Revolución
cultural es lucidez y es socialismo, a propósito del reciente debate cubano.
(Por Néstor Kohan, en “La Tizza”)
Con dolor y no poca angustia publico estas
líneas. No dejo de pensar en la amistad. Valor ético supremo para un vecino de
mi barrio llamado Epicuro.
Escribí este texto en una noche de insomnio
hace exactamente una semana. Lo reelaboré muchas veces. Dudé mucho en
publicarlo. Lo compartí en privado con compañeros y compañeras de México,
Chile, estado español, El Salvador y Argentina. También, con tres o cuatro
amigas y amigos de Cuba. Les pedí opinión. Escuché y leí observaciones
diversas, incluso encontradas entre sí. Decidí entonces no publicarlo, sobre
todo privilegiando la amistad. Los lectores y lectoras iniciales me insistieron
en que debía publicarlo. Me resistí. No quiero meter la pata afirmando algo
desatinado.
Sin embargo, al leer el excelente artículo de
Llanisca Lugo: «No sintamos vergüenza de querer la revolución» cambié
de opinión. Aquí está finalmente:
Vivimos la crisis capitalista más profunda de
la historia mundial. Másaguda incluso que las de 1929, 1973-74 y 2007-2008. Una
crisis multidimensional, estructural, sistémica — distinta de las crisis
cíclicas de sobreproducción de capitales y mercancías así como de las de
subconsumo, inflación y estancamiento — . Esta crisis no es sólo financiera,
también es productiva, ecológica, demográfica y sanitaria. La especie humana
está en peligro, como alertara Fidel en 1992. El planeta cruje. El capitalismo
nos lleva de forma acelerada al abismo, si no lo frenamos a tiempo.
En medio de esta crisis de alcance mundial,
la pandemia del COVID-19 ha hecho temblar las economías más poderosas del
planeta.
Mientras Estados Unidos ha superado los
300,000 muertos en menos de un año — número equivalente al de sus fallecidos en
cinco guerras de Vietnam — , la administración neofascista del magnate Donald
Trump llega a su fin. Todo en medio de un circo electoral — con acusaciones de
fraude y resistencia a dejar el cargo — típico de una potencia… bananera. En
escasos días, el gran admirador de la supremacía blanca, heredero del Ku Klux
Klan, misógino y atropellador, deberá dejar la famosa casa de paredes blancas.
Por contraposición con esa tragedia
humanitaria que desangra a Estados Unidos, ocurrida inmediatamente después de
que estallara la rebelión afrodescendiente más importante de los últimos
cincuenta años, por todo el mundo circula el pedido de Premio Nobel para la
brigada médica internacionalista «Henry Reeve» de la revolución cubana. Cuando
las grandes potencias se disputan el negocio ultramillonario de la vacuna del
COVID-19, Cuba trabaja a todo vapor en sus propias vacunas «Soberana 01» y
«02».
En ese singular contexto geopolítico global,
que excede de lejos el microclima de La Habana… había que correr el eje de
atención. ¡Con urgencia!
¿Cómo permitir que Cuba, un pequeño país que
perdió por segunda vez el petróleo — primero el soviético, luego el venezolano
— , siga en el centro de atención de la opinión pública mundial por su política
sanitaria y su solidaridad internacionalista inquebrantable? Era necesario que
se desplazara la agenda de debate internacional sobre la mayor de las Antillas.
¡Que ocurra algo ya!
¡Se necesitaba un «escandalete» en forma
perentoria! Y no en el 2021, sino ANTES que «el energúmeno de la Casa
Blanca» — como lo denominaba Walter Martínez en TELESUR — entregue el
cetro imperial y se reemplacen todos los equipos y estaciones de la
contrainsurgencia global.
Sí. Tenía que pasar «algo»… y, enorme
casualidad, al fin sucedió. Todo de manera «espontánea», porque así debe ser.
Entonces nos enteramos del «Movimiento» San
Isidro y el affaire que lo rodeó.
La cobertura mediática internacional fue
automática, como no podía ocurrir de otro modo. Incluso el diario El País de
España, baluarte del «periodismo independiente» que durante años hizo
silencio frente a la tortura de jóvenes vascos y vascas, participó activamente
de la movida con uno de sus colaboradores.
En La Florida — Estados Unidos — había clima
de fiesta. Hasta un hombre tan sutil y refinado como Mike Pompeo,
reconocidísimo y prestigioso experto en cuestiones estéticas — se comenta que
se sabe de memoria la Crítica del juicio de Kant, en idioma original,
y La distinción de Pierre Bourdieu y suele dictar conferencias en El
Pentágono sobre la herencia de André Breton — descorchó una botella carísima de
champán. Estaba eufórico. Y lo hizo saber en público, desfilando por
varios medios de Miami.
Atención. Estamos hablando de
prensa «seria», «democrática» y «equidistante». De esa que
promueve reemplazar el 10 de diciembre como «Día Mundial de los Derechos
Humanos» por «Día Mundial del Anticomunismo».
Entonces un hermano chileno, de esos
imprescindibles, combatiente internacionalista de la revolución
latinoamericana, me envía preocupado un «Manifiesto» o carta o
llamamiento — «Articulación plebeya» — , firmado, para mi sorpresa y
desconcierto, por varios amigos y amigas, compañeros y compañeras y también por
algún que otro tránsfuga que conozco.
Con dolor veo que mis amigos y los
sinvergüenzas, aparecen allí… ¡todos mezclados!, como en el tango Cambalache de
E.S. Discépolo.
Cuba, perdón, la revolución cubana, es parte
de mi historia, mi identidad, mis alegrías y tristezas.
¿Puedo callarme? Sería lo más saludable. Pero
no me sale. Nunca me salió.
Confieso que desprecio y he despreciado toda
mi vida a los obsecuentes, los chupamedias sumisos y obedientes, los que
siempre asienten y aplauden, sea lo que sea. No lo inventé yo. Lo aprendí de mi
padre. También de mi maestro Ernesto Giudici. Y de tantos maestros y maestras
de vida que me enseñaron a mantener los principios, contra viento y marea.
Fernando Martínez Heredia incluido, por supuesto.
No fui obsecuente con quienes más amé, las
queridas Madres de Plaza de Mayo, a las que dediqué los mejores años de mi vida
juvenil. Por no compartir algunas de sus posturas y giros políticos, no me
quedó más remedio que alejarme de ese movimiento, al que sigo queriendo y
respetando. Como las quería mucho, quizás fui debilucho a la hora de alertarlas
sobre la operación de inteligencia que, a través de un personaje sombrío se
intentó implementar contra ellas para tratar de ensuciarlas con dinero,
desprestigiarlas, quitándoles ese oleo sagrado de dignidad y resistencia
reconocido en todo el mundo. Fui débil por privilegiar afectos.
Y lo mismo me pasó con John Holloway y su
teoría disparatada de «cambiar el mundo sin tomar el poder» —
simplificación esquemática y poco representativa del zapatismo rebelde — . Como
John era un amigo, una buena persona, sencillo y modesto, y yo lo sentía
querible, no me animé a darle duro por un libro que hizo estragos en el
movimiento popular durante muchos años. Hasta que finalmente comprendí que a
veces hay que hacer un momentáneo paréntesis en los afectos personales y
criticar lo que hará mucho daño si no se detiene a tiempo.
No, nunca fui obsecuente ni «oficialista».
Quise mucho y admiré a Hugo Chávez, a quien tuve el honor de conocer
personalmente. Siempre lo defendí. Pero cuando cometió el gravísimo error de
entregar a un revolucionario colombiano al narco-estado vecino, lo critiqué
públicamente, sin perderle el cariño. Tampoco fui obsecuente con Evo Morales,
ya que después de más de una década en el gobierno no logró construir una
defensa propia, independiente de la policía y el ejército convencionales. No
obstante, denuncié desde el minuto uno el golpe de estado que cierto
posmodernismo «progre» — financiado por… — apoyó de forma cómplice.
¿Y frente a Cuba y Fidel? También tuve el
honor de conocer al Comandante y conversar largamente con él. Una de las
grandes alegrías de mi vida. Escribí sobre él un libro biográfico, acerca de su
trayectoria político-intelectual.
El libro lleva por título Fidel. Se
publicó en varios países, incluido Estados Unidos — donde me insultaron a gusto
y piacere — . Hasta donde tengo noticias, no se publicó en Cuba.
Jamás me quejé. El mundo es más ancho que el ombliguito propio, incluso para un
argentino — no, por favor no hagan más chistes sobre argentinos, suspéndanlos
durante media hora aunque sea — .
De modo que, frente a la asfixiante,
ininterrumpida y creciente agresividad del imperialismo — el «duro» y
el «sonriente», la contrainsurgencia de los halcones y la más «suave»,
de las falsas palomas — , así como frente a la socialdemocracia neocolonial, la
poblada galaxia oenegera — ONGs — y esa inmensa orquesta que aparenta
interpretar múltiples partituras pero en realidad repite un mismo estribillo
con entonaciones apenas distinguibles, siempre defendí a las madres de plaza de
mayo — en sus varias líneas internas — , al proceso indígena y popular del
estado plurinacional de Bolivia, a la revolución bolivariana de Venezuela y,
por supuesto, a la revolución cubana.
Sin desconocer en ninguno de estos casos
falencias, limitaciones ni defectos, tomé posición tratando, siempre, de no
perder la brújula, el eje de la lucha de clases y las relaciones de fuerza,
como sugería otro vecino de mi barrio — que sabía un poquito de estrategia —
llamado Gramsci.
Saturnino Longoria, personaje de la conocida
novela Cuatro manos de Paco Ignacio Taibo II, había perdido la
memoria por anciano. Y no le preocupaba en lo más mínimo. Sólo le importaba
algo muy simple:
saber de qué lado de la barricada están los
compañeros del propio campo y de cual otro está el enemigo. Esa distinción es
la clave del asunto — ¡«simplismo binario»! gritaría despotricando Jacques
Derrida y sus franquicias criollas — . Quien no lo tenga en claro se resbalará,
lenta o rápidamente, por la pendiente de barro que en su declive sólo conduce a
una deshonrosa capitulación política, intelectual y, en última instancia,
moral.
¿Pero acaso no existen matices ni colores
intermedios? Por supuesto que sí. Ahora bien, la paleta multicolor, a la larga
o a la corta, se enfrenta al dilema de caminos que se bifurcan. O termina
enriqueciendo el arcoíris que envuelve y abraza las tonalidades del rojo o
culmina siendo cubierta por el polvo gris, triste y opaco, del dólar y el euro.
Ante el promocionado affaire del «Movimiento» San
Isidro y la polémica cubana que lo sucedió al terminar este 2020, vuelvo sobre
aquel llamamiento de algunos intelectuales y artistas de Cuba — porque hablan
en nombre de las mayorías pero, se lo admita o no, son apenas algunos y algunas
— . Me refiero, reitero, al mencionado «Articulación plebeya».
Aunque breve, encuentro en él señales
parpadeantes que me dañan la vista y, por momentos, me hacen salir agua de los
ojos. Destaco algunos pocos núcleos problemáticos. Poquitos, para no saturar el
espíritu.
— «RECONCILIACIÓN». Ay, ay, ay……….
¿Reconciliación? ¿Con la gusanera extremista y revanchista de la Florida,
bastión de la extrema derecha de Estados Unidos?
Me viene inmediatamente a la memoria la
consigna de mis hermanos y hermanas de HIJOS [de desaparecidos y
desaparecidas]: «Ni olvido ni perdón. No nos reconciliamos. No perdonamos».
Años después, muchos, me enteré que esa consigna de HIJOS, propia de Argentina,
venía de muy lejos, de las guerrillas del gueto de Varsovia que combatían a los
nazis. Yo no lo sabía. Quizás la militancia de HIJOS tampoco. Pero no creo en
la «reconciliación» con la extrema derecha, con el supremacismo
racista y misógino, con el neofascismo y los nostálgicos de Monroe, Ford y
Hitler, cada día más envalentonados a escala mundial. Se presenten
reivindicando la memoria de Félix Rodríguez, el verdugo cubano-americano de la
Florida que asesinó al Che Guevara a sangre fría en Bolivia o con sonrisas
amables, propias de la contrainsurgencia «soft» y las «revoluciones
de colores» que intentan reinstalar la economía capitalista en sus
antiguas posesiones perdidas en 1959.
— «SUPERAR EL LENGUAJE POLÍTICO
POLARIZANTE». Uy, uy, uy……. ¿Se agotó la política, como predicaba Daniel Bell,
el ex izquierdista, más tarde converso, devenido gurú de las altas finanzas y
la revista Fortune? ¿Adiós al proletariado?, como solía despedirse, con el
reloj fuera de hora, André Gorz. ¿Fin de las grandes narrativas?, según
decretaba Jean-François Lyotard, exactamente el mismo año en que subía al poder
Margaret Thatcher.
— «ARTICULACIÓN DE TODAS LAS IDEOLOGÍAS».
¡Recórcholis, Batman!….. ¿O sea que se han evaporado la lucha de clases, las
luchas nacionales y anticoloniales, la resistencia de dos siglos frente al
soberbio anexionismo de Monroe y Adams? ¿Todo se ha vuelto equivalente,
intercambiable y homologable? ¿Da lo mismo simpatizar con el Ku Klux Klan, la
doctrina social de la Iglesia sacerdotal, la teología de la liberación y su
mensaje profético, la socialdemocracia liberal o el marxismo revolucionario?
¿Estas ideologías se han convertido en simples recursos retóricos y comodines
intercambiables?
— «REALIZACIÓN PLENA DE LA REPÚBLICA
DEMOCRÁTICA Y EL ESTADO DE DERECHO» Hmmm……. O sea que ¿hasta luego,
queridos V.I.Lenin, Pietr Stucka y Eugeni B.Paschukanis; bienvenido Hans
Kelsen? ¿Hasta siempre Karl Marx? ¿Welcome Isaiah Berlin, Karl Popper y
Norberto Bobbio? ¡Ahora sí que retornarían a La Habana, como en aquellos viejos
buenos tiempos de la Constitución de 1940, la «libertad negativa» de Berlin, la
«sociedad abierta» de Popper y la «democracia procedimental» de Bobbio!
Houston… ¿Me copian? Estamos en problemas.
En tan cortas líneas del «Manifiesto»,
la lista de guiños inconfundibles continúa, en una dirección unívoca. Y cansa.
Agota.
Principalmente el espíritu fetichista que se
arrodilla — ¿ingenuamente? — ante la letra jurídica impresa creyendo que la ley
no es expresión histórica de una correlación de fuerzas y de poder entre las
clases sociales sino el demiurgo autosuficiente que, por sí mismo, generaría
realidad a partir de la simple deducción lógica de su norma fundamental.
Fetichismo jurídico que corre parejo con la
idealización política y cultural, pretendidamente inocente, de la REPÚBLICA
NEOCOLONIAL PREVIA a 1959.
Seamos transparentes. Abandonemos los
eufemismos y dialoguemos con la mano en el corazón. Esa insistencia obsesiva
por cantar loas a la imaginaria panacea «REPUBLICANA» está inspirada,
palmo a palmo, paso a paso, milímetro a milímetro, por intelectuales
eurocomunistas, ex miembros de los stalinismos aggiornados del
Occidente europeo que en los ’70 se jubilaron, abandonando la lucha, y se
convirtieron en apologistas acríticos de una «REPÚBLICA» que en la
práctica terrenal y mundana dejó intacto el régimen de la transición española
post-franquista, con su bandera de sólo dos colores y sus instituciones
represivas. ¿O no?
Digamos la verdad, sin miedo. Sólo la verdad
es revolucionaria. Idealizar hasta el paroxismo la vida cultural de la Cuba
PREVIA a Fidel y al Che, puede sonar muy refinado, exótico y hasta original
frente a la vulgata de los antiguos manuales y una cristalización pedagógica
que termina despolitizando a la juventud, aburrida de rituales vacíos de
contenido. Pero en la lucha política de Nuestra América, en pleno siglo XXI,
ese camino trillado camina a paso de tortuga y marcha varios kilómetros atrás
del reformismo sincero y con aspiraciones radicales de un Salvador Allende, por
no mencionar otros reformismos muchos menos genuinos y dignos de respeto que el
del noble líder chileno sacrificado en septiembre de 1973.
