SI LA VEMOS (y como la vemos)
Hay una anécdota (a esta altura) que muchos no
conocen, y fue cuando en plena campaña como precandidato a diputado de la nación
por la Libertad Avanza en Ciudad de Buenos Aires, el 13 de Agosto de 2021 en el
canal de televisión TN una periodista le pregunto a MILEY si él creía en la “democracia
y su sistema democrático”, y su respuesta fue tan evasiva, (aunque coincido con
lo que dijo al inicio de su respuesta “la democracia tiene muchísimos errores” sobre
esto yo también puedo hacer un tratado) haciendo alusión a el Teorema de la imposibilidad
de Arrow, que como conocimiento para explayarse esta bueno (dicho de paso me permitió
alfabetizarme sobre el mencionado teorema) pero que muchos esperaban su
respuesta tajante en ese momento de “Si creo” y con aquel razonamiento del
famoso teorema dejaba entrever que no le gustaban ni ahí, las instituciones que
había creado la democracia occidental para resolver los problemas y que por
tanto él se saltaría a mas de una si alguna vez “hipotéticamente” llegaba ser Presidente
de la Nación. Por cierto en esa respuesta nos anticipo lo que hoy vemos en la práctica
habiéndose convertido meteóricamente dos años y medio después en Presidente de “todos”
los Argentinos, utilizo una fabula para explicar el Teorema de Arrow “…si usted
pone en una votación a elegir entre tres lobos y una gallina, quien va hacer el
plato de la noche, ¿sabe cómo termina?...”
Bueno, lo cierto es que MILEY ha cumplido con
su palabra de entonces, con sus 1030 artículos derogando cosas a diestra y
siniestra (sobre todo con la primera) nos ha dejado como gallinas entre lobos y
sobre todo demostrando que no quiere ni ahí, no ya discutir con el pueblo sobre
su neoliberales propuestas sino ni siquiera con los representantes de ese
pueblo reunidos en el senado y congreso de la nación.
Lo que plantea MILEY hoy no es un cambio para
la Argentina ni mucho menos algo nuevo, esto ya fue vivido y para ello solo hay
que recurrir a la historia reciente de apenas 35 años atrás. En ese sentido les
dejo algo que he encontrado que me parece significativo y que se sentirá como un
gran Déjà vu.
PARTE 1
El Estado y los trabajadores durante
el primer gobierno de Menem en Argentina (1989-1995)*
(Por Hernán
Fair)
Introducción
Desde sus inicios, el peronismo estuvo en
Argentina estrechamente ligado al sector trabajador, al punto tal de constituir
su “columna vertebral” (James, 1990; Torre, 1990). Esta relación orgánica se
cimentaba en la presencia de un Estado que intervenía fuertemente en el mercado
para regularlo y asignar bienes y servicios para consumo interno a través de
una política industrializadora y distributiva basada en un esquema de
sustitución de importaciones. En ese contexto, motorizado por el fuerte gasto
público social, los trabajadores sindicalizados lograron acceder a amplios e
inéditos beneficios sociales en áreas como vivienda, educación y salud,
elevados niveles salariales y el establecimiento y la garantía de cumplimiento
de sus derechos sociales(1) (convenios colectivos por actividad,
tribunales laborales, salarios mínimos, seguridad social, aguinaldo)
(Basualdo, 2000; 2004; 2006). Este tipo de reformas sociales, al tiempo que
modificaron de manera drástica la estructura económica que caracterizaba al
modelo agroexportador dominante en Argentina desde 1880 (Nochteff, 1995;
Ferrer, 2004), lograron al mismo tiempo una homogeneización e integración
social de los sectores populares que
(*) Este
trabajo forma parte de una investigación más amplia presentada como tesis de
maestría en 2007 para acceder al grado de maestro en ciencias sociales,
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (flacso), sede Argentina.
Agradezco muy especialmente los comentarios realizados por Gerardo Aboy Carlés,
Sebastián Barros y Paula Biglieri a una versión preeliminar y los eximo, por
supuesto, de los errores y omisiones que pudiera presentar este texto.
Asimismo, quisiera agradecer a los evaluadores anónimos de esta revista por sus
atinadas sugerencias.
