LOS MENSAJES DE LA REALIDAD QUE ALTERAN LA
CALMA PRESIDENCIAL
(Por Ernesto Tenembaum)
Mi padre enfermó en marzo del 2018 y murió en
noviembre de ese mismo año. En esos meses, progresivamente, se fue
desprendiendo de la realidad. Yo trataba de hablar con él pero los temas de
siempre -el fútbol, la política, la historia judía, sus nietos, sus recuerdos-
no alcanzaban para más de unos minutos. Rápidamente se entregaba de nuevo al
sopor.
Ese año, el 2018, fue el año en que el dólar
le voló por el aire a Mauricio Macri. El billete norteamericano trepaba sin
parar, desde 17 a 42 pesos, mientras mi padre se apagaba. Hasta que, a
principios del mes de octubre, Guido Sandleris reemplazó a Luis
Caputo en el Banco Central, anunció que no emitiría un solo peso más, y el
dólar bajó de 43 a 38, donde se mantuvo un montón de meses. Si no había
emisión, el dólar no podría subir, porque nadie tendría plata para comprarlo.
Eso pensaban.
En uno de esos días, cuando llegué a verlo,
mi padre estaba, como siempre, con los ojos cerrados.
-Papá, tengo un problema—le dije, con la mera
intención de conversar sobre algo.
Él movió la pera hacia arriba y hacia abajo,
como preguntando qué me pasaba.
-Compré 2 mil dólares a 43 y bajó a 38.
Entonces mi padre insinuó una sonrisa
incómoda –debía sentirse muy incómodo-, entreabrió su ojo derecho, levantó
suavemente un brazo, abrió una mano hacia mí, y la movió lentamente.
-Vos esperá, ya va a subir de nuevo—quería
decir ese gesto.
Unas semanas después, moriría entre sus seres
queridos.
Hoy el dólar no está a 38.
Está a 1400.
Tenía algo de razón.
Solo en la Argentina puede haber ocurrido un
diálogo semejante entre un hijo y su padre moribundo. Cada uno tendrá su
anécdota sobre el tema. Equivocados o no, los argentinos creemos que
siempre va a subir: que las caídas son efímeras y las subidas permanentes.
El plan Sandleris se derrumbó en agosto del
2019, cuando la derrota de Macri en las PASO, produjo un shock de desconfianza.
Aunque el Gobierno no emitía, había pesos esperando para reaccionar en un
momento de shock.
Puedo intuir que ahora mi padre pensaría lo
mismo que está pensando la mayoría de los actores del mercado: que el
dólar va a subir, como siempre.
En este caso, además de la tradición, hay
otro motivo: hemos sido testigos en estos meses de un debate muy ilustrativo en
tiempo real, donde Milei y los suyos resultaron humillados.
En abril, el ex ministro Domingo Cavallo fue
la primera voz autorizada que gritó que el rey estaba desnudo. Cavallo explicó
que a este ritmo de devaluación no habría suficiente liquidación de dólares
durante la cosecha gruesa y eso derivaría en problemas serios en el segundo
semestre. Con el correr de las semanas, muchos economistas se sumaron a la
misma advertencia.
Milei insultó, pataleó, hizo berrinches,
revoleó los ojos, ironizó, hizo imitaciones, stand ups, esas cosas que le
funcionan tanto. Los que empezaron a repetir la advertencia de Cavallo
eran estúpidos, ignorantes, li-li-pu-ten-ses, pifiadores seriales.
Pero las predicciones de Cavallo se
cumplieron con precisión milimétrica. No hubo suficiente liquidación de
dólares, y empezaron los problemas en el segundo semestre.
Aquello fue, además, una derrota en todos los
campos. Por entonces, Milei sostenía que no tenía que devaluar porque los
dólares libres estaban al mismo nivel del oficial y ese era el valor de
mercado. Con ese criterio, debería devaluar ahora. Pero cambia el argumento.
Un economista que lo quiere y lo critica al
mismo tiempo, grafica así su inestabilidad, o sea, el motivo de la creciente
desconfianza: “En menos de un año Milei dijo: dolarización con banca
Simons, dolarización a la Ocampo, cambiar Leliqs por deuda, competencia de
monedas y dolarización endógena. Todos destinos distintos y excluyentes. Así es
difícil que alguien crea que hay un rumbo claro”.
La moraleja de la historia parecía clara:
mejor cambiar antes de que fuera tarde. Pero la reacción del Gobierno consistió
en defender su diseño como si nada hubiera pasado. Cuando -producto de esa
obcecación- subieron los dólares paralelos, cayeron las reservas y el riesgo
país trepó fuerte, el Presidente y su ministro empezaron a desesperarse.
Anunciaron medidas de apuro durante los fines
de semana. Si nada grave estaba pasando, ¿por qué molestar a la gente un
viernes a la noche? Si todo estaba bajo control, ¿por qué volver a molestarla
dos semanas después un sábado a la tarde, con una comunicación de urgencia
desde los Estados Unidos o anunciar una medida cinco minutos antes de un
partido de la Selección?
