Viaje a la Luna

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Una memoria a mis antepasados, a mis vivencias...unos versos de futuro.

QUIEN NO SE OCUPA DE NACER SE OCUPA DE MORIR

viernes, 28 de julio de 2023

Los días en que se nublaron los sueños. La primera intervención norteamericana
(Por
Eduardo Torres Cuevas)

Cuando era niño, a finales de los años cuarenta del siglo pasado, una frase era común entre mis mayores para indicar un verdadero desastre: “Le cayó un 20 de mayo”.

Me llevó cierto tiempo entender lo que querían expresar personas sencillas en conversaciones variadas y simples. Cierto es que ese día se celebraban desfiles, actos cívicos, discursos oficiales y no oficiales, pero cierto es también que podían observarse las críticas en las cuales aparecían, reiteradamente, las palabras “Enmienda Platt”, “intervención”, “despojo”, “Guantánamo”.

Fui también un joven afortunado en mis estudios de bachillerato. Entre los más destacados profesores del Instituto de la Víbora estaban los doctores Fernando Portuondo y del Prado y Hortensia Pichardo Viñals, que cubrían la asignatura de Historia de Cuba.

El libro del primero sobre esta materia era el texto de la asignatura. Editado por primera vez en 1949, es uno de los libros que cuenta con más reediciones y reimpresiones; es una joya pedagógica, de rica documentación y fino patriotismo. [1] La doctora Pichardo, por su parte, construyó durante décadas los tomos de sus Documentos para la Historia de Cuba, obra indispensable y no superada para conocer y meditar sobre el pasado-presente de nuestra nación. [2] Era su obsequio a los jóvenes que quieren conocer nuestra historia en sus propias fuentes. Los que pasamos por aquellas aulas supimos por qué las tropas de Calixto García no pudieron entrar en Santiago de Cuba al terminar la contienda con España y leímos los contenidos de la Enmienda Platt.

En aquellos años de formación y de lecturas permanentes, las obras de Emilio Roig, Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos Historia de la Enmienda Platt (por cierto, debían reimprimirse y editarse en digital), [3] así como las de otros destacados estudiosos cubanos, ayudaron a entender parte de la complejidad de nuestro siglo XX.

Sin embargo, para profundizar en un proceso tan complejo como el que conduce al 20 de mayo de 1902, ese conocimiento era insuficiente. Había que penetrar más en aspectos diplomáticos, sociológicos, económicos y, en especial, culturales y de mentalidades; había que comprender mejor el sangriento nacimiento de la época en que surgía la República de Cuba. Durante los últimos 60 años, son numerosos los trabajos específicos, dispersos en libros y revistas especializadas y culturales, nacionales e internacionales, que rodean y cercan el tema de lo ocurrido entre el 1 de enero de 1899 y el 20 de mayo de 1902.

La historia, esa constante aventura del pensamiento que se desliza sobre terrenos quebradizos, conforma una parte esencial de lo que se es y de lo que se piensa. Sufre, como pocos espacios científicos, interferencias ajenas que diluyen en especulaciones resultados de investigaciones serias, ricamente documentadas. Creo que no deben olvidarse las fechas trascendentes, pero no creo que recordarlas el día de su aniversario sea suficiente para tener conocimiento y conciencia históricos de su significación. Es necesario, más allá de un reportaje de ocasión, cultivar la riqueza interior en el individuo que se aproxima a ellas; motivar ideas, sembrar cultura. Las fechas históricas, como la del 20 de mayo de 1902, son el resultado de un proceso histórico concretado en un día. También, el inicio de una nueva complejidad. Un cambio profundo en la historia de la nación cubana.

El 1 de enero de 1899 cesa la soberanía española en Cuba y se inicia la norteamericana. Los independentistas cubanos no habían previsto semejante situación. Se regían por la Constitución de la Yaya, que regulaba el funcionamiento de la República de Cuba en Armas. A tenor de esta carta magna, aprobada en 1897, estaba establecido el Gobierno republicano independentista, cuyo presidente lo era Bartolomé Masó Márquez. Era una constitución provisional. Estaría en vigor, según se estipulaba, mientras durara la guerra. Establecía que, si las armas cubanas no habían triunfado dos años después, se efectuaría una nueva Asamblea Constituyente. Una vez concluida la contienda con el triunfo del Ejército Libertador y pactadas las condiciones de paz con España, se convocaría, según sus artículos 40 y 41, a una nueva Asamblea Constituyente que elaboraría la definitiva carta magna para la República de Cuba, independiente, democrática, laica y soberana. No fue lo que ocurrió. [4]

