¿POR QUÉ
HAY QUE CAMBIAR EL CELULAR CADA TANTOS AÑOS?
(Por Martín Smud)
Ya tenemos el depósito de los que ya no
usamos, no tenemos otra alternativa que cambiarlos, estamos atentos cuando
nuevas actualizaciones de las aplicaciones nos van a avisando que pronto
llegará el nuestro al cajón de los inservibles. Investigaciones han demostrado
que el tiempo de obsolescencia programada no dura más que cinco años. Si el
reinado de los celulares ya cumplió veinte años, hemos cambiado hasta ahora, al
menos, cuatro celulares.
¿Qué significa este deber como consumidores?
No se trata sólo de la vertiginosidad de los adelantos tecnológicos, aunque sí
es una de sus características fundamentales en estos tiempos desconcertantes:
nunca vivimos tan cómodos y con tantos recrudecimientos de conculcaciones de
derechos por una injusta distribución de la riqueza.
Se trata de una nueva acumulación del poder
del siglo XXI, ligada a una paradoja: a diferencia de lo que ocurre en la vida
social, en la cual minoría es sinónimo de exclusión y represión; en el plano
financiero económico político, una pequeñísima parte del planeta tiene tal
fuerza que logra hacer pasar sus intereses por los intereses de casi todos y
todas. El 1 por ciento se “come” el 40 por ciento de la torta, no debemos
chistar, es así sostienen, inexorable como el oxígeno que respiramos.
¿Cómo logran semejante potencia de
convencimiento, de elocuencia, de poderío? Si a comienzos de la modernidad,
hace cuatrocientos años, fue la idea de progreso la que traccionaba, hoy en
tiempos de la era digital se ha aceitado una de las características del poder:
su radiación concéntrica. Desde el centro hacia la periferia: las fugas,
elipsis, perspectivas van perdiendo conectividad, brillo y riqueza. Al final,
lo más alejado, lo desechable, los que apenas pueden abrir la boca o pasar el
dedo por su “celular indigente”; las plataformas van expulsando, año a año, a
los que no logran cambiar su aparato, volviéndolos inservibles. A los aparatos
y a sus poseedores.
Hace siglos, el poder normativizante había
que ir a buscarlo a quienes detentaban la coacción y la concentración de las
riquezas, luego ese poder había que buscarlo en los cuerpos y cómo transmitían
la asimetría de los sexos y la invisibilización entre los pliegues de la cama
heteronormativa matrimonial; hoy lo buscamos en el lazo social que propulsa la relación
del ser humano con su identidad virtual que se presenta luego de varios filtros
en aplicaciones gratuitas y redes sociales. El lazo social no parte de un
sujeto y un cuerpo sino de un avatar, “cuerpos” perfilados, filtrados,
moldeados por los algoritmos de pocas empresas monetizadas (megacorportaciones
cybertecnológicas) que convierten en datos nuestro destino, nuestra vida,
nuestros deseos.
Y esos avatares necesitan determinados
aparatos y computadoras, que debemos mantener actualizados, nos aseguran (y son
fiables) que nuestras fotos, mensajes, datos se pasarán de un celular a otro en
cuestión de minutos porque todo está en la nube. ¿Quién no tuvo miedo de perder
algo de su “vida” en el cambio de un celular a otro y luego suspiró de alegría
al notar que las pérdidas son mínimas y crecientemente sensibles a que pase lo
menos posible? Cada nuevo celular implica un nuevo enrollamiento, una nueva
vuelta de avatares, perfiles filtrados, emojis que transpiran intentando ser
los mensajeros de lo que ya no se llaman respuestas sino reacciones. Y hoy
estamos de fiesta porque el cambio de celular fue exitoso, sentimos más oxígeno
para los pulmones.
Nuevos avatares, perfiles, emojis nos
esperan, naturalizando, haciendo olvidar que, al final del túnel visual del
panóptico digital, está nuestro cuerpo que respira, dejado en alguna habitación
que debe ser tuyo, mío, el nuestrx. Ese cuerpo, lugar otrora privilegiado de
miradas, recibe todas las radiaciones nocivas de estos tiempos: las
enfermedades psicosomáticas y caracteropatías del ánimo que lo llenan de
ansiedad y compulsiones varias. Los cuerpos son el resto, lo que queda de la
operación de la concentración de la acumulación neoliberal feudal digital.
