Los
días en que se nublaron los sueños. La primera intervención norteamericana
(Por Eduardo Torres Cuevas)
Cuando era niño, a finales de los años
cuarenta del siglo pasado, una frase era común entre mis mayores para indicar
un verdadero desastre: “Le cayó un 20 de mayo”.
Me llevó cierto tiempo entender lo que
querían expresar personas sencillas en conversaciones variadas y simples.
Cierto es que ese día se celebraban desfiles, actos cívicos, discursos
oficiales y no oficiales, pero cierto es también que podían observarse las
críticas en las cuales aparecían, reiteradamente, las palabras “Enmienda
Platt”, “intervención”, “despojo”, “Guantánamo”.
Fui también un joven afortunado en mis
estudios de bachillerato. Entre los más destacados profesores del Instituto de
la Víbora estaban los doctores Fernando Portuondo y del Prado y Hortensia
Pichardo Viñals, que cubrían la asignatura de Historia de Cuba.
El libro del primero sobre esta materia era
el texto de la asignatura. Editado por primera vez en 1949, es uno de los
libros que cuenta con más reediciones y reimpresiones; es una joya pedagógica,
de rica documentación y fino patriotismo. [1] La doctora
Pichardo, por su parte, construyó durante décadas los tomos de sus Documentos
para la Historia de Cuba, obra indispensable y no superada para conocer y
meditar sobre el pasado-presente de nuestra nación. [2] Era su
obsequio a los jóvenes que quieren conocer nuestra historia en sus propias
fuentes. Los que pasamos por aquellas aulas supimos por qué las tropas de
Calixto García no pudieron entrar en Santiago de Cuba al terminar la contienda
con España y leímos los contenidos de la Enmienda Platt.
En aquellos años de formación y de lecturas
permanentes, las obras de Emilio Roig, Cuba no debe su independencia a
los Estados Unidos e Historia de la Enmienda Platt (por
cierto, debían reimprimirse y editarse en digital), [3] así como las
de otros destacados estudiosos cubanos, ayudaron a entender parte de la
complejidad de nuestro siglo XX.
Sin embargo, para profundizar en un proceso
tan complejo como el que conduce al 20 de mayo de 1902, ese conocimiento era
insuficiente. Había que penetrar más en aspectos diplomáticos, sociológicos,
económicos y, en especial, culturales y de mentalidades; había que comprender
mejor el sangriento nacimiento de la época en que surgía la República de Cuba.
Durante los últimos 60 años, son numerosos los trabajos específicos, dispersos
en libros y revistas especializadas y culturales, nacionales e internacionales,
que rodean y cercan el tema de lo ocurrido entre el 1 de enero de 1899 y el 20
de mayo de 1902.
La historia, esa constante aventura del
pensamiento que se desliza sobre terrenos quebradizos, conforma una parte
esencial de lo que se es y de lo que se piensa. Sufre, como pocos espacios
científicos, interferencias ajenas que diluyen en especulaciones resultados de
investigaciones serias, ricamente documentadas. Creo que no deben olvidarse las
fechas trascendentes, pero no creo que recordarlas el día de su
aniversario sea suficiente para tener conocimiento y conciencia
históricos de su significación. Es necesario, más allá de un reportaje de
ocasión, cultivar la riqueza interior en el individuo que se aproxima a ellas;
motivar ideas, sembrar cultura. Las fechas históricas, como la del 20 de mayo
de 1902, son el resultado de un proceso histórico concretado en un
día. También, el inicio de una nueva complejidad. Un cambio profundo en la
historia de la nación cubana.
