LAS ALUCINACIONES DE VARGAS LLOSA
(Por
Atilio Borón, leído en CUBADEBATE)
En su artículo de este domingo 20 de septiembre de 2020 en El País de
Madrid Mario Vargas Llosa vuelve a dar rienda suelta a una de sus frecuentes
alucinaciones, y probablemente la más estrafalaria de todas. Según ella los
países pobres lo son porque eligieron serlo. En cambio otros pueblos, más
lúcidos y trabajadores, optaron por la prosperidad y la consiguieron.
De ser cierta esta ocurrencia del narrador peruano produciría una
revolución copernicana en la historia y las ciencias sociales, sumergiendo en
una crisis terminal al pensamiento social de Occidente desde Platón hasta
nuestros días. Pero aún el alumno más indolente de los primeros años de
cualquier carrera de Sociología, Historia y Economía sabe que las cosas no son
(ni fueron) así y que si la gran mayoría de los países del mundo están inmersos
en la pobreza debe haber causas que expliquen lo que en el pensamiento del
autor de Conversación en la Catedral no puede ser otra cosa
que una imperdonable estupidez.
La hipótesis de que miles de millones de personas de la población mundial
prefieren vivir en la miseria, la desnutrición, la ignorancia y la
enfermedad es absurda porque supone que todos ellos son víctimas de un
incurable masoquismo que los impulsa a optar por el sufrimiento en vez del goce
y el disfrute que vienen de la mano de la prosperidad.
Los ejemplos a los que apela Vargas Llosa desnudan la intencionalidad
política de su exabrupto: Venezuela eligió ser pobre y Alemania, en cambio,
prefirió ser rica. Mientras aquella eligió el camino del socialismo los
alemanes prefirieron al capitalismo. La descripción que hace del país
sudamericano no sólo es incorrecta sino también inmoral. Venezuela, ni siquiera
durante los años del boom petrolero, “progresaba a pasos de gigante” como
fabula el novelista.
En aquella dorada época las compañías norteamericanas saqueaban a voluntad
el petróleo venezolano, destinando algunas migajas para corromper a la clase
dirigente y a los operadores del Pacto de Punto Fijo, engatusar a las capas
medias más acomodadas con las luces cegadoras del consumismo mientras dejaban
al pueblo en total indefensión. Millones de personas no vieron a un médico en
su vida hasta que Chávez llegó a Miraflores; millones de mujeres parieron tres
y cuatro hijos en los rancheríos de Caracas y otras ciudades sin jamás haber
visto a una ginecóloga o siquiera una enfermera. Cuatro millones de personas
(sobre un total de 24) eran zombies civiles y políticos privados de todo
derecho: carecían de documentos de identidad, vivían en calles sin
nombres y casuchas sin número y la mayoría no sabía ni leer ni escribir. Todo
esto ocurría en las épocas en las cuales según las afiebradas fantasías del
escritor Venezuela prosperaba “a pasos de gigante”. Llegó Chávez y puso fin a
tanta injusticia.
El “Caracazo” de 1989 es la prueba más elocuente —de las muchas que hay—
para descalificar su aseveración. Y si en ese país hoy escasean los alimentos,
medicamentos e insumos de todo tipo (para la industria, el transporte,
etcétera) es a causa de las sanciones y la hostilidad permanente que Estados
Unidos desató en contra de la Venezuela Bolivariana desde su nacimiento. Obviar
ese dato no sólo invalida su descripción sino que constituye una inmoralidad de
marca mayor. Vargas Llosa no puede ignorar que el bloqueo y las sanciones
económicas concebidas para producir privaciones y sufrimientos —como lo propone
un exasesor de Barack Obama en The Art of Sanctions— con el ánimo de provocar
un levantamiento popular que ponga fin al gobierno de Nicolás Maduro son
crímenes de lesa humanidad, políticas de exterminio, de aniquilación de una
población. Son, en una palabra, genocidio.[I] Escamotear este dato convierte al
tan galardonado escritor en un cómplice de esos crímenes, al igual que Luis
Almagro y Michelle Bachelet, Mike Pompeo y Donald Trump, entre tantos otros.
Alemania, en cambio, optó por “la prosperidad, es decir, estimuló la
empresa privada, la competencia y el ahorro, e integró su economía en los
mercados mundiales.” El resultado: un formidable crecimiento económico. Sin
embargo, los violentos incidentes que tuvieron lugar el 23 de Junio en
Stuttgart desmienten la versión idílica, novelesca, del peruano. Según el
diario Frankfurter Rundschau la tensión social que conmueve el
subsuelo de la sociedad alemana tiene su génesis en el pasado, cuando millones
de “Gastarbeiter“ (“trabajadores invitados”) llegaron a Alemania para laborar
en sus fábricas.
Pero, tal como lo indica su nombre, se suponía que los “invitados” en algún
momento regresarían a sus lugares de origen, cosa que no ocurrió. Su radicación
en el país que los había invitado con una intención claramente oportunística
puso en cuestión la integración social de una sociedad que en poco más de una
generación se convirtió en pluriétnica y multicultural y, encima de eso, más
desigual. Esto se comprueba al observar que el índice Gini que mide la
desigualdad económica alcanzó recientemente un valor de .295, el nivel más
elevado desde 1989, cuando se produjo la reunificación de Alemania.[II]
Por otra parte, ¿cómo ignorar que las políticas del Banco Central Europeo y
la Comisión Europea favorecieron descaradamente a Alemania, a costa de sumir en
la crisis a otros países europeos, Grecia siendo apenas el caso más conocido?
¿O que el proyecto de la Unión Europea fue la astuta concreción del Deutschland
uber alles (Alemania por encima de todo) como lo demuestra no sólo el Brexit
sino el resentimiento de tantos países de la eurozona que se empobrecieron
mientras Alemania se enriquecía?