En los destinos de Cuba estaban interesadas dos fuerzas externas: una en plena crisis y decadencia con potencia mundial, España; la otra, Estados Unidos, en condiciones de presentar sus cartas credenciales como potencia mundial en lo político, lo económico y lo militar. Los políticos españoles sabían que no podrían enfrentar a la potencia del norte, pero preferían una derrota “honrosa” frente a esta que no ante las fuerzas del Ejército Libertador. A comienzo de la contienda, el general Arsenio Martínez Campos le recomendaba a la Corona: “Y si en su empeño a favor de la independencia enviasen los Estados Unidos un cuerpo de ejército, en vez de una guerra deslucida, lucharíamos, tendríamos batallas y si la suerte no nos favoreciese, si perdiéramos a Cuba, la perdería España con honra”. [5] Más que un pacto de familia se prefiere salvar un mal concepto de la honra. En el momento decisivo de la guerra, el jefe del Gobierno español, Práxedes Mateo Sagasta, repite la misma idea: “Perder un pedazo de territorio en lucha con una nación más poderosa es sensible, pero después de todo no es una deshonra (…) Pero un pedazo de terreno perdido en lucha con Máximo Gómez y Calixto García, eso más que sensible, sería verdaderamente deshonroso”. [6]

El secretario de Estado de la unión norteamericana, John Hay, calificó la contienda con España como “una guerrita espléndida”. La contienda en Cuba duró menos de un mes, del 22 de junio de 1898, primera acción militar norteamericana en suelo cubano, al 17 de julio, rendición de Santiago de Cuba. El saldo militar resulta significativo: 3 469 muertos (3 245 españoles y 224 norteamericanos). A ello se añadía la pérdida de lo fundamental de la armada española en Santiago de Cuba y en Filipinas. La honrosa y sangrienta rendición de España no se hizo esperar. Una nueva sorpresa esperaba a los cubanos. No fue invitado el Gobierno de la República de Cuba en Armas a las conversaciones de paz, que culminaron el 10 de diciembre de ese año con la firma del Tratado de París entre España y Estados Unidos. La potencia norteamericana se convertía en la primera no europea en la discusión por el reparto del mundo. Adquiría del León Ibérico las Filipinas y la isla de Guam –perteneciente al archipiélago de las Marianas–, lo que la colocó a las puertas de Asia. Además, España le cedía la isla de Puerto Rico. En cuanto a Cuba, el problema era otro.

La justificación para intervenir en la guerra hispano-cubana se presentó con la explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana. Independientemente de las causas que motivaron el estallido, el cuarto poder en Estados Unidos, la prensa, culpó a los españoles y creó un estado de efervescencia patriótica antiespañola. Acuñaron una vieja consigna, utilizada durante la guerra contra México, “Remember el Álamo”, solo cambiándole el nombre, “Remember el Maine”. La comisión norteamericana encargada de la investigación determinó que la explosión había sido causada por un factor externo; a la comisión española se le impidió actuar in situ. Se sostuvo el absurdo de que los españoles, interesados en evitar una guerra con Estados Unidos, habían causado la explosión. En una investigación tardía se demostró que la explosión había sido interna, accidental. [7] El Senado y la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos emitieron la Resolución Conjunta en la que se afirmaba que “el pueblo de la isla de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente”. Por cierto, no se mencionaba el Maine. El “motivo bélico” era la situación cubana. A tenor de ello, le declararon la guerra a España. En el Tratado de París, la monarquía española renunciaba a cualquier tipo de soberanía y propiedad sobre Cuba, traspasando la soberanía y la administración del país a Estados Unidos. Este se comprometía a cumplir las obligaciones que, por el derecho internacional, se establecen para la protección de vidas y haciendas. Al terminar la “ocupación” –concepto establecido en el propio Tratado– solo se limitarían a “aconsejar” al nuevo Gobierno cubano sobre las obligaciones establecidas para cualquier Estado.

El desconcierto, el caos y la ruina se habían extendido por toda Cuba como consecuencia de la Reconcentración de Weyler, de la guerra desgarradora (denominada Guerra Total), del bloqueo al que la armada norteamericana sometió al archipiélago cubano y de la incertidumbre sobre el destino del país. Los revolucionarios cubanos lo habían sacrificado todo por la creación de una nueva nación, independiente y soberana, donde gozaran de libertad, igualdad, democracia, bienestar y concordia todos los habitantes del país, incluso los españoles.

En medio de las desgracias personales, surgieron los oportunistas sin escrúpulos. Muchos patriotas habían abandonado casa, familia, propiedades. Al terminar la contienda, solo encontraron ruinas y, lo más grave, sin recursos para iniciar una nueva vida. Un mambí, un simple mambí, escribía: “He sufrido mucho, !mucho! (…) Es la historia de todos, casi todos humildes que liberamos a Cuba y hoy no tenemos que comer (…) En mi propio suelo (…) Me veía sin protección o amparo”. [8] Otro libertador afirma: “¿Usted sabe? que, abandonando mis intereses y mi familia, fui entre los primeros en empuñar las armas y secundar la revolución (…) Yo, que he servido a mi país, que todo lo he sacrificado, no puedo ni siquiera tener a mi lado a mi familia por carecer de recursos para ello. No puedo emprender ningún negocio ni reconstruir mi finca por carecer de recursos…”. [9]

Lo más triste era que muchos de los voluntarios que sirvieron en las fuerzas españolas o que las apoyaron se habían enriquecido despojando a los cubanos o especulando en negocios turbios con el poder colonial. El propio cónsul de Estados Unidos en Santiago de Cuba señala: “Las casas de empeño florecieron (…) Los prestamistas se convirtieron en un grupo sin escrúpulos”.

Ante el pedido de créditos, préstamos a bajos intereses o subsidios, el gobernador interventor, John R. Brooke, “después de estudiar la situación”, llega a las siguientes conclusiones, por cierto, muy contemporáneas: primero, desechar lo solicitado, porque ello responde a un sistema paternalista extraño al espíritu de un pueblo libre; segundo, que la solución estaba en los bancos.[10]

Efectivamente, florecieron los bancos; los que no tenían nada, nada recibieron. Comenzaron a exhibirse riquezas y pobrezas. Se entristeció el campo al brotar poderosos latifundios; la ciudad ocultaba cuarterías y espacios de miseria. Sucedió algo inevitable. Ante la falta de justicia y la depredación, muchos comenzaron a tomarse la justicia por su mano. Contra el bandidismo rural en ciernes, se creó la Guardia Rural, el cuerpo armado más importante del futuro Estado. En nada se parecía a la sociedad pensada y soñada por Martí “con todos y para el bien de todos”. No se pensaba en todos ni se actuaba para el bien de todos. Al conformarse la nueva república, ya la sociedad había dispuesto el lugar de cada cual. Los vencedores de la guerra eran los vencidos de la paz.

Un testigo excepcional del proceso de ocupación norteamericana fue el Generalísimo Máximo Gómez. Como jefe del Ejército Libertador, tenía una visión panorámica de los acontecimientos. En su Diario de campaña va dejando constancia de sus impresiones. Ante el pacto hispano-americano, anota: “Se ha firmado la paz, es cierto, pero también lo es que fue una lástima, que los hombres del Norte, largo tiempo indiferentes, contemplaran el asesinato de un pueblo, noble, heroico y rico”. [11] Hace constar: “Aquí se me ha reunido todo un pueblo hambriento y desnudo”. Ya producida la ocupación americana, escribe: “Los americanos están cobrando demasiado caro con la ocupación militar del país, su espontánea intervención…”. [12] Ese mismo día, agrega: “La actitud del Gobierno americano con el heroico pueblo cubano, en estos momentos históricos, no revela a mi juicio más que un gran negocio…”. [13] Termina su diario con el siguiente párrafo:

“La situación pues, que se le ha creado a este pueblo, de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía”. [14]

En el terreno político, el movimiento independentista quedó acéfalo. Las tres instituciones que le habían dado su fuerza y coherencia –y sus contradicciones-: el Gobierno de la República en Armas, el Partido Revolucionario Cubano y el Ejército Libertador, por distintas circunstancias, fueron disueltas. Ninguna de las tres había previsto una situación como la que se presentaba. El Gobierno de la República en Armas, cumpliendo con lo estipulado en la Constitución de la Yaya, se disolvió para dar paso a una nueva Asamblea que analizaría el camino ante las nuevas circunstancias y prepararía las condiciones para la redacción de la Constitución de la República de Cuba, independiente, soberana y democrática. No fue oficialmente tenida en cuenta por el Gobierno interventor. Simplemente, la ignoró. Para contribuir más al desastre, los asambleístas fueron incapaces de ponerse de acuerdo. Atacándose entre ellos, llegaron a amenazar al Generalísimo Máximo Gómez.

La desunión impidió la acción coherente. Terminaron, después de varios traslados, por disolverse sin ningún acuerdo. Si algo se hizo evidente, fue la falta de liderazgo. Máximo Gómez expresaba la necesidad de la presencia de José Martí en aquellas circunstancias “porque él si sabía qué hacer”. Cierto que había excelentes tribunos, escritores, abogados, médicos, periodistas, autodidactas, pero ninguno ejercía un verdadero liderazgo sobre la mayoría. Brillantes algunos, carecían de una visión global y real de lo que significaba la ocupación norteamericana, del lugar que se le asignaba a Cuba en la geopolítica de esa nación. El pensamiento de Martí era desconocido por la mayoría. Unos pocos pensaban, como Gómez, “este era el momento de Martí”.

En la pugna entre los nacientes políticos provenientes del bando independentista, el problema del Ejército Libertador ocupaba un lugar especial. Algunos especulaban con un suculento préstamo de Estados Unidos, lo que endeudaría a la república antes de nacer. Lo cierto es que parte de los miembros de las fuerzas libertadoras abandonaban sus filas por creer que, con el fin de la guerra, se había terminado su deber patriótico; otros, por la perentoria necesidad de ocuparse de sus familias hambrientas y desarrapadas. Las tropas con que contaba Máximo Gómez carecían de todo tipo de recursos. Dependían de ayudas espontáneas de los pobladores. Sin embargo, a pesar de lo difícil de la situación, el general Wood y sus oficiales constataban que, pese a la hambruna y la falta de recursos, unidades completas mambisas se mantenían con sus armas, en espera de una definición de la situación. Se siguió la política de no brindar recursos a quienes asumían dicha actitud. El interventor decretó una orden militar que disponía que: “Ningún cubano que porte un arma debe obtener trabajo o comida”. [15] Sin muchas alternativas, y motivado por el desastre político, el Generalísimo pactó el licenciamiento del Ejército Libertador. Al menos, sus miembros recibirían algún subsidio y siempre, por su condición patriótica, en caso necesario, podría contarse con ellos.

La disolución del Partido Revolucionario Cubano fue más simple. Por sus estatutos, había sido creado para lograr la independencia de Cuba y fomentar y ayudar a la de Puerto Rico. Tenía como figura principal a Tomás Estrada Palma, quien había sustituido a Martí como delegado. Internamente, después de la muerte del Apóstol, se observa una clara división y un cambio de política. Estrada Palma suprime la elección anual del delegado, por lo cual se mantuvo en el cargo hasta la disolución del Partido; centra su política en promover la ayuda norteamericana; se distancia del mundo de los trabajadores y desarrolla un acercamiento a la burguesía criolla sin muchas distinciones. Se podía entender que, con el fin de la guerra, Cuba había alcanzado su objetivo, pero también que, en esas circunstancias, previstas por Martí, no se había alcanzado la independencia, real objetivo del Partido. En esta segunda visión, el Partido era más necesario que nunca antes. Primó la primera, el Partido fue disuelto.

Cuba quedó, sin contraparte, al arbitrio del Gobierno interventor, que, por medio de órdenes militares, y apoyado por sectores internos, reorganizó y reestructuró el país. Para algunos ojos avisados, tanto cubanos como norteamericanos, de lo que se trataba era de la organización eficiente y moderna de “nuestra colonia de Cuba”. En el siglo XX, algunos estudiosos le otorgaron al país la condición de “satélite privilegiado”. Sin embargo, lo más trascendente estaba aún por ocurrir. Si Puerto Rico y Filipinas eran el resultado de una trasferencia de posesión, sobre Cuba había un acuerdo de que debía ser “libre e independiente”. El mundo entero conocía este argumento utilizado por Estados Unidos para declararle la guerra a España. Se diseñó un modelo diferente de dominación: formalmente libre, dependiente en lo económico, político y militar. No sería una colonia clásica, al viejo estilo, sino un nuevo tipo de dominación que fue denominada “neocolonial”. En lugar de un territorio físicamente ocupado, crearon un satélite que fuerzas centrípetas –económicas, políticas, militares y culturales– mantuvieran orbitando alrededor de la potente constelación de estrellas.