El 1 de enero de 1899 cesa la soberanía
española en Cuba y se inicia la norteamericana. Los independentistas cubanos no
habían previsto semejante situación. Se regían por la Constitución de la Yaya,
que regulaba el funcionamiento de la República de Cuba en Armas. A tenor de
esta carta magna, aprobada en 1897, estaba establecido
el Gobierno republicano independentista, cuyo presidente lo era Bartolomé
Masó Márquez. Era una constitución provisional. Estaría en vigor, según se
estipulaba, mientras durara la guerra. Establecía que, si las armas cubanas no
habían triunfado dos años después, se efectuaría una nueva Asamblea
Constituyente. Una vez concluida la contienda con el triunfo del Ejército
Libertador y pactadas las condiciones de paz con España, se convocaría, según
sus artículos 40 y 41, a una nueva Asamblea Constituyente que elaboraría la
definitiva carta magna para la República de Cuba, independiente,
democrática, laica y soberana. No fue lo que ocurrió. [4]
En los destinos de Cuba estaban interesadas
dos fuerzas externas: una en plena crisis y decadencia con potencia mundial,
España; la otra, Estados Unidos, en condiciones de presentar sus cartas credenciales
como potencia mundial en lo político, lo económico y lo militar. Los
políticos españoles sabían que no podrían enfrentar a la potencia del norte,
pero preferían una derrota “honrosa” frente a esta que no ante las fuerzas del
Ejército Libertador. A comienzo de la contienda, el general Arsenio Martínez
Campos le recomendaba a la Corona: “Y si en su empeño a favor de la
independencia enviasen los Estados Unidos un cuerpo de ejército, en vez de una
guerra deslucida, lucharíamos, tendríamos batallas y si la suerte no nos
favoreciese, si perdiéramos a Cuba, la perdería España con
honra”. [5] Más que un pacto de familia se prefiere salvar un mal
concepto de la honra. En el momento decisivo de la guerra, el jefe
del Gobierno español, Práxedes Mateo Sagasta, repite la misma idea:
“Perder un pedazo de territorio en lucha con una nación más poderosa es
sensible, pero después de todo no es una deshonra (…) Pero un pedazo de
terreno perdido en lucha con Máximo Gómez y Calixto García, eso más que
sensible, sería verdaderamente deshonroso”. [6]
El secretario de Estado de la unión
norteamericana, John Hay, calificó la contienda con España como “una guerrita
espléndida”. La contienda en Cuba duró menos de un mes, del 22 de junio de
1898, primera acción militar norteamericana en suelo cubano, al 17 de julio,
rendición de Santiago de Cuba. El saldo militar resulta significativo: 3 469
muertos (3 245 españoles y 224 norteamericanos). A ello se añadía la
pérdida de lo fundamental de la armada española en Santiago de Cuba y en
Filipinas. La honrosa y sangrienta rendición de España no se hizo esperar. Una
nueva sorpresa esperaba a los cubanos. No fue invitado el Gobierno de la
República de Cuba en Armas a las conversaciones de paz, que culminaron el 10 de
diciembre de ese año con la firma del Tratado de París entre España y Estados
Unidos. La potencia norteamericana se convertía en la primera no europea en la
discusión por el reparto del mundo. Adquiría del León Ibérico las Filipinas y
la isla de Guam –perteneciente al archipiélago de las Marianas–, lo que la
colocó a las puertas de Asia. Además, España le cedía la isla de Puerto Rico.
En cuanto a Cuba, el problema era otro.
La justificación para intervenir en la guerra
hispano-cubana se presentó con la explosión del acorazado Maine en la bahía de
La Habana. Independientemente de las causas que motivaron el estallido, el
cuarto poder en Estados Unidos, la prensa, culpó a los españoles y creó un
estado de efervescencia patriótica antiespañola. Acuñaron una vieja consigna, utilizada
durante la guerra contra México, “Remember el Álamo”, solo cambiándole el
nombre, “Remember el Maine”. La comisión norteamericana encargada de la
investigación determinó que la explosión había sido causada por un factor
externo; a la comisión española se le impidió actuar in situ. Se
sostuvo el absurdo de que los españoles, interesados en evitar una guerra con
Estados Unidos, habían causado la explosión. En una investigación tardía se
demostró que la explosión había sido interna, accidental. [7] El
Senado y la Cámara de Representantes del Congreso de Estados
Unidos emitieron la Resolución Conjunta en la que se afirmaba que “el
pueblo de la isla de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente”. Por
cierto, no se mencionaba el Maine. El “motivo bélico” era la situación cubana.
A tenor de ello, le declararon la guerra a España. En el Tratado de París, la
monarquía española renunciaba a cualquier tipo de soberanía y propiedad sobre
Cuba, traspasando la soberanía y la administración del país a Estados Unidos.
Este se comprometía a cumplir las obligaciones que, por el derecho
internacional, se establecen para la protección de vidas y haciendas. Al
terminar la “ocupación” –concepto establecido en el propio Tratado– solo se
limitarían a “aconsejar” al nuevo Gobierno cubano sobre las obligaciones
establecidas para cualquier Estado.
