POBREZA
Y SOBERANÍA(*)
(Por
Ricardo Aronskind)
Para
atacar la pobreza, enriquecer el pensamiento
La derecha utilizó el dato de la pobreza para
hacer dos cosas que sabe perfectamente. Una es atacar con muy poca seriedad al
gobierno nacional, ignorando que existe una durísima pandemia global y que es
la propia derecha local el obstáculo principal para mayores estrategias
distributivas. Si no amenazaran constantemente con corridas cambiarias y alzas
especulativas de precios habría mayores márgenes de acción fiscal en ese tema.
La otra actitud típica de la derecha es
volver a presentar sus viejas recetas económicas –cuyo único fin es aumentar la
rentabilidad de ciertas corporaciones–, ahora para atacar el problema de la pobreza.
Así, se escuchó decir que para reducir la población cuyos ingresos están bajo
la línea de pobreza sería crucial bajar la inflación. Con el cuento de “abatir
la inflación” la derecha termina imponiendo recetas exterminadoras de la
economía, como lo fue la convertibilidad, con inflación 0 y niveles enormes de
desempleo y pobreza. Abatir la inflación, en el recetario neoliberal, es lo
mismo que decir ajuste drástico del Estado, apertura indiscriminada,
hundimiento de la economía y quiebras masivas.
Que el movimiento incesante de precios que
venimos observando debe ser contenido es cierto y necesario, pero no es toda la
verdad.
En todo caso, la pobreza es tanto un problema
vinculado al nivel de precios como al nivel de los ingresos de los pobres e
indigentes. Supongamos que el gobierno lograra mágicamente inflación cero el
mes que viene. Nos quedaríamos cómodamente instalados en 42% de pobres,
infinitamente. No es un mal horizonte para los irresponsables de la derecha.
Que hubiera 0 inflación no nos eximiría de pensar cómo hacer para que una
familia cuyos ingresos mensuales son hoy de 30.000 pesos llegara a los 50.000
para empezar a sacar la cabeza arriba del agua.
Por lo tanto, no se puede separar el tema de
los ingresos, es decir de la distribución del ingreso, de la discusión sobre la
pobreza.
La segunda receta del canon ortodoxo suena
atractiva: promover la inversión privada.
Desde ya que la inversión productiva sería
positiva y bienvenida. Pero debemos hacer dos salvedades: la primera es que la
enorme dimensión de la pobreza y el desempleo hacen que se requiera un monto
gigante de inversiones, absolutamente imposible de obtener en el corto plazo. Y
adicionalmente debemos recordar que las inversiones (extranjeras) que se
fantasea atraer requieren muy poca mano de obra, como ocurre en varios
complejos productivos que son básicamente intensivos en capital. Enclaves
inversores, básicamente conectados a la economía global y con escaso vínculo
con el entramado productivo local, no son solución alguna para el problema de
la pobreza. El impacto en la pobreza de una masa de inversiones de
corporaciones multinacionales sería escaso, irrelevante, si no se complementara
con muchas otras inversiones de empresarios pequeños y medianos, productores
agrarios, cooperativas de producción y el Estado en todos sus niveles.
Se debe abandonar, por obsoleto, el viejo
reflejo de esperar que la reactivación económica esperada para este año y el
próximo eliminará el desempleo, o reducirá fuertemente la pobreza.
Bienvenida la reactivación, porque ayudará y
mejorará el cuadro macroeconómico, pero no resolverá la situación de fondo. Fue
el kirchnerismo el que descubrió que a pesar de las muy altas tasas de
crecimiento en sus primeros años no se lograba bajar significativamente la indigencia,
y con sabiduría recurrió al lanzamiento de la Asignación Universal por Hijo,
una transferencia estatal directa que fue contundente para reducir en serio el
problema. Se comprobaba que la economía de mercado, y encima periférica, no
tenía respuestas convincentes para nuestros problemas sociales estructurales.
El ministro de Desarrollo Social, Daniel
Arroyo, tiene previstos una serie de planes interesantes de creación de empleo.
En varias provincias hay planes de construcción de vivienda, conocidos por sus
efectos positivos sobre el empleo. Pero valdría la pena revisar el alcance de
todos estos proyectos, para que no sean parches menores frente a la montaña de
la pobreza.
Quizás haya que pensar enfoques más amplios,
nuevos instrumentos, sumar más protagonistas a un esfuerzo que debe abarcar a
toda la sociedad. Sin mediar un fuerte y decidido impulso estatal, no habrá
mejora de la economía privada que altere drásticamente el cuadro de situación.