No vamos a analizar una por una las firmas
del llamado al «diálogo» cubano que circula por las redes. No somos
detectives ni nos interesa esa profesión, salvo que se trate de novelas. Pero
tampoco somos ingenuos. Allí aparecen algunos amigos y amigas que mucho
queremos y respetamos pero también otros personajes, más bien detestables, que
he tenido la oportunidad de conocer personalmente… como un curioso ex soplón
que tuvo el atrevimiento en sus épocas de OFICIALISMO EXTREMO Y SECTARIO de
acusar a Fernando Martínez Heredia de «trotskista» — ¡como si fuera
el pecado más horrendo! — para luego desertar de la revolución cubana, mientras
hoy, desde el exterior, posa de «experto en procesos democráticos»,
siempre con el correspondiente financiamiento a la mano, por supuesto. Una
simple ladilla para hacer rima con su apellido. Punto y aparte.
Y sí, también amigos — algunos de ellos
entrañables, por eso el dolor que siento — con los que he compartido veinte
años de luchas, risas y fraternidad por los mismos ideales. Pero con quienes,
debo reconocerlo, sin perder la amistad y el compañerismo fraternal, he
discutido no pocas veces, para ser sincero.
En una de esas discusiones, escuché que me
decían «Aquí, Néstor, [se trata de Cuba. N.K.], hay una DICTADURA» [sic].
Luego de refrenar mi tentación de carcajada, les pregunté: «¿Ustedes
alguna vez han estado presos? Yo sí. ¿Ustedes alguna vez han enfrentado a la
infantería de la policía con sus bastones, sus escopetas y fusiles recortados?
Obviamente la respuesta fue negativa. Y continué: ¿Ustedes han participado en
manifestaciones donde las fuerzas de represión y sus carros de asalto disparan
los proyectiles de gases lacrimógenos directamente a la cara de la gente que se
manifiesta? — en el año 2001 a una ex novia del pasado le partieron la frente,
casi le sacan el ojo derecho y a mí me provocaron una herida en el cuero
cabelludo — . Por supuesto que tuvieron que reconocer que no. Aunque,
insistentes, me alzaron la voz indignados diciendo: «¡Pero aquí nos
escuchan los teléfonos, Néstor!». Y ahí sí pegué una carcajada. Y les
respondí: «¿Y ustedes creen que en Argentina no nos escuchan el teléfono,
no nos leen los correos electrónicos, no nos vigilan ni nos fotografían en cada
actividad política?». Cualquier militante de Argentina lo sabe de memoria. El
intercambio siguió…, siempre en un tono amigable y camaraderil, pero aquella
noche habanera, al dormirme, me tuve que tomar una pastilla de BUSCAPINA por el
dolor de estómago que tenía. Esa discusión, casi surrealista, me generaba ácido
estomacal. ¡Cómo se notaba que no habían conocido una dictadura de verdad!
En otra de las discusiones, algunos años
después, me toné el atrevimiento de dar un consejo. Como si fuera un viejo
sabiondo y no un don nadie, simple militante de base. «No aceptes dinero
de la gente que te ofrece un blog de internet «para que escribas lo que tú
quieras». — En realidad la frase exacta que pronuncié, en buen tono porteño de
Argentina, fue: «para que escribas lo que vos querés» — . «NADA
ES GRATIS, hermano. Si te ofrecen eso, siempre hay un peaje que pagar. Y nunca
confundas al Vaticano con Camilo Torres… porque no son y nunca fueron lo mismo».
Evidentemente no he sido un buen consejero. No me han hecho caso. Pero bueno,
yo se los dije, como diría un tío de la familia.
Por eso me duele muy adentro ver gente
valiosa, lúcida, inteligente, erudita y comprometida, de extensa y sincera
trayectoria revolucionaria, enredada y mezclada con desertores confesos,
integrando una misma lista tan heterogénea donde
los admiradores de Julio Antonio Mella y
Antonio Guiteras terminan ensuciados figurando junto a personajes despreciables
que hace largos años ya no tienen nada que ver no sólo con la revolución cubana
en ninguna de sus muchas vertientes y diferentes corrientes político-culturales
sino tampoco con las otras luchas emancipatorias de Nuestra América.
