(Por Boaventura de Sousa Santos)
La soberanía de Ucrania no puede cuestionarse. La
invasión de Ucrania es ilegal y debe ser condenada. La movilización de civiles
decretada por el presidente de Ucrania puede considerarse un acto desesperado,
pero presagia una futura guerra de guerrillas. Putin debería tener en cuenta la
experiencia de Estados Unidos en Vietnam: el ejército regular de un invasor,
por poderoso que sea, acabará siendo derrotado si el pueblo en armas se
moviliza contra él. Todo esto augura pérdidas incalculables de vidas humanas
inocentes. Apenas recuperada de la pandemia, Europa se prepara para un nuevo
desafío de proporciones desconocidas. La perplejidad ante ello no podría ser
mayor.
La pregunta es: ¿cómo y por qué hemos llegado
hasta aquí? Hace treinta años Rusia (entonces la Unión Soviética) salió
derrotada de la Guerra Fría, se desmembró, abrió sus puertas a la inversión
occidental, desmanteló el Pacto de Varsovia (el equivalente soviético de la
OTAN), los países de Europa del Este se emanciparon de la subordinación
soviética y prometieron democracias liberales en una amplia zona de Europa.
¿Qué ha pasado desde entonces para que Occidente vuelva a enfrentarse ahora a
Rusia?
Dada la diferencia de poder entre Rusia y las
potencias occidentales en 1990, la respuesta más inmediata apunta a que esto se
debe a la absoluta ineptitud de los líderes occidentales para capitalizar los
dividendos del colapso de la Unión Soviética. Sin duda, la ineptitud es
evidente y define bien el comportamiento de la Unión Europea a lo largo de
estos años. Ha sido incapaz de construir una base sólida para la seguridad
europea que obviamente tendría que construirse con Rusia, y no contra Rusia,
aunque solo fuera para honrar la memoria de cerca de veinticuatro millones de
muertos, el precio que Rusia pagó para liberarse y liberar a Europa del yugo
nazi.
Pero esta respuesta es insuficiente si
tenemos en mente la política exterior de Estados Unidos en los últimos treinta
años. Con el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos sintió que era el dueño
del mundo, un mundo que finalmente era unipolar. Las potencias nucleares que
podían amenazarlo fueron neutralizadas o eran amigas. Las ideas de correlación
de fuerzas y de equilibrio de poderes desaparecieron de su vocabulario. Esta
tranquilidad incluso llevó a algunos a predecir el fin de la OTAN por falta de
propósito. Pero estaba Yugoslavia, el país que, tras el fin de la ocupación
nazi en 1945, el general Tito había transformado en una federación de regiones
(Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Serbia, Kosovo,
Macedonia), un régimen que pretendía ser independiente tanto de la Unión
Soviética como de Occidente. Con el apoyo entusiasta de Alemania, Estados
Unidos pensó que era hora de que Yugoslavia colapsara. Los graves conflictos
internos y las crisis financieras de la década de 1980 se utilizaron para
fomentar la división y el odio. De ese modo, una región donde antes había
florecido la convivencia interétnica e interreligiosa, se convirtió en un campo
de odio.
La nueva guerra de los Balcanes, a principios
de la década de 1990, se convirtió así en la primera guerra en suelo europeo
después de 1945. Todos los contendientes cometieron una violencia inaudita,
pero para Occidente los villanos fueron solo los serbios, todos los demás
pueblos eran heroicos nacionalistas. Los países occidentales (Alemania a la
cabeza) se apresuraron a reconocer la independencia de las nuevas repúblicas en
nombre de los derechos humanos y la protección de las minorías. En 1991, Kosovo
exigió en referéndum su independencia de Serbia y ocho años más tarde la OTAN
bombardeó Belgrado para imponer la voluntad de los kosovares.
¿Cuál es la diferencia entre Kosovo y
Donbass, donde las repúblicas étnicamente rusas celebraron referéndums en los
que se pronunciaron a favor de la independencia? Ninguna, excepto que Kosovo
fue apoyado por la OTAN y las repúblicas de Donbass son apoyadas por Rusia. Los
acuerdos de Minsk de 2014 y 2015 preveían la gran autonomía de estas regiones.
Ucrania se negó a cumplirlos. Por lo tanto, tales acuerdos fueron rotos mucho
antes de que Putin hiciera lo mismo. ¿Cuál es la diferencia entre la amenaza a
su seguridad que siente Rusia ante el avance de la OTAN y la "crisis de
los misiles" de 1962, cuando los soviéticos intentaron instalar misiles en
Cuba y Estados Unidos, amenazado en su seguridad, prometió defenderse con todos
los medios, incluida la guerra nuclear?
La respuesta a la pregunta de cómo y por
qué hemos llegado hasta aquí radica fundamentalmente en un error estratégico de
Estados Unidos y de la OTAN: el de no haber visto que nunca estuvieron en un
mundo unipolar dominado por ellos. Cuando terminó la primera Guerra Fría, China
estaba creciendo, con el apoyo entusiasta de las empresas estadounidenses en
busca de salarios bajos. Así germinó el nuevo rival estadounidense, y con él la
nueva guerra fría en la que estamos entrando, potencialmente más grave que la
anterior.
Apostados en no reconocer su declive, desde
la caótica salida de Afganistán hasta el mediocre desempeño en la pandemia,
Estados Unidos insiste en las escapadas hacia adelante, y en esa estrategia
pretende arrastrar a Europa. Esta pagará una factura alta por lo que está
pasando. La más alta de todas recaerá sobre Alemania, motor de la economía
europea y único competidor verdadero de Estados Unidos. Es fácil concluir quién
se beneficiará de la crisis que se avecina, y no me refiero solo a quién
suministrará el petróleo y el gas.
A su vez, el intento de aislar a Rusia,
especialmente a partir de 2014, se dirige sobre todo a China. Será otro error
estratégico pensar que de esa manera se debilita a China. China acaba de
declarar que no hay comparación posible entre Ucrania y Taiwán porque, para
ella, Taiwán es territorio chino. La implicación es clara: para China, Ucrania
no es territorio ruso. Pero pensar que se está creando una división entre
China y Rusia es puro autoengaño.
No tengo ninguna duda de que un mundo
multipolar regido por reglas de convivencia pacífica entre las grandes
potencias es mejor que un mundo dominado exclusivamente por un solo país,
porque si eso llega a suceder, será a costa de mucho sufrimiento humano. La
invasión de Ucrania es inaceptable. Lo que no se puede decir es que no fue
provocada. Rusia, como gran potencia que es, no debió dejarse provocar. ¿Será
que la invasión de Ucrania es más una muestra de debilidad que de fuerza? Los
tiempos venideros lo dirán.
* El sociólogo y ensayista portugués Boaventura
de Sousa Santos es el gran pensador actual de los movimientos sociales,
autor de una extensa obra en la que se destacan títulos como "Una
epistemología del sur", "Democracia al borde del caos: Ensayo contra
la autoflagelación" y "El fin del imperio cognitivo". Director
del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra (Portugal).
**Traducción de Antoni Aguiló y José Luis
Exeni Rodríguez. Del diario español Público, especial para Página/12.
Esclarecedor artículo
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