El tema del combate en serio a la pobreza
debería ser transversal a varias áreas de la economía, del trabajo y del
desarrollo social. Debería impactar en el diseño de la estructura impositiva
–desde ya en la capacidad recaudatoria y de lucha contra la evasión–, en la
planificación nacional y regional de actividades productivas, de
infraestructura y sociales. Pero también debería incidir en la propia
negociación con el FMI, organismo que por trascendidos recientes parece estar
reclamando ¡equilibrio presupuestario! en un período de tres años.
Teóricamente, es posible arribar al
equilibrio presupuestario sin ajuste a los sectores populares, mejorando
dramáticamente la percepción de los impuestos a los actores económicos que se
resisten exitosamente a pagarlos.
Pero políticamente eso implica un drástico
vuelco en la actual estrategia de gobernabilidad, en la movilización de fuerzas
sociales, que le permita a la actual administración contar con todos los
mecanismos técnicos y punitivos necesarios para lograr esa meta que pone en
juego la esencia del Estado.
La burocracia del FMI demanda, casi
inocentemente, equilibrio fiscal en tres años, sabiendo que manda al gobierno
popular a una misión muy difícil, en la que puede crujir su base social y
política y arriesgarse a maniobras desestabilizadoras.
El
acuerdo con el FMI: dos miradas antagónicas
El FMI sigue insistiendo en que no piensa
ampliar el plazo de pago de sus Préstamos de Facilidades Extendidas a más de
diez años en atención al caso argentino. Sin embargo, circulan rumores de que
dadas las difíciles condiciones globales, el organismo procedería a una reforma
interna de sus estatutos para extender estos préstamos a plazos mayores.
A nosotros el FMI nos exige saldar la deuda
de 44.000 millones en diez años. Las matemáticas más simples dicen que cuando
empiecen a vencer los principales tramos del crédito del FMI, coincidirán con
los vencimientos de los pagos comprometidos con los bonistas privados,
generándose a partir de 2025-26, una carga abrumadora de vencimientos de deuda
que precipitaría otro default de nuestro país, más allá de
quien gobierne.
¿Por qué debería Argentina firmar un acuerdo
así?
Aquí los senderos se bifurcan. Desde la
perspectiva de un sector del gobierno, un acuerdo de estas características, si
bien no es bueno, puede ser modificado más adelante, aprovechando diversas
flexibilidades y situaciones de crisis globales que se puedan presentar. Y
tendría la enorme ventaja coyuntural de terminar de aquietar las aguas
financiero-cambiarias en el corto plazo, eliminando un frente de presión sobre
el gobierno. Quedaría “sólo” para este año el tema de poner en caja los
precios, ya que la reactivación está en marcha, y rezar para que la crisis
sanitaria no fuerce a otro enfriamiento económico.
La mirada antitética en cuanto a su filosofía
social profunda es la que expresó con suma claridad el analista Marcos Novaro,
alineado férreamente con la derecha local y escritor del libro Así lo
viví, que reúne un conjunto de conversaciones del autor con Héctor
Magnetto.
El 30 de marzo, en el sitio electrónico de
TN, Novaro explicitó con mucha claridad la importancia que tiene para la
derecha el acuerdo con el FMI y las expectativas que les produce:
“El problema tampoco son los asuntos de los
que habla Cristina y repite como loro Alberto. Son los asuntos que no quieren
ni mencionar: las demás condiciones que el Fondo exige para no pagarla, sino
patearla hacia adelante. Es eso lo que el gobierno no quiere aceptar. Y es
parte de una historia ya conocida. La misma que llevó a la Argentina a romper
con el organismo a fines de 2005, a pagarle cash casi 10.000
millones con reservas y a endeudarse desde entonces con Venezuela, abonándole
tres veces la tasa que pagaba la deuda liquidada: esos malditos querían meterse
a opinar sobre cómo íbamos a manejar la economía, cuánto iba a gastar el sector
público, qué haríamos para frenar la inflación, ese tipo de asuntos. Néstor
sabía que, si aceptaba esas condiciones, se comprometía a respetar reglas y no
iba a poder manejar a las empresas según su capricho. No iba a poder decidir
discrecionalmente sobre precios, sobre la obra pública, sobre las licencias de
importación y exportación o las de los medios, sobre quién ganaba o perdía
dinero según si apoyaba o no a su gobierno, a qué partido financiaba y con
quién y a través de quién hacía negocios. No habría radicalización política
posible sin radicalización económica”.
Como siempre, desde la mirada de ese sector
moralmente degradado, en la política no pueden habitar sino intereses
personales mezquinos, ambiciones espurias y negocios turbios. No habla de Macri
intocable, sino de Kirchner. Y a partir de esa matriz “chorrocéntrica” para
mirar los gobiernos populares, interpreta toda acción de gobierno –tanto en el
plano local como internacional– como un juego de rufianes. Aspirar a mayor
independencia en el control del rumbo de la economía nacional es una bajeza
imputable a las peores intenciones. Modificar precios relativos sólo puede
ocultar ambiciones siniestras. Decidir en qué gasta y qué prioriza el Estado
Nacional debe ser arrebatado de las ladronas manos del tiranuelo local para ser
puesto en las prudentes manos de los funcionarios extranjeros. El gran Aldo
Ferrer sería, en este esquema, el ideólogo de todas las delincuencias públicas.
