LA REPÚBLICA
MARTIANA
(Por Ernesto
Estévez Rams, en el blog de Iroel Sanchez “La pupila Insomne”)
Comienzo por donde lo dejaron. Apropiarse de
Martí es una acción, en apariencia, de cada cual y su contexto, que en realidad
esconde un complejo accionar colectivo y social sobre quien se lo apropia.
Cuando se dice que hay que deconstruir a Martí para apropiárselo de acuerdo a
los códigos contemporáneos, la invitación es a releer a Martí haciendo pasar
por contemporáneos los códigos de quien invita. Es una invitación a leer a
Martí desde sus códigos. No hay pecado en ello; la inmensa mayoría, si no la
totalidad de tales invitaciones, cargan la misma intención. Solo
hagámoslo explícito, para no pecar en el despropósito antimartiano de usar la
palabra para esconder y no para esclarecer.
Los que hablan de que la República de Martí
está por construirse como si esto fuera un pecado, o una falta por la
incapacidad de los seres humanos de cada época, o una frustración,
olvidan que es un anhelo. Anhelo como la utopía de Tomás Moro. Y como todo
anhelo que funda, llegar a ella es un proceso histórico de generaciones, donde
lo mejor de cada una lee, cuando en realidad relee; descubre, cuando en
realidad redescubre; talla, cuando en realidad, pone las manos sobre un hecho
vivo que contorsionándose bajo la presión de múltiples cinceles, parece
otro ser solo en apariencia, para ser el misma, como nación cubana, que a
cada golpe, dulce o duro, más se acerca al sueño.
La República de Martí está por construirse;
por suerte hace mucho tiempo que comenzamos la obra. Tanto, que a las acciones
inaugurales se les puede seguir su traza quizás desde el primer
asambleista que levantó el verbo encendido para oponerse a la Enmienda Platt. Y
digo quizás, porque quién sabe si soy injusto y aún antes de ese momento, su
primer gesto constructor fue aquel donde el Generalísimo al saber la muerte del
apóstol lo llamó el alma del levantamiento. El alma del levantamiento.
Al hablar del antimperialismo de Martí, aquel
que lo rescató de entre la confusión de las loas hipócritas, Emilio Roig,
citaba la ya tan conocida, pero entonces no, carta a Manuel Mercado, pero
también, la menos célebre, aún hoy, epístola a Federico Henriquez, donde el
apóstol dice, y cito desde la obra de Roig de Leuchsenring: “Yo evoqué la
guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la
patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber… Yo alzaré el mundo. Pero mi
único deseo sería pegarme allí, al último tronco; morir callado. Para mí ya es
hora. Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas. Las
Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, el honor ya
dudoso y lastimado de la América inglesa y fijarán el equilibrio del mundo”. El
honor dudoso de la América inglesa ha sucumbido innumerables veces de allá a
acá, pero quién dudará de que nuestra República refundada en Revolución ha sido
esencial en fijar, en más de una ocasión, el equilibrio del mundo. Equilibrio
del mundo fuimos en Playa Girón, en la Crisis de Octubre, en África y
equilibrio del mundo somos cada día que nos sostenemos como tal, en esta
república hermosamente incompleta que, con el brazo estirado frente al pecho,
hace un gesto contínuo de “¡No pasarán!”, reivindicando para sí el grito
antifascista de los pueblos.
Quizás ya no haya manera de distanciar el
mundo de cosas como estas. Es decir, para algunos observadores avezados, el
fenómeno no es nuevo; dentro de variantes que no constituyen salirse de su
clase, resulta distinto. Y cuando se dice mundo, en realidad nos referimos a
los seres humanos y a esa manera curiosa de relacionarse socialmente que forma
el tejido de lo que llamamos civilización. Inevitable producto del hecho de que
pensamos y tenemos, a partir de la conciencia sobre el otro, conciencia de
nosotros mismos. Esa sencilla y exclusiva capacidad pudiera explicar que en
nuestro caso (los seres humanos), los colectivos sociales puedan alcanzar el
conjunto de toda la especie. Quizás esa capacidad adquirida y evolucionada no
sea suficiente, es probable que sea además necesaria esa otra maravillosa
propiedad que es la de crear y sostener la memoria colectiva, esencial para eso
que llamamos cultura.
Y decía que el fenómeno no era nuevo porque
en tiempos pasados se dieron ya con matices diferentes y acordados al signo de
sus tiempos. Cuando Orson Wells, en una emisión de Halloween, el 30 de Octubre
de 1938 a las ocho de la noche, le dijo a su audiencia, como noticia del
minuto, que mientras lo escuchaban el mundo estaba siendo efectivamente
invadido por los marcianos, estrenaba su uso para el arte del poder del fake
news. Se hace bien aclarar que se trata de un estreno solo para la
reducida área del arte, pues en términos más amplios ya se había
utilizado desde tiempos inmemoriales para justificar desatinos criminales. La
ira de Menelao calificando de secuestro una vulgar fuga de amor fue la justificación
para precipitar una guerra y el fake news utilizado para convencer a
una alianza infame de los dispuestos, cuyo origen inconfesable descansaba más
bien en razones menos románticas. Eran, en realidad, las ambiciones del
rey miceno Agamenón por controlar la ruta del tráfico hacia y desde
el Mar Negro, y las ganancias que se derivaban de la espera obligada de los
buques en el puerto supervisado por la rica ciudad de Troya. En otra
posverdad derivada de la obra, el héroe más amado es Aquiles, soldado del
invasor, y aun cuando Homero se cuida de no maltratar a Héctor, el titán de los
agredidos, este no ha tenido la persistencia favorable del mito que ha rodeado
al semidiós. Desde entonces, nada nuevo bajo el sol.