Somos las repetidoras humanas de una
viralización que necesita nuestro “pasar el dedo” (escroleo) y luego nos
olvidan hasta la próxima. Pasar posteando todo el día, intentando que esa caída
sea breve y que vuelve la subida al ser mirado y “likeado”. Se espera que digas
en pocas palabras tus deseos y que a pesar de las restricciones de movimientos
y las limitaciones de tu condición, hagas pública en redes tus tres deseos que
se cumplirán como profecías autocumplidoras, y luego aceptes caer en el olvido
hasta que vuelvas a subir, subibaja infantil, montaña rusa adolescente.
En el alza, algunos slogans tienen más fuerza
que un sermón, han calado hondo en la subjetividad de la época: “sólo hazlo”,
“creer es poder”, “no hay límites mientras que te los propongas”. En la baja,
nos agarramos a la superficie pulida del celular como tabla de salvación: ver
las historias de otros, reaccionar de la peor manera, viralizar historias que
calumnian, divertirnos de los memes que muestran cómo es la cosa.
Un efecto ligado a los algoritmos (y su
propensión de averiguar a quienes importás más y qué consumirás) es la
producción de los llamados efectos burbuja. Una palabra que se volvió
significativa en épocas pandémicas refiriéndose a “círculos cerrados” con
personas familiares, y esto acontece en lo digital; nos encierran dentro de
burbujas sesgada por pocas variables. Las burbujas engloban a pocos y pocas, a
los que se nos parecen, a los que suben y bajan parecido, a los se nos parecen,
cómo crecen y sobre todo cómo caen y explotan.
Las burbujas son significantes, tienen
variados sentidos en nuestro siglo XXI. Generan agrupamientos de elementos
“extensos” ligados a lo familiar y a la manera de soportar los vaivenes de la
subida y bajada pero tienen otra característica fundamental: explotan por el
lado más frágil, por el lugar más expuesto. Volviendo a la paradoja de la
minoría y la mayoría, la minoría sabe de ese juego y salen antes de esa
tremenda explosión, y ahí quedarán las mayorías, aguantando las pestes del
planeta. Serán acompañados en el sentimiento de aquellos que han zafado por poco
pero esa “maldición” del caído despierta en un primer momento mensajes de
aguante para luego ser dejado en una silenciosa ignominia y soledad. (Soledad
en tiempos de la hipercomunicación es sentida como espada que nos atraviesa
como en una batalla de la edad media).
Lo concéntrico del poder replantea la noción
de mercado, no se trata de que los monopolios y los oligopolios sean una de las
“depravaciones” del capitalismo sino, todo lo contrario, son sus
características fundamentales. No se trata de que el sistema no funciona sino
que la concentración cada vez más obscena es estructural. Y el lazo social
tiene esas limitaciones, los seres humanos van alejando sus cuerpos, perdiendo
influencia unos con otros y en el centro, las múltiples pantallas tratan de “cambiar”
nuestros enormes miedos y angustias.
Ante cada nuevo cambio de celular, cada vez
más inteligente, se actualiza la pregunta de si somos nosotros los que los
cambiamos a ellos, o son “ellos” quienes nos cambian a nosotros. No temamos la
respuesta. Este siglo nos enseña que debemos sacarnos el lastre de encima,
antes de que te quedes con un celular viejo, cambialo, hacé el esfuerzo,
cualquier cosa antes de quedarte con un problema irresoluble.
Tendrás mejor celular, mejores amigos,
mejores subidas. Te sorprenderás, tendrás cámara más sensible, más memoria, más
rapidez, pero sobre todo la constatación de que seguís en el juego, podrás
avisar por las redes que ahora estás contento con el celular nuevo y
descubrirás que un emoji especialmente diseñado por el celular con tu cara te
dará la bienvenida. Y lloverán miles de salutaciones y likes que compartirán
las alegrías y las emociones de que cambiaste, que ahora sí podrás sentirte por
más tiempo dentro de los que se sienten como nunca, con la promesa de no tener
tantas caídas.
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