Viaje a la Luna

Viaje a la Luna

Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

martes, 11 de junio de 2019


EXORCIZANDO LAS LEVEDADES
(Por Ernesto Estévez Rams, en el blog de Iroel Sanchez "LA PUPILA INSOMNE")


«“Einmal ist keinmal”, repite Tomás para sí el proverbio alemán. Lo que ocurre una vez es como si no ocurriera nunca. Si el hombre puede vivir una vida es como si no viviera en lo absoluto»
La insoportable levedad del Ser
Milan Kundera

Qué tiene la Insoportable Levedad del Ser que el lector, casi desde el mismo inicio, frente a su adictivo ambiente depresivo y contra toda lógica, sigue sumergiéndose en él hasta que es demasiado tarde. Hay algo en sus páginas que trasciende la anécdota para entregarnos la manera escondida en que algunas tormentas se incuban en Europa. En cada uno de sus personajes hay un fantasma ibseniano en un ambiente que bien pudiera ser el adecuado para un grito interminable sobre un puente.

En Europa a todo ahogo social le llega su primavera de Praga. A París le llegó vestido de chalecos amarillos. Que el dramatismo del hecho haya sido disfrazado en los medios no disminuye su potencialmente inmensa trascendencia gestadora.  Si hay gritos que cargaron en sí una esterilidad anuladora en cielo fantasmagórico, el de París, con el tiempo, conduce a decapitaciones de las que no se salvan ni reyes, ni concubinas, ni siquiera esposas.  Lo mejor es que transforman sistemas y destrozan relaciones. Algo más que una catedral se quemó este año en Francia, algo para cuya reparación no sirven todas las donaciones financieras posibles.

Un exultante Ronald Reagan le exclamó al cobarde de Gorbachov en un discurso, conclusión de un aquelarre de mediocres: “Presidente, derribe usted ese muro” a lo que siguió poco después precisamente la caída de esa muralla y la absorción de la RDA por la RFA. Como principio del fin, el efecto dominó no se detuvo hasta la caída de la URSS. La embraguiadora sensación de victoria absoluta que envolvió al capitalismo global condujo a un orgasmo intelectual como el de Fukuyama, que decretó el fin de la historia avanzando una idea que no era ni suya. Desafortunadamente para ellos, la historia tozuda demostró, no mucho después, que el orgasmo era resultado de una masturbación y no el presunto parto del siglo XXI americano.

A los conversos les sucedió además como a los franceses monárquicos, cuyas expectativas luego de la derrota de Napoleón y la restauración no fueron satisfechas ni con mucho. En palabra de William Gaunt “Quice años después de la batalla de Waterloo, la desesperación cundía entre quienes poseían suficiente inteligencia para experimentar alguna emoción. La espléndida época que supuestamente vendría después de terminada la guerra nunca se materializó”.

La misma enseñanza pudiera ser extraída de lo que ha sucedido luego de las derrotas de izquierda en Argentina y otros lugares. Los que añoraban los “buenos” tiempos de Menem, despertaron a la pesadilla de Macri, esta vez, sin embargo, no hubo ni tan siquiera un breve período en que las medidas neoliberales crearan una ilusión de avance.

Ningún salto hacia atrás ha sido feliz, no lo ha sido antes, no lo es ahora, no lo será nunca.

En Cuba están los que añoran, fundamentalmente desde Miami, pero también en el patio, una imagen idílica de la Cuba prerrevolucionaria que nunca existió.  Dibujan un mundo que se les antoja recuperable en un absurdo histórico, dialéctico y sentimental. Su expresión concreta, en estos momentos, es la ley Helms-Burton, que, como realización política y económica de ese anhelo retro, pretende devolver las propiedades a los burgueses criollos y norteamericanos expropiados por la Revolución cubana. Como si ello fuera posible. En un escenario hipotético donde tal cosa aconteciera, es claro que el aborto social sería de magnitud catastrófica. La pesadilla de ese escenario es que tiene detrás, empujándola, a la potencia militar y económica más grande del planeta. La buena noticia es que no lo permitiremos.

