(Por Joaquín Sánchez Mariño, en INFOBAE)
Samanta Casais, la ganadora de Bake Off, que fue expuesta
y "cancelada" en redes sociales, y Telefé la descalificó del
programa.
Boicots a perfiles de Instagram. Censura
colectiva a cuentas de Twitter. Piedrazos a un móvil de televisión solo por estar
ahí. Incluso, en los casos más extremos, deseos de muerte emitidas livianamente
a diestra y siniestra.
Todo eso, que pasa cada día y cada día más,
es parte es un fenómeno que algunos resumen llamando “cultura de la
cancelación”.
Según su definición de Wikipedia "es el
fenómeno extendido de retirar el apoyo moral, financiero, digital y social a
personas o entidades mediáticas consideradas inaceptables, generalmente como
consecuencia de determinados comentarios o acciones, o por transgredir ciertas
expectativas". Que en muchos casos genera "una llamada a boicotear a
alguien -usualmente una celebridad- que ha compartido una opinión cuestionable
o impopular en los medios sociales".
Uno de los memes de burla hacia Samanta Casais. La imagen
representa lo que pasa con la cancelación: gran parte de la sociedad se pone en
tu contra.
En la Argentina lo vimos muchas veces. La más
reciente quizás se pueda rastrear en el inaudito suceso que sucedió alrededor
del reality show Bake Off. Una persona descubrió una irregularidad de
parte de la ganadora, la escrachó en las redes sociales, y todo el país clamó
por justicia. Una justicia, claro, menor, doméstica, habida cuenta de que otra
justicia en el país no se impone. De pronto, Twitter estalló de personas
pidiendo un castigo. Ya vimos muchas veces estas ejecuciones públicas por
causas que podrían considerarse al menos más Justificadas (aunque una
ejecución, aunque sea virtual, nunca lo es), ¿Pero tanta saña por un reality?
Así sucede ahora, Samanta Casais: cancelada.
¿Por qué sucede esto? ¿Qué rédito o qué morbo
ofrece? Consultado para esta nota, Gael Policano Rossi, conocido en redes
como AstroMostra y autor de Guía Astrológica para vivir en la
Tierra, dice: “Un montón de minorías, que saben que nunca van a tener justicia
porque es lo que les muestra la experiencia, encuentran en esto una justicia
inmediata. Por otro lado, si ti todos cancelamos a un artista porque nos
enteramos que hizo algo terrible como abusar de menores, todos sentimos una
gratificación por esa idea de justicia instantánea. Sin embargo, uno de los
grande problemas de esto es la esencialización: pasar de que alguien dijo algo
que puede ser problemático, a ese alguien que es problemático. Por ejemplo,
Lali usa rastas o un look afro y realiza una apropiación cultural de un grupo
afro… Ahí sucede la esencialización y Lali pasa a ser racista, aunque no lo
sea”.
Esto es tan solo un aspecto de la sociedad
actual que, a vistas de quien escribe (y a riesgo de ser cancelado), padece
de una profunda incapacidad para apreciar el pensamiento. Está visto
que lo que comienza como tensión intelectual, con el tiempo cristaliza en
tendencia en redes sociales. El talento de de la cultura de las redes para
sacarle profundidad a cuanto tema atraviesa y convertirlo en discurso de fácil
reproducción o directamente en acciones es abrumador. De este modo, vemos cómo
críticas fundamentales a la sociedad se convierten velozmente en postulados que
dejan afuera todos los pliegues de complejidad que esa misma crítica contenía.
Gael Policano Rossi, AstroMostra en Twitter, se expresa
en relación a la inclusión de una advertencia sobre racismo que se incorporó en
"Lo que el viento se llevó". La respuesta es a un tuit de Steven
Pinker, uno de los intelectuales que firmó la carta contra el pensamiento
único.
Si en el siglo XX la escuela de Frankfurt
habló de la industria cultural y la reproducción mecánica de obras de arte, en
el siglo XXI lo que se reproduce no son pinturas sino ideas. Con una gravedad
añadida: no solo se pierde el encanto del original, esa diferencia sustancial
acaso difícil de apreciar, sino también se pierde su forma. Lo que se reproduce
es una representación de las ideas, y como en toda representación, algo queda
afuera. Es por eso que el pensamiento ya no “muere en la boca” (como decía
en uno de sus artefactos Nicanor Parra), sino que hoy lo hace en las redes.
La consecuencia de esto en muchos casos es
la pérdida de la capacidad de discusión. Pero en muchos otros, cuando
toma su camino radical, aparece la cultura de la cancelación. Los más
jóvenes usan el término “cancelled” (o “cancelado”,
directamente) para referirse a una persona cuando se cansaron de ella. Una
relación que no prospera, cancelled. Una amiga que tarda demasiado en
responder, cancelled. Un amigo que tiene ideas políticas que me molestan,
cancelled.