El desconcierto, el caos y la ruina se habían
extendido por toda Cuba como consecuencia de la Reconcentración de Weyler, de
la guerra desgarradora (denominada Guerra Total), del bloqueo al que la
armada norteamericana sometió al archipiélago cubano y de la incertidumbre
sobre el destino del país. Los revolucionarios cubanos lo habían sacrificado
todo por la creación de una nueva nación, independiente y soberana, donde
gozaran de libertad, igualdad, democracia, bienestar y concordia todos los
habitantes del país, incluso los españoles.
En medio de las desgracias personales,
surgieron los oportunistas sin escrúpulos. Muchos patriotas habían abandonado
casa, familia, propiedades. Al terminar la contienda, solo encontraron ruinas
y, lo más grave, sin recursos para iniciar una nueva vida. Un mambí, un simple
mambí, escribía: “He sufrido mucho, !mucho! (…) Es la historia de todos, casi
todos humildes que liberamos a Cuba y hoy no tenemos que comer (…) En mi propio
suelo (…) Me veía sin protección o amparo”. [8] Otro
libertador afirma: “¿Usted sabe? que, abandonando mis intereses y mi
familia, fui entre los primeros en empuñar las armas y secundar la revolución
(…) Yo, que he servido a mi país, que todo lo he sacrificado, no puedo ni
siquiera tener a mi lado a mi familia por carecer de recursos para ello. No
puedo emprender ningún negocio ni reconstruir mi finca por carecer de
recursos…”. [9]
Lo más triste era que muchos de los
voluntarios que sirvieron en las fuerzas españolas o que las apoyaron se habían
enriquecido despojando a los cubanos o especulando en negocios turbios con el
poder colonial. El propio cónsul de Estados Unidos en Santiago de
Cuba señala: “Las casas de empeño florecieron (…) Los prestamistas se
convirtieron en un grupo sin escrúpulos”.
Ante el pedido de créditos, préstamos a bajos
intereses o subsidios, el gobernador interventor, John R. Brooke, “después de
estudiar la situación”, llega a las siguientes conclusiones, por cierto, muy
contemporáneas: primero, desechar lo solicitado, porque ello responde a un
sistema paternalista extraño al espíritu de un pueblo libre; segundo, que la
solución estaba en los bancos.[10]
Efectivamente, florecieron los bancos; los
que no tenían nada, nada recibieron. Comenzaron a exhibirse riquezas y
pobrezas. Se entristeció el campo al brotar poderosos latifundios; la ciudad
ocultaba cuarterías y espacios de miseria. Sucedió algo inevitable. Ante la
falta de justicia y la depredación, muchos comenzaron a tomarse la justicia por
su mano. Contra el bandidismo rural en ciernes, se creó la Guardia Rural, el
cuerpo armado más importante del futuro Estado. En nada se parecía a la
sociedad pensada y soñada por Martí “con todos y para el bien de todos”. No se
pensaba en todos ni se actuaba para el bien de todos. Al conformarse la
nueva república, ya la sociedad había dispuesto el lugar de cada cual. Los
vencedores de la guerra eran los vencidos de la paz.
Un testigo excepcional del proceso de
ocupación norteamericana fue el Generalísimo Máximo Gómez. Como jefe
del Ejército Libertador, tenía una visión panorámica de los acontecimientos. En
su Diario de campaña va dejando constancia de sus
impresiones. Ante el pacto hispano-americano, anota: “Se ha firmado la paz, es
cierto, pero también lo es que fue una lástima, que los hombres del Norte,
largo tiempo indiferentes, contemplaran el asesinato de un pueblo, noble,
heroico y rico”. [11] Hace constar: “Aquí se me ha reunido todo un
pueblo hambriento y desnudo”. Ya producida la ocupación americana, escribe:
“Los americanos están cobrando demasiado caro con la ocupación militar
del país, su espontánea intervención…”. [12] Ese mismo día,
agrega: “La actitud del Gobierno americano con el heroico pueblo cubano,
en estos momentos históricos, no revela a mi juicio más que un gran
negocio…”. [13] Termina su diario con el siguiente párrafo:
“La situación pues, que se le ha creado a
este pueblo, de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en
todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine
tan extraña situación es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme
de simpatía”. [14]
En el terreno político, el movimiento
independentista quedó acéfalo. Las tres instituciones que le habían dado su
fuerza y coherencia –y sus contradicciones-: el Gobierno de la República en
Armas, el Partido Revolucionario Cubano y el Ejército Libertador, por distintas
circunstancias, fueron disueltas. Ninguna de las tres había previsto una
situación como la que se presentaba. El Gobierno de la República en Armas,
cumpliendo con lo estipulado en la Constitución de la Yaya, se disolvió para
dar paso a una nueva Asamblea que analizaría el camino ante las
nuevas circunstancias y prepararía las condiciones para la redacción de
la Constitución de la República de Cuba, independiente, soberana y
democrática. No fue oficialmente tenida en cuenta por el Gobierno
interventor. Simplemente, la ignoró. Para contribuir más al desastre, los
asambleístas fueron incapaces de ponerse de acuerdo. Atacándose entre ellos,
llegaron a amenazar al Generalísimo Máximo Gómez.
La desunión impidió la acción coherente.
Terminaron, después de varios traslados, por disolverse sin ningún acuerdo. Si
algo se hizo evidente, fue la falta de liderazgo. Máximo Gómez
expresaba la necesidad de la presencia de José Martí en aquellas circunstancias
“porque él si sabía qué hacer”. Cierto que había excelentes tribunos,
escritores, abogados, médicos, periodistas, autodidactas, pero ninguno ejercía
un verdadero liderazgo sobre la mayoría. Brillantes algunos, carecían de una
visión global y real de lo que significaba la ocupación norteamericana, del
lugar que se le asignaba a Cuba en la geopolítica de esa nación. El pensamiento
de Martí era desconocido por la mayoría. Unos pocos pensaban, como Gómez, “este
era el momento de Martí”.
En la pugna entre los nacientes políticos
provenientes del bando independentista, el problema del Ejército Libertador
ocupaba un lugar especial. Algunos especulaban con un suculento préstamo de
Estados Unidos, lo que endeudaría a la república antes de nacer. Lo cierto
es que parte de los miembros de las fuerzas libertadoras abandonaban sus filas
por creer que, con el fin de la guerra, se había terminado su deber patriótico;
otros, por la perentoria necesidad de ocuparse de sus familias hambrientas y
desarrapadas. Las tropas con que contaba Máximo Gómez carecían de todo tipo de
recursos. Dependían de ayudas espontáneas de los pobladores. Sin embargo, a
pesar de lo difícil de la situación, el general Wood y sus oficiales
constataban que, pese a la hambruna y la falta de recursos, unidades completas
mambisas se mantenían con sus armas, en espera de una definición de la
situación. Se siguió la política de no brindar recursos a quienes asumían dicha
actitud. El interventor decretó una orden militar que disponía que: “Ningún
cubano que porte un arma debe obtener trabajo o comida”. [15] Sin
muchas alternativas, y motivado por el desastre político, el Generalísimo pactó
el licenciamiento del Ejército Libertador. Al menos, sus miembros recibirían
algún subsidio y siempre, por su condición patriótica, en caso necesario,
podría contarse con ellos.
La disolución del Partido Revolucionario
Cubano fue más simple. Por sus estatutos, había sido creado para lograr la
independencia de Cuba y fomentar y ayudar a la de Puerto Rico. Tenía como
figura principal a Tomás Estrada Palma, quien había sustituido a Martí
como delegado. Internamente, después de la muerte del Apóstol, se observa
una clara división y un cambio de política. Estrada Palma suprime la elección
anual del delegado, por lo cual se mantuvo en el cargo hasta la disolución
del Partido; centra su política en promover la ayuda norteamericana; se
distancia del mundo de los trabajadores y desarrolla un acercamiento a la
burguesía criolla sin muchas distinciones. Se podía entender que, con el fin de
la guerra, Cuba había alcanzado su objetivo, pero también que, en esas
circunstancias, previstas por Martí, no se había alcanzado la independencia,
real objetivo del Partido. En esta segunda visión, el Partido era más necesario
que nunca antes. Primó la primera, el Partido fue disuelto.