Solo la mediocridad cree que hay algo sublime en los retrocesos.

Pero esas nostalgias del pasado se dan en casi todos los contextos y no sólo en términos de desconstrucciones sociales. Hay revolucionarios que paradójicamente creen posible regresar a la década del ochenta, idealizada en términos económicos, políticos e ideológicos. Olvídenlo, es anti dialéctico, no ocurrirá.  Lo más preocupante de ese anhelo es que esconde la idea de que, entonces, al socialismo le iba bien. No es cierto. Lo demostró la historia. En términos económicos las fuerzas productivas enormes que habían dado el salto colosal de convertir a la URSS de un país destruido a una potencia mundial, mostraban un agotamiento resultado de concepciones políticas fallidas y una cultura predominante de la ineficiencia, en particular energética. En términos políticos, la URSS estaba anquilosada y había perdido buena parte de su filo como agente de cambio revolucionario a nivel internacional. En términos ideológicos tampoco la cosa iba bien, un pensamiento rígido había vencido la batalla ideológica interna y sobre su base se erigía una visión positivista de la historia que ocultaba el carácter retrógrado de muchas ideas, y ello ya tenía tal alcance, que algunos consideran que había perdido su capacidad de regeneración.

Kundera juega desde el mismo inicio con la idea del retorno interminable a partir de una idea de la que culpa a Nietzsche: hay determinado orgullo en lo irrepetible pero también hay determinada intrascendencia, aún en lo más heroico. Por el contrario, si la historia fuera el repetir de lo ya ocurrido, cada hecho tendría la responsabilidad que carga su propia recurrencia. Lo no recurrente, como ha sido único, lleva como encargo la levedad de no trascender. Nada de lo que hagamos es realmente importante porque no ha de ser vivido otra vez. En ese sentido, lo recurrente lleva una pesadez inalcanzable por lo otro.  Y entonces la pregunta esencial del libro la resume en ¿Qué es lo positivo, el peso o la levedad?
Es de lógica generacional que los más viejos piensen que sus tiempos fueron paradigmas de lo que debe ser. En todas las sociedades hay tensiones generacionales. Como combustible están los problemas que las generaciones anteriores no pudieron o supieron resolver y que han sido heredadas por las más jóvenes. Estas últimas sienten, colectivamente, que tienen que pagar una factura que no le corresponde. No se dan cuenta que esa factura es también de ellos, porque se contrajo en la búsqueda permanente que es la existencia humana. Quién les dijo que cada generación es independiente y ajeno a un organismo más gigante que los incluye y cuyo tiempo poco tiene que ver con la cortedad de sus presencias. Ese organismo es el que sirve los escenarios incompletos pero reales al que ellos llegan. Pero aun así, si no se les da espacio, te la dejan en la mano y se van a otros lares con la creencia de que tienen en su posesión un cheque en blanco. A pesar del engaño (los cheques en blanco no existen) tienen algo de razón en su discurso.

Contrario a la tesis de Kundera, aunque la realidad es irrepetible, Nietzsche no tenía razón y la memoria colectiva, esa tozuda incorruptible, evita que la levedad se apodere de lo que en apariencia es fugaz. La trascendencia no está en lo que se repite, sino en lo que funda nuevos tiempos.

Quien crea que en Cuba no hay tensiones generacionales tiene la cabeza metida en un cubo.  Por suerte las hay, lo contrario significaría que el cuerpo social está muerto.

El problema no es lo inherentemente subversivo que hay en todo lo joven, sino cuando las generaciones ya mayores, pretenden constreñir a las que han llegado luego, al querer forzarlas a que se parezcan a ellos. En todo esto, hay la pretensión de revivir el mito del retorno eterno. Querer que ellos sean como nosotros y que nuestras heroicidades sean sus heroicidades. Si pretendemos que nos repitan, lo harán por igual de nuestros aciertos y de nuestras cortedades. No fundarán nada cuando hay mucho que fundar. Lo verdaderamente heroico y lo dialéctico para cada generación es siempre no repetir a sus padres.

