PARTE 2
El Estado y los trabajadores durante
el primer gobierno de Menem en Argentina (1989-1995)
(Por Hernán
Fair)
La metamorfosis
En medio de una hiperinflación inédita en la
historia del país, con índices que llegarían al 114.5% en junio, sumando un
total de 613% en sólo 6 meses (Clarín, 07-07-89), y mientras muchos de
sus votantes esperaban el “salariazo” y la “revolución productiva”, Menem
emprendió el rumbo contrario. Con el respaldo de los grandes empresarios del
sector concentrado, expresado en la incorporación a su gobierno de directivos
del conglomerado nacional Bunge & Born, y del ingeniero Álvaro Alsogaray,
símbolo del liberalismo vernáculo; así como de Estados Unidos, con cuya
política exterior se alineó al punto tal de constituir “relaciones carnales”
(Russell, 1994; Tulchmin, 1997), se dedicó a aplicar un programa de reforma
estructural de fuerte orientación neoliberal que intentaba ganarse el respaldo
y la confianza de los grandes inversores (Gerchunoff y Torre, 1996; Palermo y
Novaro, 1996). Como consecuencia, se asistió en esos años a una verdadera
reestructuración económica y social que terminaría por descomponer la antigua
“matriz estadocéntrica” (Cavarozzi, 1997) de posguerra. En su reemplazo, se
consolidó un nuevo modelo de acumulación (17) un programa de
reformas de mercado que venía implementándose, no sin contradicciones, desde
mediados de la década del setenta.(18)
A pesar de esta metamorfosis en relación con las banderas tradicionalmente asociadas al peronismo, lo que le permitió a los grandes grupos económicos internos y externos consolidar un proceso de creciente centralización y concentración del capital iniciado durante el régimen militar (19) al tiempo que incrementó hasta niveles inéditos los índices de desocupación (20) e inequidad distributiva de amplios sectores sociales (21) el presidente logró evitar una ruptura inmediata con su electorado, e incluso mantuvo el respaldo de gran parte de los principales afectados: los sectores populares. ¿Qué es lo que permitió este extraño apoyo popular por parte de los sectores que constituían, al menos a priori, los principales perjudicados por las políticas de reforma estructural del menemismo?
(17) A diferencia de algunos autores (véanse, entre otros, Nun, 1995; Basualdo, 2000; 2006; Castellani, 2006), que se refieren al cambio en el “régimen social de acumulación”, creemos que resulta más adecuado referirse a las transformaciones en el “modelo social de acumulación”, o bien en el “patrón de acumulación” (Portantiero, 1988), para diferenciar las distintas fases dentro del modelo político-económico industrialista. Sobre el particular véase especialmente Torrado (1994).
(18) La
llegada al poder del régimen militar del Proceso (1976-1983) significó un
profundo cambio en el modelo de acumulación que caracterizaba al peronismo, al
colocar el eje en la valorización e internacionalización financiera y la
destrucción del aparato productivo (al respecto, véanse Azpiazu, Basualdo y
Khavisse, 1989; Azpiazu y Basualdo, 1990). La mayoría de los trabajos que analiza
este periodo destaca, sin embargo, el poder de veto que ejercieron los sectores
militares, quienes no veían con agrado la reducción del papel interventor del
Estado ni las consecuencias, principalmente en relación con la desocupación
―aunque también a ni-vel desindustrialización―, que ese modelo traía aparejado
para la “seguridad nacional” y el restablecimiento del orden social (véanse
Schvarzer, 1986; Novaro y Palermo, 2003). Téngase presente, en este sentido,
que la desocupación durante el periodo 1976-1983 varió de un 5.2% en mayo de
1976, a un máximo de 6% en mayo de 1982, para terminar cayendo a sólo 3.9% en
octubre del año siguiente (indec, 1998). No obstante, también debemos tener en
cuenta que los militares no sólo temían a la desocupación o seguían la
tradición de nacionalismo económico; sino que, además, defendían las empresas
públicas para preservar sus negocios corporativos en relación con esas empresas
(Sidicaro, 2003; Canelo, 2004). Además, existían sectores dentro del
empresariado nacional, particularmente los contratistas y/o proveedores del
Estado, que seoponían a las reformas neoliberales en razón del beneficio que
tenían por su vinculación directa con el Estado regulador, principalmente
