(Publico a continuación este
articulo no porque haya mencionado mi nombre (que al final solo fue "el
pie", como bien dice el autor para una reflexión profunda sobre el tema),
sino porque esta de "moda" por estos lares el tema corrupción, y
Carlos Luque introduce aristas dignas de ser analizadas, cada una en su contexto
social.)
SOBRE LA CORRUPCION Y EL
SOCIALISMO: Una mirada critica y esperanzada
(Por Carlos Luque Zayas Bazán,
publicado en el blog de Iroel Sánchez https://lapupilainsomne.wordpress.com/)
Un comentarista,
autodenominado Maño, opina
en La Pupila Insomne que “el grado de corrupción en la isla (de
Cuba) es un “niño de pecho” comparada con la corrupción realmente existente en
otros mucho países”.
Ese comentario, y sobre todo el valiente artículo de Esteban Morales sobre el tema de la
corrupción en Cuba, a propósito del cual comenta el forista Maño, motivó
estas notas, que sólo pretenden estimular el pensamiento, el análisis y el debate
ante la complejidad y las muchas variables que gravitan alrededor de este
flagelo mundial y que tanto daño le hace a la ingente tarea de construir el
socialismo y al prestigio mismo de ese ideal.
Se puede suscribir la
afirmación de Maño, sobre todo la corrupción en Cuba con la endémica
existente en países donde los poderes representan, legislan y favorecen al
mundo empresarial privado, mientras se declaran sin rubor democráticos. El tipo
de corrupción característico de muchos países capitalistas – clasificado por
Transparencia Internacional, precisamente, con la taxonomía de Gran
Corrupción, es, según la define ese organismo, la“corrupción conformada por
actos cometidos en el alto nivel de gobierno que distorsionan las políticas o
el funcionamiento central del estado para propiciar que sus líderes de
beneficien a expensas del bien público”(1) – y esta, efectivamente, no es una
realidad frecuente ni predominante en Cuba.
Si para tener una referencia
persistimos en atenernos a la taxonomía de Transparencia Internacional, que
aplican, por demás muy dudosamente, el siguiente nivel inmediatamente inferior
en grado a la Gran Corrupción, es un nivel que denomina la “petty”, la
pequeña corrupción, o corruptela, aquella que sería la “cometida por
funcionarios medios o bajos en sus interacciones con el ciudadano común cuando
estos acceden a los bienes básicos o a los servicios de hospitales, escuelas,
departamentos de policía, u otros organismos” (2)
Finalmente, la corrupción
política, tal como es conceptuada en ese organismo, tampoco es la
característica en Cuba, pues se define como la manipulación de políticas, o del
funcionamiento de instituciones, o de las reglas de procedimiento en la
asignación de recursos o financiamientos, cometidos por responsables políticos
en el ejercicio de un abuso de poder para mantener estatus y riqueza personal.
Sin embargo, en opinión de
este comentarista, toda corrupción tiene un componente político, y es un daño
gravísimo no sólo económico, sino lo que quizás es más gravoso en sociedades
como Cuba, es una lesión espiritual, cultural e ideológica, a la vez que un
debilitamiento en la lucha contra las dominaciones.
Pero hay una gran, aunque
aparente, paradoja sólo aparente: la corrupción es consustancial al
capitalismo, la corrupción en las sociedades capitalistas son funcionales al
sistema, es una propiedad que las define, por cuanto la desigualdad fundada en
la explotación del trabajo por el capital es el pecado capital original y
la más grave corrupción de todas. Por cierto, Transparencia Internacional no
incluye el carácter capitalista de un sistema como la corrupción por
antonomasia, lo que hace en ellas endémicos sus primeros y terceros conceptos
de corrupción aquí citados. Los resultados del índice de corrupción que se
muestran por esa entidad para el 2015 son más que dudosos pero no es el caso
ahora analizarlos aquí. El interesado lo puede consultar en:http://www.transparency.org/cpi2015).
La existencia de la enorme
brecha entre la minoría rica y la gran mayoría sometida a las deudas eternas de
los créditos bancarios, la privatización de la salud, la educación; el
desempleo o el subempleo parcial y precario, la amenaza constante del despido
laboral, la pérdida o hipoteca de sus condiciones mínimas de vida, la
desprotección social, las pensiones miserables sometidas al casino financiero,
el empobrecimiento de la vida espiritual rehén de la desinformación y la
subcultura televisiva y publicitaria, el flagelo de las drogas que destruye
enormes capacidades entre sus juventudes, el saqueo de los recursos nacionales
cuyas ganancias fluyen en mayor proporción hacia sus explotadores
transnacionales, la fundamental mentira que son sus aparentes democracias donde
al poder político sólo se accede mediante el poder del dinero, y luego en
el gobierno, después de ser legitimadas por las elecciones, se legisla y gobierna
para las élites, todo ello es una corrupción en sí misma que define y explica,
a la vez que es fundamento sobre el que se sostiene la hegemonía
capitalista.
Hay que reconocer, por
demás, que la corrupción se persigue en algunos países porque no todos los
funcionarios se corrompen por igual y en las sociedades capitalistas también
florecen las cualidades humanas virtuosas. Por ejemplo, el aparato fiscal en
Chile funciona con relativa independencia en la persecución de los múltiples
casos de corrupción política y colusión entre parlamentarios, políticos,
partidos y grupos empresariales que se han producido en los últimos años,
aunque después el aparato penal -creado y manipulado por los mismos
parlamentarios – es sumamente benigno, y en muchos casos las sanciones no se
corresponden con el grado que merecería el dolo. Pero en esas sociedades cuando
se combate la corrupción, muchas veces devienen en ajustes de cuentas
entre los que se reparten el pastel económico y el poder de un estado, que
cumple así una función clientelar de la clase empresarial. La persecución
de los que violan las reglas del sistema al interior de las naciones, tiene su
correlación global en la repartición del mundo en áreas de influencia,
oportunidad de rapiña y lucha por los recursos ajenos, que es el objetivo del
gran capital transnacional en las guerras intercapitalistas.
Aparentemente este tipo de
corrupción capitalista puede definirse sólo como política, pero esa
calificación es limitada, porque puede afirmarse que la corrupción política es
la gran corrupción económica por otros medios, está directamente relacionada
con ella, la propicia y forma parte de una misma entidad con vasos comunicantes
entre los actores corruptos.
Pero en una sociedad que se
propone el ideal de la convivencia socialista, y la propiedad social sobre la
riqueza nacional y los medios de producción, la corrupción tiene otro origen, y
otro significado, y por tanto amerita otro análisis del que puede hacerse de la
corrupción capitalista. Y exige, por lo tanto, encontrarle otras soluciones,
adecuadas a su índole.
En primer lugar la
corrupción en Cuba no tiene un entramado sistémico en la colusión que se teje
entre la legislación, la ejecución política, la aplicación de la
justicia, la alta dirección política y el mundo empresarial. No hay ni
puede haber puerta giratoria en Cuba, tal como es habitual este tipo de
corrupción en el mundo capitalista, porque ningún parlamentario y miembro del
gobierno accede a sus funciones a partir de sus recursos privados, ni para
favorecer los suyos o de terceros, ni existe el lobby a favor de las empresas,
ni después de cumplir sus funciones los gobernantes son retribuidos en el
mundo empresarial como pago de sus servicios.
Aunque eso es obvio para
muchos que se informan, o han visitado Cuba sin la vista epidérmica del
turista, o no se dejan engañar por la leyenda negra de la propaganda
anticubana, hay que subrayarlo, porque los lectores extranjeros que no conocen
bien esa realidad, cuando oyen hablar de corrupción en Cuba, se imaginan, como
le dicen o preguntan a este autor, o lo expresan en las redes sociales, que es
la misma que ellos conocen: es decir, fundamentalmente la corrupción de la gran
política coludida con el empresariado.
Se explica la distinta
condición de la corrupción cuando ocurre en Cuba porque los miembros del
parlamento a ningún nivel, ni del estado, ni del gobierno, ni del partido,
legislan o gobiernan representando y favoreciendo a una gran propiedad privada
que no existe, a un mundo empresarial que lograra posicionarse o verse
representado en los estamentos del gobierno. Se explica, además, porque las
políticas inclusivas en favor de las mayorías, que son aspiraciones
frustradas constantemente en tantos pueblos y motivo de sus luchas, son
regla en Cuba.
Por el contrario, la gran
corrupción, cuando ha ocurrido y se ha detectado en el desempeño de
funcionarios burocráticos del alto nivel económico o político, se ha
juzgado y ejemplarmente castigado, incluso aunque sus figuras hayan sido
personas de trayectorias meritorias anteriores. No puede afirmarse con razón
que ese tipo de corrupción goce de impunidad.
¿Cuál es la corrupción
prevaleciente y más frecuente en Cuba, si no es la de la gran política, y si no
es la de los más altos niveles de los funcionarios del gobierno y la economía?
