SALUD Y
DESIGUALDAD
( Por Guillermo Wierzba en el blog “El Cohete
a la Luna”)
Felix Nussbaum
A pesar de la grave situación de la economía
mundial producto de la pandemia, los países centrales no han modificado el
nivel de sus gastos militares. Es decir que no han desplazado presupuesto de
guerra para la atención de la salud. La discusión establecida respecto de la
elección entre economía y salud no se ha extendido a otra entre gasto en ésta y
gasto militar, ni entre éste y economía productiva para la igualdad social.
El intelectual David Harvey sostiene en El
nuevo imperialismo que “la acumulación de capital mediante las
operaciones de mercado y el mecanismo de precios se desarrolla mejor en el
marco de ciertas estructuras institucionales (leyes, propiedad privada,
contratos, seguridad monetaria)… (que) Un Estado fuerte armado con fuerzas
policiales y el monopolio sobre los instrumentos de violencia puede garantizar
ese marco institucional… (y que) La organización del Estado (ha) sido
(característica) crucial de la larga geografía histórica del capitalismo”. La
cita obliga a reiterar una distinción crucial respecto de la valoración y
caracterización del Estado en las actuales circunstancias del drama del
Covid-19.
La revaloración que se hace en los países
periféricos del papel del Estado, en varios casos, tiene una raíz distinta a la
planteada por Harvey. La idea que se plantea desde el gobierno argentino,
respecto a recuperar la acción estatal que la circunstancia exige, lo hace bajo
la toma de conciencia en el discurso público respecto de que la sociedad
individualista de mercado no puede resolver objetivos constitutivos de una
sociedad con justicia social, como la recuperación del valor de la igualdad y
la eliminación de la pobreza. La priorización de la salud, concepto que
discursivamente sostienen Alberto Fernández y su gobierno, se debe entender
como un despliegue de políticas que desestructuren la mercantilización de los
servicios que constituyen derechos sociales. Esa concepción está guardada en la
memoria de un Estado que, cuando gobernaron los movimientos populares, enfrentó
al poder económico con reformas que promovieron el respeto de la dignidad
humana y avanzaron tanto en la ciudadanización política como en la económica y
social. Ese ese estilo de poder estatal, que hoy se esgrime desde el gobierno
de los Fernández, no es para garantizar la afirmación del mercado como
organizador central de la economía, sino –por el contrario— para colocar al
Estado en ese rol. Afrontar la peste, implicó la adopción de una propuesta de
sociedad distinta, que se construya sobre la base de la solidaridad y abandone
el individualismo como eje de su dinámica.
En cambio, el concepto de Harvey es exacto
para definir el rol del Estado en los dispositivos neoliberales de las
potencias centrales de Occidente. Allí cumple una función instituyente del
mercado como organizador y garantiza la reproducción de la sociedad mercantil,
siendo, además, colocado en un papel subsidiario para completar lo que el
mercado no puede resolver. No se trata de reconocimiento de derechos sino de
conservación de un régimen de privilegios, que supone y exhibe una
prescindencia estatal, que vacía la democracia de ciudadanía mientras mantiene
intacto el instrumento de preservación del poder de la propiedad concentrada.
El gobierno democrático, nacional y popular
de la Argentina del presente ha tomado el tema de la salud como fundamental y
planteado a partir de la presencia del virus un cambio de lógica social que
privilegia la igualdad. Veamos algunas características del sistema de salud en
el país y los desafíos para modificarlas, siendo que hoy mantiene la herencia
de las transformaciones neoliberales del último cuarto de siglo pasado.
En una nota del viernes, el economista
macrista Hernán Lacunza menciona que el gasto público en salud es del 6,6% del
PBI y el privado del 2,8, atendiendo este último al 25% de la población y el
primero al 75%. Sin embargo, estas cifras aunque dan cuenta de la desigualdad,
no reflejan su real profundidad, pero lo que sí se debe acotar es que el total
del gasto revelado por el ex Ministro da cuenta de una reducción del gasto en
más del 1% respecto de su relación con el PBI durante los cuatro años de
gobierno de Cambiemos. Francisco Leone y Rodolfo Kaufmann, en su trabajo Financiamiento
subsectorial del sistema de salud por niveles de atención (Departamento
de CyT de la UNTDF, 2019), concluyen que el sistema de salud se estructura en
tres niveles:
un sistema hospitalario con 1.271
establecimientos y 6.290 centros de atención primaria de salud, que cuentan con
76.885 camas. Pueden acceder a él todos los argentinos, pero se estima que
atiende al 37% de la población que no tiene ningún otro tipo de cobertura. Sin
embargo, la excelencia de sus médicos y determinados servicios no hacen
infrecuente que recurran a los mismos ciudadanos con otras coberturas. El
financiamiento de estos centros es con recursos públicos generales del
presupuesto nacional, provincial y municipal.
Otro subsistema es el de los servicios de
seguridad social que cubren al 54% de la población, atendiéndose a 25,4
millones de habitantes del país. Este se financia mediante aportes y
contribuciones del régimen salarial formal, y cuenta con un relativamente
reducido número de establecimientos propios, subcontratando el resto en el ámbito
privado, o con derivación a hospitales. El número de obras sociales de carácter
nacional, provincial y municipal articulados por este sistema es de 313 más el
INSSJP.
El tercer segmento es el privado el que vende
sus servicios al 9% de la población, unos 4.000.000 de personas. Está integrado
por 139 empresas y posee 8.040 clínicas que disponen de 63.800 camas para
internación y 8.078 para pacientes ambulatorios. Este subsistema se financia
con los aportes privados de quienes se atienden en el mismo.
Como expresa Gonzalo Basile en ¿Cobertura
o Sistema Universal de salud en Argentina?: hacia dónde vamos y quién decide,
“casi al mismo sistema de salud de 1.600 Hospitales públicos y 6.000 unidades
sanitarias que en el año 1975 acudían 2 millones de personas (en situación de
pobreza y empleo informal), hoy demandan entre 15 y 20 millones. De ahí no
podemos sorprendernos del cóctel de sobredemanda poblacional, pérdida de
capacidad de respuesta de los servicios públicos, deshumanización en la
atención, malas condiciones de trabajo, enfermología pública (todo gira
alrededor del hospital y atención clínica-curativa a enfermedad) con abandono
de estrategias preventivo-promocionales, epidemiológicas.
La desigualdad y segmentación que estructuran
el sistema de salud en la Argentina quedan expuestas en la investigación de
Leone y Kaufmann. La observación del número de camas y establecimientos por
población atendida disponible para el 9 % de población de mayores recursos en
el segmento, contrasta agudamente con el de los establecimientos a los que
acuden los sectores populares que están en el 37 % más vulnerable.
La historia moderna argentina muestra al
primer peronismo como el momento más trascendente de avance de la atención
sanitaria, con el despliegue raudo de un sistema hospitalario de gran dimensión
y calidad, que se movilizaba por el objetivo de brindar atención a la mayoría
de la población.
Más tarde en el período desarrollista se
despliega el sistema de obras sociales, que contaba como marco, una economía
con un fuerte grado de formalización de la relación salarial. La atención
sanitaria de la clase trabajadora durante esta etapa fue cubierta con
eficiencia en este nuevo segmento de la medicina, cuyo financiamiento permitía
su desenvolvimiento.
La medicina privada convivió en las dos
épocas con un desarrollo menor y en general como servicio privado, no
organizado bajo un esquema de seguro de salud voluntario.
Es durante el terrorismo de Estado, con el
establecimiento del primer período neoliberal, que se provocó la
desindustrialización, la caída del número de trabajadores formales, el
crecimiento de la pobreza, el descenso del salario real y un ascenso primero
moderado y luego acelerado de la desocupación, que emerge el negocio de la
medicina privada organizado como sistema de seguro de salud. Luego el
menemismo, en el segundo neoliberalismo argentino, implementa la
flexibilización entre el segmento de obras sociales y seguro privado, que
permite el traspaso de afiliados del primero al segundo; está medida provocó
que los asalariados de mayores ingresos se mudaran a la medicina privada, lo
que aumentó este negocio a costa del deterioro de la calidad de muchas obras
sociales, las que perdían a sus afiliados de mayores contribuciones. La crema
de los recursos se trasladó, así, al área más mercantilizada. Siendo los
propietarios de las empresas que lo ejercen los que ahora ponen el grito en el
cielo, cuando desde el gobierno se promueve una articulación única de los tres
sistemas para afrontar la emergencia frente a la peste.
El neoliberalismo también se despreocupó por
el presupuesto y la organización de la salud. A la segmentación del sistema por
clase y nivel social, entre incluidos y excluidos agregó con la
provincialización de la atención sanitaria, a la que disfrazó como lógica
“federalista”, una desigualdad y fragmentación regional y provincial. Los
problemas de restricción presupuestaria y las consecuencias de los permanentes
ajustes fiscales se sumaron a las dificultades presupuestarias de las
provincias.
La desorganización del sistema de salud se
refleja también en una inadecuada relación enfermera/médico, muy baja, y que es
expresión de la pérdida de salario real durante el neoliberalismo y las malas
remuneraciones relativas del personal paramédico. Justamente, el doble o triple
empleo de este último se ha convertido en uno de los motivos de aumento de los
contagios durante la pandemia en el país. Esa proporción enfermera/médico es la
mitad que la de la Unión Europea.
