EL CIUDADANO PRESIDENTE
(Por: René Fidel González García, publicado en el blog
"jovencuba.com")
¨ Esa fuerza del mal, ¿de dónde viene?
¿cómo se introdujo aquí?
¿de qué semilla, de qué raíz proviene?
¿quién es el responsable?
¿qué nos mata?¨
James Jones
Que un Ministro pase
unas breves vacaciones con su familia en una instalación turística del norte
del oriente del país no debería sorprender a nadie. Después de años de una
inconstitucional prohibición de acceso para la mayoría de la población, el
disfrute de esas instalaciones por miles de cubanos y sus familias han venido a
ser un grato comodín para nuestra industria de turismo justo cuando la
canícula, el periodo vacacional de los estudiantes y el inicio de la temporada
baja de arribo de los vacacionistas internacionales, se vuelven un triángulo de
oportunidades para su gestión.
Que las vacaciones de
un Ministro y su familia no sean reservadas y costeadas en puridad con el
dinero ahorrado de los ingresos de su trabajo durante meses – o años – sino
como parte de un sistema de estimulación para directivos subvencionado por el
Estado cubano es ya otra cosa, pero de hecho, una rama de ese sistema de
estímulo, funcionaría durante años otorgando el acceso a las instalaciones
turísticas a miles de cubanos que eran desde obreros, campesinos,
profesionales, estudiantes destacados hasta recién casados, antes de sucumbir
finalmente, bajo la exigencia de un discurso gubernamental que demonizaba el
igualitarismo y la existencia de gratuidades.
Ayer, mirando a un
obrero de la construcción, negro, flaco y al mismo tiempo musculoso, avanzando
presuroso y ágil por un camino polvoriento en el aplastante bochorno de las dos
de la tarde, me pregunté cómo aquel hombre de edad desdibujada por los rigores
de su trabajo le explicaría a sus hijos la existencia de ese sistema, y si los
hijos de ese Ministro, alguna vez, le preguntarían a su padre por qué ellos sí,
y el obrero y sus hijos no, atrapados todos, hipotéticamente, en la explicación
de la justicia.
No apuesto a la
simplificación de nuestra realidad cuando anoto aquí una explicación de la
noción de injusticia susceptible de ser tomada en cuenta. La injusticia es la
forma más común, si bien no única, de que un individuo se explique el por qué
de una circunstancia no deseada y desventajosa cuando toma conciencia de ella.
Y esa explicación, aunque parezca banal, nunca lo es, sobre todo porque
construye, dentro del continuo y enormemente complejo y simbólico proceso que
es la vida cotidiana, el paradigma de justicia de una sociedad.
El fenómeno del
acostumbramiento acrítico describe, sin embargo, el proceso en el que la
ocurrencia continua de una circunstancia no deseada genera más temprano que
tarde la convivencia con ella, y ese proceso puede involucrar a todos,
incluidos, el Ministro, el obrero y sus respectivos hijos, o a ti. Es
importante no subestimar cómo se construyen y llenan esos significantes de la
vida cotidiana, sobre todo porque el elemento del que nace la noción de
justicia es precisamente la igualdad.
Dentro de un par de
años será elegido un nuevo Presidente en Cuba. Cualquiera que sea, carente de
la legitimidad histórica y carismática de la que disfrutaron algunos de sus
antecesores en el ciclo de la Revolución, será visto, más allá de la
parafernalia del poder y su impronta personal, como un igual por sus iguales.
Un desafío que enfrentan desde hace mucho tiempo, quizás sin tenerlo en cuenta,
no pocos de los políticos y funcionarios del Estado.
Por sobre los enormes
retos que enfrentará el nuevo ejecutivo en su gestión – retos económicos y
sociales, pero también personales, nada desdeñables, cualquiera que sea la
preparación para desempeñar el cargo que tuviese con anterioridad¬¬ – asumir la
revitalización de la política en Cuba y convertirla en piedra angular del
proceso de democratización de la sociedad y el Estado cubano demandará de forma
particularmente importante, no menospreciar el valor que han tenido y aún
tienen las interpretaciones sociales e individuales sobre la justicia y la
igualdad como ejes del pacto social nacional. Ello es, por lo menos para
nuestro país, una cuestión esencialmente política, no comprenderlo es, por
definición, un error político.
