Hay un
miedo creciente en el Mundo “Occidental”, inclusive llega a percibirse un gran
desconcierto paranoico, la costumbre arraigada después de la Segunda Guerra
Mundial, que el inquilino de la oficina oval “mandaba orientaciones al Mundo
entero”, está siendo barrida desde que asumió Trump. Un poco por haberse
cerrado Estados Unidos sobre sí mismo, y otra porque verdaderamente “ahora” se
percatan que Trump le queda grande el sillón que ocupa, a pesar de su supuesta
sagacidad para los negocios inmobiliarios. Hace poco escuche la entrevista que le hiciera
el hijo del Nobel de Literatura Vargas Llosa a el ex-mandario argentino Mauricio Macri, y se
siente una “vergüenza ajena”, en estos dos entreguistas latinoamericanos que se
lamentan abiertamente, por la pérdida de liderazgo del imperio, del cual
siempre han recibido órdenes.
EL
MUNDO DESPUÉS DE TRUMP
(Por
Ramon Aymerich, en “La Vanguardia”)
El mundo de antes de Trump era más ordenado.
Es difícil acordarse de ello porque la victoria del magnate inmobiliario cambió
muchas cosas. Y porque fue una victoria imprevista, la primera evidencia de que
el pensamiento experto (consultores, analistas, periodistas, académicos)
entraba en una época en la que iba a tener dificultades para seguir los
acontecimientos. En el otoño de 2016, apostar en círculos profesionales por la
victoria de Trump era casi un chiste. Nadie creía en sus posibilidades. No era
porque no llegaran señales de ello. Personas que habían viajado a Estados
Unidos, empresarios que iban a ver a sus clientes, volvían y decían: “Toda la
gente con la que he hablado votará a Trump”. Los expertos los escuchaban pero
no archivaban la información porque “eso” era imposible. No estaba en la agenda
que Donald Trump ganara.
Pero ganó. Y ha hecho falta un desastre como
la pandemia de la covid-19 para darse cuenta de lo que se ha perdido en estos
años, de cómo el mundo se ha vuelto más inseguro. China, a la que los países
occidentales abrieron la puerta presionados por las grandes corporaciones (que
querían hacer allí grandes negocios) se ha convertido en un adversario con una
agenda propia implacable. Hoy está claro que Pekín se benefició de la
globalización, pero no piensa pagar sus costes en términos de apertura.
En este tiempo, las instituciones
multilaterales se han deteriorado. Cuanto más ha necesitado el mundo de la
inteligencia colectiva, más ha escaseado. La Organización de las Naciones
Unidas (ONU) ha enmudecido. La Unión Europea parece un organismo torpe e inoperante.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), a la que China engañó en los
primeros días del virus, tiene su credibilidad cuestionada y deberá reformarse.
Las relaciones internacionales han ido a peor. La guerra sin cuartel que los
países más ricos libraron en marzo para conseguir partidas de mascarillas fue
un inesperado mensaje...
La mayor responsabilidad de ese desorden debe
atribuirse a Trump. Ha normalizado las actuaciones autoritarias (porque le
gustan los “tipos duros” y porque el peor republicanismo pragmático piensa
igual). Negocia mal: Estados Unidos tiene parte de razón al acusar a China de
falta de fair play en las relaciones comerciales. Pero tal y
cómo conduce el conflicto, China sale reforzada. Hoy sabemos, tras el
libro de John Bolton, The Room where it happened, que sus
conocimientos en materia internacional son escasos y que sus intereses
personales condicionan la política exterior.
El mundo es más peligroso porque Occidente se
ha quedado sin liderazgo. Trump ha malgastado el prestigio de la primera
potencia. Solo en la gestión de la pandemia, el contraste con China es abrumador.
La sociedad americana padece tres males
endémicos. El racismo, la violencia policial y la desigualdad. Trump no tiene
solución para ninguno de ellos. Al contrario. Jalea al supremacismo blanco con
sus declaraciones y tuits. Y reacciona de manera hostil y despreciativa cuando
las calles protestan por la brutal muerte del afroamericano George Floyd,
asfixiado por la presión de la rodilla de un policía.
La profunda desigualdad explica también el
negacionismo de Trump sobre la enfermedad: afecta mucho más a las minorías, a
los más pobres, se le hace difícil sentirse el presidente de todos. En el
discurso de inicio de mandato, el 20 de enero de 2017, Trump usó la imagen de
“masacre americana” [american carnage] para referirse al aumento de la
pobreza y la desigualdad, que atribuyó a la globalización. Entonces se entendió
como una descripción desproporcionada. Hoy se ajusta mucho mejor a la realidad.
Estados Unidos encabeza el ranking de muertes por la Covid-19 en el mundo.
¿Ganará otra vez? No debería. La economía, su
mejor carta electoral, no le va a servir esta vez. El candidato demócrata Joe
Biden le saca más de quince puntos de ventaja en los sondeos. En otro
libro, Too Much and Never Enough, una sobrina, Mary L. Trump,
lo caracteriza como el hombre más peligroso del mundo y justifica su
destructivo comportamiento en el maltrato que recibió en la infancia de parte
del padre. Anne Applebaum, historiadora y periodista, talismán de la derecha
republicana, vaticina la venganza del republicanismo anti-Trump en estas
presidenciales. Pero nada de eso asegura su derrota. El presidente alentará la
división racial y ahondará en la guerra cultural (“hay una izquierda fascista
que adoctrina a los niños y quiere erradicar la identidad americana...”) para
movilizar a sus bases. ¿Ganará otra vez? Quién sabe.
El dilema hoy es saber si Trump ha sido un
accidente en la reciente historia americana o si el país ha entrado en un
declive irreversible. De lo publicado en los últimos días, el artículo más
llamativo lo ha escrito el historiador Harold James, que compara la
situación en Estados Unidos con los últimos días de la Unión Soviética. Algunos
paralelismos son obvios: la intensificación del conflicto social y político; la
edad de los candidatos (76 años Biden, 74 Trump), que los aproxima a la
gerontocracia soviética. Otros son chocantes: compara al Gosplán (el comité de
planificación estatal soviético) con Wall Street en la mala asignación de los
recursos... En una cosa lleva razón el historiador: los grandes cambios no se
perciben hasta que estos suceden.
Quizás aciertan los que piensan que la elite
republicana se entregó a Trump porque estaba agotada, sin soluciones para
América, incómoda con las instituciones democráticas. O los que ven en la
extraña relación entre China y Estados Unidos el inicio en el cambio de
hegemonía. En esa hipótesis, una victoria de Biden no bastaría. Rectificaría
algunos errores en el exterior. Reconocería como problemas los cambios sociales
y culturales que desde los años 60 dividen a los americanos. Buscaría un
espacio de entendimiento. Ralentizaría, en suma, la caída. Quizás. Pero lo que
sí es seguro, es que si vuelve a ganar Trump, ese anunciado colapso estará más
cerca.
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