¿Cuál es su motivación, su origen, sus causas, y cómo podría prevenirse,
aumentando las probabilidades de éxito?
En Cuba no existe la gran
propiedad privada capitalista. La gran corrupción, como ha sido definida más
arriba, y la corrupción política, son infrecuentes; la primera, perseguida y
castigada, no goza de impunidad estatal, y prácticamente nula la segunda. El
tipo de corrupción más frecuente en Cuba es la que atenta contra la propiedad
social gestionada por los niveles administrativos de base del aparato estatal,
y raramente, aunque ha ocurrido, por los niveles administrativos superiores. Es
propiciada por la indisciplina, la negligencia, o el dolo administrativo. Ocurre
en empresas u organismos estatales y consiste fundamentalmente en el desvío de
recursos deficitarios para su venta ilícita en el mercado informal subterráneo,
o para consumo directo y suntuario de los corruptos más inmorales abusando de
la confianza y el poder. También como intercambio o pago de favores de los
administradores o funcionarios económicos o contables que se corrompen o
cometen cohecho. En ocasiones surgen del cohecho en las sociedades de economía
mixta, por sus relaciones con las administraciones de la parte extranjera.
La corrupción en Cuba es un
atentado a la propiedad social, porque afecta los intereses comunes a la
sociedad y no daña a propietarios privados. Se propicia por el descontrol
y la indisciplina administrativa. Su raíz más profunda está, sin embargo, de un
lado, en la demanda existente por el desabastecimiento eventual de productos
básicos y otros no tan imprescindibles, y a veces, por la demanda de lujos de
los individuos más inescrupulosos, y, del otro lado, por la oferta de los que
tienen acceso al control de los recursos y se corrompen sustrayéndolo, o
desviándolos de sus fines legales, o por aquellas personas, en ocasiones
obreros, que se procuran el acceso, el robo o el desvío, por la falta de
control, o la complicidad entre directivos y subordinados. Puede decirse que el
trabajador, obrero simple, funcionario menor, o administrativo, se roba a así
mismo, o se otorga a sí mismo, lo que pertenece a toda la sociedad. Es la gran
diferencia con respecto a la corrupción de todo tipo en las sociedades
capitalistas, y la ínsita y consustancial a ese sistema económico y
político, en que el robo de mayor envergadura no es precisamente el que se
hacen los poseedores entre sí, sino el que se comete contra el erario público o
el dinero de los contribuyentes.
Según el último informe de
la Contraloría General de la República, correspondiente a los resultados del
año 2015 “los recursos más afectados en la mayoría de los sectores son los
medios informáticos, el combustible, los materiales de construcción, las piezas
y neumáticos.”, es decir, los más deficitarios, caros y demandados. Asimismo “el
mayor número de implicados se concentra en el comercio, la gastronomía, y el
sector agroalimentario”.
En un resumen del año 2012,
la Contralora general de la República afirmaba que “hay dos elementos
esenciales que siempre coinciden, independientemente de las maneras en que se
manifiesten: uno es la falta de control, el incumplimiento de lo que está
dispuesto, indisciplinas, violaciones, irresponsabilidad; y el otro es la
pérdida de valores, ética y vergüenza de las personas.” (3)
Esta segunda razón se
refiere al que quizás sea el reto más difícil, no sólo de la ética socialista,
sino de la humanidad toda: el predominio de los valores y las virtudes superiores
ciudadanas en la conducta pública y privada del ser humano.
(Una disculpa por la pequeña
digresión. Robespierre, el gran revolucionario francés, en el discurso
pronunciado el 18 Pluvioso, año II (5 de feberero de 1794), conocido comoSOBRE
LOS PRINCIPIOS DE MORAL POLITICA, declaraba“En nuestro país queremos sustituir
el egoísmo por la moral, el honor por la honradez, las costumbres por los
principios, las conveniencias por los deberes, la tiranía de la moda por el
dominio de la razón, el desprecio de la desgracia por el desprecio del vicio,
la insolencia por el orgullo, la vanidad por la grandeza de ánimo, el amor al
dinero por el amor a la gloria, la buena sociedad por las buenas gentes, la
intriga por el mérito, la presunción por la inteligencia, la apariencia por la
verdad, el tedio del placer voluptuoso por el encanto de la felicidad, la
pequeñez de los “grandes” por la grandeza del hombre; y un pueblo “amable”,
frívolo y miserable por un pueblo magnánimo, poderoso y feliz; es decir, todos
los vicios y todas las ridiculeces de la Monarquía por todas las virtudes y
todos los milagros de la República.” Esas aspiraciones, en esencia, son
las del socialismo.
