CREAR
ALTERNATIVAS AL CAPITALISMO
(Por Frei Betto, en CUBADEBATE)
Manifestantes marchan pidiendo justicia en el caso de
Michael Brown, en Clayton, Misuri, Estados Unidos.
En el mundo no faltan los recursos, lo que
falta es justicia y, sobre todo, compartir. El PIB mundial –la suma de los
bienes y servicios producidos en un año— es de 85 billones de reales. Si se
dividiera ese valor entre la población mundial, daría para asegurarle a cada
familia de cuatro personas ingresos mensuales de 15 mil reales. Por tanto,
surge la pregunta: ¿con qué objetivo se produce? ¿Atender a las necesidades de
la población u obtener ganancias?
La desigualdad mundial es escandalosa. El 1%
de la población mundial detenta más riquezas que el 99% restante. Y 26 familias
acumulan una fortuna igual a la suma de las riquezas de la mitad de la
población mundial, o sea, 3,800 millones de personas. En Brasil, según el
economista Ladislau Dowbor, seis familias acumulan más riquezas que los 105
millones de brasileños que se encuentran en la base de la pirámide social.
Hoy los paraísos fiscales guardan en sus
cofres 20 billones de dólares provenientes de la evasión fiscal, la corrupción
y el lavado de dinero. Esa cifra equivale a 200 veces los 100 mil millones de
dólares que se decidió destinar a políticas ambientales en la Conferencia de
París celebrada en 2015.
Por tanto, es necesario avanzar hacia la
democracia económica. No basta la democracia política en la que, teóricamente,
todos participan en la elección de sus gobernantes. Todos deberíamos disfrutar
de los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano. Y habría que
garantizarle una renta básica universal a cada familia. Todas ellas merecen
tener acceso gratuito a los derechos humanos básicos, como la alimentación, la
salud y la educación. Se engaña quien piensa que eso representa costos. Se
trata de inversiones que mejoran significativamente el nivel de desarrollo de
la sociedad y la calidad de vida de la población.
Hoy el desafío consiste en perfeccionar la
democracia. Hacerla avanzar de mera delegación a una democracia de
participación en la que los ciudadanos decidan el destino de los recursos del
Estado mediante sistemas de transparencia de la gestión de dichos recursos, lo
que se ve posibilitado por las nuevas tecnologías.
La tributación debería recaer sobre los
flujos financieros a fin de contener el capital especulativo. Desde 1995,
Brasil exime a los más ricos de pagar impuestos sobre las ganancias y los
dividendos, lo que constituye una escandalosa injusticia. Una profunda reforma
del sistema financiero tendría que dar por resultado el estímulo a los bancos
públicos y comunitarios, las cooperativas de crédito y las monedas virtuales.
Sería necesario planificar el desarrollo
local integrado, de modo que cada municipio pueda encargarse del manejo
sustentables de los recursos naturales y alcanzar así el equilibrio económico,
social y ambiental.
Establecer una economía del conocimiento que,
hoy por hoy, es el principal factor de productividad. Toda la sociedad debe
tener acceso a los avances tecnológicos. Es necesario revisar las políticas de
patentes, derechos de autor, royalties, para destrabar el avance. Y
democratizar los medios de comunicación, combatir los oligopolios, hacer que la
sociedad esté bien informada.
Según Joseph Stiglitz, “en las últimas cuatro
décadas, la doctrina prevaleciente en los Estados Unidos ha sido la de que las
corporaciones deben potenciar los valores para sus accionistas –esto es,
aumentar las ganancias y los precios delas acciones— aquí y ahora, sin importar
lo que ocurra, sin preocuparse por las consecuencias para los trabajadores, los
clientes, los abastecedores y las comunidades”.
Es esa lógica denunciada por Stiglitz la que
genera la desigualdad social y, en consecuencia, todo aquello que significa
exclusión y sufrimiento para la mayoría de la población mundial.
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