A veces pasan esas casualidades, hace un mes mas o menos atras un compañero de trabajo me preguntaba si conocia sobre el cine japones, y esa solo pregunta disparo los recuerdos del famoso Zatoichi y la escena que nunca se me olvidara cuando el ciego espadachin tiraba una moneda al aire y la engarzaba con su escarbadientes despues de comer. Cuando era chico despues de ver esas peliculas el barrio Lawton tenia que aguantarme porque el que escribe se vestia tipo samurai y con los ojos medio en blanco como el heroe japones hacia que destrozaba una mosca...me dije en ese momento que algo tenia que escribir sobre esos heroes del celuloides que alimentaron mi imaginacion de chico...pero oh casualidad recibo hace poco lo escrito por Eduardo del Llano en su blog http://eduardodelllano.com/ que se me adelanto en mi proposito y que por supuesto con mejor pluma escribe esos recuerdos que uno guarda sobre los heroes que lo marcaron...Sin su permiso pero sabiendo que dejo claro que lo escribio Eduardo del Llano reproduzco su post llamado "HEROES".
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HEROES
We can be heroes
Just for one day…
Así cantaba David Bowie. La verdad es que no estoy tan seguro de que todos podemos ser héroes; en cambio, no me cabe duda de que todos los necesitamos.
Esta semana me he reencontrado con algunos. El primero, Zatoichi, el masajista (y esgrimista) ciego. En mi infancia vi cuantas películas pasaron en el Acapulco con ese antihéroe imbatible, suave con niños y mujeres y que armaba una notoria cagazón al comer arroz. Ichi decía lo suyo con dulzura y sarcasmo, se hacía el tonto, exageraba la cortesía con tipos a los cuales treinta segundos después abría en canal. Además, con un tajo vertiginoso cortaba en dos un tazón, una peonza, incluso una mosca. Entonces gritábamos en el cine con una mezcla de incredulidad y gozo. Era la época, finales de los sesenta y comienzos de los setenta, en que le regalaban paquetes de huevitos y gotitas de chocolate a los niños al entrar a la matineé dominical. El asunto es que encontré a un tipo que vende películas de Ichi y otras exquisiteces asiáticas en el Bio Bio, un territorio inmenso e impreciso de Santiago donde se vende de todo. He vuelto a ver las viejas películas y sí, carecen de la espectacularidad de lo que vino después, pero conservan el encanto de las fábulas en que el bien vence al mal aún con un serio handicap. Y todavía Ichi (Shintaro Katsu) -aunque murió en el noventa y siete después de veintiséis largometrajes encarnando al masajista- es el héroe, el justiciero duro con el corazón blando que uno quisiera ser.
Luego, Camila trajo de Bogotá –estuvo allá unos días por asuntos de trabajo- un montón de libro de Kundera. El checo ha sido uno de mis héroes desde que leí sus primeras cosas, en especial El libro de los amores ridículos. Junto a Chéjov, Mark Twain y Fontanarrosa, integra la banda de los maestros del cuento, aquéllos que admiro y que intento, seguramente sin éxito, emular. Uno de mis primeros libros publicados en Cuba, Los doce apóstatas (Colección Pinos Nuevos, Letras Cubanas, 1994) arranca con una cita de Kundera tan sencilla como fascinante: El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados. Y es que el tipo tiene eso, la combinación de una clase exquisita con un don para la disección filosófica del tiempo y las acciones; es como si amplificara lo que piensas, o mejor, como si reconocieras todo lo que lees. Por demás, El falso autostop es uno de los mejores relatos que he leído en mi vida.
Y luego, el viernes 4 de noviembre, tres días antes de regresar a Cuba, vimos a Ringo Starr y su All Starr Band en el Movistar Arena. El primer Beatle que veo en carne y hueso y, si no tengo mucha suerte, probablemente el último. No puedo ser demasiado objetivo al hablar de los Beatles. En la Lenin, un socio de apellido Popowski, que ahora vive en París, fue el primero en revelarme aquella música. Se volvieron mis héroes a tal punto que los amigos me llamaron el 9 de diciembre del 80, cuando se supo de la muerte de Lennon, para darme el pésame. Y hablo de tiempos en que uno iba a casa de alguien en Regla o en Bauta con una grabadora mono a copiar de un cassette a otro, en tiempo real, tres o cuatro canciones que no tenía.
Ringo cantó, bueno, Yellow submarine, It don´t come easy, Honey don´t, Back off boogaloo, Boys, Photograph, I wanna be your man, Act naturally, un par de temas de su último álbum, y With a little help from my friends, con Give peace a chance de Lennon a guisa de coda. Además, ésta All Starr Band la integraban Edgar Winter -que tocó su fabuloso Frankenstein- Rick Derringer, Gary Wright, Richard Page, Mark Rivera y otros sobrevivientes. Ringo es un tipo simpático y sin pretensiones que probablemente uno no iría a ver si no fuese lo que es… pero es lo que es, y eso basta. Los Beatles son héroes de la mejor clase, cuatro muchachos de clase baja de una ciudad portuaria que conquistaron el mundo, obligándolo a aceptar su utopía juvenil… y con ello nos insuflaron fe para conseguir la nuestra.
Sí, los héroes envejecen, pero no es tan grave mientras creamos en ellos. O, como diría James Matthew Barrie, mientras batamos palmas con fuerza.
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