El 25 de julio de 1900, un año y siete meses después de iniciada la ocupación, el Gobierno interventor consideró que ya estaban creadas las bases para el funcionamiento del nuevo Estado dependiente. Publicó en la Gaceta Oficial la convocatoria a elecciones para conformar la Asamblea Constituyente encargada de redactar la constitución por la que se regiría la nueva república. Fueron electos los asambleístas. Resultó que la mayoría eran prestigiosas figuras del movimiento independentista. Cuba, con dificultad, aún respiraba. Trece altos oficiales del Ejército Libertador, antiguos miembros del Gobierno de la República en Armas y del Partido Revolucionario Cubano conformaban la mayoría absoluta de los constituyentistas. Nombres como Salvador Cisneros Betancourt, Juan Gualberto Gómez, Manuel Sanguily, Juan Rius Rivera, Gonzalo de Quesada, le daban especial calidad patriótica a la Asamblea. El 5 de noviembre se efectuó la sesión inaugural en el teatro Irijoa (hoy Martí) y 56 días después estaban redactadas las bases de la constitución que se sometieron a discusión entre los asambleístas a partir del 25 de enero de 1901. Los 115 artículos divididos en 14 títulos fueron firmados por los constitucionalistas la tarde del 21 de febrero de 1901.

El texto constitucional respondía a las concepciones del pensamiento jurídico liberal de finales del siglo XIX y a la herencia constitucional mambisa. Incluso, era más avanzado que el de otros países de referencia. Cuba dejaba de ser colonia dependiente de una metrópoli para constituirse en república soberana e independiente de democracia representativa estructurada en los tres poderes del Estado liberal: ejecutivo, legislativo y judicial. Se declaraba como Estado laico, por lo que no asumía ninguna religión en particular, y los ciudadanos podían libremente ejercer la de su preferencia. Con ello, se ponía fin al absolutismo de la Iglesia católica dependiente del Real Patronato de los reyes españoles. La Iglesia cubana también era liberada de su atadura colonial. Se organizaba la sociedad civil y se estipulaban los derechos y deberes fundamentales del ciudadano, antiguo vasallo del rey. Hoy, el Estado laico está generalizado, pero en aquellos tiempos de monarquías absolutas y religiones oficiales era un paso de avance en la liberación de las conciencias. Era un triunfo del independentismo liberal radical. El Estado laico francés, uno de los primeros en Europa, surgió tres años después que el cubano.

La Constitución de 1901 establecía la enseñanza pública, gratuita, obligatoria y laica. Uno de los puntos de discrepancia con los interventores era el relativo al voto. En varios estados de Estados Unidos no tenían derecho al mismo ni los negros ni los analfabetos. Los constitucionalistas aprobaron el voto universal masculino, que incluyó a negros y analfabetos. ¿Cómo negarle el voto a gran parte de los hombres que lucharon por la libertad de Cuba? Según la Constitución, todos los hombres eran iguales ante la ley. No es este el espacio para un estudio detallado de la Constitución de 1901, pero es importante tener en cuenta, a la hora de los análisis, qué se logró y qué no se logró en el tránsito de colonia a neocolonia. [16] Era una época en que el marxismo apenas conquistaba posiciones en las ciencias sociales y el leninismo no existía. Las generaciones formadas en el siglo XX entrarían de lleno en el estudio de la problemática social. Incluso, tendrían acceso al pensamiento martiano, cuyos principales documentos eran desconocidos por los hombres de 1902. La carta inconclusa a Manuel Mercado, que define la posición del Apóstol frente a Estados Unidos, no se conoció hasta 1910.

Fue entonces, Constitución en mano, que llegó el golpe definitivo a las aspiraciones cubanas: la Enmienda Platt. Los constituyentistas ignoraban lo que se tramaba en Washington. Nombraron una comisión de cinco miembros para elaborar una propuesta de relaciones bilaterales. El gobernador militar los invitó a una cacería de cocodrilos en la Ciénaga de Zapata. Allí les dio a conocer la posición de su Gobierno sobre el tema: Cuba no podrá concertar acuerdos con potencias extranjeras, sin el consentimiento de Estados Unidos; Cuba otorgaría a esa nación el derecho de intervención cuando lo considerase necesario y el de adquirir tierras para establecer bases navales.