Cuba quedó, sin contraparte, al arbitrio
del Gobierno interventor, que, por medio de órdenes militares, y
apoyado por sectores internos, reorganizó y reestructuró el país. Para algunos
ojos avisados, tanto cubanos como norteamericanos, de lo que se trataba era de
la organización eficiente y moderna de “nuestra colonia de Cuba”. En el siglo
XX, algunos estudiosos le otorgaron al país la condición de “satélite
privilegiado”. Sin embargo, lo más trascendente estaba aún por ocurrir. Si
Puerto Rico y Filipinas eran el resultado de una trasferencia de posesión,
sobre Cuba había un acuerdo de que debía ser “libre e independiente”. El mundo
entero conocía este argumento utilizado por Estados Unidos para declararle la
guerra a España. Se diseñó un modelo diferente de dominación: formalmente
libre, dependiente en lo económico, político y militar. No sería una colonia
clásica, al viejo estilo, sino un nuevo tipo de dominación que fue denominada
“neocolonial”. En lugar de un territorio físicamente ocupado, crearon un
satélite que fuerzas centrípetas –económicas, políticas, militares y
culturales– mantuvieran orbitando alrededor de la potente constelación de
estrellas.
El 25 de julio de 1900, un año y siete meses
después de iniciada la ocupación, el Gobierno interventor consideró que ya
estaban creadas las bases para el funcionamiento del nuevo Estado
dependiente. Publicó en la Gaceta Oficial la convocatoria
a elecciones para conformar la Asamblea Constituyente encargada de redactar
la constitución por la que se regiría la nueva república. Fueron
electos los asambleístas. Resultó que la mayoría eran prestigiosas figuras del
movimiento independentista. Cuba, con dificultad, aún respiraba. Trece altos
oficiales del Ejército Libertador, antiguos miembros del Gobierno de la
República en Armas y del Partido Revolucionario Cubano conformaban la mayoría
absoluta de los constituyentistas. Nombres como Salvador Cisneros Betancourt,
Juan Gualberto Gómez, Manuel Sanguily, Juan Rius Rivera, Gonzalo de Quesada, le
daban especial calidad patriótica a la Asamblea. El 5 de noviembre se efectuó
la sesión inaugural en el teatro Irijoa (hoy Martí) y 56 días después
estaban redactadas las bases de la constitución que se sometieron a
discusión entre los asambleístas a partir del 25 de enero de 1901. Los 115
artículos divididos en 14 títulos fueron firmados por los constitucionalistas
la tarde del 21 de febrero de 1901.
El texto constitucional respondía a las
concepciones del pensamiento jurídico liberal de finales del siglo XIX y a la
herencia constitucional mambisa. Incluso, era más avanzado que el de otros
países de referencia. Cuba dejaba de ser colonia dependiente de una metrópoli
para constituirse en república soberana e independiente de democracia
representativa estructurada en los tres poderes del Estado liberal:
ejecutivo, legislativo y judicial. Se declaraba como Estado laico, por lo
que no asumía ninguna religión en particular, y los ciudadanos podían
libremente ejercer la de su preferencia. Con ello, se ponía fin al absolutismo
de la Iglesia católica dependiente del Real Patronato de los reyes
españoles. La Iglesia cubana también era liberada de su atadura colonial. Se
organizaba la sociedad civil y se estipulaban los derechos y deberes
fundamentales del ciudadano, antiguo vasallo del rey. Hoy, el Estado laico
está generalizado, pero en aquellos tiempos de monarquías absolutas y religiones
oficiales era un paso de avance en la liberación de las conciencias. Era un
triunfo del independentismo liberal radical. El Estado laico francés, uno
de los primeros en Europa, surgió tres años después que el cubano.
La Constitución de 1901 establecía la
enseñanza pública, gratuita, obligatoria y laica. Uno de los puntos de
discrepancia con los interventores era el relativo al voto. En varios estados
de Estados Unidos no tenían derecho al mismo ni los negros ni los analfabetos.
Los constitucionalistas aprobaron el voto universal masculino, que incluyó a
negros y analfabetos. ¿Cómo negarle el voto a gran parte de los hombres que
lucharon por la libertad de Cuba? Según la Constitución, todos los hombres eran
iguales ante la ley. No es este el espacio para un estudio detallado de la
Constitución de 1901, pero es importante tener en cuenta, a la hora de los
análisis, qué se logró y qué no se logró en el tránsito de colonia a
neocolonia. [16] Era una época en que el marxismo apenas conquistaba posiciones
en las ciencias sociales y el leninismo no existía. Las generaciones formadas
en el siglo XX entrarían de lleno en el estudio de la problemática social.