Los resultados no acompañaron. Las
reservas caen semana a semana, el riesgo país se mantiene en niveles
imposibles. Entonces el Gobierno empezó a ir de acá para allá. Que la
deuda del Banco Central pasa al Tesoro, que los pases se transforman en PUTS y
los PUTS vaya a saber en qué otra cosa, que el oro se manda al exterior a
escondidas para juntar un puñadito más de dólares, que la emisión aumentó pero
es una buena noticia, que ahora dejará de emitir, lo que también es buena
noticia, que en realidad emitirá para comprar dólares al oficial que luego
venderá al paralelo, y con la diferencia se va a comprar otra cosa, lo que es
otra excelente noticia.
Luego, el Gobierno mostró más nervios. Un
asesor, Fausto Spotorno, señaló errores obvios. Lo echaron a patadas. El
Presidente le aplicó un carpetazo. Otro asesor, Teddy Karagozian, señaló
otros errores. También lo echaron a patadas. El Presidente dio la orden de que
lo humillen en las redes. Uno de sus colaboradores subió una foto del oso
Teddy. “El único Teddy valioso”, escribió. “El osito traidor”, lo llamó
Milei. Al que habla, ni Justicia.
En el medio de todo esto, escaló, una vez
más, el conflicto con la vicepresidenta Victoria Villarruel. El disparador
fue el disparatado intento del Gobierno por respaldar a los jugadores de la
Selección que celebraron el triunfo en la Copa América con un cantito donde le
recordaban a sus pares franceses que eran descendientes de africanos y llamaban
“cometrabas” y “puto” a un colega.
Lo primero que hicieron fue echar a patadas a
un funcionario que cuestionó el cantito y sugirió que sería una buena idea que
la Selección y Messi pidieran disculpas. “Argentina no se arrodilla nunca
más”, escribió, orgullosísimo, el Gordo Dan, el tuitero preferido del
Presidente. “Ningún funcionario tiene derecho a decirle qué hacer a la
Selección Nacional de Fútbol”, bramó un comunicado de la Oficina del
Presidente. “Me parece perfecto que lo echaran. Era un hombre que estaba de
rodillas a punto de sobarle la quena (sic) a una potencia extranjera”, se sumó
la diputada Lilia Lemoine.
La Vicepresidenta emitió un comunicado
repleto de un patriotismo admirable. “Ninguna potencia colonial nos impondrá
sus criterios e impedirá que digamos nuestras verdades (sic). Estamos con
vos, Enzo!!!”.
Era un festival de patrioterismo, racismo,
castigo a los disidentes, homofobia y un toque de delirio, todo en unas pocas
horas. Hasta que bajaron a tierra, se enteraron de la furia francesa, y Karina
Milei fue a pedir disculpas a la embajada. Desde entonces, toda la culpa cayó
en la vice. Lilia Lemoine no había dicho nada. El gordo Dan no había tuiteado
nada. Santiago Caputo no había estimulado nada de todo eso. La culpa era de
Victoria. Al momento de publicar esta nota, Villarruel mantiene como tuit
fijado su comunicado antifrancés.
En plena campaña, Milei anunció que
Villarruel se haría cargo de todo lo relacionado con Defensa y Seguridad.
Luego, la desplumó para incorporar a Bullrich. Villarruel se retiró furiosa del
acto de asunción en el momento en que empezaba el discurso de Milei. Fue
desplazada de las reuniones de gabinete, perdió el acceso directo al Presidente,
lo desafió en un reportaje en el que lo llamó “pobre jamoncito”. Los
libertarios le hicieron campañas humillantes en las redes. Él dejó trascender
que en la intimidad la llama “bicha cruel”. Ella no fue a firmar el Pacto de
Mayo, argumentando que tenía una gripe. Pero al día siguiente participó de un
larguísimo desfile, al aire libre, durante un día helado.
¿Conflicto entre un presidente y su vice en
medio de cierta inestabilidad financiera? ¿Qué fantasmas despertará todo
eso en la memoria colectiva?
Por si esto fuera poco, Luis -el otro Caputo-
salió a tranquilizar a los mercados.
“El que apuesta al dólar pierde”, dijo.
O algo así.
Y Milei apareció el viernes por la noche
-otra vez, en fin de semana- para festejar que esta semana el dólar no
subió. “Lo querían poner en 1800. Les dejamos el culo como un mandril”.
Sic.
Además, insistió con que Rodrigo Valdés,
el ex ministro de Economía de Chile que conduce el Departamento del Hemisferio
Occidental del FMI, es un comunista (sic).
Si algún operador financiero quiso encontrar
en las dos horas de nota algún indicio de cómo el Gobierno va a conseguir
dólares para pagar los monumentales vencimientos de deuda que se acercan, o
para mantener el actual esquema cambiario, se quedó con las ganas. Milei se
limitó a relatar sus batallas heroicas de siempre.
Por muchas razones me encantaría que mi padre
estuviera vivo. Ninguna de ellas tiene que ver con el dólar. Sé perfectamente
lo que me hubiera dicho al escuchar lo que Milei y Caputo explicaron.
Algo así como “veremos quién es el mandril”.
A veces, mi papá era gracioso.
Pero no era un economista experto en
crecimiento con o sin dinero.
Así que seguro el chiste estaba fuera de
lugar.
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