El Barón de Danglars fue arruinado por el uso
conveniente del fake news en las manos hábiles del vengativo Conde de
Montecristo. Ese Barón cuyo nombre no es revelado y que, de los enemigos de
Edmundo, es el único que recibe perdón como vía de rendención para el angel
vengador, tornado tan monstruo como sus victimarios iniciales. Una novela
escrita a cuatro manos, de la que Alejandro Dumas, pago por medio, logró sin
embargo eliminar de la autoría a Augusto Maquet, en otro exitoso fake
news perdurado en el tiempo; un relato, por demás, ubicado en el
revuelto tiempo posnapoleónico, donde la burguesía pujaba por triunfar sobre el
orden feudal, y este último se aferraba al poder acusando a la primera de todas
las mezquindades que la nobleza ya había pulido con el tiempo para que en ellos
pareciera natural o más bien, de designio divino.
Hearst elevó el fake news al plano
industrial, emulando a Ford, al hacer de este un producto seriado en sus
periódicos. Sus sistemáticas exageraciones y mentiras sobre la guerra en Cuba
las fabricó con el declarado propósito de provocar una guerra de EE.UU contra
España. Pulitzer, que ahora nombra un prestigioso galardón periodístico, no se
quedaba atrás en el uso carroñero de la noticia elevada a espectáculo, donde el
rigor no era la principal cualidad de lo que se publicaba. El bando español
también hacía uso abundante de la noticia falsa en sus partes sobre la guerra
de independencia y, en la península, los lectores horrorizados leían los
supuestos desmanes de los mambises en Cuba, donde los insurgentes eran hordas de
negros con machetes en las manos y dirigidos por esa “representación del mal”
que era otro negro llamado Antonio Maceo.
En 1897, a dos años del comienzo de la
guerra, frente a las ya francamente cancinas fake news, la revista
española “Blanco y Negro” escribía refiriéndose a Máximo Gómez: “De vez en
cuando tenemos noticias de él. Cada quince días le damos por muerto, unas veces
por los achaques de su vejez, otras a consecuencia de sus heridas en la espalda
y otras por una hinchazón gravísima e inoportuna. Si creyéramos a pies
juntillas lo que suele escribirse de él en el campo insurrecto y en el campo
leal, el “chino viejo” resultaría con siete vidas como los gatos”. La
cita, tomada del ABC forma parte de un artículo, publicado no hace más de seis meses,
cuyo nombre, “El traidor que masacró a España y que Cuba convirtió en el héroe
de su independencia”, es un infame homenaje a la persistencia de la soberbia
colonial, y un recordatorio de lo extendido que está, cuando se trata de Cuba,
eso de reescribir la historia, ejercicio este último, por demás saludable,
cuando se hace desde el rigor y el espíritu martiano.
Fake news apuraban los periódicos como
el Diario de la Marina para declarar a Fidel muerto en más de una ocasión y
hablar de victorias, cuando en realidad, el ejército de Batista se precipitaba
al descalabro en la Sierra Maestra y luego en la marcha hacia occidente. Para
la República martiana, un paso más subió, esta vez saliendo de la sombra,
cuando Fidel en el portal santiaguero exclamó por Radio Rebelde: “¡Esta vez los
mambises entrarán a Santiago de Cuba!”. Y eso no fue fake news.
De República neocolonial burguesa a República
anhelante de cumplirle a Martí. La Reforma Agraria se hizo buscando el anhelo;
la alfabetización se hizo buscando el anhelo; la reforma urbana se hizo
buscando el anhelo; la Reforma Universitaria se hizo buscando el anhelo.
Buscando ese anhelo se hace la revolución de la mujer. Buscando también ese
anhelo se hizo la revolución médica con el paso trascendente que fue la creación
del sistema asistencial de la familia. Con ese anhelo se establecieron las
becas de trabajo y estudio. Con ese anhelo se estableció un sistema de
ciencia nacional. De ese anhelo, nació el sistema de asistencia social. La
revolución en la educación artística es otro gesto hacia el anhelo, que se
renovó con los instructores artísticos. La revolución en la cultura artística,
su masificación y su profundización, su elevación a pilar de la nación, son más
de ese anhelo.
El rescate del negro nos rescata. Nos
rescata el negro. Me rescata el negro que llevo dentro. El negro, al
rescate del anhelo.
El rescate de Martí nos rescata. Nos rescata
Martí. Me rescata el Martí que llevo dentro. El apóstol, al rescate del
anhelo.
Por eso ese símbolo de llevar antorchas, es
reescribir la historia desde el anhelo. No hay nada más rupturista hoy que ser
continuidad. Continuar luchando por la República martiana desde esta República
hermosamente incompleta que tenemos.
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