ACERCÁNDOME
Es posible que ahora comprenda mejor todo su
accionar, alejado de una propaganda oficial que hacia parecer que el hombre,
convertido casi en Santo, tenía el don de la bilocación. Para un niño nacido en
el corazón de Lawton, a unas cuadras de las Yaguas, ese barrio “llega y pon”,
mayoritariamente de negros cubanos, que olían todo el día, las fétidas aguas
del Rio Pastrana, en la famosa Loma del Burro, para un niño que nació en una
colectividad de gitanos, tantas veces vilipendiados a lo largo de la historia
de la humanidad, la llegada de Fidel y los barbudos a la Habana, que hizo desaparecer
para siempre aquella miseria extrema, era vista como lo que era, la llegada de los
nuevos héroes de la patria.
Nunca tuve la oportunidad de estar cerca de
aquel hombre, pero si sentí en carne propia los beneficios que trajo aquella revolución
tan radical, ahora bien, si nos guiamos, por lo que oíamos en la televisión, en
la radio, en la prensa escrita, y los discursos tan predecibles de todos los apóstoles
de a pie, que eran más de doce, el hombre que se había empeñado junto con su
pueblo a cambiar la historia de su país, una historia de dependencia y
entreguismo al Norte, “revuelto y brutal que nos desprecia”, era presentado literalmente
como un Dios, del cual no se le podía mencionar nada negativo, ni jugando.
Recuerdo que estando en la URSS estudiando, seria
año 1983 o 1984 (no he encontrado la foto dentro del montón de ellas que me
acompañan por estos lares), en unas de las cartas que recibí de mi vieja, me envió
una foto de Fidel en traje militar de gala, con aquella gorra soviética
levantada, que nada tenía que ver con aquellos guerrilleros barbudos, ahora
institucionalizados en la nueva Fuerzas Armadas Revolucionarias, obtenida por
ella de mi primo Roger, que por aquellos años trabajaba en los Estudios Cinematográficos
de la FAR (más conocido como “La Filmica”) y en su reverso me decía algo así
como “Solo pido a Dios que seas la cuarta parte de este hombre”. “Documento histórico”
que tuve debajo del cristal de la cómoda empotrada en la pared de mi cuarto en
la Habana, hasta que me fui de Cuba en Octubre del 2000 y que sintetizaba las
aspiraciones de muchas madres cubanas para con sus hijos. Pobre vieja, me tenía
mucha fe, muy pretensioso de su lado que yo pudiera alcanzar, aunque sea, la cuarta parte de aquel hombre.
Unos años después de haber recibido aquella
foto, empezando los 90, comprendí que el problema no estaba en la impronta de
Fidel, con una inteligencia más alta que la media, probada en muchos momentos difíciles,
si no en todos aquellos, que poco entendían de que iba todo aquello, pero seguían
al malón repitiendo como papagayos las consignas de turno. Con estos últimos era
con los que tenias que lidiar diariamente y si por alguna razón se te ocurría
razonar un poquito, aunque fuera desde tu ignorancia política, sobretodo, tu,
un humilde pelador de caña, te caía toda la fuerza de la censura y el
acatamiento partidario sin poder chistar.
Así que el que escribe, un agradecido de todo
lo que hizo la Revolución, la universalización de la educación desde la
primaria hasta la universidad, el acceso a la cultura en general, la salud para
todos los humildes, la transformación de Cuba de un país de peloteros y
prostitutas, a tener una ciencia destacada a nivel Mundial, de la que fui parte
y me forme en una de las mejores universidades de la extinta URSS, y además un etcétera
grande como una casa, no puedo más que seguir acercándome a su figura, limpiándola
del polvo y la paja.
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