Bien lo retrató Black Mirror en uno
de sus episodios, donde en un futuro distópico los humanos somos capaces de
bloquearnos entre nosotros pero no en las redes sino en la vida real. Así, ya
no vemos ni escuchamos a una persona determinada. Eso, que tan distópico
parece, empieza a suceder hoy con la ya mencionada cultura de la cancelación.
Los dichos de JK Rowling sobre la comunidad trans que
despertaron polémica y condujeron a que cientos de miles en todo el mundo la
"cancelaran".
Hace poco el término tomó mayor relevancia
cuando J.K. Rowling, la autora de Harry Potter, hizo declaraciones
transfóbicas, discutiendo el derecho de las mujeres trans a ser consideradas
mujeres. Un pensamiento que, a vistas de quien escribe, atrasa enormemente.
Pero no quedó ahí: las comunidades trans le expresaron su repudio, ella expresó
su repudio a ese repudio, otros expresaron el repudio al repudio de aquel
repudio y la cuestión escaló tanto que la última semana Rowling junto a
Noam Chomsky y otros intelectuales firmaron una carta en contra de la
cancelación y alertaron contra el peligro del pensamiento único.
¿Qué es el pensamiento único? La posible
continuación de la cultura cancelatoria: que en el mundo se establezca qué está
bien pensar y qué no, y al que se sale de los límites establecidos, cancelled.
El escritor argentino Gonzalo Garcés viene
reflexionando sobre esto hace tiempo. Consultado por Infobae, lo hizo una
vez más: “La cultura de la cancelación es un virus social que saltó de los
claustros universitarios a los medios y a la sociedad en general. El origen se
puede trazar en ciertas ideas de Michael Foucault, que pueden resumirse,
grosso modo, en que no hay ninguna verdad o realidad objetiva sobre la cual
muchas personas pueden ponerse de acuerdo, sino que solo existen diferentes
discursos que funcionan como el marco de lo que se puede pensar y, en la
práctica, funcionan como dispositivos de dominación”, explica.
Diana Maffia tiene una mirada distinta.
“Desde mi punto de vista, el pensamiento único es el que se gestó en la
modernidad en Europa por parte de un pequeño conjunto de varones poderosos (donde
todas las mujeres por su género y los varones subalternizados por clase, raza,
etnia y otras condiciones estaban excluídos). Esos varones institucionalizaron
sus intereses en la estructura del Estado, la economía, la ciencia, el derecho
y la cultura. La crisis de esa hegemonía en el siglo XX se rompió cuando con el
fin del bloque soviético el capitalismo occidental pareció ser el único
‘sentido común'. Las feministas denunciamos la continuidad de la hegemonía
patriarcal en todas estas crisis y continuidades”, explica a Infobae.
La filósofa Diana Maffia analizó el fenómeno de la
cancelación para esta nota.
Por supuesto, en las redes bulle esta misma
discusión pero sin parecerse al pensamiento. Allí, pareciera que las cosas
simplemente suceden, que no hay un ordenamiento sistémico detrás. Así, de
pronto Martín Cirio (la Faraona) es el influencer de moda, todos lo
adoran, hasta que en su propio frenesí dice algo que la sociedad repugna (por
caso, comparó la insistencia de una periodista pidiéndole una nota ¡a través de
su asistente! con el accionar de un violador). Inmediatamente, cancelled. Sus
detractores y hasta algunos de sus seguidores lo consideran persona no grata.
Hecha la ley, hecha la trampa: en muchos
casos los cancelados hacen videos de disculpas que son en muchos casos más
exitosos que los videos que lo llevaron a la fama. Si lloran en esos
videos, más éxito aún. Y si esos videos son por ejemplo de un YouTuber, se da
una paradoja fenomenal: al estallar en reproducciones, el YouTuber termina
ganando plata con el video en el que llora y pide perdón por haber dicho o
hecho algo que la sociedad reprochó.
“Lo más interesante del caso Bake
Off es que finalmente Samanta no gana el reality show, lo gana Damián, y
sin embargo la gente se muere por hacerle notas a Samanta y la quiere en Intrusos. Ella
no ganó la plata pero miles de dólares en promoción gratuita”, explica Gael. Y
agrega: “Es lo primero que encuentro en general cuando grupos minoritarios
cancelan algo: lo terminan promocionando. Terminan dándolo a conocer en lugar
de reducirlo. Pensamos por ejemplo en el programa minoritario de Gisela
Barreto y la memeficación. La idea de convertirla en la mascota de los pro
vida, la idea de provocarla para sacar más risas y que esté cancelada para las
personas bien pensantes, de alguna manera le termina dándole la plataforma que
ella no habría podido tener”.
