DE LA
POESÍA Y EL SER
(Por Rolando López del
Amo, en “SEGUNDA CITA”)
La poesía lírica es la necesidad que tiene el poeta de hacer objetivo lo
que siente y pasar del soliloquio al diálogo. Es un reclamo íntimo de
comunicación porque vivir no es otra cosa que estar en relación con la otredad.
Cada criatura es parte de lo vario en lo uno.
Lo primero en poesía, como en cualquier otra forma de la comunicación
interhumana, es tener algo que decir, que transmitir. Lo segundo es la forma en
la que va a hacerlo.
En los tiempos antiguos de transmisión oral de la creación literaria, era
imprescindible lograr un ritmo, una cadencia, una musicalidad que ayudara a la
memorización. Métros, rimas, metáforas, símiles, epítetos, fueron también
elementos coadyuvantes. Esa fue la mayéuyica del lenguaje en verso,
necesariamente eufónico, con toda la variedad de estructuras que cada cultura
creó y compartió con las otras. Todas perseguían un ideal de belleza expresiva
más allá del lenguaje cotidiano. Estas características de la poesía se
extendieron a la prosa para que fuera no sólo utilitaria.
Sabemos que los ideales de belleza son diferentes según las geografías,
niveles de desarrollo humano, épocas. Todo cambia. La vida es movimiento y
desarrollo. Lo importante en la poesía, como en todas las ramas del arte, es su
capacidad de impresionar al que la recibe, de forma tal que pueda compartir el
sentimiento que se le expone, hacerlo suyo. Para el sabio Carlos Marx, lo
importante de la obra de arte consistía en su capacidad de deleitar, de atrapar
la atención, con agrado, independientemente del contenido. Para otro alemán, W.
Goethe, la poesía era lo que quedaba del poema después de traducirlo a otra
lengua. O sea, el sentimiento puro. Para José Martí El arte sumo…es el
que saber sacar el alma de las cosas, producir con el detalle la emoción de la
armonía, inundar las entrañas de deleite (15-438)
Ética y estética andan por la vida moviéndose por líneas paralelas, tomadas
de la mano y entrcruzándose, en su paso por el tiempo. Ninguna de las dos es
inmutable, pero sus propósitos últimos se mantienen: el bien y la belleza.
Estos dos principios se cubren con mantos diversos de modos y modas, pero, en
su esencia última, forman una unidad inseparable. Tanto el uno como el otro son
distintivos de lo mejor de la condición humana, de su inteligencia
sentimientos, de eso que llamamos, como expresión quintaesenciada, el espíritu.
En poesía hay, básicamente, dos actitudes formales. Una prefiere la
diafanidad. La otra, la sombra intrincada y laberíntica. Lo sencillo o lo
recargado. Cada criatura tiene su modo y uno no excluye al otro. Sus extremos
son el páramo y la selva. Entre ellos hay prados, jardines y macetas, arboledas
y ríos, mares y montañas.
Todo tiene su valor. Uno será más de nuestro gusto y otro menos o nada;
pero todo es parte del proceso colectivo por apropiarnos de la realidad,
desentrañarla, comprenderla y tratar de explicarnos a nosotros mismos, de saber
qué somos entre la temporalidad y la eternidad.
Calderón de la Barca decía que la vida es un sueño y William Shakespeare la
veía como una actuación teatral. Para José Martí la vida era novela, taller,
lucha. La vida es inspiración, la vida es fraternidad, la vida es
estimulo, la vida es virtud! (22-82), escribió. La vida está en la
compañía y el sacrificio (5-436)
Sea sueño, pieza teatral, novela o como queramos definirla, la vida humana
es nuestra participación en el ser y en el estar. La temporalidad y la
decadencia vencen a nuestra lozanía y deseos de permanencia. Por Desde La
Iliada, se muestra la vida de los hombres es drama y tragedia, en tanto la de
los dioses en que nos sublimamos, es comedia, diversión.
En el tránsito hacia el polvo del origen, la poesía puede ser cercana
compañera, amiga íntima, espejo y consolación, acicate y sosiego, revelación y
enigma.
En todo caso, siempre, ayuda para ascender un paso más en el sendero que permite al animal que somos alcanzar sus más altas posibilidades, aproximarse a lo mejor de su naturaleza, que se manifiesta en la capacidad de amar y agradecer el formar parte del misterio y milagro de La Gran Ilusión, a la vez tangible y desconocida.
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