LA
INDUSTRIA EN LOS PAÍSES NUEVOS
(Por
José Martí, La América. Nueva York, junio de 1883)
Florece hoy en México la industria:–y como
están entrando en el país capitales nuevos; como es sabido que a la voz de las
locomotoras la tierra abre sus senos; como se están poniendo ya en circulación
los capitales del país, antes tímidos y enmohecidos, o consagrados a la cómoda
usura; como va a haber más gente a quien vender y más dinero con que comprar,
las industrias de México se avivan, y se ponen en pie para seguir a la par de
la corriente que empuja, tiempo arriba, a la nación.
¡Qué bueno fuera que, con ojo seguro, los
acaudalados del país se diesen a ayudar las verdaderas industrias de
México,–que no son las imitaciones pálidas, trabajosas y contrahechas de industrias
extranjeras,
sino aquellas nacidas del propio suelo, que ni para nacer ni para vivir
necesitan pedir prestado el alimento a pueblos lejanos, sino que trabajan de
cerca e inmediatamente los productos propios! Y ¡qué malo fuera que en vez de
echar por este campo industrial, fértil, ancho y legítimo, se diera México a
emprender una lucha desesperada, penosa e infecunda, para colocar en su
territorio a altos precios productos que aunque se puedan hacer mecánicamente
en el país, no se pueden económicamente hacer, esto es, no se pueden producir
de una manera ventajosa para el país, y vencedora de las industrias similares
rivales!
Pues ¿dónde hay caudales mayores que en los
Estados Unidos? ¿dónde han llegado a tal desenvolvimiento la asociación y el
crédito, que son las dos claves con que ha de leerse en el interior, a primera
vista maravilloso, y en verdad sencillo, de este pueblo? ¿dónde se cerraron jamás con más dureza las puertas de la nación a los
productos de las industrias que cultivaban los fabricantes nacionales? Pues, en
no siendo en aquellas labores que legítimamente arrancan de su propio suelo, y
se dan naturalmente en él, en las que llegan a pasmoso desarrollo las
industrias americanas, no han podido aún acercarse a sus rivales perfectas de Europa,
a pesar de que no hubo nunca país
industrial favorecido a la vez por capitales tan grandes, por tal monto de
condiciones generales benéficas, y por suma tan recia y severa de leyes
prohibitivas.
Pueblos nuevos que han de vivir con sustos y
trabajos, aun en medio de alzas aparentes y de irrupciones vertiginosas, hasta
tanto que se serene la polvareda de la marcha, y se vea qué queda después de
ella;–pueblos nuevos a quienes el ansia
ajena y la propia pueden llevar, como globo con exceso de gas, a alturas donde
la atmósfera ya no es respirable;–pueblos nuevos, sin los beneficios,
crisoles y tamices de la experiencia, que depura y decanta, y deja lo útil,
sino con los hervores, prisas y ceguedades de la mocedad, pagada de lo
premioso, fantástico y brillante;–pueblos nuevos sin facilidades mecánicas
generales, ni habilidad hereditaria, ni grandes organismos industriales que
favorezcan la producción, ni comodidad geográfica, ni posibilidad racional para
enviar a distancias considerables por vías caras, productos imperfectos, a
luchar en los mercados donde éstos se dan naturalmente, perfectos, sin
transportes que los graven ni viaje que los deteriore, y más baratos; pueblos
nuevos sin abolengo, ni vecindades, ni constitución industriales, no pueden
producir ventajosamente industrias que vienen siendo el patrimonio, necesidad
espoleadora y ocupación secular de países poco fértiles, donde la pobreza de la
tierra aviva el ingenio,–de países constituidos industrialmente, de manera que
el arte mismo es torcido a los propósitos de la industria, y las escuelas, los
talleres, las leyes mismas talladas de manera que coadyuven a las grandezas y
facilidades industriales. Los Estados Unidos, con relojeros de todas partes del
mundo: con caudales pasmosos, y con la legislación más amparadora de los
productos nativos que puede apetecer pueblo alguno, producen a $2.75 relojes
inferiores, en seguridad, material y apariencia, a los que pueden por cinco
francos obtenerse en Suiza.
Es imposible, por otra parte, que un gran
territorio agrícola y minero no sea también un gran territorio industrial. Es imposible que tan gran reino vegetal no traiga en su diadema, toda
de joyas nuevas, industrias propias y originales. Es imposible que del
maguey no surjan nuevos telares, nuevas ruedas de dientes poderosos, nuevos
cobertores, nuevo cordelaje, nuevos paños, espíritus nuevos. Es imposible que
tales riquezas industriales queden en abandono o en desmayo; porque lo que
tiene razón de vivir trae consigo tal pujanza que no hay preocupación de escuela,
ley hostil, o capricho pasajero que lo ahoguen.–Y bien puede ser que haya en México industrias viables, que en el
primer momento no lo sean, por ser también industria de otros países: mas a
esto viene el genio industrial, que preveé que a la larga, por dolorosos que
sean los comienzos, e idénticas a las propias las ventajas del pueblo rival, no
podrá suceder al fin–que en el propio suelo venzan, ni asomen a lidiar con los
productos directos, otros iguales que aunque sean también directos en el país que
los produce, tienen que echarse a la mar y salvar tierras para entrar, con
armas ya vencidas, en el combate.–Es, pues, de alentar toda industria que
tenga raíces constantes en el territorio que la inicia:–es de
rechazar como una rémora, como una catástrofe vecina, como un vicio de la
mente, como un mal público, toda industria que, sin más mercado que el reducido
del país propio, se empeñe en vencer, por sobre constantes e incontrastables
elementos adversos, a industrias perfectas, antiguas, probadas y baratas, cuyos
productos pueden venir, sin pérdida inútil de fuerza, fe, tiempo y caudales
nacionales, de otros países.
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