“CUBA
NO SERÁ OTRA GUATEMALA”
(Por Jorge Majfud)
--Te voy a dar tres pistas...
--No necesitas decirme nada --dijo
Phillips--: Cuba, Cuba y Cuba.
--Es por eso por lo que te necesitamos --dijo
Cliff.
--¿Cuál es el plan?
Cliff respondió:
--Otra Guatemala, según me dijo Len.
Len era el superior de Cliff, conocido entre
los agentes secretos sólo por ese nombre y por tener una pierna ortopédica.
Varios altos oficiales de la CIA que habían
participado en el exitoso golpe de Guatemala fueron convocados, entre ellos
Richard Bissell, Richard Helms y Howard Hunt Jr. Helms será el futuro director
de la CIA y uno de los responsables del complot contra Salvador Allende en
1973. Una de las llamadas de Hunt desde Uruguay (donde operaba desde los años
50) al argentino Dandol Dianzi en un hotel de México será grabada el 20 de
noviembre de 1963, dos días antes del asesinato de John Kennedy, en el que Hunt
mencionará “un asunto de grave importancia para nuestra nación”. No se
refería a su presidente de Uruguay, Benito Nardone.
La estrategia para “una nueva Guatemala” era
obvia: guerra mediática primero e invasión armada después. Eisenhower había
quedado impresionado por el bajo costo y la facilidad con la que lograron sus
objetivos en aquel país. Ahora, el plan aprobado por el Pentágono consistía en
invadir por aire la costa sur de Cuba, donde todavía quedaban algunas fuerzas
de Batista. Si el aterrizaje salía mal, siempre quedaría la posibilidad de huir
a las montañas y esperar a que nuevos recursos caigan del cielo.
Guatemala fue elegida como campo de
entrenamiento de los cubanos reclutados en Miami. El presidente, general Miguel
Ydígoras Fuentes (en 1950 había perdido las elecciones contra Jacobo Árbenz y
en 1958 y se hizo con el poder prometiendo “un pollo por familia”) le garantizó
a la CIA la finca La Helvetia, en Retalhuleu, para alojar y entrenar a 5.000
cubanos a cambio de una cuota mayor en la venta de azúcar. Para explicar los
movimientos extraños en la zona, el gobierno guatemalteco hizo circular el
rumor de que comunistas cubanos se estaban organizando en algún lugar de
Guatemala para lanzar un ataque contra la patria y la libertad de sus
ciudadanos.
La campaña de desinformación ya se había
extendido a América del Sur. El 15 de febrero, el agente de la CIA Philip
Franklin Agee, por entonces en Ecuador, informó de la compra de opinión en los
diarios más importantes de Colombia, Ecuador y Perú (como El Comercio y El
Tiempo) para inculpar a Cuba de un envío inexistente de armas y dinero a
esa región. El plan, confesó Agee, era preparar a la opinión pública antes de
la invasión de Cuba.
El 15 de abril se lanzó la operación desde
Nicaragua. La idea era destruir, con bombarderos B-26, las fuerzas antiaéreas
de Cuba en el norte antes de desembarcar en el sur. La destrucción fue
significativa, pero hubo respuesta. Los pilotos cubanos en sus T-33, más
pequeños y peor armados, tenían mejor puntería y derribaron diez de los doce
bombarderos invasores. Para desmoralizar a su población, la CIA pasó a los
medios sus propios bombarderos baleados como desertores cubanos aterrizando en
Miami.
Castro acusó a Washington de la maniobra,
mencionando las bases operativas de Florida y Guatemala, pero el embajador de
Estados Unidos en la ONU, Adlai Ewing Stevenson, al tanto de los detalles del
plan, lo niegó con vehemencia y convicción: “Las acusaciones de un complot
orquestado en Washington son totalmente falsas. Estados Unidos está
comprometido con una política de no agresión”. El agente David Phillips
recordará en sus memorias de 1977 que “Adlai Ewing Stevenson era un gran
actor; nadie le ganaba mintiendo”. Phillips recordará también que el agente
de la CIA Kermit Roosevelt había logrado manipular a un número crítico de
rebeldes en Irán para derrocar al presidente electo Mohammad Mossadegh y que lo
mismo había logrado hacer él mismo, con el gobierno de Árbenz en Guatemala.
El 16 de abril, desde la medianoche y hasta
las 7: 30 de la mañana, la Brigada 2506 (1.400 cubanos de Miami entrenados por
meses en Guatemala) desembarcó con tanques M41 Bulldog en Playa Girón. Luego de
una batalla que dejó cien muertos, la resistencia de la isla capturó a más de
mil cubanos de la CIA, los que más tarde fueron cambiados por alimentos,
gracias a una colecta organizada en Florida. La televisión de Estados Unidos
informó de un ataque de los rebeldes cubanos contra el régimen de Castro y
confirmó que “como es previsible, se culpa otra vez a Estados Unidos”.
Los latinoamericanos nunca se hacen responsables de sus propios fracasos.
Pero las calles de La Habana se inundaron de
gente contra la invasión y la invasión fracasó. Howard Hunt culpó a Jack
Hawkins, encargado del grupo paramilitar de exiliados cubanos, “un veterano
de guerra con botas tejanas y aspecto de borracho malhablado” que no creía
en el genio revolucionario de Castro sino en su buena suerte. “Esto es pan
comido”, había dicho Hawkins, prometiendo “enviar postales de navidad
desde Cuba este año”. El mismo Hunt, en un reporte desde La Habana, lo
había anunciado con tiempo: “todo posible apoyo de los cubanos a la invasión
debe ser descartado de plano; se debe asesinar a Castro antes de la invasión y
debe ser hecho por patriotas cubanos”.
La primera evaluación no fue creíble, pero la
CIA tomó su última sugerencia, la que también fracasó cuando el secretario de
Castro, Juan Orta, contratado para envenenar su bebida, una semana antes de la
invasión se acobardó y se refugió en la embajada de Venezuela, donde permaneció
por más de tres años antes de llegar a Miami.
Howard Hunt también culpó a Kennedy del
fiasco y Kennedy culpó a la CIA, la que prometió disolver. Luego de muerto, sus
hijos John y David confirmarán que su padre había confesado varias veces que la
CIA había participado del asesinato del presidente, pero serán acusados de
inventar la historia.
Karl Mundt, senador republicano por Dakota
del Sur y educador de profesión, explotó: “¡nosotros, quienes liberamos esa
isla de sus cadenas medievales; nosotros, quienes le dimos orden, vida,
conocimiento tecnológico y riqueza, ahora somos maldecidos por nuestra
cooperación y por nuestras virtudes civilizatorias!”.
Poco después del triunfo de la revolución,
Che Guevara, quien en 1954 debió huir a México cuando se produjo el golpe de
Estado en Guatemala, había advertido: “Cuba no será otra Guatemala”. Dos
años después, el mismo Guevara, con su característico sarcasmo rioplatense, le
envió una nota al presidente Kennedy: “Gracias por Playa Girón. Antes de la
invasión, la Revolución era débil. Ahora es más fuerte que nunca”.
En sus memorias de 2008, Howard Hunt lo
confirmó: “El Che y Fidel Castro aprendieron de Guatemala;
nosotros no”.
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