ENTRE
GALLOS Y MEDIANOCHE
Una de las grandes falencias de la democracia
burguesa en la que vivimos, es esa, yo necesito tu voto, luego una vez en el
poder, “déjame de joder” con explicarte tanto lo que hago o dejo de hacer. Por
supuesto no lo dicen con estas palabras, y entonces la prensa, “la
que está a favor”, utiliza la metáfora “hay problemas en la comunicación”.
Recientemente en medio de esta crisis
provocada por la pandemia, el gobierno “que vino hacer las cosas mejores”, ha lanzado
lo que inicialmente llamo como “reforma judicial”, y luego bajándole el tono a
su “me fui al pasto”, consideró que solo era un mero reordenamiento de la
justicia. Lo increíble de esto, es que la presentación al pueblo de dicha “reforma”,
le consumió al Presidente de la República, unos cinco minutos, luego como era de
esperar la prensa hegemónica de este país, cargo contra ella sin ni siquiera
saber el contenido de la misma, entonces el gobierno del 48%, se siente
amenazado en su empeño, no solo por la prensa, sino también por una parte del pueblo que debería representar.
Ahora bien, coloquémonos en otro ángulo del
asunto. El país está en una profunda crisis económica, que venía del desastroso
manejo de Macri y su pandilla de Wall Street, se ha agravado como era de
esperar, con el parate impresionante de la producción y los servicios no
esenciales que trajo la pandemia que cumplió 5 meses y 10 días. El gobierno ha
hecho ingentes esfuerzos económicos y humanos para que se pudiera sobrellevar
esta crisis humana y económica, y se preparó como nunca antes, desde el punto
de vista de salud, para afrontar la catástrofe humanitaria que es todo esto que
seguimos viviendo, donde se mueren ahora mismo entre 200 y 300 personas por día.
Hace aproximadamente dos meses atrás, se hablaba de un grupo de 60 medidas económicas
que el gobierno estaba estudiando para encarar el país en la “postpandemia”. Situación
esta ultima prioritaria junto con la salud. Es decir en la situación actual de
pandemia, las dos prioridades de este gobierno y de cualquiera en este Mundo,
radica en esos dos aspectos, cómo hacer para que el sistema de salud no
colapse, mantener una atención sanitaria
eficiente para TODOS, y cómo hacer para que la industria y los servicios
comiencen a funcionar y a mover la famosa rueda de la economía que da sustento
a todo lo demás. Un equilibrio a tener en cuenta que no es fácil, gobernando
cualquier país. Pues bien, de esas 60 medidas para discutir con el pueblo poco
y nada se ha sabido y se dice que la próxima semana será la presentación. En
medio de todo esto, considera el Gobierno (que lo había prometido en campaña,
por otra parte en eso han sido coherentes), presentar una “reforma judicial”,
que para cualquier hijo de vecino, es chino básico per sé, y no se encuentra actualmente
dentro de sus prioridades, encima, de ella poco se explica al pueblo de que se trata,
lo que conlleva a toda sospecha, si esto no es a favor de algunos. En todo caso
si esto fuera bueno para TODOS, sobre todo, para que el sistema judicial sea más
eficiente, se resuelvan los casos de corrupción con una dosis alta de
independencia, se desburocratice la justicia que padece el vecino de a pie,
etc, hay que explicar una y mil veces al pueblo, a ese que te dio el voto, y no
seguir la misma receta de cocinar la mermelada entre los mismos de siempre, los
de arriba.
Sin mucho tapujo, hay que decir las cosas por
su nombre, la clase política en nuestros países, sea de derecha o “progresista”,
es consecuente con la democracia burguesa que defiende, ¿explicar al pueblo su
accionar?, “ni un tantito así”.
La
manera innecesaria en que la democracia se degrada a sí misma
(Por Ernesto Tenembaum, en INFOBAE)
El jueves por la noche, estaba por terminar la sesión del Senado donde se
trataba la reforma judicial, cuando la presidenta del cuerpo, Cristina
Fernández de Kirchner, le dio uso de la palabra a la senadora María Sacnun, que
habló durante diez minutos sobre todas
las reformas que se habían introducido al proyecto mientras los senadores
discutían otra cosa. El opositor Martín Lousteau marcó el
contrasentido: les habían hecho
debatir una ley distinta a la que iban a votar. Como en los tiempos en
que era comandado por Miguel Ángel Pichetto, el peronismo hizo valer su
mayoría. No le dio bolilla a Lousteau ni a nadie y aprobó algo que ni siquiera
conocían en detalle, como tantas otras veces, los mismos senadores que
levantaban la mano a favor. Era una orden. Así son –siguen siendo, a pesar de
todo- las cosas en algunas familias.