Incluso, tendrían acceso al pensamiento martiano, cuyos principales documentos
eran desconocidos por los hombres de 1902. La carta inconclusa a Manuel
Mercado, que define la posición del Apóstol frente a Estados Unidos, no se
conoció hasta 1910.
Fue entonces, Constitución en mano, que llegó
el golpe definitivo a las aspiraciones cubanas: la Enmienda Platt. Los
constituyentistas ignoraban lo que se tramaba en Washington. Nombraron una
comisión de cinco miembros para elaborar una propuesta de relaciones
bilaterales. El gobernador militar los invitó a una cacería de
cocodrilos en la Ciénaga de Zapata. Allí les dio a conocer la posición de
su Gobierno sobre el tema: Cuba no podrá concertar acuerdos con potencias
extranjeras, sin el consentimiento de Estados Unidos; Cuba otorgaría a esa
nación el derecho de intervención cuando lo considerase necesario y el de adquirir
tierras para establecer bases navales.
El 27 de febrero,
después de deliberaciones secretas, los asambleístas aprobaron cinco bases
contrapuestas a la posición norteamericana. La oposición a la imposición
creció, tanto dentro de la Asamblea como en la opinión pública, pero sin plan
ni liderazgo. En el Congreso norteamericano no se presentó la Constitución
cubana como estaba previsto. En ese mes, el Senado norteamericano aprobó con
amplia mayoría la enmienda del senador Orville H. Platt a la Ley de Presupuestos
del Ejército que contenía las exigencias que le fueron impuestas a Cuba, entre
ellas la omisión de la Isla de Pinos del territorio cubano y todas las
obligaciones contraídas con el gobernador militar interventor. El 1
de marzo, era aprobada la enmienda por el Congreso de los Estados Unidos;
al día siguiente, la sancionaba el presidente de la Unión.
Los constitucionalistas, desorientados,
intentaron varias maniobras. Todas fracasaron. La posición norteamericana era
intransigente; no había nada que negociar. El gobernador militar fue
más explícito: o aprueban la enmienda o no nos vamos. Al final, los
asambleístas estaban divididos, unos eran partidarios de aprobarla con tal de
que los norteamericanos abandonaran el país; otros, de no ceder ante la imposición
externa a la nación.
El 12 de junio de 1901, se aprobó la Enmienda
Platt, una enmienda a una ley del Congreso norteamericano, como apéndice a
la Constitución cubana, por 11 votos en contra y 16 a favor. Esa fecha es
trascendente para la historia de Cuba y no debe ser olvidada; luctuosa por la
castración de una república durante un parto doloroso. Para los estudiosos de
nuestra historia, significa una nueva época. Habían desaparecido las viejas y
obsoletas estructuras del colonialismo; en su lugar, había surgido un nuevo
tipo de dominación, la del neocolonialismo. Cuba era la primera carta de
presentación del neosistema imperial norteamericano. Lenin llamó a la
Guerra Hispano-Americana la primera guerra imperialista. Como lo previó
Martí, nacían por Cuba las nuevas formas de dominación y la potencia que
dominaría a toda Europa y se extenderían por el mundo:
“En el fiel de América están las Antillas,
que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república
imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarles el
poder –mero fortín de la Roma americana–, y si libres –y dignas
de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora–, serían en
el continente la garantía del equilibrio, de la independencia para la América
española aún amenazada y la del honor para la gran república del norte, que en
el desarrollo de su territorio –por desdicha, feudal ya, y repartido en
secciones hostiles–, hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de
sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas
abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo (…) Un error
en Cuba es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se
levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos”. [17]
Ningún otro político en el mundo apreció en
sus verdaderas dimensiones el primer paso por el dominio del mundo que daba
Estados Unidos en Cuba. Lo que entonces nacía, tiene hoy sus expresiones más
desgarradoras:
“Es un mundo lo que estamos equilibrando: no
son solo dos islas las que vamos a libertar. ¡Cuán pequeño todo, cuán
pequeños los comadrazgos de aldea, y los alfilerazos de la vanidad
femenil, y la nula intriga de acusar de demagogia, y de lisonja a la
muchedumbre, esta obra de previsión continental ante la verdadera grandeza de
asegurar con la dicha de los hombres laboriosos en la independencia de su
pueblo, la amistad entre secciones adversas de un continente y evitar, con la
vida libre de las Antillas prósperas, el conflicto innecesario entre un
pueblo tiranizador de América y el mundo coaligado contra su
ambición!”. [18]
Como consecuencia de la aprobación de la
Constitución, se organizaron los partidos políticos electoralistas y se
presentaron como candidatos a la presidencia de la República dos candidatos,
Bartolomé Masó Márquez y Tomás Estrada Palma. Masó había sido el
último presidente de la República en Armas; Estrada, el
último delegado del Partido Revolucionario Cubano. Masó era un abierto
opositor al apéndice Platt; Estrada un partidario del tutelaje
norteamericano. Los dos eran hombres del 68. La balanza se inclinó hacia
Estrada. Era conocido nacional e internacionalmente y tenía, en los papeles y
en la imagen, la figura de independentista consecuente: levantado en armas en
octubre del 68; presidente de la República en Armas durante la guerra del
68; preso en España hasta el fin de la guerra, se negó a regresar mientras
estuviese el régimen colonial; maestro de escuela para niños cubanos en Estados
Unidos; fundador con Martí del Partido Revolucionario Cubano y su dirigente
tras la muerte del Apóstol. Con estas características, no fue necesario
imponerlo. Se puso la esperanza en una imagen equivocada.