(1) Decimos “garantía de cumplimiento” debido a que muchos de los derechos ya estaban presentes legalmente desde décadas atrás. Sin embargo, en la práctica no eran cumplidos (Basualdo, 2004:9). Estudios Sociológicos XXVII: 80, 2009
Con la llegada de Carlos Menem al poder, en julio de 1989, se inició una profunda transformación que modificó los parámetros que guiaban la configuración entre el Estado y la sociedad civil. En ese contexto, los seguidores del caudillo justicialista vieron con asombro cómo el nuevo presidente dejaba de lado sus promesas de campaña acerca del “salariazo” y la “revolución productiva”, (2) y se dedicaba a aplicar un programa de reformas neoliberales que contrastaba fuertemente con las políticas económicas tradicionalmente asociadas a su partido (Azpiazu, 1995; Thwaites Rey, 2003; Basualdo, 2000; 2006). En el marco de las reformas y los ajustes estructurales promovidos por los organismos multilaterales de crédito y las grandes potencias mundiales —y respaldado por los sectores empresariales más concentrados―, el nuevo gobierno no dudaría en privatizar gran parte de las empresas estatales, flexibilizar el mercado de trabajo, desplegar una apertura comercial y financiera al capital transnacional y desregular la economía.
Resulta un tema evidentemente problemático y
al mismo tiempo fascinante para la sociología política el análisis de
gobiernos que desde diferentes espectros del arco político-ideológico aplican
políticas de reforma de mercado que obtienen el respaldo de sectores que
constituyen sus principales perjudicados. Más fascinante aún resulta indagar
casos como los de Argentina, México o Venezuela, donde los partidos que
históricamente defendían a los trabajadores mediante políticas de
redistribución progresiva del ingreso y altos salarios pudieron aplicar
reformas pro-mercado y mantener, sin embargo, el respaldo de sus bases de apoyo
social. En ese contexto, el argentino resulta un caso extremo en la región. Por
un lado, debido a la fuerte relación cimentada entre el Partido Justicialista y
los trabajadores a lo largo de varias décadas; por el otro, debido al grado de
aplicación de las políticas neoliberales en aquel país, lo que representa un
caso único en la región y quizás en el mundo, con la excepción de la ex Unión
Soviética, en el que las reformas y los ajustes estructurales incluyeron la
privatización de recursos naturales como el petróleo y la inexistencia de algún
grado de regulación de los capitales financieros.(3)
(2) En
efecto, durante la campaña presidencial Menem afirmaba que iba a implementar
una “revolución productiva”, que terminaría con la especulación, y un
“salariazo” que iba a consolidar el mercado interno (Clarín, 25-02-89, 26-02-89 y 12-05-89). Sobre el particular,
véase también Menem y Duhalde (1989).
(3) En
efecto, en países como Chile, el gobierno dejó en manos del Estado la industria
clave del cobre, al tiempo que incentivó el control del movimiento de capitales
“golondrinas” y aplicó una política fiscal anticíclica (véase French Davis,
2004). En México, Venezuela y Brasil, por su parte, las reformas neoliberales,
al igual que sus efectos, fueron menos pronunciados. Además, aunque en el
primero de ellos no hubo mecanismos de regulación del capital financiero, el
sector petrolero se mantuvo, al igual que en Venezuela y Brasil, en manos del
Estado, evitando el drenaje de recursos que significó en Argentina la
privatización de la empresa estatal ypf. Para un análisis comparativo de la
aplicación de las reformas neoliberales en América Latina, véanse Main-waring
(1996), Torre (1997, 1998), y Murillo (2005). Para un análisis más general,
véase Haggardy Kaufman (1995).
En ese contexto, la sociedad presenciaría
atónita un proceso de regresividad económica cuya magnitud pocas veces fue
observada en la región, con índices de desocupación cercanos al 20%, un
incremento de la pobreza del orden del 500%, una pérdida del ingreso global de
los trabajadores en el Producto Bruto Interno (pbi) cercano al 30% y una
retracción salarial mayor al 50% en relación con la vigente en 1974.(4)
Al mismo tiempo, el régimen neoconservador inaugurado en 1989 profundizaría un
proceso de desindustrialización iniciado a mediados de los años setenta que
reprimarizó la fuerte estructura productiva e industrialista que caracterizaba
al peronismo, eliminando el 15% del total de establecimientos industriales, al
tiempo que garantizaba al gran capital concentrado el acceso a cuasi rentas de
privilegio sustentadas en monopolios u oligopolios no innovadores ni
transitorios (Nochteff, 1995).