Y hablo de las diferentes corrientes
político-culturales, porque la revolución cubana, desde su gestación, siempre
ha sido plural ¿o no? Un pluralismo que no estuvo exento de conflictos, agudas
polémicas, tiras y aflojes — Remito a la entrevista que le hice en La Habana,
en enero de 1993 [en medio de un apagón del período especial] a Fernando
Martínez Heredia: «Cuba y el pensamiento crítico», recopilada en varias
antologías, de CLACSO y de otras instituciones y ediciones — .
Quizás en el pasado, cuando se formó tremendo
lío aquella vez en que unos burócratas de la TV cubana pretendieron rendirle
tributo a un antiguo censor del mal llamado «quinquenio gris», hubo muchos
errores de las autoridades cubanas. No lo sé. Es para pensarlo. Creo que
algunos manejos no del todo inteligentes empujaron a muchos jóvenes inquietos,
sanamente rebeldes, iconoclastas y heterodoxos — ¡como debe ser toda
revolución! — a romper amarras o terminar descreyendo de la mera posibilidad de
dar batallas al interior de la revolución. Me acuerdo que mi fallecida amiga
Celia Hart me envío al correo electrónico la inmensa madeja de estocadas que se
tiraban en uno y otro sentido. Creo que aquella ocasión fue un punto de
inflexión. ¿Será irreversible? No tenemos la bola de cristal y lamentablemente
no creemos en el tarot.
Humildemente creemos que este nuevo conflicto
podrá desenredarse en un sentido positivo y revolucionario, en una dirección
opuesta a la contrainsurgencia «soft» promocionada desde
gringolandia, si prima la lucidez. Sí, es verdad. Como solía decir el viejo
Alfredo Guevara. Con lucidez. Y privilegiando la cultura como tanto insistían
Armando Hart Dávalos y Roberto Fernández Retamar.
Pero eso sí. En el difícil y tensionado juego
entre el proyecto y el poder, entre la utopía y el realismo, quienes de verdad
quieran dialogar deberían hacerlo — como me imagino que recomendaría Fernando
Martínez Heredia, si no me equivoco… pues tampoco creo en los oráculos — sin
perder por un segundo de vista el horizonte innegociable de la revolución
socialista [donde dice «socialista» debe leerse: SOCIALISTA].
No el «socialismo democrático» neocolonial
de Felipe González que introdujo, sin vergüenza alguna, a España en la OTAN ni
el «socialismo democrático» de Mário Soares en Portugal — condecorado
por Frank Carlucci, jerarca de la CIA, por haber desmantelado en 1975 la
revolución de los claveles encabezada por el general marxista Vasco Gonçalvez —
. Tampoco el «socialismo democrático» de Carlos Andrés Pérez en
Venezuela que reprimió salvajemente a su pueblo en 1989 — dejando como secuela
más de 3.000 muertos y desaparecidos — contra el cual se insurreccionó Hugo
Chávez con su propuesta de socialismo bolivariano del siglo XXI.
Sino el socialismo «a la cubana» que
no es otro que el socialismo martiano de Fidel y el Che.
Revolución socialista, la cubana, que durante
décadas ha sido y seguirá siendo la única vacuna y el único antídoto para
garantizar la autodeterminación nacional y popular de Cuba frente a las
pretensiones anexionistas de Estados Unidos, sea en su versión neofascista, sea
en su presentación light y «soft», igualmente imperialista. Porque nadar
alegremente en las ensoñaciones imaginarias de una eventual socialdemocracia
cubana — lo mismo que un socialcristianismo — no llevará a la isla hacia las
costas y acantilados de Suecia o Noruega sino hacia el triste vasallaje de
Puerto Rico. Antipático, pero hay que decirlo claramente. Nobleza obliga.
En ningún lugar del mundo existen democracias
sin apellido, sin determinaciones específicas, desnudas, puras y vírgenes, sin
ropaje alguno. Puramente «procedimentales».
Toda profundización democrática y
participativa, sustentada en el poder popular y comunal a escala nacional,
regional e incluso barrial, es deseable, imprescindible e impostergable.
