PARTE 4 (Final)
El Estado y los trabajadores durante
el primer gobierno de Menem en Argentina (1989-1995)
(Por Hernán
Fair)
El consenso “pasivo”
Como señalan Sigal y Verón (2003), Perón
construyó su discurso en un vínculo directo con las masas a través de la
movilización continua y fervorizada a Plaza de Mayo. Este vínculo mítico, sin
intermediarios, se inició en la histórica movilización del 17 de octubre de
1945, cuando trabajadores de todo el país llegaron espontáneamente a la Plaza
de Mayo exigiendo la liberación de Perón, para entonces encarcelado por el
gobierno militar del que previamente formaba parte. A partir de ahí quedó
marcada la huella de esa fecha, el 17 de octubre, como el “Día de la Lealtad”(63).
Del mismo modo, el 1º de mayo, “Día del Trabajador”, fue la segunda fecha
insigne del peronismo, momento del reencuentro directo entre el líder que
simbolizaba en su persona al Pueblo y la “voluntad general” (Sigal y Verón,
2003:222-240).
Este fuerte vínculo entre el líder y las
masas, que se expresó en toda sumagnitud el 20 de junio de 1973, cuando Perón
logró reunir cerca de 2 mi-llones de personas en su regreso al país desde el
exilio(64) contrastó fuertemente con el vínculo mediatizado que
llevó a cabo el menemismo. En efecto, a partir de la llegada de Carlos Menem al
poder, las masivas y entusiastas movilizaciones sociales a Plaza de Mayo
quedaron en el recuerdo(65) y fueron reemplazadas por un vínculo
directo basado en la aparición cotidiana en los medios de comunicación (Landi,
1992; Nun, 1995; Waisbord, 1995).
A pesar de esta desmovilización ciudadana,
algunos autores que anali-zan el fenómeno del menemismo señalan que el orden
instituido por Menem “repolitizó” a la sociedad a partir de la construcción de
nuevos lazos de representación (66) (Novaro, 1994; 1995a; 1995b).
Desde esta perspectiva, Palermo y Novaro señalan que el menemismo habría
llevado a cabo una “rearticulación entre los electores y elegidos” en lo que
entienden sería la conformación de una “política de ciudadanos” (Palermo y
Novaro, 1996:397-398). ¿Cómo puede entenderse esta aparente contradicción?
Para hacerlo, debemos diferenciar lo que a
nuestro entender son dos definiciones acerca de la política(67)
Una, bien analizada por Chantal Mouffe, y cuyos antecedentes se remontan a
Hobbes (1980) y Schmitt (1987), entiende la política como el “intento de
domesticar lo político, de acorralar las fuerzas de la destrucción y de
establecer el orden”(68) (Mouffe, 1999:191). La segunda, en cambio,
se refiere a la acción política, entendida desde una visión arendtiana como
la “capacidad de iniciar un nuevo comienzo”(69) (Arendt, 1996;
1997). En este sentido, creemos que puede haber al mismo tiempo una
repolitización orientada al ordenamiento del desorden previo, y una
despolitización en el sentido de crítica, apatía, desmovilización y desafección
en general hacia lo público(70) ya sea por carecer de sentido, por
impotencia, resignación o, en un caso que es muy común, debido a que se
confunde a la política con los políticos, acusados de ineficaces y corruptos.
(63)
Respecto a la importancia del 17 de octubre como instituyente de un vínculo
afectivo entre Perón y las masas, véase particularmente De Ípola
(1983:175-185).
(64) En
efecto, el golpe de Estado contra su gobierno, en septiembre de 1955, había
llevado a Perón a exiliarse. Ahí permaneció hasta junio de 1973, cuando regresó
a Argentina.
(65) La
única excepción en sus diez años en el poder fue la llamada “plaza del sí”, una
movilización convocada por sectores del gobierno junto con figuras de los
medios de comunicación oficialistas, que reunió en abril de 1990 a partidarios
y sectores de derecha en respaldo a las reformas neoliberales del gobierno (La Nación, 07-04-90).
(66)
Según Novaro, lejos de una “supuesta despolitización”, Menem logró una
“repolitización” social que implicó la construcción de “nuevos vínculos de
consentimiento e identificación” (Novaro, 1995b:51).
(67)
Esta diferenciación conceptual no supone, ni mucho menos, el agotamiento de las
diferentes perspectivas existentes acerca de la política. Puede citarse para
este caso la definición weberiana de
la política como “lucha por el poder” (Weber, 1988) o la de Jacques Ranciere,
que entiende a la política como la “cuenta de los sin parte” (Ranciere, 1996).
Para un análisis más reciente del particular, véase Laclau (2005).