Gael Policano Rossi, AstroMostra en redes, dice que
sucede algo morboso con la cancelación: los sujetos cancelados muchas veces
terminan con mayor público que antes.
Gonzalo Garcés cree, más allá de las
anécdotas que puedan surgir, esto es una continuación de la lucha de poderes.
“Para Foucault, solo existía el discurso dominante o hegemónico, y el discurso
emergente de los oprimidos. Si vos pensás que no hay intersubjetividad ni una
realidad que podamos compartir, la consecuencia es obvia: gana el discurso
que suene más fuerte, el que pueda silenciar a los demás. Desde ese momento era
obvio para los que adoptaron este modo de ver, que hacer política era silenciar
a otros. No bastaba con discutir, al contrario, para ellos debatir ya es
hacer concesiones al enemigo. La única vía es silenciarlos. Extinguir sus
discursos. Es una forma de pensar anticientífica, antidemocrática, y sobre todo
una forma de pensar incivilizada. Y esta forma de pensar, por otro lado,
cayó en el terreno fértil de las redes sociales donde todo se polariza y donde
los términos medios o la búsqueda de consensos es cada vez más difícil, y se
potenció. Hoy es la mayor amenaza que tenemos no ya contra la democracia
sino contra el hecho mismo de pensar”, explica.
Sin embargo, esa vocación de silenciamiento
coincide con un momento histórico del decir. Nunca antes como ahora se
pudo decir tanto, de tantas formas y en tantos formatos. Nunca antes como
ahora a su vez se hizo tanto por romper el silencio que invisibiliza ciertas
realidades. En ese sentido, para Diana Maffía los dichos de Rowling son graves
porque funcionan como un modo invisibilización: “Buscar un nombre apropiado
para colectivos de la diversidad sexual es parte de una acción política muy
relevante: el nombrarse, el reconocerse como grupo y no sólo como individuos
marginales al grupo dominante, y sobre todo reconocerse como grupos de acción
ciudadana que demandan derechos. Pensemos en el término ‘travesti', que gracias
al activismo de Lohana Berkins pasó de ser un insulto a denominar un
colectivo que denunciaba el binarismo de las políticas estatales que no tenían
respuestas para ellas”, dice.
“Creo que estamos en pleno proceso de probar
nuevas categorías con el lenguaje, y que ese proceso es político, por eso a
veces se torna violento. Y cuanto más visible es la voz que ignora una
identidad, más violento es el reclamo. Pero dentro de los propios movimientos
de la diversidad y dentro del propio feminismo (y la conjunción del feminismo
trans inclusivo en el que me inscribo) esto es materia de debate y cambios, no
es algo cerrado”, agrega.
La filósofa Esther Díaz comparte su
rechazo a las palabras de Rowling y no cree que la autora de Harry Potter tenga
razón al reprochar los dichos en su contra: “Me parece poco pertinente de parte
de las personas que firmaron, sobre todo de Rowling, porque ella de ninguna
manera está excluida de la sociedad. Por otro lado, la filosofía nació del
disenso, y de peleas orales terribles, y no estoy en contra de eso para
nada. No existe una sociedad donde todo el mundo esté de acuerdo. Yo
por ejemplo no estoy de acuerdo con sus declaraciones. Independientemente de
eso, no me gusta para nada la palabra ‘tolerar’ que se usa en la carta. Tolerar
es una palabra que viene de la derecha, ideología que no comparto. De lo que se
trata es de incluir, no de tolerar. Si digo tolerar estoy considerando que soy
el dueño de la verdad y que te tolero a vos (a vos en genérico). Tolero al otro
porque soy generosa, pero la que tiene la verdad soy yo… Una sociedad debe
incluir las diferencias, no existe ningún país del mundo, ni ninguna familia,
ni ninguna pareja que esté de acuerdo en todo. El disenso es el comienzo
de todas las cosas. Roling tiene derecho a decir lo que quiera, estoy de
acuerdo, pero también tienen derecho a decir lo que quieran los demás”, explica
Esther.
La filósofa Esther Díaz analiza la cultura de la
cancelación para esta nota. "Hay que separar a la persona de la
obra", advierte.
Otros de los peligros a los que apunta la
carta es el de dirigirnos hacia “el pensamiento único”. Tiene
relación con la cancelación. Para que algo sea sacado de circulación, debe
haber un consenso en que es malo. Hace poco hubo mucho revuelo porque se dijo
que HBO iba a retirar de sus plataformas la película “Lo que el viento se
llevó” por tener una mirada dañina de las personas esclavizadas (que
aparecen en la película como si fueran personas felices de estar esclavizadas).
Lo cierto es que HBO solo la retiró para volver a incluirla con un disclaimer
advirtiendo sobre los prejuicios étnicos y raciales que reproducen en el film.