Pocos conocían, por entonces, el interior de
su pensamiento y sus inconsecuencias. Ello fue revelando poco a poco después de
su elección, sobre todo cuando provocó la intervención norteamericana en 1906.
No tenía fe en el pueblo de Cuba y así lo dejó escrito. Para él, era necesario
el tutelaje norteamericano. En 1902, estos aspectos de su pensamiento eran poco
conocidos por la mayoría de los cubanos. Hombre honrado, ha pasado a la
historia como el único presidente que no robó y el primero que, al no aceptar
su derrota electoral, en 1906, y provocar la intervención no deseada ni por los
norteamericanos ni por los cubanos, destruyó la imagen democrática de la
República e hizo evidente el dominio norteamericano sobre Cuba.
El 20 de mayo de 1902 se iniciaba la República
con una constitución secuestrada, sin soberanía; con un pueblo
desprotegido, hambriento y sin acceso a los recursos necesarios, y
un presidente de mentalidad dependiente. Ver arriar la bandera
norteamericana y elevar la cubana constituyó una profunda alegría. ¡Al fin se
fueron!, ¡al fin podemos intentar reconstruir los sueños! El nuevo escenario
era novedoso y complejo, lleno de contradicciones y paradojas. Los problemas no
eran ya los de una estructura obsoleta de dominación colonial; ahora se trataba
del naciente y moderno, casi desconocido, ordenamiento neocolonial. De súbditos
de la Corona española, los cubanos se convertían en ciudadanos de
su república inacabada. Patria, nación, cultura e identidad serían los
ejes, y los campos de debates y enfrentamientos de la reafirmación nacional.
La herida era profunda. Un sentimiento de
indignación y de frustración recorría amplios y diversos sectores del país. La
nueva etapa revolucionaria se inició con el movimiento antiplattista que se
convertiría, pocos años después, en el movimiento antimperialista. El
insobornable patriota Salvador Cisneros Betancourt, participante en
las Asambleas Constituyentes mambisas de Guáimaro, Jimaguayú y la
Yaya, promovió los clubes patrióticos antiplattistas. En las nuevas y turbias
aguas nadaron y emergieron los oportunistas y los resignados, que le dieron el
sello corruptor y demagogo a la república impotente. Por ello, se hicieron
más profundos las ideas y sentimientos patrióticos con los
instrumentos sociales e ideológicos, propios de la época. Nacieron y
crecieron la cultura de la resistencia y las necesarias
profundizaciones de la identidad nacional.
La república neocolonial no logró
estabilizar el sistema de dominación. Levantamiento de los liberales (conocido
como el partido de la chancleta), una nueva intervención, alzamiento de los
independientes de color, dos sangrientas dictaduras y dos revoluciones
conmovieron, periódicamente, los cimientos mismo de la república inacabada. El
1 de enero de 1959, justo cuando se cumplían 60 años de iniciada la ocupación
militar norteamericana, triunfaba la revolución antimperialista.
Cincuenta y siete años después, en el pueblo aún se decía, para señalar lo
peor, “le cayó un 20 de mayo”.
Notas:
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