El remate del razonamiento de Vargas Llosa es que las dificultades para
emular al modelo alemán radican en la corrupción que, “en el caso de América
Latina (…) está tan profundamente arraigada en sus gobiernos, roban tanto sus
ministros y funcionarios y el robar es una práctica tan extendida en casi todos
los Estados, que es del todo imposible establecer una economía de mercado que
funcione de verdad.”
Otra generalización absurda que coloca en el mismo saco a todos los
gobiernos de la región, incluyendo, en buena hora, al de sus amigos como
Sebastián Piñera, Mauricio Macri e Iván Duque. Pero las cosas no son tan
simples porque la corrupción es un cáncer ampliamente extendido en las
economías capitalistas avanzadas, claro que bajo formas mucho más sutiles que
las que imperan en algunos de nuestros países. Pero en ambos casos se trata de
lo mismo. ¿O acaso la extensa red de “paraísos fiscales” —mejor sería llamarlas
“guaridas fiscales”— en los países del capitalismo avanzado o sus ex posesiones
coloniales no son sino la expresión más refinada de la corrupción inherente al
capitalismo?
Según la Tax Justice Network algunos de los “paraísos” favoritos de los
grandes capitales son las Islas Vírgenes, Bermuda, Islas Caymán y Bahamas en el
Caribe; Singapur y Hong-Kong en el Sudeste asiático y Holanda, Suiza y
Luxemburgo en Europa. Allí se evaden impuestos, se lava dinero del
narcotráfico, venta ilegal de armas y tráfico de órganos y personas y se montan
toda clase de operaciones comerciales y financieras al margen de la ley. Al
lado de esa corrupción en gran escala y que cuenta con el inequívoco apoyo de
los gobiernos del mundo desarrollado la que hay en Latinoamérica y el Caribe,
por imperdonable que sea, es un juego de niños.
La pobreza y el atraso que abruman a Latinoamérica y el Caribe tienen,
según Vargas Llosa, como su causa fundamental el visceral rechazo que la
palabra “capitalismo” encuentra en estas latitudes. Aquí el novelista tropieza,
una vez más, con “las duras réplicas de la historia”, como gustaba decir a
Norberto Bobbio. ¿Cómo olvidar que bajo el yugo de las coronas de España y
Portugal Nuestra América desempeñó un papel decisivo en el desarrollo del
capitalismo global desde sus mismos orígenes. El oro y la plata de nuestros
países, y más tarde minerales y diversos productos agrarios, nutrieron durante
siglos la acumulación capitalista de los imperios coloniales y sus aliados
europeos. Después de apostar durante quinientos años al capitalismo los
resultados están a la vista. ¿Qué pretende Vargas Llosa: que sigamos trajinando
durante otros cinco siglos por la misma ruta? No hay futuro para nuestros
países dentro del capitalismo, que nos condena al subdesarrollo, la
desigualdad, el racismo, el patriarcado y a una catástrofe ambiental, para
colmo en una región del mundo en donde la presión sofocante del imperialismo
norteamericano se ejerce con simpar intensidad.
Hay muy buenas razones por las cuales el capitalismo en buena parte del
mundo, y no sólo en Latinoamérica, se ha convertido en una mala palabra. Ha
creado un sistema que produjo monstruosas consecuencias: que el 1% más opulento
de la población mundial retenga tanta riqueza como el 99% restante; o que los
“2 153 milmillonarios que hay en el mundo posean más riqueza que 4600 millones
de personas (un 60% de la población mundial).”[III] Si la palabrita que tanto
le fascina, “capitalismo”, tiene mala prensa no es por un capricho de la
izquierda y de quienes queremos un mundo mejor sino porque lo que el novelista
califica como “una sensación de injusticia y desigualdad, de bribonería y
egoísmo” es un dato duro, lacerante, de la realidad. No es ninguna “sensación”:
el capitalismo es esencialmente injusto y la bribonería y el egoísmo están
inscriptos, de modo inamovible, en su ADN.
De paso, ya que estuvo en Alemania le cuento que su tan admirada Angela
Merkel tiene que esmerarse un poco más para luchar contra el coronavirus, pese
a que usted displicentemente afirma “que parece allí perfectamente controlado.”
Le cuento: mirando las estadísticas al día de hoy, lunes 21 de septiembre, que
en aquel país hay 124 muertos por COVID-19 por millón de habitantes, mientras
que en las bloqueadas y salvajemente agredidas Cuba y Venezuela la cifra es de
10 y 19 respectivamente. Tan horrible no debe ser el socialismo para exhibir
estos notables resultados, y tan bueno no debe ser el capitalismo para que las
cifras del Chile de su amigo Piñera sea de 642 por millón de habitantes, las de
Bolivia 651, Brasil 643 y su país de origen, Perú, un catastrófico 948,
una masacre. ¡Ah!, me olvidaba. Dígale al primer ministro conservador Boris
Johnson, heredero de las glorias de su tan ensalzada Margaret Thatcher, que
le convendría pedirle algún consejo a Díaz Canel o Maduro para que
le digan como hicieron para combatir al COVID-19 en sus países porque la
tasa de mortalidad por millón de habitantes del Reino Unido (615) es un
escándalo, al igual que la Donald Trump (616), todos sin tener que neutralizar
los embates de bloqueos, sanciones económicas, invasiones y sabotajes. Las
conclusiones son obvias. Y al hablar de corrupción no se olvide de su querido
amigo, el rey emérito Juan Carlos I; sí, ese que le adjudicó un marquesado y
años después huyó de España como un vulgar ladronzuelo. Yo que usted antes de
hablar otra vez de la corrupción en Latinoamérica lo pensaría no una sino diez
veces.
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