Siempre y cuando se haga apuntando hacia el socialismo y rechazando las
manzanas envenenadas de la contrainsurgencia «amable» que apuesta a
cooptar, con elegancia y estilo, a algunos segmentos de la sociedad civil
cubana, especialmente en el campo de la cultura, las ciencias sociales y el
arte —quien no nos crea está en todo su derecho, pero le recordamos y sugerimos
el maravilloso libro de Frances Stonor Sounders: La CIA y la guerra fría
cultural, editado en Cuba [se puede descargar gratis en el siguiente link: — https://www.lahaine.org/mundo.php/libro-la-cia-y-la
Quien convoque a «LA DEMOCRACIA EN
GENERAL» — en abstracto — , lo quiera o no, sea consciente o no, nos
invita a cruzar el charco
y ya sabemos cómo terminó Jesús Díaz, uno de
los más brillantes intelectuales cubanos del proceso que se inició con el
Moncada o, si ustedes prefieren, en 1959 [Jesús Díaz (1941–2002), junto con
Fernando Martínez Heredia y Aurelio Alonso Tejada, entre otros y otras, también
formó parte de Pensamiento Crítico. Transitaba con luz propia la esfera
artística — era guionista de cine — y las ciencias sociales — un gran
conocedor, en detalle, de la obra de Lenin — . Pero a diferencia de Martínez
Heredia y Alonso Tejada, no tuvo la perseverancia suficiente que caracteriza
tanto a los corredores de maratón como a la militancia revolucionaria de por
vida. Corrió rápido y se cansó pronto. Por eso terminó perdiendo sus mejores
batallas y mordió el anzuelo, dilapidando sus saberes, su prestigio y su
rebeldía, aceptando la invitación turbia y tentadora que siempre estará ahí, a
la mano, para el campo artístico y el campo intelectual, mientras exista el
imperialismo. Un final triste y solitario, aunque previsible para quien no
tenga constancia en la larga maratón de la lucha popular].
Ese camino, regado de sonrisas y caricias de
los poderosos, «apoyos altruistas», palmaditas en la espalda y
financiamientos «desinteresados», repleto de alabanzas envenenadas… es un
callejón sin salida. Jesús Díaz terminó negándose a sí mismo, enterrando casi
de manera masoquista su propia historia y su propia obra.
Dice el refrán popular: Roma no paga
traidores. Tampoco lo han hecho nunca ni la Ford, la NED o la USAID, ni el
Bundesbank o la Fundación Ebert — que lleva el nombre, dicho sea de paso, de
uno de los responsables del asesinato de Rosa Luxemburg — , ni el Banco
Ambrosiano o la Fundación Vaticana.
¡Lucidez, lucidez, lucidez! Es decir: más y
mejor socialismo. Esto vale — humildemente así pensamos, como
internacionalistas solidarios con la revolución cubana — para todo el mundo
involucrado en el debate.
En cuanto a las instituciones cubanas: lo más
sabio e inteligente sería evitar cualquier tentación dogmática de caza de
brujas, demonizaciones arbitrarias o sectarismos estrechos. Tensar artificialmente
la cuerda y provocar rupturas, sin distinguir entre (a) reclamos justos y
legítimos, y (b) provocaciones mercenarias; constituiría hoy una gran torpeza a
la hora de defender la revolución cubana frente al imperialismo crepuscular.
En cuanto a quienes redactaron y acompañaron
el «Manifiesto»: si se ha ganado un prestigio personal merecido, un
reconocimiento popular y un afecto juvenil por haber trabajado pacientemente
durante décadas en la línea antiimperialista de Mella y Guiteras, y en el horizonte
cultural revolucionario de Alejo Carpentier y Tomás Gutiérrez Alea, ¿vale la
pena rifarlo y despilfarrarlo todo aceptando caricias envenenadas del enemigo?
Modestamente, y siempre con la mano fraternal en el corazón, pensando en Martí
y en Epicuro, sospechamos que no.
Con afecto y con dolor, pero con esperanza,
Néstor Kohan
Buenos Aires, nueva madrugada de insomnio, 18
de diciembre de 2020
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