Prosigue Novaro: “(Cristina Kirchner) lo
alentó (al Presidente de la Nación) a abandonar la idea de una renegociación
rápida de la deuda, tanto con el FMI como con los bonistas, en el marco de un
plan de estabilización… Iba a ser necesario mantener el ajuste que venía
haciendo Macri en las cuentas públicas, y proponer algún esquema de salida del
congelamiento de tarifas y el cepo. Y algo aún peor para Cristina: el nuevo
gobierno se habría vuelto dependiente, como lo había sido el de Macri, de la
confianza de los empresarios y la opinión pública, interna y externa. Tendría
que haber hecho también buena letra, o aparentarla al menos, en el manejo de la
prensa, la corrupción y la Justicia. La moderación económica iba a exigir
moderación institucional. Una desgracia segura para los intereses de la jefa,
de su familia y su gente”.
Todos estos temas, eminentemente políticos,
son presentados como caprichos o extravagancias de la malvada Cristina, quien
no cesa de producirnos daño…
Extraordinario párrafo, en la que se explica
para quien quiera entenderlo la importancia de un acuerdo tradicional con el
FMI para hacer abandonar a Alberto Fernández todo impulso reactivador,
traicionar su propuesta electoral y someter plenamente las decisiones de su
gobierno a “la confianza de los empresarios y la opinión pública, interna y
externa”. Grandes empresarios, medios de comunicación concentrados, capital
global, Estados Unidos y la Unión Europea. Es decir: el Frente de Todos debería
ser lo que es Juntos por el Cambio, espacio político al que nadie tiene que
presionar para que se someta a todos esos poderes fácticos, ya que es su fiel
representación. Y Novaro explicita los efectos colaterales de tal subordinación
al FMI, los empresarios, los de afuera: buena letra con la prensa, con la
corrupción y con la Justicia. Toda la agenda del poder conservador que mantiene
al país en el estancamiento y la dependencia, derivada políticamente a partir
de las consecuencias del acuerdo con el FMI. Todo el entramado semicolonial a
la vista.
No quiero privar a los lectores de un último
párrafo que representa una de las cumbres del ideologismo de la derecha que
vive en un mundo de ficciones: “Visto así, lo que le debemos al Fondo no es
tanto un problema, sino un alivio. Porque es uno de los últimos lazos que nos
mantiene unidos al mundo democrático y a las economías libres. Y es un recurso
extremadamente valioso para que, en algún momento, se recupere la sensatez y
sea viable una política más o menos razonable”. Mundo democrático sería, en esa
mirada afiebrada, el que acaba de pedir la libertad de los golpistas bolivianos
luego de haberlos reconocido, en su momento, como demócratas. Y las economías
libres serían aquellas sometidas al gobierno de las corporaciones monopólicas y
los banqueros impunes, que olvidaron hace rato que quería decir libre
competencia.
Más allá de que todo el aparato comunicacional de la derecha argentina y global esté hace más de doce años dedicándose a demonizar cotidianamente a Cristina Kirchner, por ser la líder de un espacio social que no pudo ser deglutido por el orden global neoliberal, el problema central no lo tienen con Cristina sino con la soberanía argentina.
La
honda de David
Conviene saber que estamos en presencia de un
escenario fluido y complejo, donde los poderes fácticos no le quieren dar
margen para triunfar a ninguna experiencia mínimamente progresista.
Lo que en los ’90 llamábamos “pensamiento
único”, porque parecía no haber ningún cuerpo teórico en circulación capaz de
disputar en serio con el neoliberalismo global, hoy se ha transmutado en “política
única”.
Ya se sabe –luego de diversas experiencias
latinoamericanas post-neoliberales– que se pueden hacer políticas diferentes,
salirse del libreto, crear otras realidades mejores para las mayorías.
Pero el empeño actual de las fuerzas
conservadoras –locales y externas– es mostrar la inviabilidad política de las
experiencias progresistas, o nacionales y populares. Simplemente no pueden
ocurrir, son bombardeadas y boicoteadas desde que nacen, atacadas de mil
formas, y se busca que fenezcan en el intento de ponerse en pie.
En algo la lucha de los gobiernos que no
aceptan ser telecomandados por los poderes fácticos se parece a la lucha de
David frente a Goliat.
Lo que no es recomendable, para David, es ir
a esa pelea sin su honda.
Y sin la voluntad de usarla.
(*) en
EL COHETE A LA LUNA
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