Las especialidades
antropológicas, sociológicas, de la ciencia política, las económicas y psicológicas
que estudian este tema desde sus respectivos métodos y enfoques, no han podido
aun dar una respuesta medianamente esclarecedora de cómo lograr el mejoramiento
de la conducta ética humana, pero es de esperar que cuando la desigualdad no
sea el rasgo predominante en las modernas sociedades, cuando la precariedad no
sea la condición de vida de tantos millones de seres humanos, y cuando las
élites de las naciones ricas no saqueen a mansalva los recursos de los países
que empobrecen con la desmedida ambición del capitalismo por el aumento de sus
tasas de ganancias, las probabilidades del mejoramiento humano aumenten
considerablemente. No se ha podido establecer, sin embargo, para que mientras
tanto esa sea la tendencia predominante, si son esenciales primero las
condiciones materiales de vida como caldo propicio de las virtudes
espirituales, o si es la existencia de una masa crítica mínima y suficiente de
hombres probos y ciudadanos virtuosos, la condición de base para que esas
premisas puedan establecerse y generalizarse. Seguramente es una interrelación
compleja de uno y otro, y múltiples factores, pero se hace evidente que
un planeta donde la mayoría de sus pobladores viven en constante lucha
por la sobrevivencia, no es el mejor caldo de cultivo para que las virtudes
florezcan en esa masa crítica suficiente y se convierta en tendencia
predominante.
La teoría al respecto
siempre pensó que las relaciones que establecen los hombres en la sociedad, que
el sistema en que vivan, a la postre daría lugar al surgimiento de hombres de
conducta éticamente superior, pero se está lejos de poder falsear con seguridad
esa variable. Mientras tanto, será necesario insistir en encontrar un
equilibrio entre la coerción que haga respetar la ley por el temor al justo castigo,
el control donde el juez no sea parte, combinado con la confianza humana
comprobada. El pensamiento de Martí es justo al decir: “¿quién no ha querido
pertenecer a la fila de los nobles”? Y la básica confianza en el mejoramiento
humano es la más noble cualidad de un revolucionario, aunque ella sea vea
decepcionada muchas veces no se puede cejar en ese empeño.)
En las empresas y entidades
cubanas se realizan durante el año múltiples controles administrativos y
contables, al punto que muchas veces las administraciones se quejan de su
frecuencia, a veces verdaderamente excesiva. Los resultados que muestran las
contralorías de la República y las fiscalías económicas, demuestran que los
equipos de controladores y fiscales no se coluden con las administraciones,
pero los controles externos a la empresa son reactivos, o como se dice en Cuba,
le hacen la autopsia al cadáver en vez de impedir la enfermedad, no son
proactivos, detectan la corrupción cuando ya ha sucedido, y de lo que se trata
es de prevenirlos e impedir que florezcan las causas que lo propician.
Es innegable entonces que
parte de la solución, mientras no vayan desapareciendo las dificultades
económicas que crean la demanda en el mercado negro, y la oferta de los
recursos que se desvían, tendría que estar en la efectividad del control
interno preventivo.
En las empresas cubanas
existen departamentos de control interno administrativo, y de control de la
calidad, pero la experiencia, acotada naturalmente a su limitado entorno de la
vida laboral de este autor, es que los primeros padecen de un funcionamiento
casi puramente formal en algunas entidades, de lo contrario, no se explican las
causas del descontrol en ellas como el caldo de cultivo de la corrupción.
Muchas veces los controles externos son esperados, y las empresas se preparan
para ellos. No se puede negar que muchas deficiencias reveladas por las
contralorías se detectan y se resuelven, pero indudablemente no los neurálgicos
y aquellas que propician la corrupción en las empresas o entidades donde ello
ocurre.
Es plausible suponer que
mientras no exista, al interior de las empresas, una contraparte de la
administración que sea inmune a la cooptación y la complicidad en el delito, –
a no confiar sólo en las virtudes de la espontánea honestidad, tan precaria
todavía a la humana condición como para considerarla generalizada o
espontáneas – y cuyo interés esté precisamente en evitar las pérdidas en
que la empresa incurriera cuando se desvían recursos, no se estará cerca de
una solución de raíz.