La emergencia de la pandemia dejará como tema
urgente y fundamental la reforma de la salud y su reconocimiento como derecho
social. Asumirlo como tal, otorgándole al Estado, no el carácter de reproductor
del sistema del individualismo de la sociedad de mercado, sino el de agente
para la transformación de la vida nacional en pos de una sociedad humanista y
solidaria, construida sobre un criterio crítico de aquél, significará la
reconstrucción de un sistema de salud con programa único, con igualdad de
acceso y de calidad de atención y con un presupuesto adecuado, manejado por un
poder único para su distribución. Es una reforma que no puede prescindir de
modificaciones constitucionales.
Mientras tanto en los ámbitos del poder
económico, financiero y mediático se establecen otras discusiones sobre ejes
bien diferentes. En La Nación el columnista Carlos Pagni insiste en un análisis
que antagoniza entre el sanitarismo y la economía y las finanzas. Para ese
editorialista la defensa de la salud que provee la cuarentena no sería un
esfuerzo en el que cooperan la acción social y el gobierno, una actividad
productiva –tal vez la más significativa en tanto protege el bien-derecho más
preciado: la vida—, sino un gasto y una privación de actividad. Según su
estimación esta cuarentena reduce la actividad productiva en un 50% mensual.
Ese intelectual de la derecha argentina,
mientras explaya alarmantes presagios cuantitativos, dramatiza negativamente la
enérgica oferta argentina a los bonistas acreedores. Esa oferta que, en
términos de valor actual no dista mucho de la refinanciación llevada a cabo en
2005, está para él fuertemente afectada por la estrategia de la cuarentena que
agregaría, a lo que denomina problema fiscal, otro nuevo inobviable: la necesidad
de financiamiento externo que requeriría el sector privado para reactivarse
cuando la emergencia haya pasado. Pagni hace la construcción declamatoria
perfecta que el capital concentrado reclama. Pone en duda que la continuidad de
la cuarentena sea una medida correcta. Mercantiliza la salud, donde los
barbijos, los respiradores y la suspensión de actividades por la necesidad del
aislamiento social se miden en costos y beneficios monetizables. Un discurso en
el que la vida tiene precio. A lo que agrega que la reactivación habría de
venir por el lado del sector privado, que necesitaría de inversión externa.
Parece no tomar nota de que, paradojalmente,
este año habrá superávit externo alto y que no habrá pagos de deuda, debido al
programa que el Ministro Guzmán ha ofertado a los acreedores. El editorialista
del diario conservador parte del axioma que sostiene que la actividad deberá
reanudarse por la iniciativa privada, porque supone la inevitabilidad de la
disciplina fiscal. En cambio, a su pesar, lo que resultará necesario para una
rápida recuperación del país es un shock de gasto público, mientras se combata
al Covid-19 y cuando se emprenda la recuperación de la economía. Será el Estado
el actor con capacidad de encabezar una rápida reacción.
Ni la pandemia ha dado respiro para que los
propagandistas del dogma neoliberal suspendieran su discurso siempre dirigido a
proteger un sistema que concentra la riqueza y aboga por un derecho de
propiedad irrestricto. El orador de Odisea se preocupa más por
el acuerdo y la flexibilidad con los acreedores, y por las ganancias de los
empresarios que tienen su actividad mermada, que por las vidas individuales y
colectivas de todos los ciudadanos argentinos.
La contrarrevolución conservadora se desplegó
en el mundo entero. Una voz que se contrapone con la del paradigma hegemónico
en decadencia que defienden los intelectuales de la financiarización es la del
médico neumonólogo y profesor de largo ejercicio en el hospital público y en
universidades del mismo carácter. Dice Ricardo Gené que “a pesar de los avances
del conocimiento, el desarrollo y la tecnología, veo y escucho absorto a
médicos de España e Italia contar que hacen esto a diario: elegir por edad a
quién ventilar o no; o peor aún, por expectativa de vida, dejarlos en su casa,
con analgésicos potentes a morir en soledad, sin la atención necesaria y
despidiéndose por teléfono de sus seres queridos… ¿Qué ha pasado en este mundo,
injusto, desigual y criminal? ¿Por qué han empleado políticas que ahora queda
muy claro que son políticas que matan? Vivo a diario con temor de que la
pandemia nos llegue con esa infectividad tremenda y que tengamos que pasar por
ese límite maldito, por esa disyuntiva tremenda de decir: sí o no. De
decir: Este sí, este no”.
Los países europeos vienen de una década de
ajustes fiscales y reducciones de gastos sociales. Disciplina fiscal, gustan
decir los economistas que hoy se autopromueven para un consejo asesor de
Alberto Fernández en la emergencia. Petulantes, a los que ni vergüenza les
queda para llamarse a retiro o a silencio frente a la cruda realidad del tendal
de muertos que ha dejado esta pandemia mundial, debido al desamparo del sistema
de salud neoliberal.
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