EL HOMBRE DEL MANGO
(Por: Isabel Cristina López
Hamze, publicado en https://jovencuba.com/
"La Joven Cuba")
Era un domingo de poco
tráfico y poco entusiasmo. Acababa de salir de un estudio de televisión donde
fui a grabar un programa sobre arte joven. Decidí caminar hasta mi casa a pleno
mediodía con un largo vestido azul y la cara maquillada como para una fiesta.
Yo pensaba en la situación del transporte, en los almendrones, valoraba la
posibilidad de conseguirme una sombrilla para mis largas caminatas y maldecía
la hora en que se me ocurrió ponerme tacones para hablar sobre arte joven.
Justo frente al Hospital
Calixto García, cuando mis pensamientos iban a mudarse del transporte público a
la salud pública, me abordó un hombre alto, rubio, de ojos verdes que traía en
la mano un gran mango pelado a medias. El extranjero, en un perfecto español,
me preguntó cómo llegar a la Plaza de la Revolución. Le expliqué, con mi
perfecto español, y seguí mi camino. Resulta que el Hombre del Mango, que no se
había separado ni tres metros de mí, me preguntó si yo también iba para la
Plaza. Le contesté que mi casa quedaba cerca de allí. Entonces nos acompañamos
hasta el histórico monumento.
Por el camino me contó que
era sudafricano y que se dedicaba a viajar el mundo con solo dos mudas de ropa,
un repelente para los bichos, una hamaca y el dinero justo para trasladarse “a
dedo” y alimentarse con lo básico. Llevaba 21 días en Cuba y había recorrido
todo el país, la Plaza era el último destino y luego cogería su avión que salía
a las cinco de la tarde de ese mismo día. Su mochila de viaje era más pequeña
que mi bolso de mano, su ropa estaba mugrienta y sus zapatos rotos. Parecíamos
una princesa y un mendigo.
Hablamos del mundo, de la
gente de aquí, de las cosas absurdas y las cosas maravillosas de esta Isla. Me
dijo que yo era una cubana loca, porque era la primera que conocía no quería
irse de Cuba. Cuando llegamos a la Plaza aún tenía el mango en la mano, un
mango gigante que le choreaba hasta el codo. Puso la fruta en el piso y me
pidió que le tirara una foto con su celular de último modelo que tenía la
pantalla rota adornada con los pelos rubios del mango. Yo estaba en posición de
tomar la foto, encuadrados el Martí y la raspadura, con un hermoso contorno de
cielo azul, entonces el hombre se paró de cabeza y así, con el mundo al revés,
quedó capturado en su iPhone 7.
¡El Hombre del Mango y yo
hicimos tremenda química! Hablamos de todos los temas y nos reímos y me dijo
que quería casarse conmigo, que regresaría a Cuba en dos años a buscarme. Tanto
intimamos en ese paseo, que me pidió que lo llevara a mi casa para lavarse las
manos y terminar de pelar su mango. Le dije que a mi casa no podía llevar un
extraño lleno de churre con un mango, pero que tenía un buen amigo cerca y allí
podría lavarse las manos. Lo llamé y le dije: “Voy pa llá con el Hombre del
Mango”.
Cuando llegamos al alquiler
de mi amigo, un pequeño apartamento en una especie de pasillo interior, él me
abrió la puerta y se quedó “muerto” con la visión extraordinaria del Hombre del
Mango. Mi amigo estaba con un short corto de colores, se había acabado de sacar
las cejas, de pintar las uñas y tenía un torniquete en la cabeza protegido por
una media panti. Nos sentamos a la mesa con el Hombre del Mango y nos lo
comimos entre todos. (Al mango, aunque mi amigo hubiera querido también comerse
al hombre.)
Solo tenía 3 CUC para coger
un carro hasta el aeropuerto, almorzar algo y guardar algunas monedas para su
colección. En mi humilde posición de asalariada, tenía 70 pesos cubanos y lo
invité a almorzar. Compartimos una pizza y una malteada, no alcanzaba
para más. Le regalé todo el dinero que me quedaba para su colección y le pagué
un carro de los que van por Boyeros hasta cerca del aeropuerto. Él entraría
caminando hasta la Terminal 3.
Cuando nos despedimos me
pidió que le diera un beso en la boca, yo contesté que no besaba a extraños ni
aunque fueran millonarios. Me dijo: “¡Loca cubana!” Intercambiamos los
contactos y lo vi alejarse en un almendrón diciéndome: te amo. Qué loco Hombre
del Mango!!! En cuanto llegué a mi casa lo googlié y descubrí que se trataba de
un millonario aventurero que nadaba con las pirañas y dormía entre los osos
salvajes. Resulta que tenía maestrías y doctorados en economía y trabajaba en
Dubai como asesor de negocios.
A los pocos días de nuestro
encuentro publicó en su Facebook 100 fotos de su viaje a Cuba. En la número 99
aparecíamos mi amigo y yo en su apartamento comiendo mango picadito con
tenedor. La foto tenía un pie que decía así: “Un típico apartamento cubano.” No
le di like a esa foto, ni mi amigo ni yo éramos un típico apartamento. ¡Qué
lástima que el Hombre del Mango no pudo ver más allá! En la foto número 100
estaba la Plaza de la Revolución en la que, por un instante, nos miraba patas
arriba. Quizás en esa incómoda posición entendió más de mi Cuba y su Mundo que
con los pies en la tierra.
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