subsidios estatales, regímenes de promoción industrial, diferimientos
impositivos y contratos con sobreprecios (Castellani, 2004). Por otra parte,
varios autores sostienen que en los primeros años del alfonsinismo se implantaron algunas medidas heterodoxas que
luego serían olvidadas, principalmente a partir de 1987 (Basualdo,
2006:226-238; Ortiz y Schorr, 2006a). Ello se debe particularmente al veto del
empresariado ligado a los beneficios de su relación con el accionar estatal
(Beltrán, 2006; Castellani, 2006), pero también a la oposición de la mayoría de
los sindicatos peronistas y sectores del propio partido gobernante, que
impedirán al gobierno concretar reformas neoliberales más audaces y
consistentes (Thwaites Rey, 1993; 2003). Para un análisis que resume estas
contradicciones, véase Fair (2008a).560 Estudios Sociológicos XXVII: 80, 2009
(19) Durante la década del noventa, los
grandes grupos de poder nacional e internacional lograron incrementar hasta
niveles extraordinarios su tasa de ganancias. Para ello deben tenerse en
cuenta los grandes beneficios promovidos por el Estado durante el proceso de
apertura, privatización y desregulación de la economía, que llegarían a su
apogeo durante aquellos años, y en especial a partir de 1991, con la
implementación del Plan de Convertibilidad. A diferencia de periodos
anteriores, cuando una o más de las fracciones del capital se veía perjudicada
por las medidas tomadas, ya fueran los agroexportadores, los grupos
agroindustriales o los acreedores, a partir de las reformas de los noventa cada
una de las fracciones logró acceder a amplios beneficios económicos. En ese
contexto, podemos destacar los regímenes especiales de protección para las
grandes industrias electrónica y automotriz, la eliminación de regulaciones estatales
y retenciones favorables al sector industrial y agroexportador, la reducción de
aportes patronales e indemnizaciones laborales y el incremento de salarios de
acuerdo con los índices de productividad. Además, a partir de 1990 se inició un
proceso de privatización y concesión de las empresas públicas, que permitió al
gran capital concentrado formar monopolios no transitorios ni innovadores a
partir de la eliminación de marcos regulatorios, los diferimientos impositivos
y los fuertes incrementos tarifarios, entre otros beneficios. Finalmente,
debemos señalar que estas rentas extraordinarias se vieron potenciadas por la
fuga de capitales al exterior, lo que les permitió valorizar fuertemente sus
capitales mediante el mecanismo de la valorización financiera, y aprovechando
el diferencial de tasas a partir del Plan Brady, de 1992. Del mismo modo, los
acreedores se vieron ampliamente favorecidos, ya que el déficit fiscal y
comercial generado por el sector privado fue absorbido por el Estado mediante
la toma de deuda externa por activos nacionales (principalmente empresas
públicas) y luego mediante el endeudamiento externo con los organismos
multilaterales de crédito. Entre los muchos trabajos que han analizado
detalladamente este proceso de reformas neoliberales en los años noventa en
relación con los grandes grupos de poder empresarial, pueden citarse Azpiazu
(1995), Nochteff (1995), Basualdo (2000; 2006), Thwaites Rey (1999; 2003), y
Kulfas (2001). Para un resumen de estas transformaciones, véase Fair (2007b;
2008a).
(20) El
índice de desocupación, luego de haber permanecido debajo del dígito durante
los años setenta y ochenta, alcanzó en mayo de 1995 la cifra récord de 18.5%,
un nivel que contrastaría fuertemente con el pleno empleo que caracterizaba al
periodo peronista. Para un análisis en detalle del fenómeno, véase Rofman
(1997).
(21) En
efecto, entre 1974 y 1988 el decil más bajo de la población en su conjunto
disminuyó en un 15% su nivel de ingreso, al tiempo que el decil más alto
incrementó, en el mismo periodo, un 28% su ingreso. Si el análisis se concentra,
en cambio, en la distribución del ingreso familiar per cápita, las diferencias
son aún mayores, alcanzando el decil más bajo una caída del 42%, frente a una
ganancia porcentual del orden del 25% del decil más alto (Beccaria, 1993:95 y
98). En ese contexto, varios trabajos se han referido a la emergencia de una
nueva categoría sociológica que han denominado los “nuevos pobres” (véanse
Minujin, 1993; Murmis y Feldman, 1993).