No obstante la magnitud y el efecto regresivo
que significaban las inéditas políticas implementadas por el caudillo que se
situaba como principal heredero de las políticas aplicadas durante el
peronismo, aunque aggiornadas al nuevo contexto mundial caracterizado
por el irremediable triunfo de la “democracia liberal”, el presidente argentino
obtuvo ―y logró mantener a lo largo del tiempo― el respaldo de una amplia y
heterogénea gama de sectores sociales, que incluyó desde los grandes grupos del
poder concentrado hasta los sectores populares e incluso una parte considerable
del campo sindical. Frente a este panorama surge, inevitablemente, una serie de
interrogantes que parecen inexplicables. ¿Cómo se entiende que los a priori principales
perjudicados por las políticas de reforma de mercado llevadas a cabo por el
menemismo, los sectores trabajadores, hayan apoyado medidas que afectaban sus
propios intereses?, ¿se trató de un respaldo netamente activo?, ¿qué rol jugó
al respecto la implantación del Plan de Convertibilidad?, ¿y el discurso
hegemónico neoliberal?
(4) En
1993, el 10% más rico de la población recibió en Argentina el 34.8% del ingreso
global, lo que representa un 28.9% más que lo registrado en 1974, al tiempo que
el 30% más pobre recibió sólo el 9% del ingreso global, lo que representa un
27.4% menos que lo recibido en 1974. Del mismo modo, la pobreza se incrementó
de un 4% en 1974, a un total de 20% en 1992, y el porcentaje de hogares que no
llegan a comprar lo necesario para sobrevivir aumentó en 600%. Finalmente,
mientras que en 1976 el salario real cayó un 33.6%, para el año 1993 el salario
era inferior a la mitad de lo que había sido antes de 1976 (véanse Azpiazu y
Nochteff, 1995:8-13).
Este trabajo intentará desentrañar estas
cuestiones a partir de un análisis del primer periodo de gobierno de Carlos
Menem (1989-1995). Para ello, en una primera etapa polemiza con las corrientes
dominan-tes que enfatizan la importancia de la estabilización política en la
legitimación de los trabajadores hacia las reformas neoliberales aplicadas por
el gobierno, señalando que este tipo de enfoque los lleva a descuidar el rol
ejercido por la estabilización monetaria y el fin del “impuesto inflacionario”
tras la caótica experiencia de la gestión anterior. En una segunda etapa complementa
el estudio a partir de un detallado análisis del discurso menemista, en un
intento por enriquecer y contribuir a una comprensión más profunda de la
complejidad y multidimensionalidad del tema abordado. En particular intenta
trascender ciertos análisis reduccionistas que colocan el eje de explicación ya
sea en los factores “politicistas” que entienden el surgimiento de este tipo de
liderazgos como gobernantes “pilotos de tormentas” (que garantizan un orden
político frente al caos anterior), ya sea aquellos que se centran en un enfoque
instrumentalista, señalando la importancia unidimensional de los factores
económicos. En ese contexto, pretende enriquecer y abrir el debate hacia otras
realidades latinoamericanas sobre la importancia crucial ejercida por el tipo
de discurso de estos líderes que, desde diversos espectros ideológicos,
presentan sus programas de reforma estructural como la única alternativa
posible para evitar el caos, ya sea inflacionario, devaluatorio o de otro tipo,
vinculado a las políticas “ineficientes” y “burocráticas” del “estatismo” o del
“populismo” demagógico.(5)
Al mismo tiempo, este tipo de estudio puede
resultar útil para comprender las estrategias discursivas abordadas por el
“pensamiento único” neoliberal en su intento de desprestigiar toda alternativa
que proponga algún tipo de regreso a las políticas de “aislamiento” que han
mostrado su “evidente” fracaso político, económico y social, y están situadas
irremediablemente en un “pasado” caótico que se opone a los nuevos tiempos de
modernización tecnológica y progreso vinculados al actual e “inevitable”
proceso de inserción mundial al orden global.(6)
(5) En
esta línea de análisis crítica del “populismo estatizante”, véase
particularmente Dornbusch y Edwards (1990). En cuanto a la utilización abusiva
del concepto de populismo, remito al lector interesado al trabajo de Ernesto
Laclau (2005).