Lo siento por Tomás, los seres humanos solo vivimos una vida, pero ello no significa que no hayamos vivido. Es cierto que nos vamos, pero la memoria queda de tal manera, que volvemos a vivir con suerte variable en los que nos heredan, aún contra su voluntad, si es el caso. Lo que es cierto es que no vivimos otra vez la misma vida, no hay recurrencia eterna, todo momento siendo continuidad es ruptura. Que no lo olviden los agoreros del calco aburrido, todo su esfuerzo está irremediablemente condenado al fracaso.

Crear agentes de la repetición no gestará al actor social que la Revolución necesita. Lo que se necesita es del talento creador que surge de la irreverencia. Lo otro solo genera mediocridad disfrazada de la incondicionalidad del ovejo (Santiago Álvarez era más radical, decía que al mediocre había que fusilarlo).

Frente a la infeliz idea de que la juventud es la única enfermedad que se cura con el tiempo, vale la pena contraponer aquella máxima de Malraux: La juventud es la única religión a la que terminamos todos convirtiéndonos. Parece que, a pesar de algunos, la juventud es eterna, se renueva constantemente y, por tanto, es una enfermedad crónica y maravillosamente incurable.

No es útil indoctrinar a los jóvenes en ver el pasado, por heroico que sea, como culto, en vez de referencia. La primera visión es más religiosa que marxista, la segunda, puede llegar a ser dialéctica. Fidel dejó como última enseñanza que no le hicieran iconos de adoración. Ello no fue resultado de su mítica modestia, fue resultado de su comprensión dialéctica de la historia como suceso irrepetible.   Quienes ponen esfuerzo en circunvalar esa voluntad, como si de un capricho inconfesable se tratase, no han entendido nada.

Enseñar a pensar, he ahí nuestra ventaja discursiva. El capitalismo no puede darse ese lujo.

Todo esto ya fue dicho por el irrepetible e irreverente Alfredo Guevara. Prefiero contar hasta diez, diez veces, por oir la insolencia contestaria de igual número de jóvenes, que caerme de sueño por oir diez declamaciones iguales, en emulación entre ellas, recitando al mismo ritmo loas empalagosas y poco útiles a la Revolución o buscando quien acompaña el nombre de Fidel con más adjetivos.  El Che los llamaba guatacones. Realmente se debería emplear  el intelecto en algo más productivo para la Revolución.

Desde Céspedes hasta Fidel, la Revolución se hizo por quienes retaron el “sentido común” de los que le precedieron. Ahora que está en el poder, su ejercicio generacional debe basarse en superar la función reproductiva que el capitalismo le da a la historia pretendiéndola como un suceso aburrido de mediocridades. Frente a su empeño en idiotizar a la juventud como mecanismo de fin de la historia, debemos contraponer el de una sociedad que también es distinta al aupar a la juventud a pensar y actuar como superadora constante y dialéctica de todos los pasados incluyendo el nuestro.

Si de juventud se trata, nuestra función, en términos educativos, es impregnarle a la rebeldía del joven el contenido de insolencia cósmica que los haga continuidad de esencias, y no aldeano vil, ignorante del gigante de las siete leguas que va engullendo mundos y de las batallas que se dan en el cosmos por la existencia humana. Nuestra función es ayudarlos a hacerse revolucionarios de esa cualidad que significa hacer que la Revolución renazca distinta e igual con cada generación. Es educarlos a exorcizar la insoportable levedad del ser con el peso sublime de lo que funda.



INDUSTRIALES CONTRA LA INDUSTRIA
(Por Alfredo Zaiat, PAGINA12)


Apenas la mitad de la capacidad instalada industrial está en funcionamiento y casi 140 mil puestos de trabajo del sector se perdieron en estos años de economía macrista. Mientras que se quejan de la situación, el establishment industrial reclama más ajuste neoliberal, cuyo saldo es la desindustrialización.