La estabilización monetaria
Para entender el respaldo de los trabajadores
a las reformas de mercado instauradas por Menem a partir de su llegada al
gobierno debemos tener en cuenta, en primer lugar, la estabilización que éste
lograría de la economía. En efecto, como vimos, el presidente Menem asumió en
medio de una crisis hiperinflacionaria inédita en la historia del país, legado
del gobierno anterior. Para algunos autores, esta situación de “caos” generaría
un “consenso de fuga hacia adelante” que le habría permitido al presidente
obtener el respaldo de los sectores populares a partir de que constituyó un
liderazgo “decisionista” (22) que garantizaría orden, seguridad y
certidumbre (23) (Palermo, 1992; Palermo y Torre, 1992; Novaro,
1994; Palermo y Novaro, 1996). Para otros, en cambio, el contexto de crisis
hiperinflacionaria en que emerge el menemismo llevaría a la instauración de un
“discurso hobbesiano de superación del caos” (24) (Aboy
Carlés, 2001a; 2001b; 2003), lo que ameritaría que se denominara al menemismo
como el “Partido del orden” (Sidicaro, 1998; 2003).
(22)
Algunos prefieren utilizar el término “neodecisionismo” para referirse a un
modelo de decisión política que se encuentra fuertemente concentrado en la
figura presidencial y que se caracteriza por ser plebiscitario, avasallar al
Poder Legislativo, defender el liberalismo económico, descalificar al
adversario y abusar de los “decretos de necesidad y urgencia”. A diferencia del
decisionismo, que es entendido ―según Carl Schmitt― como el que toma la
decisión en momentos de excepción y representa al pueblo en su unidad (véase
Schmitt, 2005), el neodecisionismo no es estatista, sino antiestatista (véanse
Bosoer y Leiras, 1999; Kers y Leiras, 2004). Otros, en cambio, prefieren hablar
de un “decisionismo democrático” que, a diferencia del decisionismo schmittiano, no elimina el Estado de
derecho sino que lo atenúa a través del abuso de decretos de necesidad y
urgencia, vetos parciales y legislación delegada (véase Quiroga, 2005:116 y
ss.). En relación con el tema del decisionismo en Schmitt, véase Negretto
(1994). Para un análisis aplicado del concepto de liderazgo decisionista que
engloba varios casos presentes en América Latina, véanse Torre (1991), y Bosoer
y Leiras (2000). Sobre el tema del abuso de decretos de “necesidad y urgencia”,
vetos y legislación delegada que trascienden la función legislativa del
Congreso en relación con el caso argentino, véanse Mustapic (1995), y Ferreira
Rubio y Goretti (1996). Para un análisis comparativo de estos mecanismos
extrainstitucionales en relación con los países de la región latinoamericana,
véase Shugart y Mainwaring (2002).
(23)
Muchos de los aspectos de esta teoría pueden encontrarse también en el análisis
en términos de “democracia delegativa” de Guillermo O’Donnell (1992; 1996;
1997). Para un análi-sis del fenómeno latinoamericano que continúa esta línea
teórica, véase Mainwaring (1996). No obstante, debemos decir que mientras que
para la “teoría del consenso de fuga hacia adelante” el menemismo logró constituir nuevos vínculos de representación
política, la perspectiva “delegativa” de O’Donnell señala que el liderazgo de
Menem se basó en vínculos “anti-representativos”. Al respecto, véanse las
críticas de los propios Novaro (1995a), y Palermo y Novaro (1996) a este
enfoque.
(24)
Schmitt, al igual que Hobbes (1980), sostiene que todo Estado se basa,
primordialmente, en “una pacificación completa”, esto es, en procurar “paz,
seguridad y orden”, ya que “no hay subordinación ni jerarquía, no hay
legitimidad ni legalidad fuera del nexo de protección y obediencia” (Schmitt,
1987:75, 81). Sin embargo, a diferencia de aquél, que sostiene que cualquier
orden que garantice el soberano es preferible al desorden del Estado de
naturaleza (véase Laclau 2005), Schmitt hace hincapié en la importancia de un
líder decisionista que actúe en momentos de excepción (véase Schmitt, 2005).
