CHANEL NO TIENE PROBLEMAS
POLITICOS
(Por Sergio Alejandro Gómez, publicado en el blog "Segunda Cita" de Silvio Rodriguez)
El desfile de modas de
Chanel y la filmación de la octava parte de Rápido y Furioso en La Habana,
entre otros acontecimientos de la Cuba posterior al deshielo con Estados
Unidos, no constituyen problemas políticos en sí mismos; son, eso sí,
preocupantes síntomas de una crisis en la comunicación política.
La filmación de un
blockbuster de Hollywood, con helicóptero incluido, o cerrar el Paseo del Prado
para exhibir la colección crucero de la conocida casa francesa, difícilmente
logren tumbar una Revolución, mucho menos la cubana.
Pero la forma en que se interpretan
esos acontecimientos, dentro del proceso de cambios que definirá el destino de
11 millones de personas, sí puede trastocar el consenso social que ha sostenido
el país por más de medio siglo, que está en franco proceso de renegociación.
Toca primero saltarse los
prejuicios. No por caros, los vestidos de Chanel son más capitalista que los
trapos made in China del Tercer Mundo. Incluso la “ropa de masas” asume los
colores y formas que decide la alta costura de Nueva York o Paris. Ser pobre no
es antídoto para una globalización de la identidad que se cuela por los poros.
Para eso están las copias baratas.
Karl Lagerfeld, nadie lo
duda, es un artista. Sus diseños pueden costar varias decenas de miles de
dólares, por el mismo mecanismo que una pintura expresionista vale millones. El
dinero ama al arte y también mata el arte.
Ahora, ni siquiera las
personas de clase media en los países desarrollados aspiran a tanto. Los
desfiles son siempre cotos cerrados para el 1 %. Pero si en Cuba es difícil
encontrar a alguien vestido de Chanel, lo es aún más definir ese 1 %.
Por eso los ojos no estaban
solo en las modelos y los vestidos, sino en los carros descapotables que
trajeron al público desde el Hotel Nacional y en los bancos del Prado, donde se
sentaron los invitados especiales.
Todos querían saber cuál era
la profesión, la billetera o el apellido correcto para clasificar en el evento
del año de la farándula nacional. Y es bueno eso de conocer las élites, la
gente tiene derecho, ya sea para amarlos o para lincharlos.
Poco después, un espacio
público de La Habana Vieja, la Plaza de la Catedral, fue privatizado por
algunas horas para la fiesta con los invitados de Chanel. La Policía Nacional y
otros órganos de seguridad se hicieron cargo de blindar el área contra los
curiosos.
Algunos sintieron que el
espectáculo, el primero de su tipo en América Latina, era un golpe bajo contra
la austeridad revolucionaria, que en más de una ocasión se ha intentado vender
como virtud en lugar de necesidad.
Había mucha gente en el
Prado tratando de ver el desfile, pero había aún más en las tiendas tratando de
encontrar productos básicos recién rebajados como pollo y aceite de cocina.
Todos saben lo que ganan
Chanel y Hollywood al escoger La Habana — la ciudad detenida en el tiempo, con
su destruida belleza; la capital prohibida donde se mezclan el art deco y la
Guerra Fría. La pregunta es ¿qué ganamos nosotros?
La ausencia de una respuesta
pública y un debate al respecto es la raíz del problema. Cualquiera puede intentarlo
por cuenta propia.
Por ejemplo, aunque se
desconocen los pormenores del guion, una franquicia taquillera como la de
Rápido y Furioso puede ayudar a cambiar la imagen Cuba de más de un
estadounidense y con ello acelerar la caída del bloqueo a 200 millas por hora.
Claro, también se puede estrellar contra un poste.
El regreso de las
celebridades a La Habana, por otra parte, atrae un turismo de más recursos que
necesita la economía nacional para acabar de dar un salto que se sienta en la
mesa y el bolsillo de cada cubano.
En ambos casos, la
parafernalia montada debe salir cara y parte de ese dinero se quedará en el
país. Nadie ha dicho cuánto pagó Chanel por utilizar los espacios públicos o
cuánto tuvo que erogar Rápido y Furioso por dejar el transporte de parte de la
ciudad paralizado.
Saber en qué se utilizará el
dinero recaudado puede ser un alivio para quien siente que la ciudad ha hecho
un sacrificio. Quizás un parque, un edificio multifamiliar o pavimentar una
calle.
Así todos sabrían en qué se
benefician y podrían sacar su propia cuenta, lo cual no garantiza que estén
dispuestos a aceptarlo por igual.
Puede ser incluso que al
final se construya el parque, el edificio multifamiliar o se pavimente la
calle, y nadie sepa que fue con el dinero de Chanel y de Rápido y Furioso.
Pero en lugar de explicar y
debatir, los políticos hacen silencio y exigen a su prensa (la de todos) que
haga lo propio.
La política siempre ha sido
el arte de convencer a los hombres. La fe es una relación entre las personas y
Dios, no la lógica que rige la sociedad.
Están faltando aquellos
políticos que van al futuro y regresan a contarlo, o por lo menos los que lo
intentan desde aquí con franqueza. Y ese futuro no puede ser uno en el que
todos visten de gris. Ojalá sea uno, vaya utopía revolucionaria, en el que
todos usan Chanel.
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