Si uno mira la película, ahí sí se ve un
pensamiento único (y fantaseoso, por otro lado) en relación a la realidad de
los esclavos. Pero al verla, cada uno de sus espectadores complejiza ese pensamiento
al contrastarlo con su propio intelecto. De este modo, es la circulación lo que
pone en discusión los conceptos, no la cancelación. “La manera de derrotar
malas ideas es la exposición, el argumento y la persuasión, no tratar de
silenciarlas o desear expulsarlas. Como escritores necesitamos una cultura
que nos deje espacio para la experimentación, la asunción de riesgos e incluso
los errores. Debemos preservar la posibilidad de discrepar de buena fe sin
consecuencias profesionales funestas”, dice un fragmento de la carta
firmada además de Rowling por Margaret Atwood, Noam Chomsky, Salman
Rushdie y otros 150 intelectuales de todo el mundo.
“Algunos se sorprenden de ver que en la
cultura de la cancelación no hay un partido político, no hay un líder claro ni
muchos líderes claros, y esto desconcierta tanto a la derecha como a la
izquierda: ¿a quién beneficia esto? ¿con quién podemos discutir esto si no hay
caras visibles?”, se pregunta Gonzalo Garcés.
Tiene una mirada interesante sobre qué
destino puede desprenderse de esto. “Lo que sucede es que la cultura de la
cancelación no tiene una estructura vertical como tenía el fascismo o el
stanilismo, donde las directivas bajan de un líder. No tiene tampoco la
estructura horizontal que tienen los rumores o el sentido común, o ciertas
revueltas populares. No. En cambio tiene una estructura piramidal, porque
funciona del mismo que el esquema de Ponzi (o las llamadas estafas
piramidales). Los argentinos que perdieron plata con el telar de la abundancia
recordarán cómo funciona: yo entro en el negocio y recibo cierto dinero a
condición de traer al menos dos inversores más al juego, y que esos dos a su
vez traigan otros dos, y así sucesivamente. Mientras se sigue expandiendo el
negocio se sostiene, cuando deja de expandirse se derrumba. Eso pasó cada
vez. Ahora, cambiemos dinero por poder y tenemos el funcionamiento de la
cultura de la cancelación: vos me acusás a mí de misógino o de racista. Yo,
para salvarme de la acusación, tengo que acusar al menos a dos o tres o cuatro
personas más, y hacerlo en voz más fuerte. Ellos, a su vez, tienen que
acusar a otros. Mientras se sigue expandiendo la cultura de la cancelación,
cada uno de los que participa goza de una pequeña cuota de poder que le da el
hecho de acusar. De esto se sigue que cuando deje de expandirse se va a
derrumbar, lo que no sabemos es cuándo”, concluye.
La escritora británica Joanne K Rowling, una de las
firmantes de la carta contra "el peligro del pensamiento único".
En muchas ocasiones, la cultura de la cancelación
repercute en campañas contra artistas o pensadores. No solo contra su persona
sino contra su obra, ocasionando no solo un ataque moral sino obviamente
económico. Al mismo tiempo, quedó dicho, muchas veces genera lo contrario: una
corrida de cancelación puede derivar en un repunte en las ventas de la persona
cancelada.
Más allá de eso, ¿está bien vincular
automáticamente la obra con el pensamiento del autor en determinada materia? Una
librería inglesa comunicó tras el escándalo de sus dichos que iban a retirar a
Harry Potter de las estanterías. ¿Tiene algo que ver el joven mago con la
posible transfobia de su creadora?
“No, para mí se divide totalmente la obra de
la persona”, dice Esther Díaz, que al mismo tiempo repite una vez más su
desacuerdo categórico con los dichos de Rowling. “El ejemplo más irritante para
algunos pero más pertinente para otros, es el de Heidegger. Él estuvo
afiliado al partido Nazi, y desde mi punto de vista eso no le quita un ápice de
mérito a su obra. Nadie en la filosofía pensó al ser con la profundidad
con la que lo pensó él. Fue tres meses rector de una universidad en la época de
Hitler… No estoy de acuerdo, obviamente, pero aun así enseño su filosofía
porque es valiosa independientemente de él. Y eso pasa con todos los productos.
Supongamos que tenés niños, hay una epidemia de poliomielitis y te enteraras de
que el que creó la vacuna contra eso era un pedófilo... ¿Dejarías de darle la
vacuna a tu hijo? No. Por eso soy categórica: no hay que mezclar la obra
con la persona”, dice.
Alguno puede estar en desacuerdo. ¿Pero puede
alguno asegurar que su manera de pensar es la correcta a este respecto? Quienes
crean que sí, ahí están las filas del pensamiento único buscando sus soldados.
Como autor de esta nota solo puedo decirles una cosa: cancelled para
siempre, aunque eso incluya cancelarme a mí mismo.
Game over.
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