Viaje a la Luna

Viaje a la Luna

Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

martes, 27 de agosto de 2013

MI PELO
by eduardodelllano

Cuando estudiaba en la escuela Lenin, del setenta y cuatro al ochenta, se tomaban muy en serio el reglamento. Había que usar el uniforme de cierta manera, tender la cama de un modo específico, aprender las normas de lo que entonces llamaban caballerosidad proletaria. Y, naturalmente, llevar el pelo corto constituía obligación. La Lenin no era una escuela militar, pero eso no importaba: según la lógica de quienes diseñaron nuestra educación y nuestros valores, un joven revolucionario no se dejaría tentar por las melenas al estilo Led Zeppelin (o rebeldes en la Sierra); todo lo contrario, debía pelarse como Anthony Perkins en Psycho. Si nada más te dejabas unas briznas encima de las orejas tenías problemas ideológicos, y con cada centímetro extra la cosa empeoraba: el flequillo o unos bucles cubriéndote el cuello equivalían a ser una basura penetrada por lo más abyecto del american way, agente de la CIA y maricón, por añadidura.

Yo era flaco, sufría de un acné moderado y usaba gafas. Vaya, que mis atractivos iban más por dentro. Ahora bien, no sólo era un rockero confeso y razonablemente informado, sino que lucía un cabello castaño y brillante, lacio aunque no del todo liso, del gusto de las muchachas de entonces. O eso creía yo. En fin, que desde marzo o abril ya uno empezaba a dejarse crecer el pelo para tenerlo más o menos largo al salir de vacaciones a comienzos de julio. Como los profesores olían –bastante literalmente, me temo- el pelo largo, empleábamos un método bizarro pero eficaz para rehuir las tijeras: aplastárnoslo durante toda la noche con una media femenina, con el fin de reducir su volumen diurno. El espectáculo que tenía lugar frente al espejo del albergue a las diez o las once, con un montón de muchachos con medias en la cabeza y loción secante –una mierda blanca de zinc y calamina- extendido sobre los barros nuevos mientras nos exprimíamos los maduros, no desentonaría en la primera media hora de una película

Hubo un año en que me atreví a entrar al nuevo curso en septiembre sin pelarme; la idea era lucir mis melenas unos días y cortármelas durante el primer pase de fin de semana. Sin embargo, el lunes por la mañana un profesor me descubrió camuflado entre mis compañeros, me tomó del brazo y me llevó adonde el barbero, que era conocido por el eufónico y esclarecedor apodo de Mandarria. En fin, Mandarria acabó conmigo, me peló de manera humillante para nuestros cánones generacionales, con una especie de corte a la malanguita que hoy, ya ven, estaría ferozmente a la moda.

En la Universidad, y casi siempre desde entonces, he llevado el cabello largo: melenita modesta en ocasiones, cabellera a mitad de la espalda las más de las veces. Aunque ya tengo la barba completamente blanca y mi cabeza empieza a lucir más grisácea que castaña, no me he quedado calvo ni me crecieron mucho las entradas, lo que ciertamente no es mérito mío pero, para qué negarlo, aviva cierto difuso orgullo. Claro que los tiempos han cambiado y ya no hay oportunistas con patente de corso pelando infelices en la calle 23; incluso tuvimos un insigne ministro de Cultura con una melena podada a lo McCartney en su época de Wings. Eso no implica ni mucho menos que no queden prejuicios en mucha gente, en funcionarios y policías, en suegras y cuadros, pero en general cada uno lleva el pelo como le place, hoy día. Los modelos juveniles no son ya Lennon, Robert Plant o Guevara, más bien Daddy Yankee o Gente D´Zona, el pelo largo ha dejado de constituir glorioso símbolo de indocilidad adolescente para revelarse, si somos sinceros, como un engorro por el sudor y el gasto de champú, pero uno es lo que es y tiene los ídolos que

Tal vez cuando el tiempo me limpie definitivamente el cráneo este sea un mejor país, con más libertades y menos prejuicios. En todo caso, hoy me cuido de no evaluar y condenar a los novios de mis hijas porque ostenten un mohawk o (y) figuras geométricas recortadas en el cráneo. De cuando en cuando, sin embargo, me sorprendo pensando que la juventud está perdida, que ya no tienen melenas como buenos rockeros decentes, de familia...