INDUSTRIALES
CONTRA LA INDUSTRIA
(Por Alfredo Zaiat, PAGINA12)
Apenas la mitad de la capacidad instalada
industrial está en funcionamiento y casi 140 mil puestos de trabajo del sector
se perdieron en estos años de economía macrista. Mientras que se quejan de la
situación, el establishment industrial reclama más ajuste neoliberal, cuyo
saldo es la desindustrialización.
La política económica neoliberal tiene como
uno de sus previsibles resultados la desindustrialización. El caso argentino
ofrece la paradoja de que grupos industriales tienen el gen ortodoxo en la
concepción económica, ideología que perjudica al sector en su conjunto. Esta
aparente contradicción se puede explicar en que algunos de esos conglomerados
terminan consolidándose en las crisis por un proceso de absorción y
concentración, mientras que otros terminan vendiendo la empresa si antes no quiebran,
destinando gran parte del capital obtenido a la fuga hacia el exterior y otra
parte a adquirir campos para volcarse a la actividad primaria exportadora o
dedicándose a negocios en el área de servicios. Unos y otros coinciden en ser
firmes promotores de las ideas económicas ortodoxas, como las que expresa y
despliega el gobierno de Macri, fundamentalmente por una cuestión clasista,
aunque sus resultados terminen afectando su propia actividad.
El otro aspecto notable es que, en el proceso
de desindustrialización, como el actual, dirigentes industriales son críticos
de los efectos negativos sobre el sector, pero son los primeros promotores de
ideas neoliberales, como el ajuste regresivo en el gasto público, las reformas
laboral y previsional y la eliminación de subsidios a tarifas de servicios
públicos. El economista Ricardo Aronskind hizo una precisa descripción al
respecto en su cuenta de Twitter: “Muchos empresarios conocen muy bien cómo
funciona el sector de actividad de su empresa. Muy pocos empresarios entienden
bien cómo funciona la economía del país y cuáles son los motores del
desarrollo. Y, como no saben, tienden a creerles a los neoliberales, que les
venden seriedad”.
Verdugo
El desarrollo industrial, como el que propone
la heterodoxia, con una estructura social alterada por la irrupción del
peronismo a mediados del siglo pasado, arrincona a esos empresarios a
enfrentarse a una pauta distributiva progresiva que no quieren convalidar. La
reacción frente a esa posibilidad es apoyar proyectos políticos
desindustrializadores, como lo estuvieron haciendo en estos años con la
administración Macri y ahora militando la reelección del verdugo de la
industria.
Con esa aparente confusión a cuestas, evalúan
que el eventual regreso a la Casa Rosada de una fuerza política que denominan
despectivamente “populista” sería un retroceso, y confían entonces en que la
alianza Cambiemos habría aprendido de los errores de estos cuatro años y
emprendería en su segundo mandato un ajuste que no supo o no quiso hacer, lo
que les permitiría recuperarse. Es ingenuidad, ignorancia o simplemente
anteojeras ideológicas que, con una subjetividad colonizada por la secta de
economistas neoliberales o por fanatismo ideológico, termina legitimando
política, económica y socialmente un sendero económico que es devastador para
la actividad industrial.
En muy breves períodos políticos, esa
fracción del establish- ment ha tolerado políticas heterodoxas, que
coincidieron con la necesidad de recomponer su tasa de ganancias muy castigada
por la crisis. Así fue en los años posteriores al estallido de la
convertibilidad: los cuatro años del mandato de Néstor Kirchner. Cuando se
recuperaron y la puja distributiva, alentada por ese gobierno, empezó a
cuestionar esos niveles de ganancias restaurados, volvieron a navegar por
el cauce de la ortodoxia.
Hegemonía
La actual crisis de la economía macrista
debería impulsar al mundo industrial a repetir el comportamiento de esa primera
etapa del kirchnerismo, de acuerdo a los abultados resultados negativos que
reflejan balances de grandes grupos industriales. Sin embargo, pese a las
tensiones existentes al interior del poder económico, no está habiendo esa
reacción en forma tan clara y, por el contrario, muchos de ellos han reafirmado
en estas semanas el apoyo a la fuerza política que con su gestión de la
economía le ha provocado importantes quebrantos. Pérdidas generadas por la
megadevaluación, que ha aumentado en forma sustancial la carga financiera por
la deuda en dólares acumulada, y por la destrucción del mercado interno, que ha
significado una brusca caída en las ventas.
El Grupo Clarín, como conglomerado económico,
no simplemente como un diario, lidera ese posicionamiento del establish-ment,
que no manifiesta mucha resistencia frente al industricidio. Ejerce la
hegemonía al interior de la fracción del capital de origen local, con cada vez
menos competidores arrastrando al conjunto hacia su cosmovisión política y
económica. La decisión estratégica de los accionistas de Clarín es entendible
en función a su propio negocio, puesto que se ha consolidado en el sector servicios
de telecomunicaciones al absorber Telecom (Internet, tv por cable y telefonía,
además de productora de contenidos periodísticos). La fase descendente del
ciclo económico no lo afecta tanto en el nivel de actividad –vale tener en
cuenta que ejerce posición dominante–, y sólo el descontrol financiero del
macrismo que derivó en una megadevaluación lo impactó en el renglón de la
cuenta financiera del balance por la deuda en dólares contraída.
El proyecto desarrollista, que implicaba
fortalecer la base industrial del país y del que fue promotor en la década del
‘60 y ‘70, hoy no es necesario para el plan de negocios del Grupo Clarín. El
neoliberal, con predominio de las finanzas internacionales y crecimiento de los
servicios, encaja en su propia estrategia de expansión. Supone, de acuerdo a lo
que expone diariamente a través de sus diversos canales de expresión, que
estaría en riesgo en un gobierno “populista”. Por eso, además de la venganza
por el atrevimiento de CFK de impulsar la ley de medios cuyo objetivo era
desmonopolizar, el fomento de la grieta, con un elevado grado de violencia
simbólica, forma parte de la base de su esquema de negocio. Exacerbación que
lanza a la sociedad a una especie de “guerra civil” de baja intensidad, donde
se repudia y pretende suprimir cualquier expresión política, social y cultural
asociada con la letra K.
Lectura
En estas circunstancias críticas, por la
debacle de la economía macrista, predominio de la concepción ortodoxa, el
acelerado proceso de desindustrialización y la consiguiente modificación de la
estructura del poder económico, es muy útil retomar lecturas de textos de Jorge
Schvarzer, uno de los más lúcidos estudiosos del proceso industrial y de
desarrollo argentino. En uno de ellos, “La industria argentina en la tormenta
de los ‘90”, afirma que “el discurso antiindustrialista caló muy hondo en los
empresarios locales, que perdieron su imagen autoasignada de dignidad”.
Schvarzer apunta que en el imaginario social,
la industria pasó a convertirse en culpable de los problemas argentinos y
comenzó a ser vista como proveedora de bienes de baja calidad, cuyos precios se
mantenían elevados pese a los abultados subsidios recibidos. Para sentenciar
que esa perspectiva afecta el comportamiento de los empresarios; el contexto
social hostil a su actividad repercute en actitudes y políticas públicas en el
sentido inverso al que observaba Gershenkron como elemento dinámico del
progreso.
La referencia a este economista ruso, crítico
del marxismo, que en la década del ‘20 del siglo pasado se fue a Suiza y luego
a Estados Unidos, se debe a que su principal contribución a la economía fue la
elaboración de un modelo de desarrollo económico tardío. Sería el caso
argentino. La hipótesis central de Gershenkron es que el atraso económico
relativo puede jugar un papel positivo dado que induce a la sustitución
sistemática de los supuestos prerrequisitos para el crecimiento industrial. O
sea, se generan condiciones para saltar etapas tradicionales del desarrollo.
Para ello, la intervención estatal puede compensar la inadecuada oferta de
capital, trabajo calificado, capacidad empresarial y tecnológica.
En línea con ese razonamiento, el predominio
de las ideas de la ortodoxia en el mundo empresario argentino fue un obstáculo
para aceptar un Estado intervencionista para avanzar y saltar etapas del
desarrollo. Se abriría esa oportunidad con un cambio de gobierno de signo
político diferente al actual.