(68)
Debemos diferenciar, de todos modos, la definición schmittiana, cuya lógica de constitución del orden político se
basa en el puro antagonismo de la alteridad política (Schmitt, 1987), de la
definición institucionalista, cuya lógica de confrontación entiende a la
alteridad como un adversario. En este tipo de construcción “agonista”, el
antagonismo, si bien no desaparece ―lo que resulta imposible―, es “sublimado” a
través de las instituciones. Sobre la diferencia cualitativa entre la lógica schmittiana de antagonismo
irrestricto y la lógica de agonismo institucional, véase Mouffe (1999; 2005).
Para una aplicación en esta línea sobre el caso argentino, véase Fair (2007a).
Para una visión alternativa, véase Laclau (2005).
(69)
Esta definición de la acción como la capacidad inherente de “iniciar un nuevo
comienzo” se basa en gran medida en la idea kantiana acerca de la acción como la capacidad de “iniciar la
producción de una nueva serie causal” (al respecto, véase Kant, 1980). A su vez
encuentra antecedentes próximos en la noción del hombre como animal social o
ser social (zoo politikon) de
Aristóteles, quien definía como principales actividades políticas la acción (praxis) y el discurso en el ámbito
público, en oposición a la esfera privada del hogar y la familia (oikia). Al respecto, véase Arendt
(1996, especialmente pp. 38-39; 1997).
(70)
Desde la perspectiva de Hanna Arendt, lo público no es sólo lo común a todos,
sino también lo que se hace público, esto es, lo que se publicita. A diferencia
de lo privado, en la esfera pública las cosas deben mostrarse para poder
existir. Partiendo de esto, la autora critica la apatía y la desaparición de la
iniciativa del mundo moderno (Arendt, 1996; 1997). En esta línea, véase también
Hilb (1994).
En el caso del menemismo, la repolitización
sería el ordenamiento conseguido por Menem, tras muchas vacilaciones, frente al
“caos” y la “disolución de lo social” de la hiperinflación. Mientras que para
algunos, como vimos, se trataría de un “discurso hobbesiano de
superación del caos” (Aboy Carlés, 2001a; 2001b; 2003), para otros sería más un
liderazgo de tipo “decisionista” (Novaro, 1994; 1995a; 1995b; Palermo y Novaro,
1996), “decisionista democrático” (Quiroga, 2005), o “neodecisionista” (Bosoer
y Lei-ras, 1999; 2000; Kerz y Leiras, 2004). Sin embargo, simultáneamente a
esta repolitización se produjo, como también vimos, una fuerte despolitización
o “desciudadanización”(71) (Gruner, 1991), ya sea debido a la visión
acerca de una supuesta ausencia de alternativas al orden dominante o debido a
la supuesta imposibilidad de modificar el estado de cosas vigente. En ese
contexto, podemos decir entonces que durante el primer gobierno de Menem
prevaleció un consenso “negativo” que resultó más apático, resignado y
conformista que activo y entusiasta.(72)
(71)
Diversas encuestas realizadas en el periodo nos revelan el escaso interés por
la actividad política. Así, por ejemplo, una encuesta realizada por Gallup en
el año 1994 señalaba que al 67.1% de los encuestados le interesaba poco y nada
la política (Noticias,
01-05-94). Otra encuesta efectuada a una semana de las elecciones de 1995
indicaba, en la misma línea, que un 44% de los votantes no le interesaba “en
absoluto” las elecciones presidenciales (La
Nación, 10-05-95). Sobre el fenómeno de la crisis de la política en
Argentina, véase Cavarozzi (1997). Un análisis más global puede verse en Novaro
(2000).
(72) A
partir del segundo periodo presidencial de Carlos Menem (1995-1999), con las
crecientes crisis económica y social generadas por la aplicación de las
políticas neoliberales y el mantenimiento (ficticio) de la paridad cambiaria,
este respaldo basado en gran medida en la pasividad social dejaría lugar a una
creciente politización ―en el sentido de movilización― de los sectores
populares. Así, a partir de 1996 un grupo de trabajadores despedidos de las
empresas privatizadas del sur del país inició una nueva modalidad de protesta
basada en cortes de ruta o “piquetes” que se extendió progresivamente durante
la segunda mitad de la década con un incremento de la movilización social
extra-institucional. Al mismo tiempo se produjo un incremento cualitativo y
cuantitativo de las protestas de los sectores sindicales en general, y de los
opositores en particular. Para un análisis detallado de las distintas
modalidades que ha tomado el tema de la protesta social en Argentina durante
los últimos años, pueden verse Delamata (2003; 2004), Palomino (2005), y Svampa
(2005).
