COMUNICADO
No. 1
Este Mundo es así, “tómalo o déjalo”, la burguesía
con una insultante y estudiada riqueza, tiene que recordarle a los gobiernos
del Mundo y a esa complacida clase aspiracional, que sale en la noches a “cacerolear”
en su apoyo, la bendita clase media, que por favor estamos en el horno y
necesitamos que nos cobren mas impuesto a nuestras fortunas para de alguna
manera ayudar en estos momentos de crisis, ojo, ahora, por un ratito, luego que
todo esto pase, volvemos a la normalidad, no se acostumbren, 600 años
demuestran que es la normalidad.
El mensaje de la burguesía ha llegado tan
profundo desde hace siglos, ha embaucado a tantos para que se consideren “socios
políticos”, sobre todo en las perdidas (léase Estado), ha instalado a esa clase
política que responde a sus intereses en el poder, que no les queda más remedio
que hacer una carta para “espabilar” a algunos, “MILLONARIOS POR LA HUMANIDAD”
ha lanzado un llamado de “Solidaridad”, “nosotros
estamos acá, somos la causa de la destrucción
de este Mundo, hemos acumulado nuestras ganancias explotándolos y masacrándolos
por años, por siglos y en estas horas duras de la humanidad, venimos a que no
sean giles y nos cobren un poco más, igual tenemos mucho, incluso para que
todos ustedes sean millonarios”. Ojala ese hubiera sido el tenor de la
carta, pero siguen disfrazando la palabra. A continuación la carta traducida
del ingles, la original la pueden leer en https://www.millionairesforhumanity.com/
A
nuestros compañeros ciudadanos globales:
Cuando
Covid-19 golpea al mundo, los millonarios como nosotros tienen un papel
fundamental que desempeñar en la curación de nuestro mundo. No, no somos
nosotros los que cuidamos a los enfermos en las salas de cuidados intensivos.
No estamos conduciendo las ambulancias que llevarán a los enfermos a los
hospitales. No estamos reabasteciendo los estantes de las tiendas de
comestibles ni entregando alimentos puerta a puerta. Pero tenemos dinero,
mucho. Dinero que se necesita desesperadamente ahora y seguirá siendo necesario
en los próximos años, a medida que nuestro mundo se recupere de esta crisis.
Hoy,
nosotros, los millonarios abajo firmantes, pedimos a nuestros gobiernos que
aumenten los impuestos a personas como nosotros. Inmediatamente.
Sustancialmente. Permanentemente.
El
impacto de esta crisis durará décadas. Podría empujar a 500 millones de
personas más a la pobreza. Cientos de millones de personas perderán sus empleos
a medida que cierren las empresas, algunas de forma permanente. Ya hay casi mil
millones de niños sin escolarizar, muchos de ellos sin acceso a los recursos
que necesitan para continuar su aprendizaje. Y, por supuesto, la ausencia de
camas de hospital, máscaras protectoras y ventiladores es un doloroso
recordatorio diario de la inversión inadecuada realizada en los sistemas de
salud pública en todo el mundo.
Los
problemas causados y revelados por Covid-19 no pueden resolverse con caridad,
sin importar cuán generosos sean. Los líderes gubernamentales deben asumir la
responsabilidad de recaudar los fondos que necesitamos y gastarlos de manera
justa. Podemos asegurarnos de financiar adecuadamente nuestros sistemas de
salud, escuelas y seguridad a través de un aumento permanente de impuestos a
las personas más ricas del planeta, personas como nosotros.
Tenemos
una enorme deuda con las personas que trabajan en la primera línea de esta
batalla global. La mayoría de los trabajadores esenciales están muy mal pagados
por la carga que llevan. A la vanguardia de esta lucha están nuestros
trabajadores de la salud, de los cuales el 70 por ciento son mujeres. Se
enfrentan al virus mortal todos los días en el trabajo, mientras que tienen la
mayor parte de la responsabilidad del trabajo no remunerado en el hogar. Los
riesgos que estas personas valientes aceptan voluntariamente todos los días
para cuidar al resto de nosotros requieren que establezcamos un compromiso
nuevo y real entre nosotros y con lo que realmente importa.
Nuestra
interconexión nunca ha sido más clara. Debemos reequilibrar nuestro mundo antes
de que sea demasiado tarde. No habrá otra oportunidad de hacerlo bien.
