Viaje a la Luna

Viaje a la Luna

Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

miércoles, 29 de junio de 2011

EN LO DE LA VIEJA JULIA
La Lisso, mi madre a mirado toda su vida por los ojos de mi hermano Leo y por los míos, como ella mismo nos puso somos sus conejos negro y blanco, mi hermano con su color aceituna de puro gitano era el negro y yo como Efraín, el bodeguero gallego de la esquina, era el blanco, ha consagrado mi viejita su vida a velar por las nuestras, ha compartido nuestras alegrías y nuestros fracasos momentáneos, cuando era adolescente conocí otra de sus grandezas.
En Arma 495 en Lawton, en el Departamento de al lado al nuestro, vivía la vieja Julia con sus tres nietos, Virgilito, Ana Julia y Margarita, la mama de ellos Aleida era la ama de llave de no se cual Comandante de la Revolución, desde 1959 ella ayudaba a la señora de la casa a realizar los quehaceres del hogar, y en principio según creía yo, vivía con ellos, mientras tanto,  la vieja Julia, criaba a sus tres hijos. El Departamento de Julia, era como el de mi casa, bien pequeño, sala, cocina, cuarto, baño, y un patiecito, pero tenia un balcon a la calle Armas, ella como nosotros,  convertíamos la sala en un verdadero campamento gitano, cada vez que se iban a dormir los nietos, abrían los catres como hacíamos mi hermano Leo y yo para comenzar una noche de sueño.
En mi casa por aquel entonces teníamos cocina de Luz brillantez (kerosén) pero en la casa de Julia tenían cocina de carbón. Aquella cocina me fascinaba, y ahora entiendo mi predilección por las chimeneas en los países fríos o la comida hecha en parrilla como en la Argentina. Me acuerdo que una vez por semana Julia bajaba a comprar el carbón a Mario, que pasaba con su hijo en un carretón pregonando la venta, Humberto el hijo de Mario estudio conmigo en la Escuela Primaria Rodolfo Fernández Vaquero, y murió en 1983 como internacionalista en Angola, Mario su padre para entonces ya no era el carbonero fuerte y robusto que yo había conocido, había envejecido 200 años, la tristeza lo consumía.
No se que era, bueno, ahora de grande lo se, pero lo que cocinaba la vieja Julia me sabia mas rico que lo de la gitana LIsso, que es mucho decir, por tanto cuando llegaba las 8 de la noche, comenzaba mi capricho de chico malcriado, de que quería comer en lo de Julia, mi vieja con esa paciencia de los sabios,  sin ningún problema accedía a mi petición y yo finalmente iba a comer con mi vecina. Recuerdo a la vieja Julia en un delantal azul de cuadros con dos bolsillos grandes adelante donde entre otras cosas guardaba su vicio vital, los cigarros populares, su pelo siempre estaba recogido hacia atrás con una liga y usaba tenis con huecos en sus cayos de los dedos pequeños de sus dos pies, yo me sentaba en la mesa con mantel de hule con flores amarillas y desde allí la observaba como abría la puerta metálica lateral de la cocina para con un hierro en forma de “L” atizar los carbones dormidos, aquella tortilla de huevos con arroz con frijoles negros me sabia a gloria, el sabor y el olor a carbón de aquella comida todavía persisten en mi mente, me devoraba aquel manjar y mi madre muchas veces sonriente me miraba desde la puerta .
Lo que supe años más tarde me dio la dimensión de mi vieja, la propia Julia me hacia la confesión, aquella comida que yo tanto ansiaba comer en su casa, verdaderamente era cocinada por mi madre, que por tal que yo comiera, se la daba a escondida, su función era calentarla pero hacer la pantomima de que aquel plato era preparado en aquella cocina especial de carbón que tanto me maravillaba.