MASACRE
QUE NO SE FILTRA, NO EXISTE
(Por Jorge Majfud(*))
“Si las
guerras pueden comenzar con mentiras,la paz
bien puede comenzar con la verdad”. Julian
Assange.
El 8 de marzo de 2019, los analistas de un
comando militar estadounidense localizado en la millonaria península de Catar
se encontraban observando una calle de un pueblo pobre en Siria a través de
imágenes de alta definición captadas por un dron inteligente. En la
conversación que quedó grabada, los analistas reconocieron que la multitud
estaba compuesta mayormente por niños y mujeres. A un costado, un hombre
portaba un arma, pero todo parecía desarrollarse de forma tranquila. Hasta que
una bomba de 220 kilogramos fue arrojada desde un poderoso F-15E, justo sobre
la multitud. Doce minutos más tarde, cuando los sobrevivientes de la primera
bomba comenzaban a correr o a arrastrarse, el mismo avión arrojó dos bombas
más, esta vez de una tonelada de explosivos cada una y a un costo de un millón
de dólares por explosión.
A 1870 kilómetros, en el Centro de
Operaciones Aéreas Combinadas del ejército estadounidense en la base de Al
Udeid en Catar, los oficiales observaron la masacre en vivo. Alguien en la sala
preguntó, sorprendido, de dónde había partido la orden.
Al día siguiente, los observadores civiles
que llegaron al área encontraron casi un centenar de cuerpos destrozados de
niños y mujeres. La organización de derechos humanos Raqqa Is Being Slaughtered
publicó algunas fotos de los cuerpos, pero las imágenes satelitales sólo
mostraron que donde cuatro días atrás había un barrio modesto sobre el río
Eufrates y en un área bajo el control de la “coalición democrática”, ahora no
quedaba nada. La Oficina de Investigaciones Especiales de la Fuerza Aérea de
Estados Unidos se negó a explicar el misterio.
Luego se supo que la orden del bombardeo
había procedido de un grupo especial llamado “Task Force 9”, el cual solía
operar en Siria sin esperar confirmaciones del comando. El abogado de la Fuerza
Aérea, teniente coronel Dean W. Korsak, informó que muy probablemente se había
tratado de un “crimen de guerra”. Al no encontrar eco entre sus colegas, el
coronel Korsak filtró la información secreta y las medidas de encubrimiento de
los hechos a un comité del Senado estadounidense, reconociendo que, al hacerlo,
se estaba “poniendo en un serio riesgo de represalia militar”. Según Korsak,
sus superiores se negaron a cualquier investigación. “La investigación sobre
los bombardeos había muerto antes de iniciarse”, escribió. “Mi supervisor se
negó a discutir el asunto conmigo”.
Cuando el New York Times realizó
una investigación sobre los hechos y la envió al comando de la Fuerza Aérea,
éste confirmó los hechos pero se justificó afirmando que habían sido ataques
necesarios. El gobierno del presidente Trump se refirió a la guerra aérea
contra el Estado Islámico en Siria como la campaña de bombardeo más precisa y
humana de la historia.
El 13 de noviembre el New York Times publicó
su extensa investigación sobre el bombardeo de Baghuz. De la misma forma que
esta masacre no fue reportada ni alcanzó la indignación de la gran prensa
mundial, así también será olvidada como fueron olvidadas otras masacres de las
fuerzas de la libertad y la civilización en países lejanos.
El mismo diario recordó que el ejército
admitió la matanza de diez civiles inocentes (siete de ellos niños) el 10 de
agosto en Kabul, Afganistán, pero este tipo de reconocimiento público es algo
inusual. Más a menudo, las muertes de civiles no se cuentan incluso en informes
clasificados. Casi mil ataques alcanzaron objetivos en Siria e Irak solo en
2019, utilizando 4.729 bombas. Sin embargo, el recuento oficial de civiles
muertos por parte del ejército durante todo el año es de solo 22. En cinco
años, se reportaron 35.000 ataques pero, por ejemplo, los bombardeos del 18 de
marzo que costaron la vida a casi un centenar de inocentes no aparecen por
ninguna parte.
