SHHHH!
(Por Eduado Del Llano
en su
blog https://eduardodelllano.wordpress.com/)
Cuando era joven y estaban
mis padres, a cada rato empezaba en voz alta la frase El problema es que el gobierno… o El comunismo lo que tiene es que… y
enseguida mi padre freía huevos y mi mamá me decía muchacho, cállate, que te
pueden oír. Yo lo hacía para joder, para provocar; ella ni siquiera sabía
lo que venía a continuación, pero estaba convencida de que sólo podría
acarrearme complicaciones. Es más, no importaba si la frase seguía o no, si el
cierre era crítico o laudatorio: del gobierno y del comunismo no se hablaba, y
punto.
Uno de tantos chistes
brillantes del gran Álvarez Guedes era aquel del americano y el cubano que
hablan de sus libertades civiles: el norteño afirma orgulloso que puede ir a
ver a James Carter –bueno, es un chiste viejo-, pararse delante de James Carter
y decirle a James Carter todo lo que a él le dé la gana decir de James Carter.
Pues yo puedo ir a ver a Fidel Castro, replica el cubano, pararme delante de
Fidel Castro y decirle a Fidel Castro todo lo que a mí me dé la gana de… James
Carter. Uno lo escuchaba en el Pre o la Universidad y se reía, pero era una
risa extraña, porque aquel chiste iba más allá de los taxis y las croquetas,
más allá incluso del funcionario corrupto. Uno se daba cuenta entonces de que
lo estaba oyendo en una copia de décima generación en un cassette resobado,
bajito y con un grupo de socios haciendo pantalla…
En
Adorables mentiras, de Chijona, el personaje de Nancy
–interpretado por Mirta Ibarra– pone música cuando va a tratar un tema
escabroso, y comenta Esto me lo enseñó
uno de la Seguridad. En La otra
orilla, refiriéndose a la mitad de
la familia que había emigrado, Frank Delgado canta que Había que hablar de ellos en voz baja, a veces con un tono de desprecio.
Como los peces, precisa Carlos
Varela. En tales casos y otros muchos el silencio, todo lo más el susurro para
evitar que te escucharan. Podías poner salsa a todo volumen o tener una bronca
con un vecino, pero los temas políticos, los criterios heréticos no debían
rebasar el rango de murmullos. Es más, si veías a dos o más cubanos hablando
bajito y mirando de reojo, podías apostar acerca del espectro de la
conversación.
Carecemos de experiencia en
faenas de diálogo, en hablar según el timbre de cada uno. Eso se cimentó durante
décadas, y se nota, por ejemplo, cuando un periodista extranjero enfoca su
cámara hacia un cubano: éste se siente incómodo antes de haber abierto la boca,
porque una voz interior le advierte que lo que diga es irrelevante, que el
verdadero crimen estriba simplemente en aceptar el reto, en asumir que uno
tiene una opinión y derecho a expresarla. Conminados, los más se muestran
radicales en su adhesión al gobierno y empiezan a repetir giros y frases de la
retórica oficial, se ponen enérgicos asumiendo que ese es el único modo posible
de hablar de política, virilizan el tono hasta hacerse irreconocibles, en tanto
el que se atreve a mostrar su desacuerdo descubre que no encuentra las
palabras, que tiene que calcular el alcance de cada una, y aunque se deja llevar
por la embriaguez de la transgresión, el lado prudente de su ego chilla adentro
ehhhh, te volviste loco… A los que consiguen expresar un pensamiento coherente
y crítico, los demás los miran como se mira a quien acaba de descubrir una
manchita rara en su radiografía.
Durante mucho tiempo eso fue
normal. Va cambiando, pero todavía es normal para mucha gente. Está insertado
en nosotros, y es tan difícil de remover como el impulso de acaparar cualquier
mercancía disponible, porque se acaba. No son pocos en la calle y en diferentes
instancias del gobierno los que dan por sentado que las cosas tienen que ser
así y después de algún bandazo volverán a serlo.
Tengo ganas de escuchar a
muchos cubanos discutiendo de política como de pelota, al aire libre y a voz en
cuello. De tener en cada parque una speakers’ corner como la de Hyde Park. De
que los conocidos no se aparten del que disiente, y se atreve a decirlo, como
si tuviera algo contagioso en la piel. Lo cierto es que la gente cada vez tiene
menos miedo, o menos que perder, o da menos importancia a lo que perdería.
Alguien me dijo que ahora el chiste es más o menos a la inversa: Caballeros, si van hablar bien del gobierno
háganlo bajito, que miren cuánta gente hay aquí, se van a buscar un bateo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario