SALVA
EL MUNDO
(Charles
Bukowski)
Ella entró y me fijé en que chocaba con las
paredes y tenía la vista como desenfocada. Era el día después de su taller de
escritura y siempre parecía haber estado metiéndose algo. Igual se lo metía. Le
zurró a la cría por derramarle el café y luego se puso al teléfono y tuvo una
de sus interminables conversaciones «inteligentes» con alguien. Yo jugué con la
niña que era mi hija. Ella colgó.
—¿Estás bien hoy? —pregunté.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, se te ve un poco… distraída.
Tenía los ojos como los de los actores de
cine que interpretan a un loco.
—Yo estoy bien. ¿Estás tú bien?
—Nunca. Siempre estoy confuso.
—¿Has comido algo hoy?
—No. ¿Te importa poner a cocer unas patatas
en la cacerola? La cacerola está en el fregadero, a remojo.
Yo acababa de salir del hospital y seguía
débil.
Entró en la cocina, se detuvo y miró la
cacerola. Se quedó plantada, rígida, oscilando en el umbral como si la cacerola
fuera una aparición. No pudo ser la cocina lo que la asustó, porque había sido
la peor ama de casa de todas mis exmujeres.
—¿Qué pasa? —pregunté.
No contestó.
—A la cacerola no le pasa nada. Solo está
metida en agua de fregar. Restriégala un poco y ponla al fuego.
Al final salió, deambuló un poco, tropezó con
una silla y luego me tendió un par de revistas: PROGRAMA DEL PARTIDO COMUNISTA
DE ESTADOS UNIDOS y DIÁLOGO AMERICANO. En la portada de DIÁLOGO había un bebé dormido
en una hamaca hecha con un par de cintas de ametralladora con las balas
asomando. La portada también indicaba el contenido: LA MORALIDAD DE NUESTRA
ÉPOCA. SOBRE LA SUPERIORIDAD DEL NEGRO.
—Mira, chavala —dije—. A mí no me va mucho la
política de ninguna clase. Eso no se me da muy bien, ya sabes. Pero procuraré
leérmelo.
Me quedé allí sentado y lo hojeé, un poco,
mientras ella hacía algo de carne en la cocina. Nos llamó a la cría y a mí y
fuimos. Nos sentamos a comer.
—He leído lo de la superioridad del negro
—dije—. El caso es que soy un experto en negros. En mi trabajo la mayoría son
negros…
—Bueno, ¿por qué no eres un experto en blancos?
—Lo soy. El artículo hablaba del «sistema
muscular magnífico, resistente. El hermoso e intenso color, los rasgos anchos y
carnosos y el pelo elegantemente rizado del negro» y de que cuando la
naturaleza llegó al hombre blanco ya estaba casi agotada, pero le apañó los
rasgos e hizo lo que pudo.
—Una vez conocí a un niño de color. Tenía el
pelo cortísimo y muy suave, un pelo precioso, precioso.
—Intentaré leerme el programa del Partido
Comunista esta noche —le dije.
—¿Te has inscrito para votar? —preguntó.
—Nunca.
—Puedes inscribirte en el colegio más cercano
el día 29. Dorothy Healey se presenta a asesora fiscal del condado.
—Marina está cada día más guapa. —Me refería
a mi hija.
—Sí, es verdad. Oye, tenemos que irnos. Se
acuesta a las siete. Y tengo que oír un programa en la KPFK. La otra noche
leyeron una carta mía en antena.
KPKF era una emisora de radio FM.
—Vale —dije.
Las vi marcharse. Cruzó la calle con la niña
en el cochecito. Tenía el mismo modo de andar de siempre, acartonado, en
absoluto fluido. Las vi irse. Un mundo mejor. Dios santo. Todo el mundo tiene
una manera distinta de hacer las cosas, todo el mundo tiene una idea distinta,
y están todos convencidos a no poder más. Ella también está convencida, esa
mujer acartonada con ojos de loca y el pelo gris, esa mujer que choca con las
paredes, enloquecida de vida y miedo, y nunca acabaría de creerse que no la
aborrecía a ella y a todos sus amigos que se reunían 2 o 3 veces a la semana y
se elogiaban mutuamente sus poemas y estaban solos y se lo montaban unos con
otros y llevaban carteles y eran muy entusiastas y, claro, nunca creerían que
la soledad, la intimidad que exigía yo, era solo para salvarme a fin de
dilucidar quiénes eran ellos y quién se suponía que era el enemigo.
Aun así, era agradable estar solo.
Entré y me puse a fregar tranquilamente los
platos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario