UN
CANALLA ES UN CANALLA
Me
quedan 27 años para llegar a la edad del maravilloso escritor peruano, Mario
Vargas Llosa, hoy devenido en "opinólogo político" de los grandes
medios controlados por la oligarquía mundial, a diferencia de la de él, mi vida
no será recordada para nada, y no me culpo por ello, hay que nacer con un
talento especial para que "tu pluma" deje una huella humana como la
que dejará este gran escritor latinoamericano. Sin embargo una mención aparte
merece el hecho que tan prestigiosa escritura se haya puesto, después de una
"reconversión autoinfligida", al servicio de los patronos del Mundo,
y que su "dialéctica personal" lo ha llevado a considerar que los
modelos que evocan tales poderes, son los modelos de luz a imitar por nosotros,
"los bárbaros" del resto del Mundo.
Salta a
la vista, en lo que a continuación escribe nuestro afamado escritor, que nunca
se menciona las relaciones imperiales existente por más de 500 años, que
hicieron de nuestros pueblos, los sumisos que prodigaron la vida de lujo y
esplendor de los que hoy se niegan a recibir a esa "manada" de seres
humanos hambrientos y desesperados, que han vivido en sus países de origen un
Capitalismo envasado en latas de coca-cola, que ahora parece ser, según el
escritor, no "muy bueno" porque no respetan las leyes de la
"Libertad y la Democracia", a buen ojo, nacen "nuevas"
explicaciones para la incompetencia de un sistema que lleva en sus adentros la
desigualdad como naturaleza misma. Es "genial" la intensión que Llosa
le da a su "prosa política", para tapar la brutalidad de un sistema
capitalista que en esencia jamás logrará lo que pretende el autor de "El
Sueño del Celta", porque incentivando a los latinos a seguir el
"Modelo Chileno", nuestro gran escritor se olvida mencionar, que para
llegar a los números macroeconómico que hoy se jactan, primero tuvieron que
implantar una DICTADURA atroz, rompiendo todas las libertades, salvo la
económica de los grandes poderes, y que el autor de "El Hablador" le
daría "urticaria", que además, para sembrar su modelo neoliberal, mas
de una década el 40% de la población chilena tuvo que sufrir la pobreza
extrema, y hoy que supuestamente ha llegado al nirvana económico, es
considerado Chile el país mas desigual de América Latina y puntea a nivel Mundial,
los compatriotas chilenos tienen que viajar a la Argentina para matricularse en
sus Universidades gratis, porque las de ellos son todas privadas y las más caras del continente por detrás de los Estados Unidos de América. Nada, para el autor
de "La Casa Verde", la Ilustración y el Progreso necesita de
"sacrificios", mientras no sea él, el que deje de tomar su whisky de
etiqueta negra cayendo la tarde. Con bastante liviandad intelectual nuestro
premio Nobel afirma " ...Las
migraciones masivas solo se reducirán cuando la cultura democrática se haya
extendido por África y demás países del Tercer Mundo y las inversiones y el
trabajo eleven los niveles de vida de modo que en esas sociedades haya la
sensación entre los pobres de que es posible salir de la pobreza trabajando.
Eso está ahora al alcance de cualquier país, por desvalido que sea. Lo era Hong
Kong hace un siglo y dejó de serlo en pocos años volcándose al mundo y creando
un sistema abierto y libre...", obviar las relaciones económicas de
explotación y saqueo de los llamados países del "primer Mundo" para
con nosotros los tercermundista, es cuanto menos de un canalla, un canalla es
un canalla aunque lleve el ropaje de la buena Literatura, y uno siga deleitándose con la luz que sus
libros nos aporta.
LA MARCHA DEL HAMBRE Y LA DESESPERACION, PARA
SALIR DEL INFIERNO
(Por
Mario Vargas Llosa, publicado en el diario "LA NACION")
MADRID.- Cuando el 13 de octubre de 2018
salieron de la ciudad hondureña de San Pedro Sula eran unos pocos centenares.
Tres semanas después, mientras escribo este artículo, son ya cerca de ocho mil.
Se les han sumado gran cantidad de salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüenses y
sin duda también algunos mexicanos. Han avanzado unos mil kilómetros y pico,
andando día y noche, durmiendo en el camino, comiendo lo que gente caritativa y
tan miserable como ellos mismos les alcanza al pasar. Acaban de entrar a Oaxaca
y les falta la mitad del recorrido.
Son hombres y mujeres y niños pobres,
pobrísimos, y huyen de la pobreza, de la falta de trabajo, de la violencia que
antes era solo de los malos patronos y de la policía y es ahora, sobre todo, la
de las maras, esas bandas de forajidos que los obligan a trabajar para ellas,
acarreando o vendiendo drogas, y, si se niegan a hacerlo, matándolos a
puñaladas e infligiéndoles atroces torturas.
¿Adónde van? A los Estados Unidos, por
supuesto. ¿Por qué? Porque es un país donde hay trabajo, donde podrán ahorrar y
mandar remesas a sus familiares que los salven del hambre y el desamparo
centroamericano, porque allí hay buenos colegios y una seguridad y una
legalidad que en sus países no existe. Saben que el presidente Trump ha dicho
que ellos son una verdadera plaga de maleantes, de violadores, que traen
enfermedades, suciedad y violencia, y que él no permitirá esa invasión y
movilizará por lo menos quince mil policías y que, si les arrojan piedras,
estos dispararán a matar. Pero no les importa: prefieren morir tratando de
entrar al paraíso que la muerte lenta y sin esperanzas que les espera donde
nacieron, es decir, en el infierno.
Lo que pretenden es una locura, por supuesto.
Una locura idéntica a la de los miles de miles de africanos que, luego de
caminar días, meses o años, muriendo como moscas en el camino, llegan a orillas
del Mediterráneo y se lanzan al mar en balsas, botes y barcazas, apiñados como
insectos, sabiendo que muchos de ellos morirán ahogados -más de dos mil ya en
el año- y sin poder realizar el sueño que los guía: instalarse en los países
europeos, donde hay trabajo, seguridad, etcétera, etcétera.
El asalto de los millones de miserables de
este mundo a los países prósperos de Occidente ha generado una paranoia sin
precedente en la historia, al extremo de que tanto en los Estados Unidos como
en la Europa Occidental resucitan fobias que se creían extinguidas, como el
racismo, la xenofobia, el nacionalismo, los populismos de derecha y de
izquierda y una violencia política creciente. Un proceso que, si sigue así,
podría destruir acaso la más preciosa creación de la cultura occidental, la
democracia, y restaurar aquella barbarie de la que creíamos habernos librado,
la que ha hundido a Centroamérica y a buena parte de África en ese horror del
que tratan de escapar tan dramáticamente sus naturales.
La paranoia contra el inmigrante no entiende
razones y mucho menos estadísticas. Es inútil que los técnicos expliquen que,
sin inmigrantes, los países desarrollados no podrían mantener sus altos niveles
de vida y que, por lo general -las excepciones son escasas-, quienes emigran
suelen respetar las leyes de los países huéspedes y trabajar mucho,
precisamente porque en ellos se trabaja no solo para sobrevivir, sino para
prosperar, y que este estímulo beneficia enormemente a las sociedades que
reciben inmigrantes. ¿No es ese el caso de Estados Unidos? ¿No fue al abrir sus
fronteras de par en par cuando prosperó y creció y se volvió el gigante que es
ahora? ¿No fue la Argentina el país más próspero de América Latina y uno de los
más avanzados del mundo gracias a la inmigración?
Es inútil, el miedo al inmigrante es el miedo
"al otro", al que es distinto por su lengua o el color de su piel o
por los dioses que venera, y esa enajenación se inocula gracias a la demagogia
frenética en que ciertos grupos y movimientos políticos incurren de manera
irresponsable, atizando un fuego en el que podríamos arder justos y pecadores a
la vez. Ya ha pasado muchas veces en la historia, de manera que deberíamos
estar advertidos.
El problema de la inmigración ilegal no tiene
solución inmediata y todo lo que se diga en contrario es falso, empezando por
los muros que quisiera levantar Trump. Los inmigrantes seguirán entrando por el
aire o por el subsuelo mientras Estados Unidos sea ese país rico y con
oportunidades, el imán que los atrae. Y lo mismo puede decirse de Europa. La
única solución posible es que los países de los que los migrantes huyen fueran
prósperos, algo que está hoy día al alcance de cualquier nación, pero que los
países africanos, centroamericanos y de buena parte del Tercer Mundo han
rechazado por ceguera, corrupción y fanatismo político. En América Latina está
clarísimo para quien quiera verlo. ¿Por qué los chilenos no huyen de Chile?
Porque allí hay trabajo, el país progresa muy rápido y eso genera esperanzas a
los más pobres. ¿Por qué huyen desesperados de Venezuela? Porque saben que en
manos de los bandidos que hoy gobiernan, esa desdichada sociedad, que podría
ser la más próspera del continente, seguirá declinando sin remedio. Los países,
a diferencia de los seres humanos, en los que la muerte pone fin al
sufrimiento, pueden seguir barbarizándose sin término.
Los millones de pobres que quieren llegar a
trabajar en los países de Occidente rinden un gran homenaje a la cultura
democrática, la que los sacó de la barbarie en que también vivían hace no mucho
tiempo, y de la que fueron saliendo gracias a la propiedad privada, al mercado
libre, a la legalidad, a la cultura y a lo que es el motor de todo aquello: la
libertad. La fórmula no ha caducado en absoluto como quisieran hacernos creer
ciertos ideólogos catastrofistas. Los países que la aplican progresan. Los que
la rechazan retroceden. Hoy día, gracias a la globalización, es todavía mucho
más fácil y rápido que en el pasado. Buen número de países asiáticos lo ha
entendido así y, por eso, la transformación de sociedades, como la surcoreana,
la taiwanesa o la de Singapur, es tan espectacular. En Europa, Suiza y Suecia,
acaso los países que han alcanzado los más altos niveles de vida en el mundo,
eran pobres -pobrísimos- y en el siglo diecinueve enviaban a ganarse la vida al
extranjero a migrantes tan desvalidos como los que en nuestros días escapan de
Honduras, El Salvador o Venezuela.
Las migraciones masivas solo se reducirán
cuando la cultura democrática se haya extendido por África y demás países del
Tercer Mundo y las inversiones y el trabajo eleven los niveles de vida de modo
que en esas sociedades haya la sensación entre los pobres de que es posible
salir de la pobreza trabajando. Eso está ahora al alcance de cualquier país,
por desvalido que sea. Lo era Hong Kong hace un siglo y dejó de serlo en pocos
años volcándose al mundo y creando un sistema abierto y libre, garantizado por
una legalidad muy estricta. Tanto que China Popular ha respetado ese sistema,
aunque recortando radicalmente su libertad política.
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