La política económica neoliberal tiene como uno de sus previsibles resultados la desindustrialización. El caso argentino ofrece la paradoja de que grupos industriales tienen el gen ortodoxo en la concepción económica, ideología que perjudica al sector en su conjunto. Esta aparente contradicción se puede explicar en que algunos de esos conglomerados terminan consolidándose en las crisis por un proceso de absorción y concentración, mientras que otros terminan vendiendo la empresa si antes no quiebran, destinando gran parte del capital obtenido a la fuga hacia el exterior y otra parte a adquirir campos para volcarse a la actividad primaria exportadora o dedicándose a negocios en el área de servicios. Unos y otros coinciden en ser firmes promotores de las ideas económicas ortodoxas, como las que expresa y despliega el gobierno de Macri, fundamentalmente por una cuestión clasista, aunque sus resultados terminen afectando su propia actividad. 

El otro aspecto notable es que, en el proceso de desindustrialización, como el actual, dirigentes industriales son críticos de los efectos negativos sobre el sector, pero son los primeros promotores de ideas neoliberales, como el ajuste regresivo en el gasto público, las reformas laboral y previsional y la eliminación de subsidios a tarifas de servicios públicos. El economista Ricardo Aronskind hizo una precisa descripción al respecto en su cuenta de Twitter: “Muchos empresarios conocen muy bien cómo funciona el sector de actividad de su empresa. Muy pocos empresarios entienden bien cómo funciona la economía del país y cuáles son los motores del desarrollo. Y, como no saben, tienden a creerles a los neoliberales, que les venden seriedad”.

Verdugo

El desarrollo industrial, como el que propone la heterodoxia, con una estructura social alterada por la irrupción del peronismo a mediados del siglo pasado, arrincona a esos empresarios a enfrentarse a una pauta distributiva progresiva que no quieren convalidar. La reacción frente a esa posibilidad es apoyar proyectos políticos desindustrializadores, como lo estuvieron haciendo en estos años con la administración Macri y ahora militando la reelección del verdugo de la industria. 

Con esa aparente confusión a cuestas, evalúan que el eventual regreso a la Casa Rosada de una fuerza política que denominan despectivamente “populista” sería un retroceso, y confían entonces en que la alianza Cambiemos habría aprendido de los errores de estos cuatro años y emprendería en su segundo mandato un ajuste que no supo o no quiso hacer, lo que les permitiría recuperarse. Es ingenuidad, ignorancia o simplemente anteojeras ideológicas que, con una subjetividad colonizada por la secta de economistas neoliberales o por fanatismo ideológico, termina legitimando política, económica y socialmente un sendero económico que es devastador para la actividad industrial.

En muy breves períodos políticos, esa fracción del establi­sh- ment ha tolerado políticas heterodoxas, que coincidieron con la necesidad de recomponer su tasa de ganancias muy castigada por la crisis. Así fue en los años posteriores al estallido de la convertibilidad: los cuatro años del mandato de Néstor Kirchner. Cuando se recuperaron y la puja distributiva, alentada por ese gobierno, empezó a cuestionar esos niveles de ganancias restaurados, volvieron a  navegar por el cauce de la ortodoxia.

Hegemonía

La actual crisis de la economía macrista debería impulsar al mundo industrial a repetir el comportamiento de esa primera etapa del kirchnerismo, de acuerdo a los abultados resultados negativos que reflejan balances de grandes grupos industriales. Sin embargo, pese a las tensiones existentes al interior del poder económico, no está habiendo esa reacción en forma tan clara y, por el contrario, muchos de ellos han reafirmado en estas semanas el apoyo a la fuerza política que con su gestión de la economía le ha provocado importantes quebrantos. Pérdidas generadas por la megadevaluación, que ha aumentado en forma sustancial la carga financiera por la deuda en dólares acumulada, y por la destrucción del mercado interno, que ha significado una brusca caída en las ventas.

