UN
EXPERIMENTO EXÓTICO AVANZA, INVENCIBLE Y TRIUNFAL
(Por Ernesto Tenembaum)
Ese párrafo va adquiriendo dimensiones cada
vez más relevantes, para definir el radical cambio de época que
afecta al mundo occidental. Su significación, tal vez histórica, está anclada
en varios hechos que lo rodean. En principio, fue pronunciado por Javier
Milei pocos meses antes de ser Presidente de la Argentina. Es decir, que
en el país de Juan y Eva Perón, ese país donde el máximo líder supo conquistar
“a la gran masa del pueblo combatiendo al capital”, en ese mismo país era
elegido alguien que repudiaba la justicia social, que en su campaña había dicho
que la justicia social era nada menos que “una inmundicia”, que la justicia
social transforma a una sociedad en un grupo de ladrones.
Pero, además, una vez producido el triunfo de
Milei, ese fragmento fue traducido y difundido en el mundo entero por Elon
Musk, otro de los grandes personajes de estos tiempos, tal vez el más grande
personaje de estos tiempos. El video de Milei y la justicia social fue mirado
por 61 millones de personas y fue un paso claro para que el argentino se
transformara en una referencia política internacional. El poder de Musk no
solo se asienta en que se trata del hombre más rico del mundo, sino que ha sido
una pieza clave en el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos, y ahora ocupará
un cargo central en el gobierno del país más poderoso del mundo.
O sea que, más allá de muchas cuestiones que
unen a Milei, Musk y Trump -esa reacción, por ejemplo, ante lo que
denominan “la cultura woke”, ese desprejuicio, esa provocación- hay allí un
hilo invisible más trascendente, más definitorio, más impresionante, más
representativo de esta época que apenas está arrancando. Unos y otros creen que
la justicia social es lo peor que puede ocurrirle a un país, y que los
países progresarán a medida que los ricos más ricos entre los ricos del mundo
sean liberados de cualquier control y atadura. Los ricos son los que más saben
acerca de cómo reproducir la riqueza y por lo tanto, si el Estado los deja
hacer eso que saben, todo el mundo vivirá mejor.
¿Será así? En todo caso, esa pregunta podrá
ser respondida con el tiempo y hoy esa respuesta es secundaria ante la
descripción de un cambio que es realmente revolucionario. O, como decía Carlos
Menem en los años noventa, “de un giro copernicano de 360 grados”. Un
mundo que será guiado por los hombres más ricos, los que tienen en sus arcas
personales el producto bruto de varios países sumados.
Pavada
de experimento.
Lo curioso, lo realmente curioso, es que esa
dinámica se ha producido por vía democrática. Una de las cualidades del sistema
democrático es que todos los votos valen uno más allá del poder económico de
quienes los emiten. Eso ha permitido en algunos países emparejar un poco las
cosas. Como los ricos siempre, por definición, son menos que los pobres, los
gobernantes debieron pensar siempre en los pobres a la hora de tomar
decisiones: de otro modo, nunca ganarían las elecciones porque las mayorías les
votarían en contra. Por convicción o por conveniencia, eso hacían. Eso explica,
por ejemplo, la permanencia histórica del peronismo. Más allá de las distintas
peripecias, el peronismo volvía siempre al poder porque atendía las necesidades
de los pobres mejor que sus adversarios y como los pobres eran muchos, ganaban.
Eso, en estos tiempos tan novedosos, parece
no importar más. Y, más allá de cualquier minucia, detalle, variación entre un
país y el otro, de eso se trata esta gran revolución. Los pobres han
empezado a votar para que gobiernen los más ricos entre los ricos, los que
dicen que la justicia social es una porquería. Habitantes de villas de la
ciudad de Buenos Aires, coyas que pasean ganado en la puna argentina, latinos
que emigraron como pudieron a los Estados Unidos, portorriqueños que son
tratados como “bolsas de basura” en los actos de los candidatos triunfantes,
todos ellos eligen a quienes les dicen, como honesta propuesta de campaña,
que el paraíso les llegará cuando el Estado deje de ayudarlos y cuando los
ricos paguen menos impuestos.
Hay infinitas evidencias de esta gigantesca
transformación cultural. En un acto con millonarios para recaudar fondos,
Donald Trump dijo, en medio de carcajadas: "Ustedes son ricos como nadie
(Rich as hell)!! Bueno, cuando yo sea presidente van a ser mucho más ricos
porque van a pagar menos impuestos!!". Un mega millonario le decía eso a
otros mega millonarios. Por supuesto, ese fragmento fue una pieza muy repetida
de la campaña a favor de Kamala Harris. El aviso remataba con una mujer de
clase media baja que explicaba que ella no era rica, que trabajaba todos los
días de su vida por un salario escaso y que era la que realmente necesitaba una
baja de impuestos. Sin embargo, gran parte de las personas como ella, votaron
por Trump y no por Kamala.
En estos días, en Buenos Aires, se
publicó Antes que nada, un libro de memorias escrito por Martín
Caparrós, uno de los escritores, intelectuales y periodistas más destacados que
tiene el país. Se trata de un texto hermoso y conmovedor. Como se sabe,
Caparrós contó hace algunas semanas que padece esclerosis lateral
amiotrófica (ELA), una enfermedad neurodegenerativa para la que no existe cura
alguna y que, de acuerdo a todos los pronósticos, irá debilitando su cuerpo
hasta matarlo. Ese drama fue transformado por él en un libro profundo, tierno,
respetuoso, estremecedor, interesantísimo.
En un momento de su vida, al ateo Caparrós se
le dio por escribir sobre las religiones. Caparrós cuenta las razones por las
que estaba peleado con las religiones. “Me gustaría confiar en algo muy potente
para pedirle protección cuando me asusto -dice- aunque después me cobre caro.