Schvarzer menciona que varios grupos que
habían experimentado un rápido crecimiento como industriales, merced al impacto
de las políticas de promoción, tendieron a reconvertirse hacia las actividades
de servicios. Señala que a medida que los intereses de esos grupos se
diversifican, se reduce el peso de la actividad productiva en el conjunto de sus
negocios en beneficio de aquellos más ligados a prestaciones de carácter
monopólico o bien dirigido a atender la demanda más o menos cautiva de sectores
de altos ingresos. Dice además que “las fábricas subsisten pero ya no ocupan el
centro de atención de sus propietarios; están más interesados en otras
actividades alejadas de la producción”. Para luego realizar una aguda
observación: “Resulta sugerente en este sentido el espacio que dedican las
revistas locales de economía y negocios a relatar la historia de nuevos
empresarios, que crecen y se enriquecen en actividades no fabriles, y hasta
directamente opuestas a la industria -como la importación- frente al escaso o
nulo interés dedicado a situaciones –poco visibles, si las hay– de empresas
industriales exitosas”.
Una
elite antiindustrial
En noviembre de 2017, la industria utilizaba
en promedio el 69,2 por ciento de su capacidad instalada. Fue el valor más
elevado del ciclo neoliberal iniciado en diciembre de 2015 con el gobierno de
Mauricio Macri. El último dato oficial proporcionado por el Indec muestra que
ese indicador ha descendido a 57,7 por ciento. Esa diferencia de 11,5 puntos
porcentuales es reflejo de la desindustrialización macrista. Este saldo se
reconoce en la política neoliberal aplicada en estos años: apertura
importadora, tarifazos, tasas de interés reales altísimas, orgía financiera de
endeudamiento externo, megadevaluación, reducción del ingreso disponible en la
mayoría de la población y la consiguiente depresión del mercado interno, más la
desarticulación de regímenes de promoción vía impositiva y/o financiera y el
desfinanciamiento de organismos del Estado vinculados al apoyo técnico a la
industria como el INTI.
Pese a que fue escrito pensando el largo
ciclo neoliberal iniciado a mediados de los setenta y que estalló en el 2001,
ese texto de Schvarzer encaja a la perfección con el actual proceso de
desindustrialización. Dice que la evolución de estos años (se refiere a los
noventa) sólo puede explicarse por una combinación de factores ideológicos,
económicos y sociales que llevaron a este resultado. Indica que no todas esas
causas tienen la misma importancia pero su suma resultó un obstáculo formidable
en el camino de la industria. Para explicar que una primera causa es la
añoranza de la clase alta tradicional por el pasado de riqueza que el país gozó
durante el largo periodo de explotación de las ventajas comparativas del área
agropecuaria. Señala que ese grupo social no aceptó nunca, y tampoco puede
imaginar, que tal riqueza provenía de la prodigalidad de la naturaleza mucho
más que de la presunta habilidad de sus ancestros. En cambio cree con firmeza
que debe volverse al sistema que imagina como de economía abierta, exportación
de productos primarios e importación de bienes industriales, aunque acepte con
tono moderno ciertas modificaciones menores al modelo extremo. “La apelación
continua a ese pasado imaginado como glorioso cimenta sus convicciones y afirma
su unidad social”, sentencia Schvarzer.
Como si estuviera presente y hablara de la
economía macrista, afirma que “ese proceso llevó a que la industria quedara
huérfana de sus antiguos soportes; hoy no tiene protección del mercado interno,
ni promoción oficial, ni ningún sistema de incentivos a sus proyectos y
actividades. El ajuste, más la decisión de modificar de raíz la economía
argentina, dejó poco o nada en pie de la antigua estructura; en lugar de
corregir y adecuar la función de un sistema que no cumplía bien su función, se
optó por eliminarlo”.
Acelerar la desindustrialización es la
propuesta de Macri para su segundo mandato, que se deriva de su promesa de
profundizar el actual ajuste ortodoxo. Ajuste que sería caótico porque se
aplicaría en un escenario de crisis de la deuda y elevada inflación, ambos
factores que se realimentan mutuamente. Es el proyecto de país que, por ahora,
apoya un sector relevante del establishment industrial. La evidencia de los
costos elevados de este sonoro derrumbe puede que lo induzca a modificar el
aval al industricidio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario