CRÍTICA
DE LA CIENCIA ECONÓMICA
(Por
Guillermo Wierzba, en el blog “El Cohete a la Luna”)
La
amputación
En la Argentina se ha abierto un debate de
Economía Política. Fue el nombre de una carrera universitaria de la UBA que la
intervención de la dictadura autodenominada de la “Revolución Argentina”
cercenó y reemplazó por el de “Economía”, cambiando sus contenidos. El régimen
ilegal instaló a un grupo de profesores formados en universidades
norteamericanas, quienes cumplieron el cometido de ese reemplazo, algunos de
contacto frecuente con académicos ligados a Fraga Iribarne, un franquista que
luego fue fundador de la Alianza Popular, posteriormente transformada en
el Partido Popular, integrado hoy a la Fundación Libertad que comanda Mario
Vargas Llosa.
La pandemia exhibe de manera impúdica la
polarización social, la pobreza, la vulnerabilidad de los sectores populares y
el deterioro de los servicios de salud provocados por las políticas ortodoxas
recomendadas por los exponentes de la “Ciencia Económica”, que expulsaron los
enfoques de la economía política de las aulas y hegemonizaron por décadas la
confección de programas con sus modelos de arbitrarias formulaciones
axiomáticas, rebatidas insistentemente por la realidad.
El cambio de nombre no ha pretendido ocultar
la pretensión de separar la economía de la política, sino que más bien pregona
esa escisión. El núcleo de ideas que ha sostenido el andamiaje teórico de esa
“Ciencia Económica” es la postulación de que la distribución del ingreso
constituye un resultado endógeno de las condiciones de producción (una
consecuencia cuasi-tecnológica) y no una cuestión exógena (externa) que resulta
de la puja distributiva que atraviesa a las sociedades capitalistas como
resultado no sólo de las condiciones de producción, sino de los paradigmas
culturales, del entramado de organizaciones sociales, sindicales y políticas y de
las ideas e imágenes-objetivo sobre el futuro nacional y de la humanidad toda,
que dan sentido fundamental a la vida cotidiana de los pueblos.
Desde la “Ciencia Económica”, cuyos
batalladores incansables repiquetean sus dogmas y lugares comunes por los
medios de comunicación hegemónicos, se insiste en alertar respecto de la
intensidad de la caída de la producción por la pandemia y de las políticas
necesarias para lograr una rápida recuperación posterior. La ruta única para
estos economistas pretendidamente objetivos, que no disimulan su mirada
despectiva respecto de la política, a la que le asignan un papel negativo y de
restricción para el bienestar económico, se trata de atraer inversiones. Para
lograrlo se invoca la necesidad de generar un buen ambiente de negocios. La
organización de los trabajadores y la movilización popular constituyen, para
ellos, un problema porque traerían como consecuencia presiones salariales y
aumento del gasto público, poniendo palos en la rueda para el fluir de la corriente
inversora con la que sueñan. La falacia comienza por el principio, cuando
ubican la urgencia en la recuperación de la caída del producto soportada por la
invasión de la peste.
El enfoque desde la “Economía Política” sitúa
en primer lugar a la distribución del ingreso, en vez de omitirla. La mirada
crítica observa que la polarización social y sus males asociados no resultaron
de la pandemia sino del neoliberalismo, corriente política sustentada en la
alienación de política y economía. La crisis civilizatoria, que muchos
cientistas ven que la pandemia ha precipitado, requiere la reversión de la
falsedad del orden impuesto por los practicantes del dogma hegemónico de las
últimas décadas. Primero hay que discutir la distribución del ingreso y la
riqueza. Primero la justicia social. Primero la soberanía de la política. Esas
son las bases sobre la que será posible construir entre todos un proyecto de
desarrollo nacional. De no ser así, se subsidiará una recuperación basada en
desigualdades más descarnadas que las que precedieron a la pandemia. Si no
fuera de esa manera, la reactivación se habrá de sostener en la producción de
los bienes que consumen los sectores de altos y medios ingresos, y la
recuperación de la actividad insumirá un esfuerzo desmedido de divisas y la
pobreza y la desigualdad seguirán su curso creciente.
No resulta para nada auspicioso que hoy haya
un alto nivel de resistencia al impuesto a las grandes fortunas por parte
del establishment, las asociaciones representativas del gran
empresariado y el aparato comunicacional ligado a ellos. La oposición a un
impuesto por única vez para financiar una parte de la política anticrisis
revela hasta qué punto se promueve el continuismo de una sociedad insolidaria.
Su intencional lectura respecto a una reforma tributaria que el Presidente
lanzó con la fundamentación de introducir progresividad en el sistema, como si
se tratara de cambios simplificadores de carácter administrativo, también
merece similar calificación.
