LA VOZ QUE NOS NOMBRA
(Por Sonia Santoro)
La noticia decía que es posible hablar con
los muertos a través de la inteligencia artificial. “El proceso se lleva a cabo
por medio del almacenamiento de recuerdos e información de la persona fallecida
a modo de datos informáticos. Posteriormente, se desarrollan chatbots, que son
un sistema en la red creado para interactuar con usuarios, por ejemplo, las
respuestas instantáneas y automáticas de los canales digitales de servicio al
cliente de las empresas. Pero, en este caso, se conocen como “Deadbots” o
“Griefbots”, en español, robots de duelo, ya que su objetivo es conversar con
personas muertas”, dijeron varios medios que evidentemente reprodujeron sin
chistar una gacetilla. Este desarrollo no solo busca que las personas vivas
conversen con familiares o amigos que ya no están, sino también con
celebridades y personajes históricos.
Podemos decir que en toda la historia de la
humanidad los seres humanos hemos querido hablar con nuestros muertos. Pero los
muertos han sido reacios a volver a hablar tal y como lo hacían cuando estaban
vivos. En las sesiones de espiritismo, el muerto o la muerta suele comunicarse
a partir de golpes, escrituras, trances de un medium, no con la voz. También
hay algo conocido como psicofonías en el mundo paranormal que refiere a voces
que pueden ser captadas por grabadoras de sonido. Y hay gente que ha escuchado
voces desde siempre.
En los sueños escucho la voz de mi vieja con
claridad. Su llamado (¡So!), la manera cariñosa, no como cuando me decía el
nombre completo, lo que quería decir que se venían momentos tensos. Durante la
vigilia puedo imaginarla con esfuerzo, pero no logro captar su timbre. ¿Cómo
describirla? Recuerdo con más nitidez una canción que cantaba mientras lavaba
la ropa cuando yo era chica: “yo no le canto a la luna porque alumbra y nada
más, le canto porque ella sabe de mi largo caminar... ay lunita tucumana,
tamborcito calchaquí...” y luego se perdía entre el agua que caía con furia en
la pileta del lavadero.
No es la destreza de su voz lo que hace que
la recuerde. Hay voces que no son bellas pero podemos palparlas y parecen tocar
ese algo que reverbera en el cuerpo. ¿Cómo cantaba mi madre? Tenía una voz
aguda, afinada pero seca. Qué difícil es describir una voz. Una voz puede ser
alegre, apagada, grave, chillona. Hay infinitas formas de “pintar” una voz y
así y todo es casi imposible que otra persona pueda dar con el sonido exacto
que queremos transmitir.
Podemos enamorarnos de una voz sin conocer a
la persona. Pasábamos horas hablando por teléfono con esa voz con la que
tejíamos una historia junto a los silencios, las pausas, la respiración.
“Malherido de amor, necesito escuchar su voz” (al menos por teléfono) cantaba
el Paz Martínez.
Hay una voz para cada una de las personas que
habitamos el planeta, así como hay un cuerpo, una letra. La voz, como la
escritura manuscrita, es parte de nuestra huella identitaria. Sin embargo, a
diferencia de la escritura, que podemos reconocer como nuestra a simple vista,
escuchar nuestra voz puede desconcertarnos: “¿así sueno yo?” No sabemos cómo
sonamos, nuestra percepción está distorsionada. Y cuando nos escuchamos muchas
veces no nos gustamos.
Durante la pandemia pasó algo curioso. Hasta
el momento no veíamos nuestras caras al hablar pero el hecho de adoptar los
dispositivos audiovisuales para comunicarnos con los demás hizo que tuviéramos
que verlas durante lo que durara la reunión, la clase o lo que fuera. Eso trajo
distintos mecanismos de adaptación, como esos breves segundos para acomodarnos
el pelo usando ese espejo que nos ofrecía la plataforma antes de empezar la
actividad. Como sea, nos acostumbrarnos a vernos y puede que nos hayamos
cansado de hacerlo. ¿Pasa algo similar con la voz? Hay gente que escucha los
audios que manda por whatsapp, ¿qué es lo que busca? ¿Es parte de chequear cómo
sonamos, cómo nos puede escuchar el otro? ¿Y ese otro, escucha lo mismo que yo
cuando pongo el acento en tal palabra o mi entonación es sarcástica?
A la voz no podemos “verla”. Y cuando nos
llega por la mediación de algún dispositivo de los que hoy son habituales la
reproducimos y confiamos en que es esa persona la que nos habla porque su voz
es testimonio de eso. Pero supongamos que una persona muere y recuperamos sus
audios, ¿eso quiere decir que esa persona que nos habla está ahí como lo estaba
antes de morir? “No hay un día que no me ponga a escuchar los audios”, dice un
amigo de Lucas González, ese joven asesinado en la mañana del 17 de noviembre de
2021 en el barrio porteño de Barracas después de entrenar (caso que está siendo
juzgado por estos días). Su amigo mira fotos y escucha los audios de whatsapp
para traerlo de vuelta.
Suponiendo que lo de la inteligencia
artificial funcione, qué tentación... pero ¿podemos realmente pensar que eso
nos va a ayudar a tramitar nuestros duelos? En su libro A la salud de los
muertos, Viciane Despret habla de las sesiones de espiritismo como una de
las tantas formas en la que “los muertos están entre nosotros, y están activos:
influyen, transmiten, unen, movilizan, se transforman y nos transforman”. La
cuestión, dice, no es si los muertos existen o no, sino cuál es su modo de
existencia. Despret se pregunta en qué condiciones se prolonga la existencia de
los muertos, qué los sostiene y qué los pone en riesgo, y principalmente de qué
son capaces y de qué nos vuelven capaces. ¿Serán capaces de hablarnos a través
de la inteligencia artificial?
No lo sé. De lo que sí estoy segura es de que
a veces somos hablados por los muertos. No con su voz, pero sí con sus
palabras, sus modos. El otro día me escuché decir:
--Se ponen borrachos y hacen cualquier cosa.
Lo dije al aire para que lo escuchara mi hijo
mayor. Esa era una forma de hablar indirecta de mi madre. No era yo la que
hablaba (¿O ahora también soy eso?).
En el libro Léxico familiar, la
escritora italiana Natalia Ginzburg hace un extraordinario trabajo con las
frases usuales en su familia, del padre, de la madre; lo que constituía el
léxico de su entorno. Su padre “gritaba”, “tronaba” que no fueran “palurdos”,
por ejemplo. “Soy aquellos que fueron antes de mí”, dice.
Las voces, las palabras, los modismos de los
otros nos atraviesan, incluso estando vivos. Estos días me enteré que decir
“cinto” y no “cinturón” es signo de que no soy porteña. Estamos llenos de voces
que nos hablan de nuestros orígenes, de nuestra pertenencia social, de clase, de
género.
Mi profesora de yoga dice que a veces se
siente “hablada” por la voz de su maestro. Esa voz que encierra no sólo sonidos
sino un contenido específico, muy concreto, una forma de ver el mundo.
¿Será la inteligencia artificial capaz de
reproducir la diversidad de cosas que puede encerrar una voz? ¿Y nosotros,
seremos capaces de encontrar consuelo en ello, más allá del primer momento de
asombro?
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