(6) Para
un desarrollo de este enfoque de la modernización en clave neoliberal, véase
Llach (1997).
Contexto de emergencia del liderazgo
menemista
Resulta imposible analizar el éxito del gobierno de Menem sin adentrarnos previamente en el contexto histórico de donde emerge. El mismo nos remite a la trágica crisis del gobierno del radical Raúl Alfonsín (1983-1989). Como se sabe, Alfonsín se vio obligado a renunciar a la presidencia cinco meses antes de finalizar su mandato frente a la imposibilidad de controlar una inédita y feroz hiperinflación. Esta crisis tiene su origen en una fuerte puja distributiva entre las diversas fracciones del sector empresarial, que se remonta varias décadas. En efecto, existía una contradicción flagrante dentro de los sectores dominantes entre aquellas fracciones que exigían profundizar las políticas neoliberales iniciadas durante los años setenta para obtener mayores beneficios económicos ―básicamente los acreedores externos―, que además se hallaban en moratoria externa “de hecho” desde abril de 1988(7) y los sectores agroexportadores, que ahora eran dejados de lado debido al nuevo esquema cambiario establecido en el plan(8) y aquellos empresarios industriales diversificados de la denominada “patria contratista”, que pretendían continuar con los beneficios vinculados al Estado protector y regulador (principalmente subsidios directos e indirectos, regímenes de promoción industrial, programas de capitalización de la deuda y contratos con sobreprecios con el Estado).(9)
(7) Imposibilitado
de abonar a la deuda externa frente al escaso ingreso de inversiones externas,
en abril de 1988 el gobierno de Alfonsín cayó en moratoria “de hecho”,
interrumpiendo incluso los pagos de los intereses de la deuda, que hasta ese
momento se habían realizado (Ba-sualdo, 2006:242).
(8) En efecto, en agosto de 1988, en el marco del nuevo plan de
estabilización conocido como Plan Primavera, el gobierno estableció un doble
mercado de cambios en el que las divisas del sector comercial, es decir, de los
sectores agroexportadores, era un 25% inferior al mercado de cambios
financiero, que regía para el resto de las transacciones. En ese contexto, el
esquema, que buscaba acceder a una parte de las divisas provistas por las
exportaciones de materias primas para reducir el creciente déficit fiscal,
funcionaba como un “impuesto a las exportaciones” (Ortiz y Schorr, 2006b:463).
(9) Para
un análisis detallado de las contradicciones entre las distintas fracciones del
sector empresarial durante el periodo de gobierno de Alfonsín, véanse Beltrán
(2006), y Ortiz y Schorr (2006b). En cuanto a los beneficios extraordinarios
obtenidos por los grupos económicos vinculados al accionar estatal, véanse
especialmente los recientes trabajos de Ana Castellani (2006), y Ortiz y Schorr
(2006a). Para un análisis más amplio de este proceso, véase Basualdo (2006).
(10) En
efecto, desde mediados de la década de 1980, los acreedores externos,
principalmente
el fmi y el bm, comenzaron a exigir la
implementación de un conjunto de políticas de ajuste macroeconómico y reforma
estructural de mercado, entre las que se incluía la privatización de las
empresas públicas, la apertura comercial y financiera, la desregulación de la
economía, la disminución del gasto público, el equilibrio fiscal y la defensa
de los derechos de propiedad.Estas políticas, que buscaban cobrar a los países
de América Latina los préstamos externos adeudados(Plan Baker), se
sistematizarían en 1990 a partir del denominado Consenso de Washington (véase
Basualdo, 2006).