En este trabajo, sin embargo, nos alejaremos
de ambas perspectivas dominantes. Para ello debemos recordar los vaivenes con
los que tuvo que lidiar su liderazgo hasta lograr la estabilización efectiva de
la situación política, económica y social. En efecto, durante los primeros 18
meses, los diferentes ministros de economía (Miguel Ángel Roig, Néstor
Rapanelli y Erman González) tratarían sucesivamente de controlar la inflación
con impuestos de emergencia, reducciones del gasto público, ajustes en la tasa
de cambio y políticas de ingresos negociadas con los empresarios (Lozano y
Feletti, 1991; Gerchunoff y Torre, 1996). El gobierno, sin embargo, no logró
dominar del todo la inflación, e incluso experimentó una nueva recaída hiperinflacionaria
hacia fines de 1989 (25) En ese contexto, enmarcado por una fuerte
incertidumbre, que potenció a su vez la especulación y la hiperinflación (con
subas de más del 100% en sólo dos días en algunos productos) (Clarín,
29-12-89 al 31-12-89), se llevó a cabo una serie de paros de empleados
judiciales y trabajadores de Líneas Aéreas del Estado (lade), a los que
siguieron los de pilotos de Austral, empleados telefónicos, técnicos de
turismo, trabajadores de subterráneos, petroleros, empleados textiles,
papeleros, médicos y trabaja-dores de la empresa siderúrgica somisa (Clarín,
08-01-90 al 26-01-90). En un clima de retorno de la hiperinflación, con índices
que alcanzarían un 40.1% en diciembre y 79.2% en enero, sumando luego un 61.6%
en el mes de febrero (Clarín, 09-01-90, 08-02-90 y 10-03-90), y mientras
importantes sectores industriales (Unión Industrial Argentina, Fabricantes de
Autopartes, Consejo Argentino de la Industria) protestaban por la apertura
indiscriminada de la economía —llevada a cabo por el gobierno― y la falta de
crédito (Clarín, 29-12-89, 08-01-90, 10-01-90, 11-01-90, 17-01-90,
19-01-90, 24-01-90 y 31-01-90), en febrero y marzo, ignorando el “estado de
emergencia” que había declarado el presidente poco antes, regresarían los
saqueos de alimentos y combustible en comercios y supermercados de Rosario,
Mendoza, Tucumán, Córdoba y algunas localidades pobres del Gran Buenos. En ese
contexto de saqueos, hiperinflación, desabastecimiento y fuerte conflictividad
social, con paros de docentes, judiciales, telefónicos, aeronáuticos,
universitarios y bancarios, masivas movilizaciones sociales contra el gobierno,
asalto a camiones que transportaban alimentos y protestas con intentos de
barricadas, además de fuertes críticas sindicales al modelo económico (Clarín,
17-02-90 al 27-03-90), podemos decir —con Canelo— que el “consenso de fuga
ha-cia adelante” en realidad durará poco26 (Canelo, 2002:18).
(25)
Durante 1989 la inflación alcanzó un récord histórico del orden de 4 923.6%
anual. Un año después, si bien se redujo sensiblemente, sumó un total de 1
343.9% (indec, 1998).
Del mismo modo, la situación de caos político
y social, que retornó nuevamente a finales de 1990 con una nueva estampida
inflacionaria que sumaría un 7% en enero, alcanzando un alarmante 27% en el mes
de febrero (Clarín, 06-03-91), y el resurgimiento de fuertes conflictos
laborales, que movilizarían a un millón de trabajadores en los sindicatos de
médicos, policías, transportistas, magistrados, funcionarios de la justicia
nacional, metalúrgicos, bancarios, textiles y alimentación (Página 12,
16-03-91), difícilmente puede ser asimilado a un discurso hobbesiano que
garantice el establecimiento de un orden político y un principio de autoridad
frente al Estado de naturaleza previo de “guerra de todos contra todos” (27)
En la situación descrita más bien parecía asistirse al retorno al pasado
caótico de inestabilidad económica y social que se pretendía dejar atrás.