Conclusiones
En el transcurso de este trabajo nos
propusimos investigar los motivos que llevaron a que gran parte de los
trabajadores en Argentina apoyaran, durante el primer gobierno de Menem,
políticas que parecían ir a priori en contra de sus intereses. En primer
lugar, vimos que uno de los elementos clave que explicaría ese respaldo era la
estabilización de la economía. Para ello, polemizamos con los enfoques
dominantes, que suelen hacer hincapié en el componente de orden político, ya
sea más orientado al decisionismo o al hobbesianismo, ignorando la
importancia que tuvo la estabilidad monetaria y el largo camino recorrido hasta
lograr la estabilización de la situación de caos social. En efecto, lejos de
alcanzarse un rápido orden que pacificara al país y recuperara la autoridad
pública frente al peligro de disolución social de la hiperinflación, entre 1989
y 1991 el gobierno de Menem no logró controlar ni la situación económica, como
lo mostró el regreso del fantasma de la hiperinflación en dos oportunidades, ni
la situación política y social, como lo mostró el retorno de los conflictos
sociales y los saqueos a supermercados. Fue recién a partir de la instauración
del Plan de Convertibilidad, en abril de 1991, que se logró el rápido y
efectivo control del incremento del índice de precios, favoreciendo en mayor
medida a los sectores populares, los principales perjudicados por el “impuesto
inflacionario”.
Sin embargo, intentando trascender el
análisis reduccionista que enfatiza íntegramente el rol de la estabilización
monetaria para entender el respaldo popular a las políticas neoliberales
implementadas por el presidente Menem, indagamos en segundo término acerca de
la importancia ejercida por los beneficios suplementarios aplicados por el
gobierno. Estos beneficios materiales, que incluyeron la cesión a los
trabajadores despedidos de un porcentaje accionario en la privatización de las
empresas estatales, programas sociales focalizados y el manejo sindical de los
fondos de las obras sociales y las jubilaciones, resultarían una importante ―y
muchas veces descuidada― fuente de legitimación al presidente, al permitirle a
los sindicatos oficialistas, y también a muchos trabajadores de las ex-empresas
públicas, el acceso a una importante fuente de financiamiento material y
simbólico.
La indudable importancia de este enfoque
instrumental para comprender el fuerte respaldo de los trabajadores al gobierno
de Menem nos parecía, sin embargo, insuficiente para dar cuenta de la
complejidad y multicausalidad del fenómeno abordado. En ese sentido,
incorporamos lo que consideramos eran los elementos pasivos de la hegemonía
menemista. Para ello, incluimos un enfoque complementario que colocó el eje en
el aspecto discursivo. En ese contexto, indagamos a detalle acerca de la
importancia que tuvo en la legitimación del liderazgo menemista la ausencia de
alternativas frente al triunfo de la “democracia liberal”, la visión
mecanicista del orden global, que generó impotencia frente a la imposibilidad
de cambiar el estado de cosas vigente y la reestructuración social que produjo
la aplicación de las políticas económicas neoliberales, que terminaron
fragmentando, polarizando y heterogeneizando a los sectores populares y
sindicales, mientras se unificaban crecientemente los sectores dominantes. En
esas circunstancias, a las que se sumaría la escasa legitimidad de gran parte
de los líderes sindicales y la actitud pasiva e individualista de algunos
sectores de base ―muchos de los cuales temían perder sus trabajos o los atemorizaba
que regresara la estampida inflacionaria― los trabajadores en su conjunto
experimentaron una profunda crisis que les imposibilitó coordinar alternativas
antagónicas y consistentes con el rumbo vigente. Esto nos permitió concluir, a
diferencia de aquellos autores que afirman que el orden instituido por Menem
repolitizó a la sociedad a partir de la construcción de nuevos lazos de
representación que, en realidad, el consenso social hacia el presidente y sus
políticas económicas tuvo también un importante componente pasivo, en lo que
fue una resignación frente a lo que se veía como una ausencia de alternativas
al orden hegemónico y una impotencia generalizada frente a la imposibilidad de
cambiar el estado de cosas vigente.
En ese contexto, prometiendo mantener los
beneficios ligados al Plan de Convertibilidad, y frente a la inexistencia de alternativas
al discurso de la modernización y la inserción mundial al orden global, el
presidente Menem no tuvo inconvenientes en ser reelecto por casi la mitad de
los ciudadanos en la elecciones celebradas en mayo de 1995. De este modo logró
consolidar el respaldo de la amplia y heterogénea coalición social que lo había
acompañado en 1989. Esta situación, aunque comenzó a modificarse hacia 1996,
cuando la crisis económica y social iniciada con el Tequila y la profundización
de la ortodoxia neoliberal marcó el surgimiento del movimiento social de piqueteros
y el incremento de las protestas sindicales, recién adquirió una firme y
consistente fortaleza política con la crisis de diciembre de 2001 y la
consiguiente salida del Régimen de Convertibilidad. No obstante, el análisis de
esta cuestión excede por mucho el marco de este trabajo.
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