La teoría de la “Ciencia Económica” brinda un
soporte sustancial al pregón de estos sectores y sus voceros. Su construcción
basada en la separación de la política y la economía se asienta en remitir
la economía al ámbito de la sociedad civil. Hoy dicen sin tapujos que es
“al sector privado al que le corresponde asumir la responsabilidad de
controlar, dirigir, y administrar las empresas en la Argentina” (AEA). O sea
que el Estado no podría tener empresas. Es parte de la exclusión del Estado de
la economía que ellos impulsan. Habría que agregar sus frecuentes advertencias
con relación a la “sustentabilidad fiscal” o a mantener el gasto público bajo
control. Y la reciente manifestación de “preocupación” por la intervención y
proyecto de expropiación de Vicentin, holding empresario cuya mala conducta e
ilegítimo y doloso desempeño ha causado ingentes daños sociales y grandes
pérdidas al sistema financiero público. También esos sectores lanzan
advertencias respecto a la inconveniencia de la presencia del Estado en el
comercio exterior. Esta sustracción de atribuciones para la participación
pública en la economía, que no se basa en sustento legal alguno, tributa a la
apologética que edificaron con mucho despliegue académico y escasa validez
científica Jevons, Menger, Böhm Bawerk, Walras, Pareto, Marshall, Friedman y
Von Hayek.
Soberanía
política, independencia económica y justicia social
¿Y la democracia? ¿Qué define la ciudadanía?
¿Qué debate el pueblo? Por de pronto, no la economía, reza la “Ciencia
Económica”. Las decisiones sobre aquella corresponderían a los dueños de las
grandes empresas por la cuáles hablan entre otros, Jaime Campos y Daniel
Pelegrina. Una sociedad democrática es la que ensancha el espacio de
participación popular. En esto radica la fuente y el respeto por los principios
de la soberanía política. En cambio una sociedad presa del liberalismo
económico no democratiza, sino que vacía la política y excluye al pueblo del
manejo de la cuestión económica. Esta se resuelve en las relaciones de
propiedad y queda marginada de la atribución ciudadana, y no de cualquier
propiedad en abstracto, sino de la propiedad de los grandes conglomerados
empresarios extranjeros y de la oligarquía diversificada local.
Para salir de la pandemia con una
recuperación que signifique la instalación de un humanismo crítico, de una
sociedad solidaria, resulta imprescindible que el inicio sea proponerse reducir
la polarización social, frenar la concentración de la riqueza, mejorar la
distribución de la riqueza. Primero, redistribuir el ingreso, para luego crecer
sobre la base de esa distribución. Garantizar empleo y trabajo para todos. A
cada distribución del ingreso corresponde una estructura de la demanda. Cada
estructura satisface distintas conformaciones de la canasta de consumos. Por
ejemplo, el despliegue de un vasto y extenso plan de construcción de viviendas
–como propone el CESO—, tiene por detrás un determinado perfil distributivo,
igualmente el crecimiento de la agricultura familiar. Acudir a resolver masivos
problemas de prevención y atención sanitaria es parte de un determinado estilo
de shock distributivo. A partir de esos presupuestos habría un patrón, y por
qué no –pese al rechazo que la convención ortodoxa tiene por el mismo—, un plan
de crecimiento. Para evaluar la justicia de las políticas que se adopten, no
alcanzará con medir el crecimiento del producto y la tasa de inversión. Ni será
suficiente con establecer la proporción de la población en situación de
pobreza. Será necesario completar esos indicadores con la preocupación por el
índice de Gini, con la relación entre los ingresos y la riqueza del decil más
rico respecto del más pobre del pueblo, con el conocimiento de la tasa de
mortalidad infantil y de la esperanza de vida. Más otras mediciones que nos
informen sobre progresividad fiscal, adecuada nutrición, acceso a la educación,
a la cultura, a la salud, al esparcimiento adecuado, a la vivienda. Las medidas
de justicia social y desarrollo requieren ser extendidas a los ámbitos
regionales, en función de la integración nacional y auténtico desarrollo del
federalismo.
La reivindicación democrática de justicia
social, de promoción de la igualdad, de construcción de las condiciones
concretas para el ejercicio de la libertad, requieren de la intensidad de la
decisión popular en la economía y en la producción. Con un Estado presente que
controle, dirija y administre la economía. Que incluya su propiedad de empresas
en sectores estratégicos, como inteligente y correctamente lo disponía la
Constitución Nacional de 1949 derogada por la ilegal dictadura autodenominada
“Revolución Libertadora”. Es impensable el desarrollo de la Nación sin bancos
públicos nacionales, provinciales y municipales con una fuerte presencia. Ese
desarrollo tampoco sería posible sin la intervención y participación del Estado
en el comercio exterior y sin los cambios estructurales que favorezcan el
mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores y de los actores de
la economía popular. Empezar por otorgar “estímulos” a la inversión market
friendly conduciría a la catástrofe, hay mucha historia para fundar
esta afirmación.