Pero además, si el vértigo ante la
hiperinflación hacía demandar un líder “decisionista” o un “discurso hobbesiano”
que garantizara principalmente el reestablecimiento del orden público, las demandas
excedían esta cuestión (28) En efecto, como lo demuestran las
encuestas, más importante aun que el restablecimiento de una “autoridad
política” que otorgara “protección” y “gobernabilidad”, resultaba la demanda
social de un liderazgo que produjera cambios económicos visibles para afrontar
la creciente inestabilidad económica (29) En ese contexto, tras el
fracaso estrepitoso de la alianza con el grupo Bunge y Born, de 1989, y las
políticas de ajuste ortodoxo aplicadas bajo el mando de Erman González durante
1990 (Lozano y Feletti, 1991; Basualdo, 2006), en enero de 1991 el gobierno
nombró como nuevo ministro de Economía a Domingo Cavallo, por entonces
canciller.
(26)
Para una crítica más amplia de la teoría del “consenso de fuga hacia adelante”,
véase Navarro (1995:455-456, 462).
(27)
Por otra parte, creemos que el nivel de desestructuración de la hiperinflación
no llegaba al extremo de exigir la reintegración de cualquier orden que
garantice el “soberano” con tal de tener alguno, como había sido, por ejemplo,
previo a la última dictadura militar. En esta línea de análisis, véase
particularmente O’Donnell (1982).
(28)
Como señala Novaro, para 1989 los partidos políticos en Argentina eran
asociados al bloqueo en la toma de decisiones y la debilidad para imponer
políticas efectivas, el Congreso era asociado a la inactividad, el fraude y la
inoperancia, mientras que la deliberación entre partidos era considerada
improductiva. En ese contexto, sumado a la necesidad de generar “señales” hacia
el empresariado sobre la permanencia del nuevo rumbo tomado, el gobierno
justificaría la aplicación de políticas de reforma mediante metodologías que
evitaran la deliberación parlamentaria (Novaro, 1994:65-67; Palermo y Novaro,
1996). No obstante, este enfoque parece olvidar que las demandas no se
limitaban simplemente a la constitución de un orden político que garantizara
autoridad y “ejecutivismo” (Novaro, 1995a; 1995b), sino que incluían también la
necesidad de terminar con el “impuesto inflacionario”, que licuaba los salarios
de los sectores populares que constituían la base de apoyo al gobierno. Para
una crítica más detallada de las limitaciones de este enfoque “ejecutivista” o
“decisionista”, véase Fair (2007a).
(29) En
efecto, encuestas realizadas poco después de las elecciones presidenciales
muestran y que un 64.7% de los votantes de Menem lo habían elegido para que
solucionara la crisis económica (Página
12, 28-05-89). Además, ya desde sus primeros discursos presidenciales
Menem se refería a la importancia de terminar con la hiperinflación para
recuperar los niveles salariales. Así, en su discurso del 9 de julio de 1989
sostenía: “Entiéndase bien: la primera y fundamental batalla que deberá ganar
esta economía de emergencia, es la batalla contra la hiperinflación. El principal
enemigo contra la justicia social es la hiperinflación, que devora salarios y
bienestar en millones de hogares argentinos”. Del mismo modo, en un discurso
con fecha 3 de julio de 1991, el presidente dijo, en esta misma línea, que: “Al
hacernos cargo del gobierno, nuestro primer objetivo fue combatir el más
injusto impuesto que recaía no tan sólo sobre los jubilados, sino sobre toda la
sociedad argentina: largos periodos de inflación y, además, como si esto fuera
poco, una hiperinflación que dejó al país, cuando nosotros asumimos la
responsabilidad de conducir su destino, con más de un 200% mensual y cerca del
3 000% anual de inflación”. Para un análisis más amplio del particular, véase
Fair (2007a; 2008b).
