Hubiera
querido los signos de interrogación en el titulo, pero hay algunos con mucho
entusiasmo…
CORONAVIRUS: EL FIN DEL CAPITALISMO TAL COMO
LO CONOCEMOS
(Por Telma Luzzani en PAGINA12)
Nunca antes había sucedido que,
simultáneamente, el mundo entero estuviera bajo la amenaza real de una epidemia
y que, en una rara sintonía hecha de pánico e incertidumbre, en todo el planeta
fuera el virus el único tema que ocupara las mentes.
¿Qué mundo puede emerger después de esta
catástrofe?
La preocupación no es frívola porque, como
analizó sagazmente la canadiense Naomi Klein en su libro La doctrina de
shock, las elites poderosas suelen aprovechar los acontecimientos
catastróficos para instalar reformas impopulares, rediseñar sistemas
económico-sociales o, directamente, saquear los bienes públicos y hacer pasar
la operación como una “atractiva oportunidad del mercado”.
El libro se detiene en dos ejemplos y
explica, paso a paso, las acciones de esas elites. Uno es el tsunami de 2004 en
Asia; el otro, las dictaduras genocidas de la Argentina y Chile en los 70.
En el primero, tras la catástrofe natural,
los pescadores de Sri Lanka vendieron por moneda sus propiedades y hoy hay allí
uno de los más exclusivos centros turísticos del mundo. En el segundo, “algunas
de las violaciones de derechos humanos más despreciables, que parecían meros
actos de sadismo fruto de regímenes antidemocráticos, fueron de hecho un
intento deliberado de aterrorizar al pueblo y se articulan activamente para
preparar el terreno e introducir las ‘reformas’ radicales del libre mercado. En
la Argentina de los años 70, la sistemática política de ‘desapariciones’ que la
Junta llevó a cabo eliminando a más de 30.000 personas, la mayoría activistas
de izquierda, fue parte esencial de la reforma económica que sufrió el país,
con la imposición de las recetas de la Escuela de Chicago. Lo mismo sucedió en
Chile, donde el terror fue cómplice del mismo tipo de metamorfosis económica”,
escribió Klein.
Es lo que ella llama “el capitalismo del
desastre”: cuando una sociedad, aterrada, sólo piensa en su sobrevivencia y es
incapaz de reflexionar sobre lo que más le conviene. Esta situación es
aprovechada por el 1 por ciento más rico para instalar políticas que
sistemáticamente profundizan la desigualdad, enriquecen a los poderosos y
hambrean al resto.
OTRO
MUNDO ES POSIBLE
Pero no todo está perdido, Klein, como muchos
otros pensadores, cree que esta pandemia puede ser también una oportunidad de
cambio.
De hecho, una de las señales más impactantes
y extendidas es el reverdecer de las políticas keynesianas y la revalorización
del papel del Estado que la pandemia produjo.
La Covid-19 dejó al desnudo el daño que las
políticas de mercado y las privatizaciones han producido en los sistemas de
salud de Occidente. En Nueva York, la ciudad más rica del país más rico del
mundo, trabajadores de los hospitales comenzaron a protestar, a mediados de
marzo, por la falta de insumos básicos como barbijos y guantes. Pocos días
después, el gobernador de ese estado, Andrew Cuomo, mandó un mensaje
desesperado a la Casa Blanca para que envíe 30.000 respiradores, y el 20 de
marzo, el presidente Donald Trump, que hasta ese momento había ridiculizado el
coronavirus, salió a anunciar –en un estilo muy estadounidense– medidas
belicosas y espectaculares. “Soy presidente en período de guerra”, clamó, e
inmediatamente prometió acabar con el “enemigo invisible”.
(Se deja de lado en este análisis un punto
importantísimo: el aprovechamiento político de la pandemia que está haciendo la
Casa Blanca, declarando la guerra al “virus chino” y enviando parte de la
fuerza aérea y naval del Pentágono al Caribe en un gesto inaceptablemente
violento contra Venezuela y América latina.)