Pero no lo consigo: mi educación atea, racional, cuadrada, me lo impide, no me
deja pensar que todo eso son los cuentos que se inventaron los hombres para
aguantar sin miedos. Y que después los poderes aprovecharon para someterlos.
‘Bienaventurados sean los pobres porque de ellos será el reino de los cielos’
ha sido el instrumento de dominación más eficiente que la humanidad ha
inventado”.
Lo extraño, lo monumentalmente extraño de
estos tiempos, es que la religión no ha jugado ningún rol. Por propia
convicción, muchísimos pobres están eligiendo, libremente, en el cuarto oscuro,
la doctrina hacia la salvación que le proponen los más ricos, o los que hablan
en nombre de ellos. Alguien podrá decir que las gallinas le están dando el
poder a los zorros. Pero sería una opinión elitista: si los pobres votan
lo que votan, mejor escuchar. ¿O resulta que ahora los pueblos se equivocan?
Cuando ocurre algo tan relevante, tan
transformador, es natural que corran ríos de tinta donde cada uno intenta
explicar(se) por qué ocurre lo que ocurre. Es, naturalmente, una manera de
procesar el sacudón, aun para quienes se sienten felices de que esto ocurra
que, hay que decirlo, son la mayoría de algunas sociedades, porque este
proyecto llegó, otra vez, por vía democrática. Que el progresismo prometió
y no cumplió, que el progresismo era la rebeldía y se transformó en una élite
soberbia y despectiva, que la derecha radical es magistral en el manejo de los
algoritmos y las redes, que el enojo que reina en nuestras sociedades solo
puede ser expresado por personajes que expresen ese enojo de manera descarnada,
que finalmente se acabó la joda populista y así.
¿Será bueno este experimento? ¿Sobrevivirá la
democracia? ¿Cuánto tiempo durará? ¿Transformará a los países en potencias o
hundirá a cientos de millones en la miseria? En 2021, hace solo 3 años, parecía
que el progresismo volvía a gobernar en el continente. En la Argentina había
ganado el peronismo, en Bolivia había vuelto el Movimiento al Socialismo, en
Brasil, Lula, en Colombia, Petro, en Chile, Boric. En una entrevista, le
preguntaron al uruguayo José Pepe Mujica si los latinoamericanos otra vez
regresaban a los brazos de la izquierda.
—No, no, no. No son de izquierda. Están
enojados y votan contra lo que hay.
Ese enojo, luego, cambió de destinatario. La
gente volvió a votar contra lo que había en la Argentina y los Estados
Unidos. ¿Se hicieron de derecha o están enojados? Es una pregunta
válida para el futuro.
Y si están enojados, ¿por qué?
En medio de la debacle demócrata, el
octogenario senador Bernie Sanders culpó a su partido. “Si el Partido
Demócrata le dio la espalda a los trabajadores, era esperable que los
trabajadores le dieran la espalda al Partido Demócrata. Primero fueron los
trabajadores blancos, y ahora los negros y los latinos”. Sanders sostiene que
estamos en el momento de mayor creación de riqueza en la historia humana y, al
mismo tiempo, en los países occidentales, estamos en presencia de la
primera generación en décadas que vivirá peor que sus padres. Eso enoja a
los padres que no ven el futuro de sus hijos, y mucho más a los hijos que no
ven su propio futuro. Y alguien se está quedando con una gran diferencia,
cuando hay más riqueza y menos gente la disfruta. Como el Partido Demócrata no
ataca con decisión las raíces de esa desigualdad, como abandona así a los
suyos, los suyos se van para otro lado: eso sostiene Sanders.
Si tiene razón, los tiempos que vienen pueden
ser más tumultuosos. Es difícil pensar que los principales beneficiarios
de la desigualdad, la corrijan. Entre otras razones porque ellos la
defienden incluso en sus discursos. Entonces, puede ser que el enojo crezca.
¿Hacia dónde? Mejor ni pensarlo.
La pregunta más trascendente es qué saldrá de
gobiernos que defienden estas ideas más radicales. Javier Milei, en estos días,
está exultante por la estabilidad financiera, por la caída de la inflación, y
por el respaldo que acaba de recibir tras el triunfo de Trump. Tiene derecho a
estarlo. Pero los primeros resultados sociales de su experiencia son toda una
advertencia. Al mismo tiempo, que hay una fiesta financiera, ha crecido
violentamente el número de pobres e indigentes -un millón más de niños no
alcanzan a comer lo suficiente- y los balances de las grandes empresas
multiplicaron varias veces sus ganancias. En el corto plazo, las ideas que
reinan han beneficiado a los más poderosos. Si eso se revierte en el largo
plazo, se verá. Pero se ve que, en estos modelos, algunas personas llegan
al paraíso antes que otras.
Sea como fuere, esto recién empieza. El
resultado de los experimentos surge luego de su puesta en práctica, no antes.
Lo sorprendente, lo inédito, lo más potente es ver la dirección hacia la que,
de repente, soplan los vientos.
Y lo fuerte que soplan, ¿no?
NOTA PERSONAL DE PIE, mas que al pie.
Lo interesante de esta época, es que confirma una de nuestras grandes “pesadillas” humanas, creemos que nuestro momento, ese que vivimos a diario, es eterno, y que no habrá un fin, Menem creyó en su melomanía liberal paseando con una Ferrari roja, me gusta pensar nuestra historia politica actual en términos de Ola (un recurso que copie de Linera, el exVice-Presidente boliviano). Esta Ola que estamos recién sintiendo sabemos que pasará, el tema es que nuestra adivinanza tiene problemas con el almanaque, somos quiromantes de lo sucedido.
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