Viaje a la Luna

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Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

jueves, 28 de marzo de 2019


¿Por qué hay que culpar a Cuba de los fracasos de EE.UU. en Venezuela?
(Por Iroel Sánchez, publicado en su blog "La Pupila Insomne")

Durante la Guerra Fría, el gobierno estadounidense esgrimió la amenaza soviética para justificar su intervencionismo en Latinoamérica, y hasta alguna lógica tenía porque, a pesar de que las intervenciones estadounidenses al Sur de sus fronteras son muy anteriores a la existencia de la URSS. En recursos energéticos, territorio, población y poderío militar la Unión Soviética era un rival cuyas magnitudes facilitaban la tarea de convertirla en el “gran enemigo de la democracia en las Américas”.

Al interior de los Estados Unidos, el mismo pretexto sirvió para el más feroz anticomunismo que alcanzó sus cuotas más altas en los años cincuenta del Siglo XX con las persecuciones macartistas tan bien testimoniadas por la dramaturga Lilian Helman en su libro Scoundrel Time.

La Unión Soviética desapareció, y desde Estados Unidos se proclamó el fin de la historia, el añorado triunfo del capitalismo había llegado.  En América Latina, se anunció que la Revolución cubana tenía sus horas contadas, pero no fue suficiente, hubo que recrudecer el bloqueo económico, imponer nuevas sanciones como las establecidas en la leyes Helms Burton y Torricelli y aun así no lograron su derrumbe. Peor todavía, el nuevo siglo trajo la palabra socialismo de regreso en varios países latinoamericanos y una alianza entre ellos -la ALBA- cuyo centro pasaba por el petróleo venezolano y los servicios de salud y educación cubanos. Millones de latinoamericanos y caribeños humildes abandonaron el analfabetismo, la ceguera y la precariedad energética gracias a ello.

Desde que a inicios del Siglo XXI se hizo visible la orientación socialista del gobierno bolivariano en Venezuela, los intentos de retomar el control de los importantes recursos energéticos venezolanos no han cesado, tanto desde Estados Unidos como desde la oligarquía local que se le subordina. Primero, intentando derrocar el gobierno de Hugo Chávez, incluyendo el golpe militar, y luego de su fallecimiento, con el incremento de la guerra económica contra la continuidad de su proyecto político encarnada por Nicolás Maduro y la unión cívico-militar que Chávez construyó. La unión cívico militar venezolana marca la diferencia con el fracaso de otros procesos donde golpes militares o parlamentarios alentados desde Washington han tenido resultado exitoso. A pesar de los constantes y abiertos llamados efectuados por figuras del gobierno estadounidense para que los militares venezolanos derroquen el gobierno bolivariano, las sanciones de Washington a varios de ellos y las amenazas contra quienes permanezcan leales, las Fuerzas Armadas han continuado en una postura fiel al gobierno de Nicolás Maduro.

La búsqueda del aislamiento internacional de Venezuela, con gobiernos latinoamericanos y europeos seguidores de Estados Unidos reconociendo a un “presidente encargado” por Washington, tampoco ha tenido los resultados esperados, y el intento de provocar una insurrección a partir de la introducción de una politizada “ayuda humanitaria” y un muy mediático concierto fronterizo, se volvió contra sus promotores al revelarse hasta por la prensa hegemónica capitalista las mentiras que lo acompañaron.
¿Qué les ha quedado entonces en su arsenal a quienes desde Estados Unidos insisten en el derrocamiento del gobierno venezolano? Siguiendo la misma ruta empleada con Cuba después del fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos, el incremento del sabotaje abierto como ha ocurrido con el ciberataque al sistema eléctrico que tuvo sin luz y agua a la mayoría de los venezolanos durante cinco días, y la propaganda de guerra que convierta en causa el efecto de las agresiones económicas norteamericanas en la calidad de vida del pueblo norteamericano.

En esa propaganda de guerra Estados Unidos necesita un culpable para explicar al mundo el fracaso de tantos y continuados esfuerzos que, si bien comenzaron en su última etapa cuando Barack Obama declaró a Venezuela “amenaza inusual y extraordinaria” a la seguridad nacional estadounidense, han abandonado toda máscara y se han hecho absolutamente explícitos después de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Al parecer, los halcones de la Guerra Fría como Elliot Abrams – a  quien Washington ha puesto al frente de su estrategia antivenezolana- no han encontrado idea más original que resucitar la “injerencia comunista” que enarbolaron hace más de treinta años para aislar a la Revolución cubana y justificar el papel de la CIA y el State Department tras las dictaduras militares y la ola de asesinos y torturadores que, formados en la tristemente recordada Escuela de las Américas, asolaron la región. Se apoyan así en el discurso antisocialista con que Donald Trump -elogioso visitante de Vietnam y amable interlocutor de Kim Jong-Un- intenta desacreditar el ascenso de políticos exitosos que se definen socialistas en el congreso de EE.UU., como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio Cortéz.

Allí es donde entran en acción los peregrinos cuentos de la “injerencia cubana” en Venezuela, porque según la prensa hegemónica es Cuba, y no Estados Unidos, la que tiene intereses económicos tras su posición sobre el país suramericano, son los “más de veinte mil agentes cubanos” los que sostienen a Maduro, aunque no se haya podido mostrar una sola prueba de ello y la cifra coincida con la cantidad de trabajadores de la salud que desde hace más de una década han mejorado la vida de millones de venezolanos, muchos de los cuales nunca antes habían visto un médico. El último aporte de esta guerra propagandística es la “investigación” sin pruebas de The New York Times, según la cual los médicos cubanos en Venezuela estarían haciendo lo que los “sargentos políticos” hacían en la Cuba que Washington apoyó antes de 1959: buscar votos a cambio de servicios de salud, práctica desterrada para siempre por la Revolución y bien conocida por muchos de quienes en Miami llevan sesenta años tratando de derrocarla.

Cuba no es la URSS, y ni militar ni económicamente puede significar amenaza alguna para nadie. Tampoco el gobierno cubano es como el de Estados Unidos, que tiene un largo historial de guerras basadas en mentiras para apoderarse de recursos energéticos en todo el planeta, menos aún sus embajadas -como sí sucede con las estadounidenses- han estado detrás de golpes de estado en algún país latinoamericano. Pero con esta estrategia mentirosa Washington suministra una hoja de parra a quienes viven igualando agresores y agredidos, bloqueados y bloqueadores, víctimas y victimarios… el pretexto ideal para los falsos valientes que les permite colocarse en un lado o en otro según se desarrollan los hechos. Desde Talleyrand hasta Lenin (Gorbachov) Moreno los que comienzan diciendo “ni con este ni con aquel”, terminan alineados ya sabemos con quiénes, esos mismos a los que The New York Times representa tan bien: los poderosos que no tienen el menor interés en que haya médicos para los pobres ni dinero en otros bolsillos que no sean los suyos.