El 27 de febrero, después de deliberaciones secretas, los asambleístas aprobaron cinco bases contrapuestas a la posición norteamericana. La oposición a la imposición creció, tanto dentro de la Asamblea como en la opinión pública, pero sin plan ni liderazgo. En el Congreso norteamericano no se presentó la Constitución cubana como estaba previsto. En ese mes, el Senado norteamericano aprobó con amplia mayoría la enmienda del senador Orville H. Platt a la Ley de Presupuestos del Ejército que contenía las exigencias que le fueron impuestas a Cuba, entre ellas la omisión de la Isla de Pinos del territorio cubano y todas las obligaciones contraídas con el gobernador militar interventor. El 1 de marzo, era aprobada la enmienda por el Congreso de los Estados Unidos; al día siguiente, la sancionaba el presidente de la Unión.

Los constitucionalistas, desorientados, intentaron varias maniobras. Todas fracasaron. La posición norteamericana era intransigente; no había nada que negociar. El gobernador militar fue más explícito: o aprueban la enmienda o no nos vamos. Al final, los asambleístas estaban divididos, unos eran partidarios de aprobarla con tal de que los norteamericanos abandonaran el país; otros, de no ceder ante la imposición externa a la nación.

El 12 de junio de 1901, se aprobó la Enmienda Platt, una enmienda a una ley del Congreso norteamericano, como apéndice a la Constitución cubana, por 11 votos en contra y 16 a favor. Esa fecha es trascendente para la historia de Cuba y no debe ser olvidada; luctuosa por la castración de una república durante un parto doloroso. Para los estudiosos de nuestra historia, significa una nueva época. Habían desaparecido las viejas y obsoletas estructuras del colonialismo; en su lugar, había surgido un nuevo tipo de dominación, la del neocolonialismo. Cuba era la primera carta de presentación del neosistema imperial norteamericano. Lenin llamó a la Guerra Hispano-Americana la primera guerra imperialista. Como lo previó Martí, nacían por Cuba las nuevas formas de dominación y la potencia que dominaría a toda Europa y se extenderían por el mundo:

“En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarles el poder –mero fortín de la Roma americana–, y si libres –y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora–, serían en el continente la garantía del equilibrio, de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del norte, que en el desarrollo de su territorio –por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles–, hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo (…) Un error en Cuba es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos”. [17]

Ningún otro político en el mundo apreció en sus verdaderas dimensiones el primer paso por el dominio del mundo que daba Estados Unidos en Cuba. Lo que entonces nacía, tiene hoy sus expresiones más desgarradoras:

“Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son solo dos islas las que vamos a libertar. ¡Cuán pequeño todo, cuán pequeños los comadrazgos de aldea, y los alfilerazos de la vanidad femenil, y la nula intriga de acusar de demagogia, y de lisonja a la muchedumbre, esta obra de previsión continental ante la verdadera grandeza de asegurar con la dicha de los hombres laboriosos en la independencia de su pueblo, la amistad entre secciones adversas de un continente y evitar, con la vida libre de las Antillas prósperas, el conflicto innecesario entre un pueblo tiranizador de América y el mundo coaligado contra su ambición!”. [18]

Como consecuencia de la aprobación de la Constitución, se organizaron los partidos políticos electoralistas y se presentaron como candidatos a la presidencia de la República dos candidatos, Bartolomé Masó Márquez y Tomás Estrada Palma. Masó había sido el último presidente de la República en Armas; Estrada, el último delegado del Partido Revolucionario Cubano. Masó era un abierto opositor al apéndice Platt; Estrada un partidario del tutelaje norteamericano. Los dos eran hombres del 68. La balanza se inclinó hacia Estrada. Era conocido nacional e internacionalmente y tenía, en los papeles y en la imagen, la figura de independentista consecuente: levantado en armas en octubre del 68; presidente de la República en Armas durante la guerra del 68; preso en España hasta el fin de la guerra, se negó a regresar mientras estuviese el régimen colonial; maestro de escuela para niños cubanos en Estados Unidos; fundador con Martí del Partido Revolucionario Cubano y su dirigente tras la muerte del Apóstol. Con estas características, no fue necesario imponerlo. Se puso la esperanza en una imagen equivocada.