El Grupo Clarín, como conglomerado económico, no simplemente como un diario, lidera ese posicionamiento del establish-ment, que no manifiesta mucha resistencia frente al industricidio. Ejerce la hegemonía al interior de la fracción del capital de origen local, con cada vez menos competidores arrastrando al conjunto hacia su cosmovisión política y económica. La decisión estratégica de los accionistas de Clarín es entendible en función a su propio negocio, puesto que se ha consolidado en el sector servicios de telecomunicaciones al absorber Telecom (Internet, tv por cable y telefonía, además de productora de contenidos periodísticos). La fase descendente del ciclo económico no lo afecta tanto en el nivel de actividad –vale tener en cuenta que ejerce posición dominante–, y sólo el descontrol financiero del macrismo que derivó en una megadevaluación lo impactó en el renglón de la cuenta financiera del balance por la deuda en dólares contraída.

El proyecto desarrollista, que implicaba fortalecer la base industrial del país y del que fue promotor en la década del ‘60 y ‘70, hoy no es necesario para el plan de negocios del Grupo Clarín. El neoliberal, con predominio de las finanzas internacionales y crecimiento de los servicios, encaja en su propia estrategia de expansión. Supone, de acuerdo a lo que expone diariamente a través de sus diversos canales de expresión, que estaría en riesgo en un gobierno “populista”. Por eso, además de la venganza por el atrevimiento de CFK de impulsar la ley de medios cuyo objetivo era desmonopolizar, el fomento de la grieta, con un elevado grado de violencia simbólica, forma parte de la base de su esquema de negocio. Exacerbación que lanza a la sociedad a una especie de “guerra civil” de baja intensidad, donde se repudia y pretende suprimir cualquier expresión política, social y cultural asociada con la letra K. 
    
Lectura

En estas circunstancias críticas, por la debacle de la economía macrista, predominio de la concepción ortodoxa, el acelerado proceso de desindustrialización y la consiguiente modificación de la estructura del poder económico, es muy útil retomar lecturas de textos de Jorge Schvarzer, uno de los más lúcidos estudiosos del proceso industrial y de desarrollo argentino. En uno de ellos, “La industria argentina en la tormenta de los ‘90”, afirma que “el discurso antiindustrialista caló muy hondo en los empresarios locales, que perdieron su imagen autoasignada de dignidad”. 

Schvarzer apunta que en el imaginario social, la industria pasó a convertirse en culpable de los problemas argentinos y comenzó a ser vista como proveedora de bienes de baja calidad, cuyos precios se mantenían elevados pese a los abultados subsidios recibidos. Para sentenciar que esa perspectiva afecta el comportamiento de los empresarios; el contexto social hostil a su actividad repercute en actitudes y políticas públicas en el sentido inverso al que observaba Ger­shenkron como elemento dinámico del progreso. 

La referencia a este economista ruso, crítico del marxismo, que en la década del ‘20 del siglo pasado se fue a Suiza y luego a Estados Unidos, se debe a que su principal contribución a la economía fue la elaboración de un modelo de desarrollo económico tardío. Sería el caso argentino. La hipótesis central de Gershenkron es que el atraso económico relativo puede jugar un papel positivo dado que induce a la sustitución sistemática de los supuestos prerrequisitos para el crecimiento industrial. O sea, se generan condiciones para saltar etapas tradicionales del desarrollo. Para ello, la intervención estatal puede compensar la inadecuada oferta de capital, trabajo calificado, capacidad empresarial y tecnológica.

En línea con ese razonamiento, el predominio de las ideas de la ortodoxia en el mundo empresario argentino fue un obstáculo para aceptar un Estado intervencionista para avanzar y saltar etapas del desarrollo. Se abriría esa oportunidad con un cambio de gobierno de signo político diferente al actual. 