A partir de aquel 20 marzo, Trump no dejó de
tomar medidas keynesianas como aplicar la Ley de Producción, que habilita a
controlar precios y salarios; enviar cheques de hasta 1.200 dólares por persona
(¿subsidios?) para todos los estadounidenses que ganen menos de 70.000 dólares
al año y ordenar a las empresas privadas a producir bienes para el Estado.
De la misma manera, Alemania anunció una
línea de créditos sin límite para las pymes; el presidente francés, Emmanuel
Macron, redescubrió que “el Estado protector no significa un costo sino un bien
indispensable”, y la Unión Europea anunció una ayuda de 100 mil millones de
euros para España e Italia, los países de la UE más golpeados por la Covid-19,
para frenar los despidos.
Hay quienes se ilusionan conque esta
repentina conciencia sobre los efectos que la mercantilización de la salud y la
destrucción del medio ambiente tienen sobre las personas sea el principio del
fin de la hegemonía neoliberal. Por el contrario, hay quienes temen que el
actual estado de excepción sea la llave que estaban esperando el neocapitalismo
y el neocolonialismo para dar una vuelta de tuerca aun más extrema.
Si va a haber una transformación verdadera
–la toma de la Bastilla, del Palacio de Invierno–, debe ser un cambio que venga
de abajo y, por el momento, el control sobre los cuerpos –y muy probablemente
sobre las mentes– del globo entero es total.
Lo que resulta innegable es que el
coronavirus ha introducido nuevos problemas y nos ha obligado a reflexionar
sobre conductas y valores.
El riesgo de un parate de la economía mundial
es uno de los puntos de mayor preocupación. Así lo explica el economista Julio
Gambina: “Si hasta ahora se hablaba de desaceleración, ahora se teme una
recesión o incluso una depresión de la economía mundial. Ya no se trata sólo de
problemas con los bancos, las bolsas o la valorización de los títulos sino que
estamos hablando del impacto en la producción a nivel industrial. Además está
el riesgo del desempleo. Por el momento, hay países que están adoptando medidas
creativas, con creciente participación estatal. Algunas naciones europeas están
financiando gran parte de la masa salarial de las empresas del sector privado
de la economía, por ejemplo”.
UN
FALSO DILEMA
¿Existe la tan mentada dicotomía entre
economía y salud? El médico Jorge Rachid, con la claridad que lo caracteriza,
responde: “No existe contradicción alguna entre salud y economía. Quienes la
plantean están proponiendo enterrar un derecho humano esencial, que nos viene
dado y al cual debemos cuidar y proteger como comunidad y un proceso productivo
que sólo puede ser realizado por personas sanas, por lo cual sin lo primero –la
salud–, no existe lo segundo. Presentar como dicotómicos los términos ‘salud’ y
‘economía’ sería similar a comparar la paz o la guerra en términos de
humanidad. Sin duda, durante las guerras unos pocos ganan mucho y muchos miles
lloran por lo que la guerra les quitó. Si los que presentan las guerras como
necesarias fuesen los que enviasen sus hijos a morir, lo pensarían dos veces.
Lo mismo sucede con la pandemia y los trabajadores: algunos empresarios quieren
que los demás trabajen y ellos y sus familias permanecer protegidos, mientras
acumulan ganancias”.
Falta todavía mucho tiempo para saber qué
consecuencias ha tenido el coronavirus en el mundo material y en la
subjetividad de los humanos de este siglo XXI. Por lo pronto, nos ha
confrontado con las relaciones con nuestros hijos y pareja, con el ocio, con la
futilidad del consumo, con las tareas domésticas y nuevas formas de trabajo,
con la sumisión a las pantallas y a los medios, con lo bella que es la
naturaleza sin nuestra mano depredadora, con cuánto se extrañan los abrazos,
con la importancia de la solidaridad y con nuestra propia fragilidad.
¿Con el fin de la cuarentena barreremos todo
ese aprendizaje bajo la alfombra? He ahí la cuestión.
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