El flamante ministro, aprovechando el elevado nivel de reservas legado de la política monetaria restrictiva del ministro anterior, propuso implan-tar un régimen de paridad cambiaria 1 a 1 de la moneda nacional con el dólar estadounidense. El régimen, aprobado por ley en el Congreso a fines del mes de marzo(30) promovió un “boom” de consumo e inversión que logró, finalmente, estabilizar la economía. En efecto, la evidente sobrevaluación cambiaria, sumada a las expectativas favorables generadas por la institucionalización de la paridad en los sectores empresariales(31) y la reducción de las tasas de interés(32) promovió un ingreso masivo de capitales externos un fuerte incremento del consumo interno (33) que logró reducir rápidamente el “impuesto inflacionario”. En ese contexto, la inflación, que en marzo de1991 había sido de un 11% (La Nación, 04-04-91), disminuyó a sólo 3.1% en junio y 2.6% en julio, llegando a un mínimo de 1.3% en agosto (Página 12, 05-07-91; La Nación, 02-08-91 y 31-08-91). De este modo, con tasas que registraban el índice más bajo desde marzo de 1974 (Clarín, 04-09-91), y que al mes siguiente decaerían aún más, al sumar sólo un 0.4% (Página 12, 04-10-91), el presidente terminaría de coronar la demanda, incompletamente satisfecha hasta ese momento, de estabilización económica (34) En esas circunstancias, Menem lograría además, en abierto contraste con los dos prime-ros años de su gobierno —cuando los conflictos sindicales se habían incrementado sensiblemente (Gómez et al., 1996)—, una marcada reducción de las huelgas y movilizaciones sociales (Bonanotte, 1996; Senén González y Bosoer, 1999) y un firme apoyo de una porción del campo sindical nucleada en la cgt San Martín (35)
Ahora bien, a diferencia de algunos trabajos,
que centran el respaldo popular al menemismo íntegramente en la estabilización
monetaria (Mora y Araujo, 1991; Labake, 1996; Mainwaring, 1996), creemos que la
estabilización, si bien muy importante, no resultaría suficiente para mantener
el apoyo de algunos trabajadores. En consecuencia, el presidente acudiría al
otorgamiento de beneficios suplementarios.
(30) El
proyecto de Ley de Convertibilidad de la moneda, enviado al Parlamento el 20 de
marzo de 1991, fue aprobado por la Cámara de Senadores en la sesión del 22 de
marzo con 27 votos a favor (oficialismo y bloques provinciales) y 7 en contra
(ucr). Luego de una larga sesión en la Cámara de Diputados, la ley sería
sancionada el 27 de marzo con 115 votos a favor (bloque oficialista, 4
diputados de la ucedé, Demoprogresistas, Federales, Fuerza Republicana y
mayoría de los partidos provinciales) y 54 en contra (ucr, Democracia Popular,
Izquierda Unida, Partido Intransigente, Democracia Cristiana, Socialismo
Popular, Socialismo Unificado y 6 diputados ucedeístas) (Clarín, 21-03-91 y 23-03-91; Página 12, 28-03-91).
(31)
Debemos recordar que el régimen de paridad cambiaria fue establecido mediante
una ley aprobada por el Congreso. Por lo tanto, sólo podía ser derogado
mediante la aprobación de una nueva ley parlamentaria. En ese contexto, los
empresarios accedían a un “seguro de cambio” gratuito que les permitía un
principio de previsibilidad o “seguridad jurídica” sobre el futuro de sus
acciones.
32 Las
tasas de interés, que oscilaban entre un 10% y 40% en marzo de 1991, se redujeron
a valores de tan sólo 0.8% y 4% en los primeros días de vigencia del Plan (Clarín,03-04-91), manteniéndose en
torno al 4% en todo 1991 (Informe
Económico de Coyuntura, 1992).
(33)
Los índices de consumo, que habían caído fuertemente en 1989 y 1990, se
elevaron un 25.1% en 1991, 30.9% en 1992, 13.7% en 1993 y 18.2% en 1994 (Síntesis informativa, núm. 323,1995).
(34)
Mientras que en 1988 la inflación anual había sido de 343%, en 1989 fue de 3
079.5%, y en 1990 de 2 314%; en 1991 se redujo a 171.7%, decayendo fuertemente
hasta alcanzar un 24.9% en 1992, 10.6% en 1993, 4.3% en 1994 y 3.4% en 1995. Un
año después, la inflación ya había alcanzado el 0% anual (véase Gerchunoff y
Torre, 1996:758). Para un análisis detallado y comparativo con otros casos
similares sobre el largo proceso de inflaciones, megainflaciones e
hiperinflaciones en Argentina, véase Llach (1997).
(35)
Entre los gremios que más firmemente apoyaron las reformas de mercado durante
el gobierno menemista podemos incluir a los petroleros, mercantiles, gremios de
la construcción, sanidad, personal civil de la nación, telefónicos,
ferroviarios, encargados de edificios, lucifuercistas y mecánicos. Sobre el
particular, véanse Palermo y Novaro (1996:343-349), Murillo (1997), Fernández
(1998), Senén González y Bosoer (1999), Torre (1999), Alonso (2000), y Svampa
(2005).
No hay comentarios:
Publicar un comentario