Schvarzer menciona que varios grupos que habían experimentado un rápido crecimiento como industriales, merced al impacto de las políticas de promoción, tendieron a reconvertirse hacia las actividades de servicios. Señala que a medida que los intereses de esos grupos se diversifican, se reduce el peso de la actividad productiva en el conjunto de sus negocios en beneficio de aquellos más ligados a prestaciones de carácter monopólico o bien dirigido a atender la demanda más o menos cautiva de sectores de altos ingresos. Dice además que “las fábricas subsisten pero ya no ocupan el centro de atención de sus propietarios; están más interesados en otras actividades alejadas de la producción”. Para luego realizar una aguda observación: “Resulta sugerente en este sentido el espacio que dedican las revistas locales de economía y negocios a relatar la historia de nuevos empresarios, que crecen y se enriquecen en actividades no fabriles, y hasta directamente opuestas a la industria -como la importación- frente al escaso o nulo interés dedicado a situaciones –poco visibles, si las hay– de empresas industriales exitosas”. 

Una elite antiindustrial

En noviembre de 2017, la industria utilizaba en promedio el 69,2 por ciento de su capacidad instalada. Fue el valor más elevado del ciclo neoliberal iniciado en diciembre de 2015 con el gobierno de Mauricio Macri. El último dato oficial proporcionado por el Indec muestra que ese indicador ha descendido a 57,7 por ciento. Esa diferencia de 11,5 puntos porcentuales es reflejo de la desindustrialización macrista. Este saldo se reconoce en la política neoliberal aplicada en estos años: apertura importadora, tarifazos, tasas de interés reales altísimas, orgía financiera de endeudamiento externo, megadevaluación, reducción del ingreso disponible en la mayoría de la población y la consiguiente depresión del mercado interno, más la desarticulación de regímenes de promoción vía impositiva y/o financiera y el desfinanciamiento de organismos del Estado vinculados al apoyo técnico a la industria como el INTI. 

Pese a que fue escrito pensando el largo ciclo neoliberal iniciado a mediados de los setenta y que estalló en el 2001, ese texto de Schvarzer encaja a la perfección con el actual proceso de desindustrialización. Dice que la evolución de estos años (se refiere a los noventa) sólo puede explicarse por una combinación de factores ideológicos, económicos y sociales que llevaron a este resultado. Indica que no todas esas causas tienen la misma importancia pero su suma resultó un obstáculo formidable en el camino de la industria. Para explicar que una primera causa es la añoranza de la clase alta tradicional por el pasado de riqueza que el país gozó durante el largo periodo de explotación de las ventajas comparativas del área agropecuaria. Señala que ese grupo social no aceptó nunca, y tampoco puede imaginar, que tal riqueza provenía de la prodigalidad de la naturaleza mucho más que de la presunta habilidad de sus ancestros. En cambio cree con firmeza que debe volverse al sistema que imagina como de economía abierta, exportación de productos primarios e importación de bienes industriales, aunque acepte con tono moderno ciertas modificaciones menores al modelo extremo. “La apelación continua a ese pasado imaginado como glorioso cimenta sus convicciones y afirma su unidad social”, sentencia Schvarzer.

Como si estuviera presente y hablara de la economía macrista, afirma que “ese proceso llevó a que la industria quedara huérfana de sus antiguos soportes; hoy no tiene protección del mercado interno, ni promoción oficial, ni ningún sistema de incentivos a sus proyectos y actividades. El ajuste, más la decisión de modificar de raíz la economía argentina, dejó poco o nada en pie de la antigua estructura; en lugar de corregir y adecuar la función de un sistema que no cumplía bien su función, se optó por eliminarlo”. 

Acelerar la desindustrialización es la propuesta de Macri para su segundo mandato, que se deriva de su promesa de profundizar el actual ajuste ortodoxo. Ajuste que sería caótico porque se aplicaría en un escenario de crisis de la deuda y elevada inflación, ambos factores que se realimentan mutuamente. Es el proyecto de país que, por ahora, apoya un sector relevante del establishment industrial. La evidencia de los costos elevados de este sonoro derrumbe puede que lo induzca a modificar el aval al industricidio.