Obviamente no se trata
de una cuestión de imágenes, poses y presentaciones que hagan simétricas la
imagen de un Presidente – o cualquier funcionario, sea cual sea el nivel de la
administración pública o de la política en que se encuentre – con la del hombre
y la mujer común cubana. Si en realidad no advertir a tiempo éste problema es
un error político de proporciones enormes, sobre todo por la manera silenciosa
en que impacta y condiciona los procesos de formación de la identidad y la
cultura política de los ciudadanos, confinarlo a dicha dimensión es simplemente
reductivo. El problema es también ético.
Me refiero a la ética
individual y social, pero sobre todo a la reivindicación de la ética política
colectiva, y más precisamente a la ética política republicana. Ella supone que
la elección, o la designación para una responsabilidad pública, con
independencia de su importancia, es ante todo el acceso a un lugar de servicio
a la sociedad y no de poder personal y de privilegios asociados a las funciones
que se realizan, y por tanto sujeto a la interpelación, a la crítica, la
rendición de cuentas, el escrutinio y la iniciativa de revocación por cualquier
ciudadano, tanto como a reglas de transparencia y accesibilidad, y a un mandato
que sólo es real en la manera en que es formado y controlado por la población
en su conjunto.
La propia existencia
de un paquidérmico y viral aparato burocrático, y el pesado lastre – en
términos de ecología social y económicos – que significa para la población
cubana, en cualesquiera de las ramas de la administración pública y de la
organización social y política a la que se ha extendido, puede evidenciar hasta
qué punto se ha pervertido y erosionado la ética política en la sociedad
cubana, por lo menos en el sentido de lo que vengo exponiendo.
Pero la
conceptualización del fenómeno como burocratismo es, en nuestro contexto, una
huida hacia adelante que evita enfrentar la cada vez más peligrosa y acentuada
escora de la cultura cívica a una cultura de obediencia y de respeto a la
autoridad en detrimento de la matriz de servicio y participación proactiva que
implica la idea de República.
Ello ha sido y es
terreno fértil para la arbitrariedad y el despotismo, pero también una
condición para lograr, donde quiera que se ha instaurado, la devaluación,
abandono y descalificación de la política como forma fundamental de libre
interacción entre iguales, y manufacturar las bases de sociedades idiotas
desconectadas de la vida pública y absortas cada vez más en el interés
personal.
Como he escrito en
otra ocasión, y pensando en algunas de nuestras dinámicas internas más oscuras
que han tenido relativo éxito histórico en la idiotización de la sociedad
cubana al sistemáticamente cuestionar, estigmatizar e intentar controlar la
existencia de disensos por elementales que éstos sean, en política, incluso
dentro de las fronteras de la dominación y la hegemonía, no existe algo capaz
de lograr el monopolio de la producción de proyectos y alternativas sociales e
ideológicas, lo que existe es el liderazgo en lograr plasmar, trasmitir,
explicar y concretar exitosamente en éstos – y la realidad – las aspiraciones
de las mayorías.
Recuerdo ahora a un
lúcido Martínez Heredia enterrar el estoque en éste asunto desde otro ángulo de
la embestida, cuando urgió ante el país entero al Imperio de la Ley, como
colofón de su discurso de aceptación del Premio Nacional de Ciencias Sociales.
En la Facultad de Derecho de la Universidad de Oriente una tarja conmemorativa
colocada por sus estudiantes tiene escrito ¨Imperio de la Ley, de la FEU a la
Constitución¨, pero existe una secuencia muy clara entre todo esto y la
fascinación de un cubano –de esa mayoría que piensa en cómo llegar a fin de mes
– al ver un José ¨Pepe¨ Mujica conduciendo un desvencijado Volkswagen
Escarabajo en dirección a su humilde casa.
Deberíamos recordar
con más frecuencia y hacer valer como proyecto político, que la única forma
válida de aceptar la existencia de un trato desigual en una sociedad es que ese
trato sirva para igualar al otro. Ese empeño le es caro en Cuba a una
refundación socialista, a la conservación de su civilización y al logro de la
democracia en sus últimas consecuencias culturales. Esto último es, acaso, el
único valladar efectivo contra la expansión y deificación de cultura de poder
como un patrón de éxito individual, capaz de corroer, deformar y pervertir
incluso el mejor diseño de sociedad política que podamos lograr.
El próximo Presidente
podrá ser mujer, negro, o alto, o delgado, o de barriga prominente, o llevar el
pelo sobre los hombros, o ser un intelectual, o un artista, o un obrero, o un
campesino y por qué no, un estudiante, pero tendrá que ser un ciudadano. En
definitiva, parafraseando a Paul Valéry, un león está hecho de los corderos que
ha digerido. Quizás se trate de eso, los ciudadanos deberían tomarlo en cuenta,
el próximo Presidente también.
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