LOS
HUMILDES Y LOS SOBERBIOS
(Por:
Mario Valdés Navia, LA JOVEN CUBA)
La soberbia es considerada como el pecado
capital primario. Su expresión más peligrosa es cuando se presenta en aquellos
que pertenecen al grupo de poder hegemónico en un momento determinado. En esos
casos, la alucinación que provoca en la visión de los poderosos respecto a los
demás afectará sus modos de gobernar a las grandes masas.
Si la soberbia se entroniza en un grupo de
poder de origen militar tiende a crecer en progresión geométrica debido a los
tradicionales hábitos de ordeno y mando de ese sector. Si a eso se añade el
lastre acumulado tras largos períodos de ejercicio de un poder omnímodo, los
niveles de soberbia pueden llegar a destrozar la escala de cualquier soberbímetro.
Por eso Martí no dudó en advertirle a tiempo a su querido y respetado M. Gómez:
“Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.
En la Cuba de hoy la soberbia ha proliferado
en los predios de la burocracia y suele crecer según aumenta su nivel. Para los
burócratas el mundo está organizado a su manera y lo que se sale de ella nunca
es su culpa ni puede ser admitido. Cuando los males no son imputables al
imperialismo, los atribuyen a indisciplinas o deslealtades, dos vicios humanos
que les son intolerables.
Hace pocos días se divulgó en la televisión
un intercambio en la ANPP donde se volvió sobre el tema de las indisciplinas
sociales. Allí nos enteramos con sorpresa de que, para algunos de nuestros
gobernantes, la culpa de que se venda combustible y carne de res en el mercado
negro es de los compradores/receptadores.
De paso, se llamó al pueblo/población a
cumplir con el deber de denunciar a cualquiera que le propusiera comprar
algo por la izquierda pues su dinero deben gastarlo solo en
las TRD estatales y demás comercios autorizados.
Muy tarde y fuera de contexto llega ese
reclamo y por eso su destino obligado es caer en saco roto. Desde hace
cincuenta años los cubanos aprendieron de Marx que si la ley del valor es
expulsada por la puerta, entrará por la ventana. Así, ante las prohibiciones,
limitaciones y absurdos del racionamiento oficial, apareció el vendedor furtivo
de cuanto producto alimenticio, industrial, o superfluo pudiera imaginarse.
Lejos de disminuir con el tiempo, esa
modalidad económica ─conocida popularmente por muchos nombres: ilegal,
informal, ilícita, sumergida, bolsa negra, subterránea, resolvedera, por fuera,
por la izquierda, o mercado negro─ devino en poderoso sector
económico. Es muy grave que en Cuba sea aún desconocida y poco estudiada
cuando, en casi todo el mundo, es objeto de investigaciones académicas.
No obstante, es sabido que se extiende por
las esferas del comercio, agricultura, industria, transporte y los servicios, y
representa un mercado no solo suplementario, sino alternativo al oficial. Más
allá de los controles, restricciones y escaseces de la economía estatizada, la
informal ha suplido muchas de las insuficiencias del monopolio estatal aunque,
paradójicamente, sus fuentes de suministro principales sean los propios
almacenes y recursos ─técnicos y humanos─ del Estado.
La difusión de la resolvedera ha
traído consigo una tensión moral en las familias cubanas que, sin embargo, ha
sido superada mayoritariamente por varias generaciones. Estos millones de
hombres y mujeres, aun cuando permanecen fieles políticamente al ideal de la
Revolución, asumen hacia el mercado ilegal un criterio similar al
defendido por los productores libres de la colonia al ejercer el comercio
prohibido ─¡su derecho al rescate!─, sin dejar de ser, al mismo
tiempo, súbditos fieles de la corona.
El criterio altanero que escuché sobre la
indisciplinada población –recibido sin chistar por los diputados− suena aún más
vacío cuando los cubanos y cubanas sabemos que los que nos exigen comprar solo
en los sobrevalorados comercios oficiales no acuden a esos establecimientos
para abastecerse. Ellos gozan de dietas especiales y posibilidades de adquirir
directamente bienes y servicios sin costo alguno, por lo que la cuestión de
equilibrar el precario salario real para llegar a fin de mes es algo que no les
afecta en lo más mínimo.
No es con miradas soberbias e irrespetuosas
sobre los modos de subsistir del pueblo/población que se resolverán los
problemas económicos de Cuba. Cada vez más se requieren políticas económicas
inteligentes, medidas que destierren lo mal hecho y estimulen las buenas prácticas.
Pero hoy, no cuando existan las condiciones ideales –internas y externas- que
se han puesto como condición para mejorar.
Más que nada, hay que elevar la participación
de los colectivos obreros y el valioso grupo de economistas revolucionarios
críticos en la conducción económica. Oír y convocar más a los humildes y no a
los soberbios. Que los dirigentes aprendan de M. Gómez cuando, refiriéndose a
unos obreros agrícolas a la vista, dijera a Martí: “Para estos trabajo yo”.
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