EN 1958
BÉLGICA EXHIBÍA CONGOLEÑOS COMO ANIMALES
(Por Gustavo Veiga)
Pero solo quedan fotografías antiguas y
alguna coloreada de aquella muestra racista que se levantó en un espacio
llamado Kongorama. La más gráfica de esa colección es la imagen de una
niña negra cercada por un corral de cañas de bambú, mientras es observada
por hombres y mujeres europeos, como si fuera un animal exótico.
La
Unesco también
En julio de 1957, el Correo de la Unesco, el
medio más célebre de Naciones Unidas, publicó el anuncio de aquella feria que
se prolongó entre el 17 de abril y el 19 de octubre del ’58. Decía que en la
sección de la exposición dedicada a los territorios de Bélgica en África --el
Congo, Ruanda y Urundi (se llamaba así, sin la B)-- el tema sería “Cincuenta
años de labor civilizadora en las esferas social, económica y religiosa”.
Para ello se proyectaba “un jardín
tropical en el que crecerán plantas equinocciales africanas en un suelo
artificialmente caldeado”. Era el ámbito propicio para que mentes
supremacistas al servicio del rey Balduino --monarca de entonces-- dispusieran
del zoológico humano como un lugar de entretenimiento para los 41 millones de
personas que visitaron la muestra.
Había sido otro rey, Leopoldo II --en el
trono de 1865 a 1909--, el iniciador del genocidio en el Congo. En el verano de
1897, como hizo Colón con los indios tainos enviados a España, llevó unos 267
congoleños a Bruselas. Los exhibió como si fueran primates en su palacio
colonial de Tervuren. Muchos murieron de frío en el invierno, pero su sádica
majestad se salió con la suya: inauguró una exposición que serviría de
antecedente a la que se abrió hace 65 años con zoológico incluido.
Les
tiraban bananas
Crónicas de aquella etapa de darwinismo
social señalan que los congoleños trasplantados al Parque Heysel, se hartaron
de ser tomados como mascotas. Del público podía esperarse lo peor. “Si no
reaccionaban, les tiraban dinero o plátanos por las uniones de las cañas de
bambú”, describió un periodista de la época. En ese espacio verde se encuentra
todavía hoy el estadio en que ocurrió la tragedia de 1985 con 39 muertos
durante una final entre Juventus y Liverpool por la Copa de Europa. En 1958 ya
existía. Había sido inaugurado en 1930.
El fantasma del rey Leopoldo --libro del
estadounidense Adam Hochschild de 1998--, marcó un antes y un después en la
concientización del pueblo belga sobre lo que había sucedido en el Congo
durante los 44 años de su reinado. Se asesinó a diez millones de personas. A
miles se les mutiló las manos por no pagar tributo en la extracción del caucho
o no obtener la cuota exigida de ese líquido blanco sacado del árbol Hevea
brasiliensis. Muchas otras sufrieron la esclavitud hasta bien entrado el siglo
XX.
El
racismo y el "progreso"
En el Correo de la Unesco de 1957 se lee
sobre la celebrada Exposición de Bruselas: “Nadie podrá decir que nuestra
época no es prodigiosa. ¿No hemos conseguido en nuestro siglo, mayores
progresos que durante todo el período de historia y de protohistoria que le
precedió? De estos últimos cien años, que no son nada desde el punto de
vista cronológico, los 25 últimos han sido los más ricos en descubrimientos que
están transformando nuestro modo de existencia y hasta los cimientos mismos de
la condición humana”.
Esos preceptos cuasi bíblicos, podían ser
aplicables a los ciudadanos de primera de la civilización occidental. Pero
no en una colonia que le arrancaría la independencia a Bélgica el 30 de junio
de 1960. Patrice Lumumba, el héroe nacional, decía por entonces que aquel hecho
“marca un paso decisivo hacia la liberación de todo el continente africano”. Lo
asesinaron militares de su país con la venia de los gobiernos de Bélgica y
Estados Unidos el 17 de enero de 1961. Tenía apenas 35 años.
Una
niña enjaulada
Los congoleños enviados a Bruselas como la
niña de la foto rodeada por cañas de bambú, vivían en una especie de gueto. Les
habían levantado unas chozas precarias donde trabajaban sus artesanías para
saciar la curiosidad del turista europeo. Recibían burlas. Les tiraban monedas
o bananas. Las crónicas de fines de la década del ‘50 hablan de blancos que
veían “a los negros en los jardines zoológicos”. En la Exposición llegó a haber
183 familias forzadas a abandonar África. Eran parte de la escenografía montada
en Kongorama. La muestra se había pensado inicialmente para 1947, después se
corrió a 1955 y terminó inaugurándose tres años más tarde.
Empezaba la etapa de la Guerra Fría. En
el Parque Heysel convivían en tensión evidente los stands de la Unión Soviética
y EE.UU. La muestra con su régimen racial a escala, podía verse funcionando
desde lo alto del Atomium, un modelo gigante de molécula de acero con esferas
que representan un átomo, y que es un símbolo emblemático de la capital belga
como la torre Eiffel de París.
Disculpas
limitadas
El último zoológico humano no sería una
novedad segregacionista de un puñado de belgas trasnochados, bendecidos por un
soberano despótico. Fue un fenómeno de la época que había tenido réplicas en
grandes capitales como Londres y París. El asesinato del afroamericano George
Floyd el 25 de mayo de 2020 a manos policiales en Estados Unidos, reavivó el
rechazo al racismo. Y desempolvó historias olvidadas como la de Ota Benga, un
joven congoleño exhibido en la jaula de los monos en un zoo del Bronx en 1906.
Diez años después se suicidó con un arma de fuego.
Un pedido de disculpas de la Sociedad para la
Conservación de la Vida Silvestre llegó un siglo más tarde. El descargo del
actual rey de Bélgica, Felipe, también. “En ocasión de mi primer viaje al
Congo, deseo reafirmar mi más profundo pesar por estas heridas del pasado”,
declaró en junio de 2022. Pero no pidió perdón por los crímenes de la
monarquía.
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