Pocos conocían, por entonces, el interior de su pensamiento y sus inconsecuencias. Ello fue revelando poco a poco después de su elección, sobre todo cuando provocó la intervención norteamericana en 1906. No tenía fe en el pueblo de Cuba y así lo dejó escrito. Para él, era necesario el tutelaje norteamericano. En 1902, estos aspectos de su pensamiento eran poco conocidos por la mayoría de los cubanos. Hombre honrado, ha pasado a la historia como el único presidente que no robó y el primero que, al no aceptar su derrota electoral, en 1906, y provocar la intervención no deseada ni por los norteamericanos ni por los cubanos, destruyó la imagen democrática de la República e hizo evidente el dominio norteamericano sobre Cuba.

El 20 de mayo de 1902 se iniciaba la República con una constitución secuestrada, sin soberanía; con un pueblo desprotegido, hambriento y sin acceso a los recursos necesarios, y un presidente de mentalidad dependiente. Ver arriar la bandera norteamericana y elevar la cubana constituyó una profunda alegría. ¡Al fin se fueron!, ¡al fin podemos intentar reconstruir los sueños! El nuevo escenario era novedoso y complejo, lleno de contradicciones y paradojas. Los problemas no eran ya los de una estructura obsoleta de dominación colonial; ahora se trataba del naciente y moderno, casi desconocido, ordenamiento neocolonial. De súbditos de la Corona española, los cubanos se convertían en ciudadanos de su república inacabada. Patria, nación, cultura e identidad serían los ejes, y los campos de debates y enfrentamientos de la reafirmación nacional.

La herida era profunda. Un sentimiento de indignación y de frustración recorría amplios y diversos sectores del país. La nueva etapa revolucionaria se inició con el movimiento antiplattista que se convertiría, pocos años después, en el movimiento antimperialista. El insobornable patriota Salvador Cisneros Betancourt, participante en las Asambleas Constituyentes mambisas de Guáimaro, Jimaguayú y la Yaya, promovió los clubes patrióticos antiplattistas. En las nuevas y turbias aguas nadaron y emergieron los oportunistas y los resignados, que le dieron el sello corruptor y demagogo a la república impotente. Por ello, se hicieron más profundos las ideas y sentimientos patrióticos con los instrumentos sociales e ideológicos, propios de la época. Nacieron y crecieron la cultura de la resistencia y las necesarias profundizaciones de la identidad nacional.

La república neocolonial no logró estabilizar el sistema de dominación. Levantamiento de los liberales (conocido como el partido de la chancleta), una nueva intervención, alzamiento de los independientes de color, dos sangrientas dictaduras y dos revoluciones conmovieron, periódicamente, los cimientos mismo de la república inacabada. El 1 de enero de 1959, justo cuando se cumplían 60 años de iniciada la ocupación militar norteamericana, triunfaba la revolución antimperialista. Cincuenta y siete años después, en el pueblo aún se decía, para señalar lo peor, “le cayó un 20 de mayo”.

 Notas:

1 Fernando Portuondo: Historia de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
2 Hortensia Pichardo: Documentos para la historia de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973.
3 Emilio Roig de Leuchsenring: Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos, Ediciones La Tertulia, La Habana,1960.
4 Eduardo Torres-Cuevas, Reinaldo Suárez Suárez: “Constitución de la Yaya (1897)”, En El libro de las constituciones. Constituciones, Estatutos y Leyes Constitucionales en Cuba entre 1812 y 1936, Imagen Contemporánea, 2018, Vol I, pp. 215-245.
La Lucha, 26 de noviembre de 1895.
6 Eugenio Lasa Ayestarán: “La Burguesía catalana hace cien años. De la conquista del mercado colonial a la pérdida del imperio”, en Trienio, noviembre de 1997, No. 30, p. 107.
7 Gustavo Placer Cervera: La explosión del Maine. El pretexto. Editora Política, La Habana, 1998.
8 Louis Pérez Jr: Ser cubano. Identidad, nacionalidad y cultura, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p. 141.
9 Ibidem.
10 Ibidem.
11 Máximo Gómez: Diario de campaña, vol I, Fundación Máximo Gómez, Santa Domingo, 2007, p. 479.
12 Máximo Gómez: Op. cit., pp. 485-486.
13 Ibidem.
14 Máximo Gómez: Op. cit., p. 487.
15 Hermann Hagedorn : Leonard Wood: Biographiy: 2 vol., New York, 1931, t. 2, p.255. Citado por Louis A. Pérez Jr: Op. cit, p. 221.
16 Eduardo Torres-Cuevas y Reinaldo Suarez Suarez: Op cit.
17 José Martí: Obras Completas, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, t. III, pp. 138-143.
18 José Martí: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. III, 142-143.

 





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