Pero para que lo anterior
sea posible y tenga probabilidades de funcionar, ese interés más fuerte y
opuesto al interés de ser cooptado y absorbido por una administración
potencialmente en condiciones de corromperse en ausencia de contraparte, esta
última tiene que superar un difícil escollo, según indica la experiencia: tiene
que formar parte de la entidad, no puede ser ajeno a ella, y a la vez, gozar de
una independencia e inmunidad relativa con protección legal operativa con
respecto a posibles excesos de la administración. Ese escollo sólo puede
superarse si la entidad contraparte está formada y colegiada y auto regulada
por un grupo de trabajadores seleccionados por el colectivo, y con un liderazgo
merecido en la ejecución proba y eficaz de sus funciones. A la vez,
los resultados económicos de la probidad administrativa que resultara del éxito
del control, tendrán que reflejarse positivamente en las condiciones de
trabajo, en los salarios, y los estímulos a los trabajadores, o al menos, en el
equilibrio de los resultados que se hayan logrado. Tanto ese organismo de
control interno y la administración deben ser removidos por el voto de las
asambleas de trabajadores cuando el caso lo amerite, es decir, cuando ocurran
casos de corrupción y también deben pagar sanciones pecuniarias y morales
cuando se compruebe negligencia o incumplimiento de los deberes que hayan
propiciado el acto corrupto.
Se supone que esa función
corresponde a los sindicatos y a los núcleos del partido en las entidades, pero
es obvio que en esos organismos, en los que durante el año 2015 se produjo el
desvío de recursos por 132 millones en moneda nacional, ni la función sindical
ni la partidaria, en ese aspecto, funcionaron. El examen profundo de esa arista
de la cuestión es imprescindible para atacar exitosamente una de las raíces de
la corrupción.
En el fondo de las causas de
la corrupción, importantes analistas han señalado la dificultad que tienen los
intentos socialistas para hacer sentir verdadero dueño a los trabajadores de
sus propios recursos productivos. Nada hay de difícil en eso para la pequeña, o
cualquier dimensión de la propiedad privada. Pero la propiedad social
socialista ha tenido dificultades de honduras teóricas y hasta filosóficas para
lograr que efectivamente el obrero se sienta y sepa dueño de los recursos sin
que ello sea una propiedad privada sustentada en la explotación.
El destacado jurista cubano
Julio Fernández Bulté, ya fallecido, al referirse en una de sus obras a las
causas de la implosión del campo socialista, señalaba que nunca se pudo hacer
efectiva la condición de propietarios sociales de los medios de producción a
los trabajadores de esas naciones, pese a que sus recursos no pertenecían en
puridad jurídica a privados. Eso influye en el cuidado de la propiedad social,
y en el hecho de que cuando el trabajador atenta contra lo que no le pertenece
sino a sí mismo pero también a la sociedad, no tenga la percepción de que se
roba y produce un daño social. Es también un éxito de la cultura capitalista
individualista y un fracaso en la formación social de virtudes ciudadanas superiores.
Es también una contradicción entre lo que se entiende tradicionalmente como
propiedad en el sentido de que se espera de ella un beneficio directo, y el
hecho de la que la riqueza común tiene que ser justamente redistribuida entre
todos los propietarios sociales. Es una consecuencia de no poder todavía exigir
de cada cuál según sus capacidades, y dar a cada cuál según su trabajo en
el ámbito social todo, si cada empresa se hace dueña de sus trabajadores, exige
que las ganancias, como propiedad social les pertenezcan, y a la vez, la
necesidad de la planificación nacional de la satisfacción de las necesidades
sociales. ¿Cómo lograrlo? He allí el dilema mayor, porque todo ello hay que
resolverlo en medio de las injustas relaciones internacionales de explotación
del capital global ante el trabajo, y en el caso de Cuba, frente al antagonismo
esencial del capitalismo ante lo que ha significado su ejemplo de que con muy
escasos recursos se hayan podido mantener con diferentes niveles de
satisfacción, pero sin renunciar a ello tras largas décadas, derechos tan
fundamentales al ser humano como la salud, la educación, y la protección social
de los más desfavorecidos, todo ello junto a la soberanía bajo ataque
constante.
La experiencia histórica
socialista ha ensayado variantes todas más o menos fallidas, e incluso la
autogestión obrera, poner en manos de los trabajadores la propiedad de las
empresas, la elección de sus directivos y, como pedía el Che, hasta decidir lo
que va al consumo y lo que va a la inversión a nivel de las entidades.