En ese contexto, el 6 de febrero de 1989 se inició una espiral que marcaría el recrudecimiento de la puja distributiva. En esta puja intersectorial se enfrentaron la fracción de los acreedores externos, que querían implementar las reformas y los ajustes estructurales que venían defendiendo desde la crisis de la deuda (10) así como los grandes grupos nacionales diversificados, que pretendían que continuara la
transferencia de recursos de los regímenes de promoción industrial, los
subsidios, los avales estatales y los sobre precios otorgados en los contratos
con el Estado (Lozano y Feletti, 1991:122; Basualdo, 2000; 2006). En esta
especie de “golpe de mercado”, como lo denominaron varios autores, (11)
confluyeron la banca extranjera y el gobierno de Estados Unidos, que habían
dejado trascender unos días antes de la “corrida” el retiro de su prometido
apoyo de 350 millones de dólares al gobierno de Alfonsín debido al
incumplimiento de las metas de ajuste previstas (12) y la acción de
los grandes grupos empresariales que, temerosos por lo que veían como la
inminente victoria del peronismo en las elecciones presidenciales a realizarse
dos meses después y, por lo tanto, como un posible cambio en el modelo de
acumulación que marcara el retorno a la tradición de “populismo” y “estatismo”
del Partido Justicialista(13) procedieron a una remarcación masiva de
los precios, al tiempo que generaron un desabastecimiento del mercado interno
(Thwaites Rey, 2003:25). Al mismo tiempo, se vieron involucrados los sectores
agroexportadores, que retuvieron divisas en su poder o la liquidaron en otras
plazas (Martínez, 1991:16; Ortiz y Schorr, 2006b:475), y sectores específicos
de la banca local (principalmente del Banco Macro y Banco del Crédito
Argentino), favorecidos por su acceso privilegiado a la conducción
gu-bernamental (Basualdo, 2006:284).
(11) El denominado “golpe de mercado” ha sido definido como la expresión de “los nuevos modos de los sectores dominantes para imponer sus dictados a un gobierno surgido del voto popular” (Lozano y Feletti, 1991:124). Esta noción ha sido utilizada también, entre muchos otros, por Martínez (1991), Thwaites Rey (1993:51, 2003:26), y Gambina y Campione (2002:37). Desde una visión diferente, compatible con el discurso liberal, Palermo y Novaro sostienen, en cambio, que la crisis radicó en el exceso de demandas de los distintos sectores sociales, que habrían generado un contexto de ingobernabilidad política del aparato estatal (véase Palermoy Novaro, 1996:73-79). Autores como Ortiz y Schorr (2006b), por su parte, señalan que no pue-de hablarse de intencionalidades conjuntas de los actores económicos, por lo que resulta inadecuado hablar de la existencia de un “golpe de mercado”. Para una crítica más detallada al supuesto acerca de la existencia de una racionalidad estratégica de los agentes económicos, véase Beltrán (2006).
(12) El
bm había exigido la reducción del déficit fiscal a la mitad, pero el gobierno
se vio imposibilitado de cumplir con lo reclamado. De este modo, y dado que el
Estado drenaba cada vez más recursos, los acreedores se quedaban sin satisfacer
su demanda de reanudación del pago de la deuda externa, en moratoria “de hecho”
desde mayo del año anterior. En ese contexto, la banca “desplazó el peso del
endeudamiento externo de la mesa de negociaciones al mercado cambiario local en
un intento de arrebatar parte del superávit comercial a sus dueños, generando
una demanda real y potencial de divisas imposible de satisfacer” (véase Lozano
y Feletti, 1991:122-123).
(13) Recordemos
que Menem formaba parte del mismo partido que había hecho de la justicia social
y la redistribución progresiva del ingreso a favor de los trabajadores su mayor
conquista. Además, como vimos, había insinuado durante la campaña electoral que
iba a regresar a las políticas “productivistas” y anti-mercado que
caracterizaban históricamente a la tradición peronista (Gerchunoff y Torre,
1996:735). En ese contexto, uno de los máximos representantes de los sectores
más concentrados del capital, Juan Alemann, había expresado temor unos meses
an-tes de las elecciones de 1989, ya que las encuestas mostraban que “va a
ganar el partido de la inflación y los sindicatos” (citado en Palermo,
1992:89).