En estos ataques, varias ciudades sirias,
incluida la capital regional, Raqqa, quedaron reducidas escombros. Las
organizaciones de derechos humanos informaron que la coalición causó miles de
muertes de civiles durante la guerra, pero en los informes oficiales y en la
prensa influyente del mundo no se encuentran, salvo excepciones como el de este
informe del NYT. Mucho menos en los informes militares que evalúan e investigan
sus propias acciones.
Según el NYT del 13 de noviembre, la CIA
informó que las acciones se realizaban con pleno conocimiento de que los
bombardeos podrían matar personas, descubrimiento que podría hacerlos
merecedores del próximo Premio Nobel de Física.
En Baghuz se libró una de las últimas
batallas contra el dominio territorial de ISIS, otro grupo surgido del caos
promovido por Washington en Medio Oriente, en este caso, a partir de la
invasión a Irak lanzada en 2003 por la santísima trinidad Bush-Blair-Aznar y en
base a las ya célebres mentiras que luego vendieron como errores de
inteligencia. Guerra que dejó más de un millón de muertos como si nada.
Desde entonces, cada vez que se sabe de
alguna matanza de las fuerzas civilizadoras, es por alguna filtración. Basta
con recordar otra investigación, la del USA Today que hace dos años
reveló los hechos acontecidos en Afganistán el 22 de agosto de 2008. Luego del
bombardeo de Azizabad, los oficiales del ejército estadounidense (incluido
Oliver North, convicto y perdonado por mentirle al Congreso en el escándalo
Irán-Contras) informaron que todo había salido a la perfección, que la aldea
los había recibido con aplausos, que se había matado a un líder talibán y que
los daños colaterales habían sido mínimos. No se informó que los habían
recibido a pedradas, que habían muerto decenas de personas, entre ellos 60
niños. Un detalle.
Mientras tanto, Julian Assange continúa
secuestrado por cometer el delito de informar sobre crímenes de guerra
semejantes. Mientras tanto los semidioses continúan decidiendo desde el cielo
quiénes viven y quiénes mueren, ya sea desde drones inteligentes o por su
policía ideológica, la CIA. Este mismo mes, la respetable cadena de radio
estatal de Estados Unidos, NPR (no puedo decir lo mismo de la mafia de las
grandes cadenas privadas), ha reportado que hace un año la CIA debatió entre
matar o secuestrar a Julian Assange.
La conveniente, cobarde y recurrente
justificación de que estos ataques se tratan de actos de “defensa propia” es
una broma de muy mal gusto. No existe ningún acto de defensa propia cuando un
país está ocupando otro país y bombardeando inocentes que luego son etiquetados
como “efectos colaterales”.
Está de más decir que ninguna investigación
culminará nunca con una condena efectiva a los responsables de semejantes
atrocidades que nunca conmueve a las almas religiosas. Si así ocurriese, sólo sería
cuestión de esperar un perdón presidencial, como cada mes de noviembre, para
Acción de Gracias, el presidente estadounidense perdona a un pavo blanco, justo
en medio de una masacre de millones de pavos negros.
Nadie sabe y seguramente nadie sabrá nunca
los nombres de los responsables de esta masacre. Lo que sí sabemos es que en
unos años volverán a su país y lucirán orgullosas medallas en el pecho que sólo
ellos saben qué significa. Sabemos, también, que al verlas muchos patriotas les
agradecerán “por luchar por nuestra libertad” y les darán las gracias “por su
sacrificio protegiendo este país”. Muchos de estos agradecidos patriotas son
los mismos que flamean la bandera de la Confederación en sus 4x4, el único
grupo que estuvo a punto de destruir la existencia de este país en el siglo XIX
para mantener “la sagrada institución de la esclavitud”.
Tradición que nunca murió. Sólo cambió de
forma.
(*) Jorge
Majfud es escritor uruguayo-estadounidense. Profesor en la Jacksonville
University.
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