatal, los salarios, la producción de alimentos, las ganancias
debidas o indebidas, el comercio mayorista, los impuestos, el tamaño del sector
presupuestado, y la lista pudiera ser muy larga.
Es imprescindible intentar encontrar
“problemas esenciales” (las causas de las causas) de los que derivan todos los
demás. Es lo que nos puede permitir concentrar las acciones.
En mi apreciación (confesamente
reduccionista) hay dos temas básicos que subyacen a muchos otros problemas:
De cara al exterior, el tema de los ingresos
en divisa y la inserción de la economía cubana en la economía mundial.
De cara al interior, el tema de la separación
entre propiedad y gestión.
La centralidad de esos dos temas es una de
las lecciones que aprendimos de la práctica durante el proceso fundacional de
la industria biotecnológica cubana. Ahí es donde hay que concentrar el
pensamiento y la energía, y evitar que la complejidad inherente a la economía
actual (nacional y mundial) nos distraiga y disperse los esfuerzos.
La globalización de la economía implica (y
este es un proceso relativamente reciente, acelerado en los últimos 50 años)
que una parte creciente de los ingresos nacionales hay que obtenerla en el
comercio exterior.
Ya no es la economía de principios del siglo
XX en la que el valor del trabajo se expresaba en productos y servicios que
eran consumidos principalmente en el interior de las naciones. Ahora el valor
del trabajo de los cubanos depende cada vez más de la aceptación externa de
nuestros productos y servicios, y del precio que reconozca el mercado mundial.
Ya no es la economía del siglo XX donde
predominaban encadenamientos productivos y comerciales en el interior de las
naciones. Ahora se construyen cada vez más cadenas transnacionales de productos
y servicios, y esas conexiones ocurren en todo el ciclo de desarrollo de los
productos, no solamente en la comercialización de productos terminados.
Esto no tiene marcha atrás. Es un proceso
objetivo impulsado por las nuevas tecnologías que permiten escalas muy grandes
de producción, y por el desarrollo del transporte y las comunicaciones a nivel
global. A pesar de coyunturas y oscilaciones en la política mundial, no habrá
una “des-globalización”.
Los ingresos en divisa, el “cuello de
botella” principal de nuestra economía hoy, dependen de nuestra capacidad de
insertarnos en el mundo. Y será así cada vez más.
Esa inserción la tienen que lograr las
empresas cubanas, y si estamos buscando, como debemos, una inserción en la
economía mundial con bienes y servicios de alta tecnología y alto valor
agregado, esa inserción será una tarea principalmente de las empresas de
propiedad estatal, grandes o pequeñas.
Nótese que se habla aquí de “propiedad
estatal”, no de “administración estatal”. Ello implica una separación,
conceptual y práctica, entre propiedad y gestión.
La socialización de la producción no la
inventamos nosotros los defensores del socialismo, sino que comenzó dentro del
sistema capitalista, desde que la economía comenzó, ya en el siglo XIX, a
requerir mayores y más complejos medios de producción. A partir de determinado
nivel de desarrollo de las fuerzas productivas surgieron las sociedades
anónimas “por acciones” en los que la propiedad de la empresa se comparte entre
muchos “accionistas” que ponen en ella su dinero al comprar las acciones, pero
que no participan de la administración cotidiana de la empresa, la cual se
confía a un “administrador profesional”, un director ejecutivo. El director
ejecutivo recibe un salario usualmente alto, pero es esencialmente un
asalariado.
Este tipo de estructura empresarial se
desarrolló en los Estados Unidos y otros países a partir de la construcción de
ferrocarriles en la década de 1840, inversión que por su tamaño no podía ser
asumida por ningún capital privado aisladamente. El esquema se repitió en la
construcción de los sistemas de distribución de electricidad y en todas las
industrias caracterizadas por alta demanda inicial de capital y altos costos
fijos.
A partir del año 1900 las grandes empresas
adoptaron mayoritariamente la forma de sociedades anónimas, lo que le confirió
a la propiedad capitalista cierto carácter colectivo y consolidó la separación
entre propiedad y gestión. La propiedad es de los accionistas (que cuando son
muchos, son representados por una “junta de accionistas”), mientras que la
gestión, la administración cotidiana de la empresa, es ejercida por un director
ejecutivo contratado por la junta de accionistas.
El esquema se repitió a partir de la segunda
mitad del siglo XX, para empresas emergentes de alta tecnología, basadas en la
ciencia, pero que por esa misma razón tenían un riesgo grande de fracasar
técnicamente, riesgo que usualmente no puede ser asumido en su totalidad por un
solo accionista, sino por varios.
La empresa completamente estatal es la
consecuencia natural de ambos procesos: la socialización de la producción, y la
separación entre propiedad y gestión. La propiedad socialista de todo el pueblo
es la continuidad objetiva de esa tendencia, ya sin las distorsiones derivadas
de la propiedad privada. Es lo que Marx previó al intuir que las formas básicas
de un sistema socioeconómico maduran dentro del sistema que le precede.
En las experiencias socialistas de otros
países en el siglo XX, y también en la nuestra, cuando se trata de empresas muy
grandes y determinantes para la economía nacional, es frecuente hacer
equivalente la propiedad estatal socialista con la administración centralizada.
Pero ahora en el siglo XXI la informatización
de la sociedad, y las tecnologías emergentes de la “cuarta revolución
industrial” (software, electrónica, comunicaciones, automatización, robótica,
inteligencia artificial, biotecnología, y otras), hacen posible la aparición de
muchas nuevas empresas que aun siendo pequeñas, se basan en tecnologías de
avanzada, y por ello son estratégicas para el desarrollo del país. Estas
empresas basadas en la ciencia y en tecnologías emergentes no se pueden
gestionar de manera centralizada. Y ahí se hace evidente el desafío de
encontrar las formas concretas de separar propiedad y gestión.
No podemos confundir propiedad con gestión,
ni propiedad social con gestión centralizada, ni mucho menos intentar dinamizar
la gestión mediante la privatización de la propiedad. Ya en otros países se
cometió ese error, y sabemos las consecuencias.
La iniciativa y la creatividad, que están en
las raíces de la cultura cubana, tienen que expresarse también en el
surgimiento de empresas de base tecnológica que sean, con independencia de su
tamaño, propiedad socialista de todo el pueblo, y garantes de la equidad
social.
Ello requerirá encontrar formas novedosas de
gestión para este tipo de empresas, incluyendo formas novedosas de conexión
entre éstas y las entidades docentes y científicas del sector presupuestado, y
formas novedosas de inserción en la economía mundial. Por supuesto que todo
esto es más fácil decirlo que hacerlo, pero habrá que hacerlo, porque de ello
depende nuestro desarrollo.
Todo lo que hay que hacer lo hace mucho más
difícil el bloqueo del gobierno de los Estados Unidos. Ningún tema, y mucho
menos estos temas de la economía, se puede analizar haciendo abstracción del
impacto del bloqueo. Sería algo así como analizar la epidemiología del dengue
sin hacer mención a los mosquitos. Hay quien lo hace, por absurdo que parezca,
y lo es.
Enfrentar esos retos en el contexto del
bloqueo requerirá de nosotros aún más persistencia y más creatividad. Es
difícil, y no se podrá hacer en un día, ni en un año. Pero lo haremos.
Ya lo anunció, como tantas cosas, José Martí
cuando dijo: “Los pueblos que perduran en la Historia son los pueblos
imaginativos”
Nosotros perduraremos.
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