En ese contexto, el Banco Central, en concordancia con lo acordado con los empresarios, decidió abandonar la regulación del precio del dólar y se atuvo a utilizar sus escasas reservas (Clarín, 06/02/89). Como consecuencia se inició a partir de ahí una “corrida” bancaria que terminó incrementando fuertemente el tipo de cambio y, en menor medida, se tradujo en un incremento del nivel de precios a principios de abril. En efecto, el precio del dólar, que durante todo enero había aumentado un 7.47%, se incrementó, sólo el 7 de febrero, un 33.3%, con lo que alcanzó una suma total de 65.3% en sólo dos días (Clarín, 08-02-89 y 09-02-89). En la primera semana de marzo, cuando ocurrió el anuncio de las medidas del gobierno, que confirmaban que no iba a liberarse y unificarse el mercado de cambios ―a contramano de lo que venían reclamando insistentemente los sectores ligados al agro, en especial la Sociedad Rural (Clarín, 08-02-89, 10-02-89, 11-02-89, 12-02-89, 16-02-89 y 19-02-89)―, el dólar se elevó un 41%, alcanzando un 67.82% al finalizar ese mes (Martínez, 1991), al tiempo que la tasa de inflación hacía lo propio en un 17% (14) (Página 12, 08-04-89).
A mediados de abril, el nuevo ministro de
Economía, Juan Carlos Pugliese, (reemplazante del renunciante Juan Vital
Sourrouille), unificó y liberó finalmente el doble mercado de cambios, lo que
llevó a una disparada del dólar y de las tasas de interés (Página 12,
18-04-89 y ss.). Los exportadores, sin embargo, no liquidaron sus divisas, lo
que agravó aún más la crisis (Página 12, 04-05-89).
En esas circunstancias caóticas, con tasas de
interés que oscilaban entre un 80% y 180% mensual (Página 12, 10-05-89),
mientras la inflación alcanzaba un 33.4% en abril y un 78.6% al mes siguiente (Clarín,
06-05-89; Página 12, 02-06-89), el 14 de mayo se llevaron a cabo las
elecciones presidenciales. La fórmula del peronismo, conformada por la dupla
Carlos Menem-Eduardo Duhalde, resultó vencedora con el 47.51%, frente al
32.45% de la dupla radical, Eduardo Angeloz-Juan Manuel Casella (indec, 1998).
(14) Esta elevación mayor del dólar en relación con la tasa de inflación, que a su vez era mayor al incremento salarial, nos muestra la falsedad del discurso neoliberal que sostiene que la hiperinflación fue consecuencia del conflicto distributivo entre el capital y el trabajo (Ortiz y Schorr, 2006b:484-485).
A pesar de la elección del nuevo gobierno, el
ánimo de la población no se apaciguó. En efecto, la fuerte caída en los
salarios y en el nivel de ocupación (15) junto al incesante
incremento de los precios, habían generado un vertiginoso aumento de la
marginalidad social (16) En ese contexto se produjeron saqueos de
alimentos a supermercados y comercios en cientos de barrios pobres de las
ciudades de Córdoba, Rosario, Mendoza y el Gran Buenos Aires (Clarín,
25-05-89, 27-05-89 y 28-05-89). En una muestra de incapacidad para resolver la
crisis, el 29 de mayo el presidente Alfonsín decretó el estado de sitio. A
pesar de ello, los saqueos se repitieron en Rosario, Mendoza, Córdoba y el Gran
Buenos Aires. Al mismo tiempo se realizaron cacerolazos de protesta en la
provincia de Salta (Clarín, 29-05-89, 30-05-89 y 31-05-89; Página 12,
09-06-89). En esa situación caótica, que dejaría un saldo acumulado de 14
muertos, 80 heridos y 21 detenidos (Página 12, 02-06-89), y sin el
respaldo electoral, sindical ni empresarial, el presidente se vio obligado a
renunciar al cargo (Clarín, 01-07-89) y el 8 de julio de 1989, cinco
meses antes de finalizar el plazo constitucional, se produjo el traspaso del
mando.
(15)
Mientras que el salario real se redujo ―entre diciembre de 1988 y junio 1989―
entre un48% y un 57% (Página 12,
22-06-89), sólo durante abril y mayo lo hizo en más de un 30% (Clarín, 28-05-89). Por su parte, la
cantidad de despidos se incrementó, en sólo 40 días, 1 300%, alcanzando un
total de 15 200, frente a sólo 1 140 del periodo anterior (Página 12, 18-06-89).
(16) En
este sentido, debemos tener en cuenta que durante el periodo enero-mayo el
dólar había aumentado un 966.4%; y productos de la canasta básica, como el
café, un 2 850%, el queso 1 000%, el aceite un 993% y el pan un 554%. Al mismo
tiempo, el salario básico por convenio sólo lo había hecho un 138.1% (Clarín, 28-05-89 y 30-05-89).
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