A
diferencia de decenas de millones de personas en todo el mundo, no tenemos que
preocuparnos por perder nuestros trabajos, nuestros hogares o nuestra capacidad
de mantener a nuestras familias. No estamos luchando en la primera línea de
esta emergencia y es mucho menos probable que seamos sus víctimas.
Así que
por favor. Grávennos. Grávennos. Grávennos. Es la elección correcta. Es la
única opción.
La
humanidad es más importante que nuestro dinero.
Recordaba dos escritos fabulosos que también dejo,
solo para pensar.
PREGUNTAS
DE UN OBRERO QUE LEE
(Bertolt
Brecht)
¿Quién construyó Tebas, la de las siete
Puertas?
En los libros aparecen los nombres de los
reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces, ¿quién
la volvió siempre a construir?
¿En qué casas de la dorada Lima vivían los
constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche en que
fue terminada la Muralla China?
La gran Roma está llena de arcos de triunfo.
¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes triunfaron los Césares?
¿Es que Bizancio, la tan cantada, sólo tenía
palacios para sus habitantes?
Hasta en la legendaria Atlántida, la noche en
que el mar se la tragaba, los que se hundían, gritaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su flota fue
hundida. ¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de los Siete
Años
¿Quién venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.
Tantas preguntas.
LOS OJOS DE LOS POBRES
(Charles Baudelaire)
¿De modo que quieres saber por qué te odio
hoy? Te será, sin duda, más difícil entenderlo que a mí explicártelo, pues creo
que eres el más bello ejemplo de impermeabilidad femenina que cabe encontrar.
Habíamos pasado juntos una larga jornada que
me resultó corta. Nos habíamos prometido que nos comunicaríamos todos nuestros
pensamientos el uno al otro y que en adelante nuestras almas serían una sola;
claro que este sueño no tiene nada de original, como no sea que ningún hombre
lo ha visto realizado, aunque todos lo hayan concebido.
Al anochecer, como estabas algo cansada,
quisiste sentarte en la terraza de un café nuevo que hacía esquina con un
bulevar también nuevo y todavía lleno de escombros, que ya mostraba su
esplendor inacabado. El café estaba resplandeciente. Hasta el gas del alumbrado
desplegaba todo el fulgor de un estreno e iluminaba con toda su fuerza las
paredes de una blancura cegadora, las superficies deslumbrantes de los espejos,
los dorados de las molduras y cornisas, los mofletudos pajes arrastrados por
perros con correas, las damas sonriendo al halcón posado en el puño, las Hebes
y los Ganímedes ofreciendo con los brazos extendidos un ánfora con jaleas o un
obelisco bicolor de helados con copete; toda la historia y toda la mitología
puestas al servicio de la glotonería.
En la calzada, justo delante de nosotros, se
había plantado un buen hombre de unos cuarenta años, con cara de cansancio y
barba entrecana, que llevaba de una mano a un niño, mientras sostenía en el
otro brazo a una criaturita demasiado pequeña para andar. Estaba haciendo de
niñera y llevaba a sus hijos a tomar el fresco de la noche. Todos iban
andrajosos. Los tres rostros estaban extraordinariamente serios y los seis ojos
contemplaban fijamente el café nuevo, con igual admiración, aunque diversamente
matizada por la edad.
Los ojos del padre decían: “¡Qué precioso,
qué precioso! Se diría que todo el oro de este pobre mundo se ha concentrado en
esas paredes”. Los ojos del niño exclamaban: “¡Qué precioso, qué precioso!,
pero ése es un sitio donde sólo puede entrar la gente que no es como nosotros”.
En cuanto a los ojos del más pequeño, estaban demasiado fascinados para no
expresar más que una alegría estúpida y profunda.
Dice la letra de una canción que el placer
hace a las almas buenas y ablanda los corazones. Por lo que a mí se refería, la
canción tenía razón esa noche. No sólo me había enternecido aquella familia de
ojos, sino que me sentía un tanto avergonzado de nuestros vasos y de nuestras
jarras, mayores que nuestra sed. Había dirigido mis ojos a los tuyos, amor mío,
para leer en ellos mi pensamiento; me había sumergido en tus ojos tan bellos y
tan extrañamente dulces, en tus ojos verdes, habituados por el capricho e
inspirados por la luna, cuando me dijiste: “¡No soporto a esa gente con los
ojos abiertos como platos! ¿No puedes decirle al encargado del café que
los eche de ahí?”
¡Hasta qué extremo es difícil entenderse,
ángel mío! ¡Hasta qué extremo es incomunicable el pensamiento, incluso entre
aquellos que se aman!
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