Reformar la Justicia es un hecho delicadísimo para cualquier democracia,
porque el Poder Judicial es el único que no surge directamente del voto de los
ciudadanos, y por lo tanto, su independencia compensa eventuales abusos de los
poderes surgidos de mayorías electorales circunstanciales. De una elección puede surgir un Presidente
que controle las dos cámaras del Congreso, pero no podrá actuar sin límites
porque hay una instancia, cuyo poder tiene un origen distinto al suyo, que
podrá revisar sus actos o, incluso, juzgarlo si comete un delito. Por
eso, cualquier propuesta de reforma debería ser extremadamente cuidadosa de
alejar cualquier sospecha de intento de copamiento y, en lo posible, agotar los
esfuerzos para lograr mayorías de tal manera que exprese a toda la población.
En este caso, sucedieron una serie de hechos que sugieren cierto desprecio
a ese necesario cuidado. El primero de esos hechos es el momento. Cada noche,
el mismo gobierno informa que más de 200 argentinos han muerto por el
coronavirus. En las últimas semanas, la
Argentina es uno de los cinco países con más fallecidos en relación al tamaño
de su población. La economía atraviesa una de sus peores crisis, lo que
es mucho decir. Durante cinco meses, el gobierno nacional le pidió, con razón,
a la población que establezca un rígido orden de prioridades donde la salud
estuviera por encima de su propia subsistencia económica, o de las visitas
entre abuelos y nietos, o incluso de la asistencia de los niños a la escuela.
Mientras tanto, de repente, es
el propio Gobierno el que cambia el orden de prioridades y lo pone patas para
arriba al promover un debate sobre una ambiciosa reforma del Poder Judicial.
Entonces, ¿cada cual debe establecer su propio orden de prioridades o había uno
que era indiscutible? Hay un evidente desacople entre las angustiantes
preocupaciones sanitarias y económicas que atraviesan a toda la sociedad y el
proyecto que intentan imponer en tiempo récord. ¿Qué cosa extraña está
discutiendo esa gente?, se podrá preguntar cualquier persona sensata, ajena a
las pasiones políticas de la militancia.
Dado lo delicado del momento, sería necesario una explicación creíble para
tanto apuro. “Los que se oponen es porque quieren dejar la Justicia como está”,
dijo el presidente Alberto Fernández. Es un argumento, como mínimo, muy poco elaborado porque obliga a aprobar
a ciegas cualquier reforma que a su Gobierno se le ocurra. Es cierto que
en su campaña electoral, Alberto Fernández anticipó una reforma del fuero penal
federal. Se trata de apenas ocho juzgados de primera instancia que estarían
ocupados por personas que, al parecer, no están al nivel requerido. Para
reparar ese, el Senado acaba de aprobar un proyecto que crea cientos de cargos
entre jueces, fiscales y camaristas y se estableció una comisión para reformar
además la Corte Suprema, el Ministerio Público y el Consejo de la Magistratura. El nivel de imprecisión del oficialismo
acerca del costo fiscal de todo esto es llamativo. Tampoco nadie explicó
por qué se aumentan las atribuciones del fuero penal económico, tan sospechoso
de irregularidades como el federal, que se propone reformar.
A primera vista, pareciera que se utiliza la existencia de un problema real
para justificar la creación de una numerosa cantidad de juzgados. Otra vez: semejante poder de designación de
jueces podría surgir de acuerdos con la oposición y de mecanismos y
herramientas muy estudiados que alejen los fantasmas. Pero los senadores
opositores ni se pudieron enterar de lo que se estaba votando. Se votó como una
arremetida. No hubo tiempo de nada. Era demasiado urgente todo.
Hay un hecho aún más delicado aún. Algunos de los actores clave en la
aprobación de esta reforma –la vicepresidenta Cristina Kirchner, por ejemplo—
formaron parte de un gobierno integrado por personas que hoy están condenadas o
procesadas por la misma justicia que se pretende reformar a velocidad del rayo.
Cristina Kirchner está procesada. Su ministro de Planificación fue condenado
por la tragedia de Once. Así sucedió también con dos de sus tres secretarios de
Transporte. Su vicepresidente también está condenado por hechos de corrupción.
Su secretario de Obras Públicas está detenido por el escándalo del revoleo de
bolsos. El principal socio comercial de la familia Kirchner, el constructor de
la bóveda donde reposan los restos del ex presidente Nestor Kirchner, está a
punto de ser condenado. Cualquier
observador neutral percibiría con extrañeza el rol de juez y parte que tienen
algunos de los reformadores.
Esas mismas personas no han sido, a lo largo de
sus carreras, demasiado respetuosos de la independencia del Poder Judicial. En 2012, un juez decidió allanar la vivienda del vicepresidente Amado
Boudou, quien respondió con un alegato muy agresivo, después del cual le
quitaron la causa al juez natural y obligaron a renunciar al procurador general
de la Nación. Figuras muy diferentes entre sí, como el ex juez de la Corte
Carlos Fayt y el fiscal Alberto Nisman, fueron objeto del escarnio público, el
último aún después de muerto. Ante la primera indagatoria, Cristina Kirchner
convocó a tribunales a miles de personas que insultaban al juez de la causa.
Si se junta todo eso –una reforma que se explica como solución a un
problema que no intenta solucionar, que le podría dar un poder enorme a quienes
la impulsan, que se discute en un momento dramático para el país, cuando la
gente está angustiada por otros motivos mucho más serios y urgente, que se
aprueba en tiempo récord sin compartir con la oposición ni siquiera el
contenido de lo que se está votando, que es impulsada por personas que tienen,
ellas mismas, problema serios con la Justicia-, ¿qué se supone que estará
viendo la sociedad sobre la manera en que actúa su clase dirigente? ¿Cómo evaluará el ciudadano común los valores
de las personas que gobiernan la Argentina?
Es cierto que nadie es inocente respecto de las cosas que pasaron con los
jueces en estas últimas décadas. Durante los cuatro años de Mauricio Macri, se
produjeron detenciones de opositores sin condena previa, y algunos de ellos
durante períodos electorales. En esos procesos se difundían las fotografía de
los reos, esposados y en pijama, para algarabía de quienes hoy se oponen a la
reforma. Se difundieron escuchas de conversaciones privadas y se dispuso que,
con cobertura judicial, agentes de inteligencia espiaran a periodistas y
opositores.
Todo este panorama podría corregirse si los principales actores asumieran
que casi nadie está limpio y que todo se repara con un proceso inteligente,
paulatino, moderado de diálogo, consenso y promoción de las personas adecuadas
para los puestos donde se decide la vida de la gente. Es tan importante la
tarea que, con suerte, solo se puede llevar a cabo con paciencia e
inteligencia. Sin embargo, el
Poder Ejecutivo decidió otro camino: se vota en tiempos durísimos, a velocidad
crucero, con métodos oscuros y con actuación preponderante de personas con
problemas serios con el poder que intentan reformar.
Esta reforma es más moderada, de todos modos, respecto a aquella que
propuso Cristina Kirchner antes del 2015, y que reivindicó esta misma
semana. Lo que pretendía por
entonces era que los jueces fueran elegidos directamente a través de
candidaturas que figurarían a la cola de las listas partidarias. El
proyecto de Cristina tenía dos problemas. Uno, que era inconstitucional, y por
eso no pasó el filtro de la Corte. El segundo era de cálculo político: si se
hubiera aprobado, en 2015 y 2017 el macrismo podría haber inundado de cuadros
propios el Poder Judicial. El 40 por ciento de la Justicia sería hoy macrista.
En aquel momento, se unió lo inútil a lo desagradable. Cristina les regaló
a sus opositores un proyecto que convencía a todo el mundo de que ella quería
copar la Justicia, pero que, además, jamás se hubiera puesto en marcha.
El ser humano suele tropezar cien veces con la misma piedra.
La historia está a punto de repetirse.
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