Pero siendo lo primero, no sólo la estructura
distributiva debe preceder a la sola y parcial preocupación por la recuperación
y crecimiento del PBI. El diseño del Patrón productivo debe resultar de la voluntad
general y no de las señales mercantiles dominadas por el capital
concentrado. La necesidad de una diversificación productiva es una de las
condiciones básicas, y también apunta al logro de otro fin democrático
irrenunciable: la independencia económica. La especialización y dependencia
exportadora y productiva de la Argentina debe ser modificada. La historia del
régimen de sociedad de mercado –un proyecto que gobernó la mayoría de los años
de las últimas décadas— acentuó esas características, sin lograr crecimiento
alguno. No será la lógica del librecambio, sino la de un Estado democrático
—intenso en participación popular— como actor decisivo, la que construya una
transformación que conduzca a un crecimiento que se articule con la meta de la
igualdad.
En El largo camino a la crisis.
Centro, periferia y transformaciones de la economía mundial (ed. Cara
y Ceca y CCC F.Gorini, 2011), un análisis sobre la situación de América Latina
efectuado cuando en un nutrido grupo de países ejercían el poder gobiernos populares
que luego sufrieron la embestida del golpismo institucional y el lawfare,
Enrique Arceo subraya la importancia del despliegue de un proceso de
industrialización por parte de esas experiencias, concluyendo que “la
orientación primaria privilegia la relación con los centros consumidores y
debilita la articulación entre las economías de la región”. Este señalamiento
resulta clave para promover la Unidad Latinoamericana y, en función de la cual,
la imprescindible reestructuración económica debe tener una definida dirección
del Estado, no sólo con estímulos sino con leyes e instituciones. Arceo
continúa diciendo que la profundización de la “industrialización permitiría
incrementar la división regional del trabajo y desarrollar complementariedades
en un marco que probablemente tendrá con el Este de Asia coincidencias en
cuanto al papel central del sector público, pero que presentará profundas
diferencias en lo político y social en virtud de que la presencia y
participación activa de los sectores populares constituye, en la región, una
condición indispensable para el quiebre de la resistencia del bloque de clase
actualmente dominante”.
En estos rumbos habrá, también, que superar
las herencias de los dogmas económicos introducidos a la fuerza en los claustros
de nuestras universidades por profesores educados por el mainstream, dogmas
que hoy son repetidos a conveniencia por dirigentes empresariales, economistas
mediáticos y comunicadores con lecturas rápidas.
Fidel:
“Economistas con un sentido político, no economistas para servir a las
transnacionales”.
(Del blog
de Iroel Sanchez “La Pupila Insomne”)
Nuestros enemigos tratan de golpear nuestras
verdades, y contra esa obra de todo un pueblo calumnian por todos los medios
posibles, intrigan y tratan de subvertir, tratan de matar la esperanza, de
sembrar el pesimismo, si no, ¿para qué quieren ese indecente bloqueo? Para
quebrar la moral de nuestro pueblo que, con carácter casi exclusivo en el
mundo, está sufriendo el hostigamiento, la guerra económica y no económica
también, la guerra política y la guerra ideológica de la más poderosa potencia
que ha existido jamás en la historia; y, por primera vez, una potencia
hegemónica a nivel mundial.
Estados Unidos constituye hoy la base del
imperialismo globalizado y también la lucha contra esa forma de dominio tiene
que ser globalizada.
Ese imperio tiene sus teóricos y sus
ideólogos formados en universidades, aunque justo es decir que allí también hay
hombres inteligentes y sensibles, no todos piensan exactamente igual; hombres
que no comparten los métodos del imperio, ni las políticas del imperio o el
criminal procedimiento de bloquear a un país pequeño, de tratar de rendirlo por
hambre y por enfermedad. Tiene sus teorías, sus teóricos y sus medios de
divulgarlas, y los pueblos dominados por ese imperio global deben tener también
sus teóricos que han de salir de las filas de los intelectuales; en primer
lugar, de los economistas. De los economistas con un sentido político, no
economistas para servir a las transnacionales, o economistas para ejercer el
simple papel de asesores. Hay que asesorar desde luego todo lo que se pueda,
economistas que desarrollen ideas y las trasmitan a su pueblo a partir de
fundamentos profundamente científicos, a partir de la ciencia y de la
experiencia humana acumulada durante tanto tiempo.
Economistas del pueblo, y hoy para ser
economistas del pueblo –repito– deben ser economistas políticos; y los
políticos deben ser políticos, con un mínimo de conocimientos económicos y si
es posible con un máximo de conocimientos en ese campo, que hoy es la base
realmente sobre la cual se está jugando el destino la humanidad, la base sobre
la cual se desarrollan nuestras luchas. Y los políticos que no entiendan, o no
quieran entender, o que no se esmeren en conocer la economía, no son dignos de
ejercer las funciones que ejerzan como tales políticos.
No es cuestión de estar diciendo cosas que
agraden porque las elecciones se aproximan, o porque se quiere que su partido
gane un poco más de votos, repartiéndose una multitud de electores divididos en
mil pedazos. No se trata de estar expresando cosas para obtener apoyo y con una
multitud de periodistas detrás; si pasan dos horas sin una conferencia de
prensa para trasmitir sus palabras y divulgar su presencia, es como si pasaran
10 días sin beber agua. Es todo un estilo político, incluso.
(Fragmento
del Discurso pronunciado en la clausura del evento internacional Economía’98)
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