También el fracaso de esas
variantes se ha debido en buena medida al imperio global del mercado
capitalista y a la necesidad insoslayable de conjugar la autogestión con la
planificación territorial y nacional, y eso en medio de múltiples dificultades
por la interdependencia mundial de las economías y las sucesivas crisis
económicas del sistema. No se puede decir con justicia que el fracaso de esos
intentos se deba sólo y principalmente a causas internas. Sin embargo, y en medio
de esas condiciones, es que tiene que resolverse la cuestión de la efectiva
propiedad social sobre los medios de producción como uno de los resortes que
hagan desaparecer el fenómeno de la corrupción. Las posibilidades de los medios
coercitivos son limitadas y casi siempre reactivas. Por otra parte, el hecho de
que el colectivo de trabajadores sea dueño directo de sus empresas por medio
del otorgamiento de derechos ampliados para su conducción, tampoco es una
garantía absoluta de la desaparición de las causas de la corrupción. A su
interior se darían en menor escala, pero de igual esencia, las necesidades del
control administrativo efectivo, y la misma necesidad de independencia de sus
órganos de control con respecto a las administraciones. Pero es presumible que
al ser dañados directamente por las consecuencias de los desvíos, o robos, o la
mala administración de los recursos, podrían reaccionar con más interés y
eficacia. No se ve otro camino más directo para la efectiva concreción de la
propiedad social de los medios de producción en el intento de la construcción
de las sociedades socialistas y la paulatina creación de una moral comunista.
Las dificultades a resolver son gigantescas pero se hace evidente que mientras
no exista ese hombre nuevo de altas virtudes de honestidad ciudadana, el
control, la coerción, la sanción tiene que equilibrarse con la creación
de la pertenencia social allí donde se quiera distanciar la sociedad del
estímulo al egoísmo individualista, que es la madre moral de la corrupción. Es
una vez más, la tremenda y desigual lucha entre el capitalismo y la noble
utopía socialista
Finalmente, puede suponerse,
con plausible poco margen de error, que en una sociedad económica y
espiritualmente próspera, que haya logrado una hipotética educación socialista
de la mayoría de sus ciudadanos, sin carencias básicas, y con relativa sana
igualdad y posibilidades de ascenso social según el mérito y el esfuerzo
empeñado, aún no desaparecería del todo la corrupción, aunque sea razonable
imaginar que disminuirían sus probabilidades de ocurrencia. Pero lo que sí es
indudable, es que en países subdesarrollados, a los que se imponen enormes
dificultades para su ascenso económico, no sólo el intercambio mundial
desigual y el saqueo de sus recursos, sino las agresiones continuas a su
economía, y que tiene delante el paradigma cultural del consumismo y la riqueza
relativa de los gobiernos de las naciones explotadoras como el modo válido de
autorrealización personal, a la vez que, como Cuba, recorre una dura senda de
más de medio siglo pretendiendo un modo de vivir inédito que no tiene un origen
espontáneo, como el egoísmo, el individualismo, y el instinto de sobrevivencia
naturales, sino que debe lograrse en el difícil cincelado de las virtudes
humanas superiores en medio de carencias, todo ello combinado aumenta y
maximizan las probabilidades para crear un caldo de cultivo más propicio a la
aparición de la corrupción que se basa tanto en la búsqueda de recursos para
paliar los sufrimientos de la escasez, como el estímulo para los que ven en
propiciarlo un modo ilícito de vida fácil y sin sacrificios.
Con esta reflexión no se
justifica la corrupción, pero es de justicia elemental considerar estas
variables en su análisis. Las probabilidades para el florecimiento de las
virtudes humanas están relacionadas proporcionalmente, o al menos maximizadas,
con la sana prosperidad, material y espiritual, como dejara apuntado Martí en
sabia observación, aunque tampoco ello es garantía de que las virtud surja por
generación espontánea.
Puede ser inmensamente
incalculable el tiempo que tenga que recorrer la humanidad hasta el momento en
que la corrupción sea un raro fenómeno, pero al menos hasta hoy no hay razón
ninguna para imaginar que ello pueda ocurrir en los sistemas de vida basados en
el interés individual y mucho menos en las condiciones de escandalosa desigualdad
del mundo que llamamos moderno. Es una de las razones por seguir luchando
por el socialismo. Sólo el socialismo mayoritaria y conscientemente aceptado
por un pueblo, puede ser el camino que un día nos conduzca a la esperanza de
lograr una sociedad donde la corrupción sea una rara patología social y una
excepción que confirme la regla.
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