LOS
ORNITORRINCOS DEL EJE
(Por Oscar Campana, en “El Cohete a la Luna”)
“Ya el
terreno estaba sembrado de signos de ocurridas batallas.
La marcha se había hecho más lenta porque los dos caballos se resistían, saltando y encabritándose.
La marcha se había hecho más lenta porque los dos caballos se resistían, saltando y encabritándose.
—¿Qué
les pasa a nuestros caballos? —preguntó Medardo al escudero.
—Señor
—respondió él—, nada disgusta tanto a los caballos como el olor de su propias
tripas”-
(Italo
Calvino, El vizconde demediado,
Madrid 1996, 10)
Si para el eje
mediático-empresarial-financiero-político-agrario era insoportable la idea de
un peronismo retornado al poder –con la inevitable presencia de Cristina
Fernández de Kirchner y (a) todo(s) lo(s) que ella representa–, la emergencia
de un Estado omnipresente en medio de la imprevisible pandemia se vuelve un
cóctel revulsivo, imposible de asimilar, capaz de poner en escena todos los
recursos que en otras circunstancias aquel eje hubiera intentado dosificar.
Una clase media, una opinión pública, complacientemente
desinformada, le hace el coro al fallido establishment autóctono,
canturreándose mutuamente la música que les gusta escuchar, sobre el trasfondo
del ruido siempre reaccionario de cacerolas y postes de luz golpeados con
fervor.
Si el gobierno de Alberto Fernández tenía
frente a sí la ciclópea tarea de la renegociación del brutal endeudamiento de
la era macrista, si de antemano era previsible que todas las resistencias del
poder económico se reagruparan en un frente común, si el mejor de los
escenarios era igualmente temible, la pandemia –y todas sus consecuencias– se
encargaron de convertir el panorama en una tormenta perfecta, sin remanso
posible entre ola y ola.
¿Pero qué ocurre si un gobierno pone en
marcha una gestión decidida y virtuosa –dentro de las circunstancias– de una de
las peores crisis por las que a la historia de la Argentina contemporánea le ha
tocado transitar? ¿Qué ocurre si, además, la conducción política de este
complejo proceso es ampliamente apoyada por la población? ¿Qué ocurre si ese
consenso puede convertirse en el trasfondo y la posibilidad, en medio de la
coyuntura, para un cambio de ciclo en el país?
Ocurre lo que ocurrió y seguirá ocurriendo:
la necesidad de alterar los consensos con la instalación sin fin de relatos
sobre los más variados ornitorrincos. Veamos algunos.
·
El
gobierno quiere liberar a los presos, con el único objetivo de utilizarlos como
grupos de choque y asalto a la empresa privada. Para convertirnos en Venezuela.
·
Los
políticos tiene que rebajarse los sueldos para poder financiar la emergencia.
·
El
gobierno miente sobre los números reales de la epidemia. (En las dos versiones
escuchadas de esta mentira: 1) Los contagiados y los muertos son muchísimos
más, pero se ocultan para que no se vea el descontrol absoluto de la gestión de
Alberto Fernández. 2) La pandemia no existe: se trata de la excusa para el
disciplinamiento social –“¿Conocés a alguien que haya tenido coronavirus?”, le
decía el otro día una señora de barrio al carnicero.).
·
La
aplicación Cuidar no tiene otro objetivo que el control de la ciudadanía. Como
en Venezuela.
·
Los
superpoderes del Jefe de Gabinete son la antesala de la instalación de una
dictadura de hecho. Como la de Venezuela.
·
El
gobierno se enamoró de la cuarentena.
·
Queda
claro que la cuarentena viola los derechos individuales (una buena parte de la
sociedad se reencontró de improviso con una indómita pasión por el Artículo 14
de la Constitución Nacional).
·
Los
médicos cubanos que quiere traer Axel Kicillof vienen a hacer espionaje. El eje
del mal La Plata-Caracas-La Habana…
·
Las
declaraciones de Fernanda Vallejos y Dady Brieva –personajes decisivos del
actual Gobierno– son la expresión acabada del rumbo definitivo que ha tomado.
·
Con
sus filminas, Alberto Fernández abre frentes de conflicto con los países
vecinos. Una prueba más del progresivo aislamiento argentino del resto del
mundo.
·
La
Cámpora le está marcando la cancha a Alberto.
·
“Este
es el gobierno de la infectocracia” (un periodista). “Asoma el virus del
fanatismo” (otro periodista). “Estamos en una pandemia económica” (lugar común
que a quien lo dice le provoca una gran autosatisfacción intelectual).
·
Gracias
a Dios hay científicos, intelectuales y pensadores (sí, ¡pensadores!), que
tuvieron la valentía de decir con claridad lo que está ocurriendo y regalarnos
uno de los más bellos neologismos de la época: estamos en una “infectadura”.
·
Una
vez más, la Argentina decente y trabajadora le está pagando el sueldo a los
vagos chovidplaneros (neologismo que une en una sola palabra
choripán, covid y planes).
·
Alberto
es el títere de Cristina. O su otra versión: Alberto se está kirchnerizando. O
aún más: somos víctimas de la guerra desatada entre ellos. (Todas las variables
son posibles.)
Y el ataque a funcionarios. Y el ensañamiento
con el Conurbano y Kicillof. Y la estigmatización de las villas… Y así
podríamos seguir…
En este contexto, la anunciada estatización
de Vicentin es la confirmación de las peores sospechas del eje y sus creyentes.
La comparsa de cacerolas se hizo escuchar en muchos lugares del país, con el
penoso espectáculo de gente caceroleando contra sus propios intereses.
La misma gente que ignora o no quiere saber
que durante la presidencia de Mauricio Macri, Vicentín – el principal aportante
de su campaña presidencial– se endeudó con el Banco Nación en 150 millones de
dólares. La misma gente que no salió a cacerolear durante el último mes de la
gestión macrista, cuando Vicentín recibió 86 millones de dólares por parte del
Banco Nación.
Para aquel eje que, entre otras cosas, tiene
el monopolio de la (des)información de la sociedad, basta soltar algunos
demonios al ruedo para dejar que hagan lo suyo. Y a la par de la soberbia con
que cabalgan el campo minado en el que convirtieron al país, quizás estén
empezando a oler con disgusto el hedor indisimulable de sus propias tripas.
Habrá que estar atentos.
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